Nuevas coincidencias en Villanueva

Omar Valiño
19/1/2021

Rescato este viejo texto en honor del gran actor cubano Mario Balmaseda, leyenda viva del teatro, el cine y la televisión cubanos, quien cumple hoy 80 años. 

Lo publiqué en La Jiribilla en enero de 2006 a propósito de recibir él, junto a Sergio Corrieri, el Premio Nacional de Teatro, hace ya tres lustros exactos.

En enero de 2005 titulaba casi del mismo modo un texto para esta columna, a propósito del otorgamiento a Flora Lauten y Eugenio Hernández Espinosa del Premio Nacional de Teatro. Como va siendo tradición en la apertura de cada año, se da a conocer este galardón que reconoce los méritos de artistas de larga trayectoria en esa manifestación. Ahora ese feliz vértice de encuentro entre el dueto escogido esta vez, se ha acentuado al entregarse el premio correspondiente a 2006 a Sergio Corrieri y Mario Balmaseda.

En primera instancia, esas coincidencias son visibles en la participación que ambos actores tuvieron en dos de los materiales fílmicos más vistos y venerados por los cubanos de varias generaciones. Me refiero, por supuesto, a la película de Manuel Pérez, producida por el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos a inicios de los 70, El hombre de Maisinicú, y al serial de Jesús Cabrera, estrenado en la apertura de los 80 por la Televisión Cubana, En silencio ha tenido que ser.

Fotograma de la serie En silencio ha tenido que ser, donde ambos actores desempeñaron roles protagónicos.
Foto: Internet

 

No se trata, repito, de que el azar los juntara en ambas experiencias (como, de hecho, habrán compartido otras), sino de que, excepcionalmente, sus rostros se inscribieron en la memoria del pueblo, asociados además a personajes cuya huella a través de sus inolvidables actuaciones, el relieve artístico de esos materiales y los respectivos significados ideológicos y políticos que en su momento pusieron en juego, perduran en el tejido mismo de la cultura nacional. No podemos recordar a David escribiendo en la arena sin Sergio, ni las lágrimas de Reinier sobre su amigo negro sin Mario, como tampoco al Sergio de Memorias del subdesarrollo sin Corrieri, una de las imágenes ya emblemáticas de nuestro cine.

No quiero decir que esas no sean suficientes, pero aprecio otras similitudes a un nivel más profundo. Estos dos habaneros, nacidos con escasa diferencia en torno a 1940, eligieron siempre en el teatro el camino más difícil, siguiendo dentro de este arte tal vez la más esquiva de las estrellas: la de conseguir una escena popular, de altos niveles estéticos, pero de indubitable servicio público.

Resulta curioso que cuando ambos llegaban al mundo, Paco Alfonso ya ejercitaba sus armas en la dirección, la dramaturgia y la organización, a favor de unos escenarios que reflejaran la vida de los sectores preteridos y a su vez tuvieran la capacidad de comunicarse con ellos, enfrentándose con esa vertiente a un medio hostil, como lo era en definitiva para el teatro todo. Y este año, cuando se cumple su centenario, su importancia se recuerda, antes que todo y sin proponérselo nadie, al designar a Sergio Corrieri y Mario Balmaseda como Premios Nacionales de Teatro 2006. Porque entre las bases de los proyectos por ambos emprendidos hallamos los ladrillos de la fundación por Paco Alfonso de un teatro político y popular.

Casi adolescente, Corrieri se forma en el Teatro Universitario y en la precaria e intermitente, pero formadora, vida teatral de los 50. En 1958 se arriesga entre los fundadores de Teatro Estudio, el grupo que coloca la pelea de dos décadas por un teatro de arte dentro de nuestra cultura, definitivamente en otro nivel. Recibe un premio por su desempeño en la inaugural Largo viaje de un día hacia la noche, de O’Neill por Vicente Revuelta, y está entre los firmantes del Primer Manifiesto del colectivo, verdadera declaración de principios sobre el papel del arte en la sociedad, marcando una nueva época para la escena vernácula. Allí debuta más tarde como director al llevar a escena la conocida Contigo pan y cebolla, de Héctor Quintero.

Balmaseda enrumba sus inquietudes con los primeros proyectos de la Revolución para el teatro. En 1960 está ya inmerso en la génesis de lo que luego serían las Brigadas Covarrubias, formaciones para llevar el arte escénico hacia lugares apartados de la isla entera. Se inscribe como estudiante en el Taller de Dramaturgia del Teatro Nacional. A fines de los 60 se encuentra entre los fundadores de Ocuje con Roberto Blanco, actúa y escribe.

Sergio se radicaliza con la aventura de Teatro Escambray en 1968, de la cual es líder. Interviene en textos, incursiona como actor, dirige y conduce la nave junto a su madre, Gilda Hernández. Consiguen penetrar una zona virgen para el arte del teatro y les devuelven a campesinos y pobladores de las lomas sus rostros y costumbres nunca exentos de una visión crítica.

Balmaseda es figura fundamental en los 70 del Teatro Político Bertolt Brecht, logrando imprimir un giro hacia la escena popular a esta agrupación, cuyo cenit fue Andoba, de Abraham Rodríguez, aparte de legarnos parte de las mejores lecturas de la obra de Brecht, como La panadería.

En medio de estos hitos se unen sus fecundos caminos como actores, en primer lugar del teatro, pero también, como señalo arriba, del cine y la televisión. En definitiva, artistas sin cuyos nombres es imposible rememorar la historia de nuestro teatro, menos aún del teatro popular cubano. Felices concordancias de estos dos caballeros.

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