Soy hija de la generación del 26 de Julio, aquella generación del trabajo clandestino, de huelgas, de prisiones y asesinatos, de ventas de bonos del 26, de mantener la boca cerrada para cuidar a mis adultos; eso nunca se olvida. Viví el Primero de Enero como un acontecimiento insigne nunca superado en mis recuerdos: entonces creía que solo se lloraba de tristeza o dolor, y ese día pude ver a un centenar de adultos, hombres y mujeres, llorar y gritar de felicidad. En noviembre de 1958, huyendo de los esbirros de Batista, mi madre se refugió en un circo en Matanzas; recibió tanta protección que en 1965 yo estaba a su lado también como artista de circo.
Unos días antes de este memorable encuentro en la Biblioteca Nacional entre Fidel y los artistas y escritores, yo había cumplido nueve años, pero no puedo recordar tan magno evento. Ese 30 de junio de 1961 iba a una nueva escuela, respiraba seguridad y era una niña muy feliz.
Aquel fue un año de glorias y propósitos inusitados: fue declarado el carácter socialista de la Revolución; tuvo lugar la primera derrota del imperialismo en Girón; ya había comenzado la Campaña de Alfabetización, y en mayo fue nacionalizada la educación en todo el país. Entre muchas otras transformaciones Fidel hizo posible el encuentro con los artistas y escritores, motivado por la prohibición del documental PM por la dirección del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos. Ese día, mezclando el arte y la cultura con los requerimientos de la época, nos dejó un discurso que tiene vigencia hasta hoy.
“Aquel fue un año de glorias y propósitos inusitados”
Sí, no se asombren con el título. Es cierto que en todo el discurso de ese día no aparece el vocablo circo, tampoco hubo un artista que pudiera representarnos —es lógico, en el circo de entonces había artistas revolucionarios, pero no intelectuales, y por demás, siempre hemos sido un gremio muy pequeño y sencillo que ha gozado de una preferencia extraordinaria sin distinción de sexo, edad, intelecto o nivel social, y esa ha sido nuestra mejor divisa—, pero por otra parte, Fidel es excepcionalmente grande y nunca dejó olvidado a uno solo de sus hijos, mucho menos una manifestación tan humilde y popular. Por tanto, en aquella ocasión no nos sentimos excluidos.
Ya adulta, conocí “Palabras a los intelectuales”—creo que en los años 80—, lo he leído muchas veces tratando de encontrar qué significado tuvo el circo como manifestación en esa época para los escritores y artistas reunidos allí. He llegado a la conclusión de que las tantas preguntas hechas por Fidel en tan magna cita y sus propuestas para el desarrollo artístico provocaron la tremenda transformación en el arte y la cultura, espacios también transitados por los artistas del circo cubano. De modo que esta transformación nos concierne, como le incumbe hasta hoy a todo el pueblo de Cuba la obra de la Revolución.
Con 15 años de edad aprobé la primera evaluación para circo, tremendamente exigente y ante un respetable jurado. He fundado muchos sucesos en beneficio del circo, contribuyendo a esa mutación que trajeron los barbudos, por eso veo a los artistas fundadores del Primer Circo Socialista de América y a los del Circo Nacional de Cuba reflejados en “Palabra a los intelectuales”. Hoy no puedo hacer balance, soy pésima en las síntesis, pero tengo la seguridad de que dicho discurso creó las plataformas para que el circo fuera ejemplo en América y asombro en Europa: una verdadera revolución artística en un sector tan olvidado.
No siento al circo excluido, porque cuando repaso remembranzas no puedo evitar comparar fechas: mientras se desarrollaban los tres días de trabajo que culminaron con “Palabras a los intelectuales” el 30 de junio de 1961, los Montalvo —siempre los Montalvo— construían el Primer Circo Socialista de América a solicitud de Fidel y Celia Sánchez, haciendo el debut el 2 de febrero de 1962. Yo lo vi, pasé dos meses con mi madre en las vacaciones. Hoy sé que fue el circo más completo, más grande y hermoso que he visto recorrer la geografía cubana. Con 45 coches de ferrocarril que cubrían todas las necesidades de hospedaje y alimentación, y un exótico círculo infantil para los hijos de las madres cirqueras, entre otras dependencias. Contó con los mejores cirqueros y músicos cubanos que se pudieron compilar, dirigidos por Obdulio Morales; los mejores pisteros y los más experimentados carperos, donde no faltaba nada en cuanto a lujo y comodidad para el público, los artistas y los trabajadores. Ese puede ser el primer regalo de Fidel al pueblo y a los artistas de circo, y los acompañó al debut de la gigante y nueva carpa que se abarrotó la noche de inauguración y todas las funciones siguientes. Desde entonces los cirqueros contrajeron la deuda de agradecimiento con él y con la Revolución, y no les importó hacer diez meses de gira cada año llevando el circo desde Oriente a Occidente.
Todo había cambiado desde el Primero de Enero. La seguridad de vida y las mejoras sociales eran increíbles para todos los cubanos, lo cual le dio popularidad a los circos de forma desmedida. Entre 1960 y 1967 fue autorizada la fundación de alrededor de diez grandes circos particulares, que se integraron al resto de los circos privados. Sin embargo, estos circos como manifestación artística quedaban en tierra de nadie, ya que no éramos parte del Consejo Nacional de Cultura ni del Instituto Nacional de la Industria Turística (INIT).
En febrero de 1968, ocho artistas de circo, junto a los más importantes artistas del país, fueron laureados con la orden Treinta Años Dedicados al Arte, en el Teatro Lázaro Peña. En la segunda quincena de marzo comienza la Ofensiva Revolucionaria, y pasaron a manos del Estado todos los pequeños negocios particulares que aún quedaban en la Isla; en menos de dos meses cuarenta y dos circos fueron intervenidos. Viene a mi mente aquel importante 6 de junio, cuando se fundó el Circo Nacional de Cuba en el antiguo Cabaret Sierra —sede del Circo durante varios años— y fue representado por el INIT. Con altas y bajas, no hay duda de que la gran obra del circo cubano se hizo con el apoyo de la Revolución.
El Comandante había dejado dicho en “Palabras a los intelectuales”: “Nosotros no estamos haciendo una Revolución para las generaciones venideras; nosotros estamos haciendo una Revolución con esta generación y por esta generación, independientemente de que los beneficios de esta obra beneficien a las generaciones venideras y se conviertan en un acontecimiento histórico”.
Claro que el Circo del INIT fue un acontecimiento histórico, también para los 257 artistas, músicos y empleados que fundamos el Circo Nacional de Cuba. Además, el Comandante dijo en su discurso que “todavía quedaban batallas por librar”. Siete años después —aunque en mi caso no conocía el tan vigente discurso— la batalla nuestra fue ser cada día mejores. Teníamos que buscar una nueva forma de decir y hacer, pues ahora hablábamos del Circo Revolucionario. Es cierto que nos sentíamos confundidos, no podíamos entender tanta bonanza de golpe, como no podíamos entender por qué algunos funcionarios dejaron podrir lindas carpas y hacer que trabajáramos sin cobija. No sabíamos cómo dejar atrás lo vivido y buscar un equilibrio para una definición mejor, pero todos teníamos claro que había que hacer revolución desde la pista, y así lo hicimos; no con pancartas ni lemas repetitivos, sino con arte desde la arena y desde nuestra imagen popular, sin chabacanerías ni exageraciones de peligro, y sin perder calidad. En las diferentes etapas de la alfabetización —también en las batallas de sexto y noveno grado—, analfabetos y alfabetizadores fueron cirqueros: esa fue una forma de solucionar nuestros asuntos.
Quedamos un grupo muy pequeño de artistas que nos echamos el circo sin carpa a la espalda, convencidos de que era nuestra principal trinchera. No podíamos traicionar a aquel raro y bondadoso líder que nos trató con tanto respeto y admiración, que nos dio salario fijo y vivienda a los que la necesitaron, educación artística y general, así como también el derecho a reclamar las carpas, un centro de desarrollo, una escuela, giras nacionales y relevos.
Como éramos tan pocos, debíamos multiplicarnos. Por vez primera nuestros profesores, experimentados cirqueros, recibieron un salario para incrementar las presentaciones al aire libre. El primer asalariado fue Juan Anchia González —algún día tendremos que divulgar su maravilloso aporte. Se formaron grandes números, y en 1970 comenzaron las giras internacionales, poco después llegaron importantes lauros conquistados por los artistas empíricos antes de tener una escuela de circo, premios muy significativos que no paran hasta hoy. Nuestros artistas titulados han podido participar en los festivales más exitosos y exigentes del mundo circense, y han conquistado premios excepcionales. Es tal la cantidad de distinciones que marcan al artista del circo cubano en 53 años, que temo equivocar la cifra, todo gracias a los beneficios de la Revolución y al esfuerzo desmedido de profesores y artistas.
Recuerdo cuando llegaron los profesores soviéticos en 1975 y aplicaron la técnica de seguridad para los artistas de alto riesgo de formación tradicional, algo que quedó para siempre. Esto aumentó en gran medida el nivel técnico y artístico. Ese año parten para la Escuela Estatal de Circo de Moscú los primeros artistas del circo cubano que serían formados bajo un techo académico. Cuando fue fundada la Escuela Nacional de Circo en 1977 en Siboney —fue atendida durante varios años por la Empresa Nacional de Circo y Variedades del Ministerio de Cultura—, su director Paulino Duarte, después de explicar todo lo relacionado con el sistema de enseñanza y un gran número de asignaturas de cuatro años de estudio, dijo que era necesario que los artistas de circo fueran cada vez más cultos, para que pudieran continuar con carreras universitarias sin abandonar su especialidad en el circo y ser los futuros dirigentes, profesores y personal de apoyo. El ministro de Cultura Armando Hart reafirmó, recordando “Palabras a los intelectuales” treinta años después: “Debemos lograr, cada vez más, que en las escuelas de arte se brinde no solo la enseñanza de una profesión artística o se promueva exclusivamente, el talento, sino que también se acentúe la educación integral y la formación humanística completa”.
Nunca el circo cubano brilló más y fue mejor comprendido que en los años que Armando Hart fue el Ministro de Cultura. Disfrutamos de su presencia en el circo y nos apoyó al crear compromisos novedosos como el Primer Festival Internacional de Circo, y eso también es obra de la Revolución.
En 1979 recibimos el primer relevo con los 21 egresados en Moscú, y se celebró en 1981 el Primer Festival Internacional de Circo bajo la carpa sede. Fue tal su calidad y aceptación que desde 1985 y hasta 1989 se hizo en la Ciudad Deportiva, quedando público fuera en cada función a pesar de la capacidad de ese palacio. En 1981 Fidel nos pide ofrecer funciones en los centrales azucareros. Allí estuvimos durante 10 años, para ello nos ofreció cinco carpas, equipadas con el transporte necesario para cada una. En 1983 tuve el honor de escuchar de primera mano sus palabras enérgicas y definitorias en el memorable encuentro de Rectificación de Errores en el teatro Karl Marx. Como siempre, enrumbamos el camino bajo su dirección, hasta la rareza de tener un circo climatizado en ese verano terrible de 2016. Recién en diciembre de 2020 se entrega por vez primera el Premio Nacional de Circo a dos distinguidos artistas; fundadores de uno y otro circo, así como de la escuela, festival y cuanto evento beneficiara al circo cubano. Quién duda que todo lo anterior —y más— sea obra de aquel primer encuentro de Fidel con los artistas y escritores.
Es cierto que han existido errores y prejuicios. Todavía hoy siento la reticencia de algunos que nos consideran “distintos”, y lamentablemente su criterio a veces es definitorio y escuchado. Si no fuera por ello quizás habríamos saldado algunas deudas y alcanzado otras glorias, pues como dice mi presidente honorifico Miguel Barnet: “Curar un prejuicio es más difícil que curar una enfermedad maligna”.
Carlos Rafael Rodríguez hace referencia a “Palabras a los intelectuales” en el IV Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) en enero de 1988, y se acerca a la eterna batalla de lo culto y lo popular: “El acercamiento entre intelectuales y pueblo debe romper en definitiva esas barreras. Y para conseguirlo es de suma importancia que los escritores y artistas cubanos hayan comprendido cada vez más que están lejos de ser la ‘conciencia crítica’ de la sociedad. No lo han sido nunca”.
También supimos a tiempo que no es posible crear tantos beneficios sin cometer errores. Así, no es hasta abril de 1988, año del IV Congreso de la Uneac, que se funda la Sección Circo y Variedades en la Asociación de Artistas Escénicos de la Uneac con ocho miembros; hoy sus filas alcanzan la cifra de 55 artistas. La Uneac ha significado mucho para los artistas de circo en cuanto a respeto y autoridad artística en estos 33 años. Después de otorgar bellos reconocimientos elaborados por importantes artistas de la plástica, trofeos, menciones y homenajes, el circo seguía muy ajeno al Premio Nacional, fue así que a partir de 2013 y 2015 la Uneac instituyó dos premios para los artistas de circo —Premio Uneac de Circo, por la Obra de la Vida, y Premio Familia Montalvo a la Mejor Obra del Año, respectivamente— de entrega exclusiva para esta manifestación que ha colmado las expectativas de laboriosos y distinguidos artistas. Es la Uneac la élite de los escritores y artistas cubanos para quienes Fidel hizo el trascendental discurso.
Fidel expresó: “La generación venidera será mejor que nosotros, pero nosotros seremos los que habremos hecho posible esa generación mejor”. Así fue. En el circo contamos con importantes premisas que nos llenan de orgullo a nivel de continente y a nivel mundial, pero la compilación y divulgación de nuestra historia como manifestación artística es muy escasa. Con su lenguaje exacto él también nos invitó a rescatar la memoria histórica del circo, no es posible hablar de futuro y relacionar sucesos si no conocemos el pasado.
“Sesenta años después seguimos viviendo tiempos de definiciones”
Yo era una niña cuando el discurso “Palabras a los intelectuales”, pero he recorrido un camino de esfuerzos, logros y triunfos gracias a la confianza en ese gran Líder Histórico cuando aseguraba que todos teníamos las mismas oportunidades. No siempre entendí este discurso del 30 de junio, debí esperar algunos años, hoy tengo más clara la realidad de lo que debimos y debemos cambiar, aunque aún nos quedan deudas por saldar y errores por solucionar. “Palabras a los intelectuales” marcó en gran medida los principios fundamentales de la política cultural de un país en Revolución, y de ahí debemos seguir bebiendo cuando torcemos el camino o queremos crear algo nuevo; de ahí parte su vigencia hasta nuestros días, muy enlazada con el concepto de Revolución que nos legó Fidel para orientar nuestra ruta en cada momento.
Sesenta años después seguimos viviendo tiempos de definiciones, quizás transitando por los más complejos problemas económicos y de salud que ha tenido la Revolución; en medio de una pandemia que entorpece todo, con peligro de contagio, pero con la seguridad de atención y con la esperanza de encontrar la cura gracias a esa visión amplia de Fidel. Hoy podemos esperar, colmados de ilusión, una vacuna salvadora y cubana, por eso somos continuidad de esta obra que puede ser imperfecta, pero muy humana.
Prefiero concluir con un fragmento de Armando Hart Dávalos sobre “Palabras a los intelectuales” treinta años después, que también hoy mantienen su vigencia: “Ha sido el sol, y no la sombra, lo que ha prevalecido en treinta años de Revolución en la cultura. (…) A quienes aspiramos siempre afrontar la historia haciéndola, y no simplemente escribiéndola, les sugiero analizar el momento presente como el momento más dramático y difícil de la vida y de la historia del país. (…) Sí, cambiar, pero para ser más genuinamente socialistas”.