Genuflexión y pacificancia: música que complace a Miami
Hace varios años, como resultado de las negociaciones entre Cuba y EEUU, se inició un proceso de normalización entre ambos países y que la prensa internacional y el propio gobierno norteamericano llamaron deshielo. Desconozco si es término usado en diplomacia o mero adorno propagandístico, pero más que un deshielo como tal, desde lo cultural significó —aún hoy día— una avalancha de seducciones casi sin precedentes desde 1959.
La ausencia obligada de la música cubana de los grandes mercados y circuitos controlados por disqueras y holdings norteamericanos supuso, si bien un extraordinario laboratorio para nuestros artistas, una enajenación a niveles nunca antes vistos: de ser una de las más influyentes en las Américas pasó a convertirse en la gran Cenicienta continental. Ello motivó el interés de algunas audiencias alternativas y de poca solvencia, predominando solamente el concepto ideológico, pero aún así durante décadas nuestros músicos no ocuparon titulares ni espacios esporádicos en la industria del ocio en plazas o mercados de legitimación musical made in USA.
En un primer acercamiento, a finales de los 70s, se origina el recordado proyecto Musical Bridge entre ambos países, ocasión donde pudimos apreciar en el Karl Marx a figuras como Jaco Pastorius o Billy Joel, pero no hubo continuidad al proyecto de acercamiento bilateral, al ganar la presidencia en 1980 el reaccionario y ultraderechista Ronald Reagan.
Y así, sucedió que no existirían más aperturas musicales cubanas hacia el mercado norteamericano hasta el anuncio del 2014, más allá de anteriores y contadas excepciones como Los Van Van u otros pocos artistas. Ahora bien, ¿qué diferencias podemos encontrar en esta nueva oleada de aproximación cultural?
Desde una perspectiva seria debiéramos analizar si fue una política de intercambio bidireccional o no, y en qué medida fue aprovechada.
Evidentemente este nuevo punto de inflexión en la política norteamericana hacia Cuba estuvo mejor diseñado desde el discurso clasista y hegemónico, evidenciado por años de erosión cultural y el ansiado reencuentro con una diáspora reciente para nada recalcitrante con aquella de los primeros años de la Revolución. Y no fue, obviamente, pensada ni estructurada en ambas direcciones sino precisa y fríamente concebida a la sazón de los nuevos conquistadores del siglo XXI. El concepto y esencia del deshielo referente a la música, fue eminentemente colonizador.
Ahora bien, ¿cómo pudo serlo si nunca llegó la avalancha de músicos de Estados Unidos a Cuba? ¿Cómo podría esbozar yo esta tesis, si la cultura dominante no desembarcó aquí con legiones sino que fuimos nosotros quienes pisamos sus tierras?
Claramente el concepto de una parte de la industria del arte norteamericano y su papel de subyugación cultural (y por ende político) ha sufrido cambios estructurales, pero no de contenidos. Se han gestado más eventos y premios para diseminar los atractivos y oropeles de un sistema anti competitivo y férreo, pero al que le viene al dedillo el calificativo de monopolizador porque esa es su esencia, disfrazada con mucho tino y seducción ilimitada.
“Una vez que el lobby cultural del sistema hegemónico edificó las estructuras para el chantaje en esa esfera, era sólo cuestión de tiempo que se vieran los resultados (…)”.
Una vez que el lobby cultural del sistema hegemónico edificó las estructuras para el chantaje en esa esfera, era sólo cuestión de tiempo que se vieran los resultados. Premios, becas, eventos, festivales y más, servirían como boomerangs para ir segando una cultura que había resistido por décadas el empuje y la marginación proveniente del Norte.
Así, fueron silenciándose voces y géneros, corrientes y movimientos que una vez brillaron o fueron incómodos desde el mismo instante en que pusieron en entredicho la calidad de algunos exponentes de la macro cultura impuesta desde disqueras en inglés. La seducción y el lenguaje de arrepentimiento cultural arrasaron en pocos años con muchos exponentes latinos que no supieron asirse al mástil de sus veleros ante dichos cánticos. Ejemplos sobran, pero no es esa la idea central de este análisis.
En el caso cubano ocurrió lo mismo desde el 2014 hasta el corte casi definitivo de la entrada de nuestros artistas a Estados Unidos, con la gran diferencia de un cambio en el diseño, de una estrategia de laboratorio casi perfecta: el público receptor en EEUU de artistas cubanos no serían los norteamericanos, sino fundamentalmente el exilio cubano en Miami el cual, como dije anteriormente, había cambiado por sus motivaciones migratorias y se perfilaba como el catalizador en las incipientes relaciones culturales. Así que los hilos fundamentales que guiarían las nuevas conquistas tendrían muy pocas opciones de fracasar y sobre todo, se complacía a un amplio sector emigrado de reconectar con sus ídolos musicales en tiempos recientes.
“(…) Miami rápidamente se convirtió, para nada de forma casual, en la nueva Meca de la mayoría de los artistas de la Isla (…)”.
Es por ello que Miami rápidamente se convirtió, para nada de forma casual, en la nueva Meca de la mayoría de los artistas de la Isla que, deseosos de ser aceptados, desarrollaron una fiebre por esa cuidad nunca antes vista. Pero para seguir siendo serios y críticos, veamos qué tendencias fueron las que mas clamaban por ganarse el favor de esa ciudad.
¿Acaso fueron la Nueva Trova, la música sinfónica o el género lírico? ¿Podría hablarse de jazzistas, rumberos o soneros? No. Contrariamente a esto, muchos músicos cubanos que son exponentes de esos géneros mencionados, sí fueron aclamados pero no en Miami, sino en ciudades como Nueva York, Boston o Washington. ¿Sorprendente verdad?
“(…) Miami se convertiría entonces en el Monte Sinaí de una buena parte del reguetón y el reparterismo cubano lamentablemente, en consumidores y propagadores de una muy mala música plagada de genuflexión y pacificancia (…)”.
Para Miami, se diseñaron otras tendencias que, por la simpleza morfológica de sus exponentes, estos pudieran claudicar y suplicar migajas a cambio de presentaciones en lugares de pequeños aforos, como bares o discotecas donde daba igual qué tocaban mientras que hicieran bailar y sudar a la gente. Miami se convertiría entonces en el Monte Sinaí de una buena parte del reguetón y el reparterismo cubano lamentablemente, en consumidores y propagadores de una muy mala música plagada de genuflexión y pacificancia, como hemos apreciado recientemente.
En esa línea se han perfilado músicos como Yotuel Romero, GDZ, Chocolate, el Micha, Osmani García, Eddy K, Descemer Bueno, el Chacal, Yomil, el Yonki… y la nueva estrella lingüística Maikel Osorbo. Con ellos la mesa está servida pues los patrones de sus públicos y sus consiguientes mensajes y estéticas son diseñados en aquella ciudad y todos, sin excepción, responden a la misma corriente musical decadente y mediocre, donde no habita ni una sola gota de dignidad musical.
*Pacificancia: denominación que utilizó Maikel Osorbo en una transmisión directa en YouTube para referirse a que debía dejarse el lenguaje de paz para dar paso a una intervención militar de Estados Unidos a Cuba
Excelente análisis de Oni Acosta, disecciona en breves líneas un complejo proceso cultural en el que las políticas de manipulación y cantos de sirena movieron a no pocos “cantantes” y autores de, por suerte para nosotros, géneros que quizás por su propio origen y protagonistas anda con mucha promoción, pero con muy mala calidad en general.