Radamés Giro ha muerto en La Habana lejos de su natal Santiago de Cuba. Su partida cierra el ciclo vital de los grandes enciclopedistas cubanos dentro del mundo de la música cubana. En su caso aplica la triada de editor, escritor y promotor/pedagogo.
El Radamés editor fue un hombre osado que no temió correr riesgos y que a pesar de incomprensiones y otros escollos impuso la importancia de que el cuerpo literario de estudios sobre la música cubana estuviera entre las prioridades de las editoriales en las que trabajó: Editorial Pueblo y Educación y Letras Cubanas. En esta última fue donde más se hizo notable su habilidad para que la literatura musical fuera considerada tan importante como el resto de las manifestaciones literarias.
Para él no había libro menor en cuanto al abordaje de los temas referidos a la música cubana, y lo mismo ocurría con los autores. Si el texto era interesante, profundo y, sobre todo, abría la puerta a nuevos criterios, investigaciones o polémicas, debía ser publicado. Más de un autor tuvo en sus consejos y paciencia a un padrino.
Recuerdo que más de una vez lo vi defender con pasión el Diccionario de Helio Orovio; no importaban las imperfecciones u omisiones de esa primera edición; se trataba de que se diera el primer paso. Tal obra, entre otras, fue el impulso necesario para que su trabajo a futuro dentro del mundo editorial fuera tomado más en cuenta y en serio. Lo mismo aplica al resto de los libros que fue publicando a lo largo de los años.
Para él no había libro menor en cuanto al abordaje de los temas referidos a la música cubana, y lo mismo ocurría con los autores.
Su necesidad de conocer y estimular las investigaciones sobre la música cubana le llevó a conocer en profundidad cada texto que estuviera a su alcance, lo mismo que a sus autores. Tal vez no logró publicarlos todos; pero ahí están algunos formando parte de compilaciones; algunas de ellas hoy consideradas rarezas.
El Radamés escritor era un poco más pausado, reflexivo; lo que no restaba emociones a sus textos. Si tuviera que elegir alguno como referente obligado, me inclinaría por el estudio biográfico que hiciera sobre Guyún, su profesor y amigo.
También era inconforme con su trabajo. Más de una vez conversamos sobre las imperfecciones de su Enciclopedia, sus defectos y de la necesidad de rectificarlos antes de que fuera demasiado tarde. Consideraba esa como la obra de su vida, perfectible e incompleta y a la que habría de dedicar más de la mitad de su vida y su tiempo.
Sin embargo; el Radamés más cercano que tuve fue el promotor/pedagogo. El pedagogo no hacía alardes de sapiencia, al contrario, siempre estaba presto a responder cualquier pregunta y, aunque su tiempo estaba siempre ajustado, dedicaba minutos, y horas en ciertos momentos, a orientar sobre cualquier tema relacionado con la música cubana. “…no hay temas menores en la música cubana, ni nadie tiene la verdad absoluta, mi socio…”, me dijo cierta vez en que analizamos un texto apócrifo publicado en cierta revista; fue tal su análisis que volví a releer el trabajo de marras y encontré aquellas luces que él me había sugerido.
Poseedor de una de las bibliotecas más completas de la historia de la música cubana que haya conocido, fue de los pocos que tuvo la suerte de poder acudir a ella una y otra vez, lo mismo para una consulta que para un préstamo. En una de esas visitas, a comienzos de la década de los noventa del siglo pasado, conocí a la estudiosa colombiana Adriana Orejuela y al escritor norteamericano Vernon Boggs. Mi visita, que era de la ida por la vuelta, se extendió por algo más de cinco horas.
Sin embargo; el Radamés más cercano que tuve fue el promotor/pedagogo. El pedagogo no hacía alardes de sapiencia, al contrario, siempre estaba presto a responder cualquier pregunta y, aunque su tiempo estaba siempre ajustado, dedicaba minutos, y horas en ciertos momentos, a orientar sobre cualquier tema relacionado con la música cubana.
Lo mismo ocurría con su fonoteca. En su estudio había una colección de música cubana que disfrutaba una y otra vez y que tenía sus joyas. Ir a su casa a escuchar cierta música se volvía una tertulia infinita que solo terminaba cuando su esposa anunciaba que pasaba la medianoche.
El Radamés promotor era, a diferencia de los anteriores, desenfadado, infantil si se quiere. Sus palabras y su devoción por la idea a desarrollar eran infinitas, tanto que siempre estaba presto a proponer un punto de vista distinto y enriquecedor. Así ocurrió cuando, en la redacción de la Revista Salsa Cubana, se fomentó la idea de convocar a un encuentro de amantes de la música cubana sin importar tendencia o formación académica. Como resultado fue él quien convocó a Ciro Benemelis y, junto a Amado Córdoba, director de la revista, y al doctor Gómez Cairo impulsaron el encuentro en la feria CUBADISCO, el que, con el paso de los años, se convertiría en su Coloquio. Para aquel encuentro ofreció todo su archivo y sus contactos personales.
Radamés Giro ha muerto en La Habana lejos de su natal Santiago de Cuba. Se ha llevado sus secretos, sus historias y su entusiasmo. También ese texto que algún debutante en las lides de la música cubana le había pedido que leyera y valorara.
Prefiero, en vez de un obituario o un panegírico de su persona y vida, recordarlo escuchando el tema Llanto de luna en la voz de Panchito Riset, era el bolero con el que terminábamos nuestras charlas.
Tomado del blog Cubarte