Papá, tengo el número de la chapa

Ángel Martínez Niubó
6/4/2020

En medio del lógico sobresalto que ha originado la COVID-19 en Cuba, los estudiantes de las universidades de La Habana comenzaban el retorno hacia sus respectivas provincias. Acá, en el interior del país, estábamos los padres pendientes de cada detalle. Era, tenía que ser, un movimiento en masa, urgente. Supe que los traerían: unos en tren, otros en guagua. Las llamadas que hacía a mi hija ―mi hija menor, estudiante del ISA― se hacían frecuentes. Digámoslo mejor: se hacían cada vez más frecuentes. Era como si, cada diez minutos, necesitara saber de ella.

No te preocupes, papá, que todo está muy bien organizado ―me decía. Pero mi preocupación era lógica. Era un gran número de estudiantes, y no solo eso: después había que moverlos desde las cabeceras provinciales hasta sus municipios. ¿Estaría todo tan bien organizado? No es fácil mover estudiantes desde La Habana a todas las provincias cubanas.

Este virus lo paramos entre todos.
 

Una y otra vez le insistí a mi hija sobre la necesidad de tomar medidas: el cloro, el jabón, todo cuanto te digan, hazlo. No te preocupes papá, me decía, que nos han dado muchísimas indicaciones. Eso me tranquilizaba.

¿La guagua llegó?, le pregunté a mi hija. Papá, la guagua saldrá a las 9:30 de la noche. ¿Así, tan puntual? Sí, papá, a las 9:30, exacto. La guagua está aquí y el chofer es muy amable. Pregúntale, insistí, si una vez que llegues a la capital provincial, habrá una guagua esperando. Dile además que quizás eres la única de tu municipio.

Multiplica la solidaridad.
 

En mi próxima llamada mi hija fue aún más precisa: Papá, le pregunté al chofer, dice que habrá una guagua esperándome y que, si soy la única de mi municipio, esa guagua será solo para mí, que no te preocupes. ¿Estás segura de que habrá otra guagua esperándote? Sí, papá, el chofer de La Habana acaba de darme, incluso, el número de la chapa de la guagua que estará esperándome. Y fue eso, debo reconocerlo, lo que hizo mi calma. Mi hija viajaba con la chapa de la guagua que la esperaría a casi 400 kilómetros de distancia. Cuánta organización en el traslado de los muchachos, pensé. Y todo fue así: puntual, preciso, organizado. Y así llegó mi María. Pensé entonces en lo que a veces vemos como un simple eslogan: “Este país no deja abandonados a sus hijos”. Muchas veces leemos y escuchamos esa frase y casi que la pasamos por alto. Ahora, leyendo desde la intimidad, hice una lectura todavía más tierna: “Este país no deja abandonados a nuestros hijos”. Ni a mi María, ni a tu Marta, ni a tu Patricia, ni a tu Carlos…, a nadie.

Por eso, tengo toda la fe de este mundo, en que la paz de esta isla volverá a inundarlo todo. La paz y el amor, porque será el amor ―léase también la solidaridad― quienes harán el milagro ya esperado.

“Con el amor renace la esperanza”, José Martí.