Este libro comenzó, como todas las invitaciones, por una pregunta: ¿Cómo se encauzaba la cultura desde el Estado en Cuba en la primera mitad del siglo XX? En la búsqueda de respuesta surgió una cadena de interrogantes y magníficos hallazgos. Como el tema era demasiado abarcador, detuve mi brújula en un punto del camino que era —inexplicablemente— poco conocido y muy fértil en esa materia. Así nació Raúl Roa: director de Cultura, una política, una revista,que fue inicialmente una tesis para la Maestría en Estudios Interdisciplinarios de América Latina, el Caribe y Cuba, de la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana.
Aquella maravillosa obra de gestión cultural de Roa duró un poco más de dos años, entre junio de 1949 y octubre de 1951. Más de medio siglo después, continúa resultando admirable y no debe seguir siendo un legado desconocido. Roa realizó en la práctica una propuesta de política cultural inédita en su época y, además, publicó la revista Mensuario de arte, literatura, historia y crítica. Aunque efímera —16 números—, esta publicación fue un espacio cultural que se convirtió en la memoria de su gestión.
Cuando me adentré en el tema, tras largas horas de búsqueda, reconstrucción y estudio, comprendí que no se podía entender la gestión cultural de Roa sin antes explicar el papel del Estado como agente cultural. Este debía, ante todo, ser comprendido en su naturaleza y funciones generales como parte de una nueva configuración de la hegemonía después de la Revolución del 30. Era imprescindible someter a análisis la continuidad y lo nuevo en las relaciones creadas entre cultura y política. Y debía establecer el lugar político, ideológico-cultural, las motivaciones, la estrategia detrás de la actuación, de la personalidad que es el centro de este estudio, Raúl Roa. Por otra parte, la Dirección de Cultura tampoco había sido examinada desde su origen, ni en el período que me proponía investigar.
El estudio de la revista Mensuario… ha significado abordar un manantial de información todavía sin agotar y ha sido para mí objeto y sujeto. Sus páginas hablan de lo que se hacía y de cómo se pensaba entonces en torno a la cultura, el arte y su significación. A pesar de su valor tiene un solo trabajo dedicado, en especial, a ella, inexplicablemente inédito, realizado por la investigadora Rosa González Alfonso.
La obra que ahora presento, y que es un punto de partida para investigaciones posteriores, está estructurada en tres capítulos. En el primero, “Cultura y política en la Cuba de los años 40”, me aproximo a las transformaciones que sufrió el Estado cubano a partir de la segunda mitad de la década del 30, como parte del nuevo orden posrevolucionario. Me acerco a la vida de Raúl Roa, desde sus inicios políticos e intelectuales hasta la combinación de experiencias, ideas propias e influencias que hicieron de él un destacado intelectual revolucionario y un extraordinario promotor cultural.
En el segundo capítulo, “Una historia por escribir: Dirección de Cultura (1934-1951)”, antes de reconstruir el itinerario de esa dependencia de Educación desde que se crea en 1934, me asomo a las primeras iniciativas, privadas o públicas, hacia la cultura. Pero dedico la mayor parte del capítulo al período 1949-1951. Analizo en qué insistió la labor de Roa, desde su concepción sobre la cultura y expongo las diferentes aristas del trabajo de la Dirección de Cultura en esos dos años.
“Mensuario… fue una necesidad en el contexto cultural e intelectual en que surgió, y constituyó la memoria de un momento de revitalización de la cultura cubana (…)”.
El tercer y último capítulo, “Mensuario: memoria de la política de Roa hacia la cultura”, está dedicado al estudio de la revista fundada y dirigida por Roa, sus características, la exposición en ella de la obra de la Dirección de Cultura y el tratamiento en sus páginas de temas del arte, la literatura y la historia. Mensuario… fue una necesidad en el contexto cultural e intelectual en que surgió, y constituyó la memoria de un momento de revitalización de la cultura cubana desde la Dirección creada para ese fin dentro el Ministerio de Educación. La aproximación a esta revista intenta completarse mediante una comparación con otras publicaciones de la Dirección de Cultura, como Revista Cubana y Revista Cubana de Filosofía. Y finalmente, como una mirada más allá de mis palabras, recojo la visión que me dieron algunos de los protagonistas que aún viven, y la de otros que desde entonces dejaron escritas sus opiniones, lo que me permitió recogerlas para este trabajo, medio siglo después. Por considerarlos valiosos para este estudio, agrego varios anexos: discurso de Roa cuando asumió el cargo de director de Cultura; presupuesto que le fue otorgado a esa dependencia por el Ministerio de Educación y cómo fue utilizado durante el primer año a partir de la designación de Roa; y el artículo con el cual Roa abre el número uno de Mensuario…,que son hoy la memoria gráfica de las Misiones Culturales, las ferias del libro y otras creaciones colectivas de aquel equipo inspirado y orientado por Roa.
Después de recorrer el camino hasta aquí, entiendo que la gestión de Raúl Roa como director de Cultura fue resultado, esencialmente, de dos factores: la realidad de un Estado capitalista neocolonial que se involucraba más, en su nueva etapa, con los problemas sociales y de la cultura; y la madurez de un intelectual socialista cubano capaz de comprender que interviniendo con sus fines y su prestigio desde un puesto oficial podía concentrar esfuerzos y hacer una convocatoria a la mayoría de los cubanos al disfrute de la cultura.
Además de la bibliografía consultada y el análisis exhaustivo de la revista Mensuario… y otras publicaciones de aquellos años, las largas conversaciones con Ada Kourí, viuda de Roa; las entrevistas a su hijo, Raúl Roa Kourí, a Salvador Bueno, Julio García Espinosa, Ángel Augier y Juan Emilio Friguls fueron reveladoras y me permitieron acercarme a una época tan lejana desde la dimensión humana que entregan las vivencias a través de las voces y los recuerdos, a pesar de los más de cincuenta años que nos separan de la época estudiada.
Este trabajo ha constituido para mí un paso importante en los estudios que realizo desde hace varios años acerca de la etapa posterior a la Revolución del 30 en el período republicano, y es, a la vez, un acicate para continuar examinando las relaciones entre cultura y política. Su modesto aporte, y mi intención de proseguir, quieren ayudar al planteo, la discusión y los estudios sobre esas relaciones desde una perspectiva histórica, y también quieren contribuir, en alguna medida, a la fuerte corriente actual de monografías que acopia conocimientos sobre el período republicano y abre caminos para nuevas comprensiones y nuevas preguntas.
Para que esta investigación resultara posible, mis padres y Eny fueron imprescindibles; mi familia, los amigos de siempre y los valiosos intelectuales que compartieron su sabiduría, fueron un apoyo esencial que agradeceré eterna e infinitamente. Quiero hacerlo especialmente a Dina Martínez, Ana Cairo, Fernando Martínez Heredia y Luz Merino, por su tiempo, sus consejos y sus datos, los que les costaron años y me los entregaron con sincero cariño. A Rosa González, Ricardo Hernández e Isabel Ampudia, por la solidaridad profesional. Y finalmente —no por ello menos valioso—, a Ada Kourí, Raúl Roa Kourí y Lela Sánchez, mis más leales compañeros de viaje.