Palabras de Rafael Acosta de Arriba en la recepción del Premio Nacional de Investigación Cultural 2018
Buenas tardes,
Las palabras de Araceli García Carranza me han emocionado o, para ser más preciso, me han conmovido, no solo por lo que dijo, sino por venir de ella, una persona de enorme autoridad intelectual en nuestra cultura a pesar de su conocida modestia, una modestia que entiendo genuina y ejemplar. Araceli es una persona a la que aprecio y respeto desde que la conocí. Sé, también, que ella habló a nombre del prestigioso jurado que me concedió el premio, lo que refuerza mi agradecimiento.
obviamente, la satisfacción que los acompañan”. Foto: Internet
Quiero expresar, antes de proseguir con las ideas pensadas para esta ocasión, mi profunda tristeza por la muerte en esta madrugada de Rigoberto López, reconocido cineasta e intelectual. Y un buen amigo. A él dedico este acto y esta celebración.
Pocas cosas resultan tan difíciles y embarazosas como hablar de los estados de ánimo de uno mismo, esos que tienen, en este justo instante, como sinónimos, a la emoción, la alegría, el asombro, la duda, la gratitud y la incredulidad. Hoy, huelga decirlo, es un día muy importante para mí. Nunca he creído merecerme algún premio, pero siempre he sentido, obviamente, la satisfacción que los acompañan. Cuando se revisa la relación de autores que han recibido con anterioridad este reconocimiento, en la que aparecen nombres como Cintio Vitier, Roberto Fernández Retamar, Graziella Pogolotti y Fernando Martínez Heredia, entre otros destacados intelectuales e investigadores, no se puede menos que sentir cierta zozobra y al mismo tiempo un inevitable autohalago ante tan selecta compañía.
Mi actividad investigativa, que data de más de tres décadas, fue interrumpida relativamente por espacio de varios años. Digo interrumpida relativamente pues nunca dejé de investigar y publicar, aun cuando asumí absorbentes y complejas tareas de promoción cultural en el ICAIC y en el Consejo Nacional de las Artes Plásticas (CNAP). Estando en el ICAIC, por ejemplo, pude defender mi primer doctorado y durante el tiempo que fui presidente del CNAP publiqué cinco títulos y participé en diversos eventos científicos. Los años que estuve en la Biblioteca Nacional José Martí, debo decirlo con justeza, fueron decisivos en el acto de resucitar mi vocación investigativa; tres años que le devolvieron la dirección y el sentido a mi vida. A su vez, siempre consideré mi trabajo institucional como fuente de valiosas vivencias para la labor investigativa, siendo la vivencia mayor la interrelación con los artistas, con sus formas de pensar y de sentir la creación. Descubrí que un gran artista de la plástica es, a la vez, un investigador del arte y la cultura. El ICIC Juan Marinello es el lugar donde pude, finalmente, profundizar en mis investigaciones a tiempo completo.
Mi trabajo, como ya se mencionó, ha estado centrado fundamentalmente en dos gruesas líneas de investigación: la historia y las artes visuales. He trabajado siempre con algunas claves o credos como guías inalterables; en primer lugar, he tratado de ser lo más acucioso posible, lo que implica buscar las mejores fuentes para mis investigaciones; el rigor redime. Los temas escogidos han sido seleccionados con la idea de que constituyan aportes a los debates académicos actuales, además de satisfacer, por supuesto, mi propia curiosidad y tomando en cuenta el hecho cierto de que nuestra academia presenta hoy zonas temáticas de pobre y desfasada actualización. Pienso, además, que no hay temas menores en materia de investigación y que en las ciencias sociales no tienen cabida los temas tabúes. También, que en materia historiográfica las investigaciones auténticamente válidas deben tomar distancia del errático y dañino concepto de “historia oficial”. Así mismo, considero que las buenas fuentes bibliográficas y hemerográficas, para su elección, deben deslindarse de otras consideraciones que no sean las de su rigor, autenticidad y aporte específico al tema en cuestión y, por último, que tanto en el arte como en la historia, las investigaciones no pueden prescindir de su vínculo con el pensamiento crítico, pues tanto la una como la otra son, más que memoria, la crítica de esa memoria.
Sobre las indagaciones en los terrenos del arte es importante que exprese que siempre he considerado la curaduría de exposiciones y la crítica de artes visuales como dos vertientes de la investigación pura, ni más ni menos. La muestra La imagen sin límites. Exposición antológica de fotografía cubana, expuesta en el Museo Nacional de Bellas Artes en octubre y noviembre pasados, fue el resultado de muchos años de investigaciones y lecturas. De igual forma, considero las entrevistas como herramientas muy útiles y de gran validez en las indagaciones. En las entrevistas se encuentran con frecuencia datos que ni las cartas, ni los testimonios, ni otros documentos aportan. Próximamente debe ser publicado (nunca se sabe con la industria) el libro Conversaciones sobre arte, en el que recojo un grupo de diálogos con reconocidos artistas y críticos de arte de Cuba y de otras latitudes.
investigaciones y lecturas. Foto: “No zozobra la barca de su vida” (1995), Marta María Pérez.
Confrontar los hallazgos es una cuestión cardinal para el investigador. Otro elemento indispensable es el lenguaje: la prosa es un instrumento que hay que trabajar, pulir y perfeccionar permanentemente si se desea que el resultado de las indagaciones sea recepcionado con claridad por los destinatarios de los textos. En mi caso, soy un eterno insatisfecho con lo que escribo y así seguirá siendo. Considero que las ideas deben apreciarse como formas sensibles y las formas, a su vez, deben tratarse como signos intelectuales. A propósito, en el Instituto Marinello se comenzó recientemente un trabajo liderado por la joven editora Anette Jiménez, encaminado a buscar la mejoría en la escritura de las ciencias sociales entre los interesados, un noble empeño que merece salir adelante satisfactoriamente.
La pregunta que se hace el investigador del presente ante su objeto de investigación, en cualquiera de las ciencias sociales, es la misma que se ha hecho el hombre desde que comenzó a cuestionarse los misterios y fenómenos de la vida y del mundo, allá, en el inicio de los tiempos. Se trata de la misma curiosidad individual aferrada a los instrumentos de las ciencias. Desde hace años surgió Internet como el gran aliado que nunca imaginamos podría existir; pero hay momentos y zonas del trabajo investigativo, textos, archivos, entrevistas, que quedan fuera de las infinitas posibilidades que hoy brinda la red de redes. Sin embargo, Internet lo cambió todo.
La guía o el norte de mis inmersiones en los predios de la ciencia, ya sea en las artes o la historia, ha sido siempre la búsqueda de la verdad, esa que todos sabemos se muestra con frecuencia inaccesible, casi nunca terminada de precisar por plural y cuya aproximación debe considerarse como una conquista del conocimiento, la inteligencia y la tenacidad. La naturaleza rashomoniana de la verdad es el núcleo duro sobre el cual se erige el gran entramado intelectual que se denomina ciencias sociales y humanísticas. La investigación —¿quién no lo sabe?— es realmente una labor solitaria, suele ser ingrata, muy mal remunerada, y puede ser aburrida si no se le impregna con la ansiedad, la voluptuosidad y el deseo por el hallazgo de la verdad buscada. He pensado siempre que hay algo erótico en esa tentativa, pues se trata, en esencia, de disfrutar haciéndolo.
No puedo finalizar estas palabras sin mencionar a algunas personas que ayudaron, a lo largo de los años, a formar al investigador que soy: la doctora Lidia Turner, Cintio Vitier, Jorge Ibarra Cuesta, Panchito Pérez Guzmán, Araceli García Carranza, Hortensia Pichardo y Eusebio Leal, entre otros. Tampoco debo dejar de mencionar, en este apurado recuento, a quien ha sido mi interlocutor de siempre en los últimos 60 años, desde el lejano Kindergarten, Norberto Codina, cuya amistad y hermandad han acompañado toda mi trayectoria. Ellos contribuyeron, junto a las buenas lecturas, a moldear mi pensamiento científico y sembrar en mi mente la duda, la duda ante todo, que es la mejor predisposición que existe (o la única) para el trabajo científico. Recuerdo ahora la tarde en que Jorge Ibarra me confesó, en plano íntimo entre colegas, que su encuentro con el libro El liberalismo europeo, de Harold J. Laski, había sido el motivo y detonante de su militancia marxista. Semejante revelación de un historiador de su talla y de un hombre de izquierda desde su temprana juventud, me confirmó sobre los inescrutables e inefables caminos del pensamiento y del colosal poder de la lectura sobre las personas.
Tengo muchos proyectos en mente y me siento pleno de fuerzas y energías. Seguiré trabajando como lo he hecho hasta el presente, ahora con alaridos y risas infantiles como música de fondo. Mi diálogo con los misterios que encierran muchas zonas del conocimiento se mantiene invariable, se trata de una curiosidad congénita. Me alegra mucho, o mejor, me hace muy feliz, ver entre los asistentes a este acto a antiguos y actuales alumnos, eso siempre reconforta. No puedo olvidar jamás que la enseñanza fue mi primer trabajo y que no he dejado de practicarla durante toda mi vida. Como decía Moreno Fraginals, un maestro triunfa cuando sus alumnos le aventajan, y esa máxima siempre la he tenido muy presente. De igual forma, agradezco la presencia de tantos y tantos amigos y a mi querida familia.
No los cansaré, no es justo. Dice un viejo proverbio hindú: “Procura que tus palabras sean superiores a tu silencio” y como eso es prácticamente imposible para mí, repito mi agradecimiento al jurado por su fallo y les digo a todos que seguiré trabajando como siempre para concluir mis libros en proceso, iniciar otros y seguir ayudando a los más jóvenes en su ascendente camino hacia la conquista del conocimiento científico.
Muchas gracias.