“Nuestra América” y el neoimperialismo
El verdadero hogar de Martí era el futuro
R. F. Retamar[1]
Cree el burgués poderoso que el mundo entero es su aldea global, y con tal de que sea gobernado por un puñado de banqueros, comerciantes e industriales, da por bueno el orden capitalista. Y lo cree así porque mira todo con los ojos del imperialismo nuevo, que ha emergido de las mutaciones del clásico. En efecto, el capital financiero se ha transformado en capital global; los monopolios a secas, en monopolios de la información; la exportación de capitales, en exportación de ideas, y el reparto económico y territorial del mundo, en reparto cultural. Pero, ¿cómo se ha producido esta metamorfosis?
“La Tierra se ha convertido en una aldea global. Y lo que quede de aldea en el mundo ha de despertar”.
La revolución en los medios de comunicación que tuvo lugar en la primera mitad del siglo XX aceleró la circulación económica y potenció el rol del capital comercial, a tal punto, que este se fusionó con el capital financiero, que ya era de por sí la combinación del capital bancario con el industrial. Testimonio de ello son las megafusiones de grandes empresas capitalistas.[2] Fue así que emergió la primera mutación en el imperialismo clásico: el capital global, con su correspondiente oligarquía. Global, por su naturaleza y alcance, ya que reúne en un haz todas las formas del capital y abarca la totalidad del planeta. Si el imperialismo es el momento del capital financiero, el neoimperialismo es la época del capital global. Por primera vez en la historia de la humanidad un grupo de familias poderosas acaricia la posibilidad real de gobernar el planeta. La Tierra se ha convertido en una aldea global. Y lo que quede de aldea en el mundo ha de despertar.
Sobre la base de este control casi absoluto de los medios de comunicación social (periódicos, revistas, radio, televisión, libros, cine, internet), la oligarquía global ha creado verdaderos monopolios de la información, que desafían la noción tradicional de los trusts, los consorcios y los cárteles. Los monopolios tradicionales suelen controlar las ofertas, imponiendo los precios a los productos que venden; sin embargo, los monopolios de la información, mediante la manipulación mediática de la opinión pública, consiguen controlar la demanda. Ellos venden lo que producen, pero, más que eso, producen lo que están seguros que van a vender. La noticia se ha vuelto capital, porque se invierte en ella un dinero que, a través de los medios, se incrementa: no importa si es verdadera o falsa, lo que importa es que rinda ganancia. The new imperialism is the imperialism of news.
En consecuencia, si el capitalismo de libre competencia se caracteriza por exportar mercancías y el monopolista por exportar capitales, lo que distingue al neoimperialismo es la exportación de ideas, esto es, de modelos ideológicos. Como la lógica del capital no parte del hombre para mejorar al hombre a través del dinero, sino que parte del dinero para incrementar el dinero a través del hombre, los monopolios de la información no estudian la demanda real para satisfacerla, la crean artificialmente para manejarla a su antojo y conveniencia. Fabrican al consumidor antes que a la mercancía. La propaganda comercial crea, al efecto, un mundo fantástico que activa un patrón de consumo innatural. Así, el burgués afronta las necesidades crecientes del género humano sin salirse de los límites del capitalismo e intenta evitar las crisis de superproducción.
Amparados por el poderío del capital global, apoyados en las tecnologías de la información y enfilados hacia la exportación de modelos ideológicos, los monopolios de la información se reparten el mundo culturalmente. De este modo, el reparto del mundo —que antes se daba exclusivamente por la vía económica o territorial, o sea, valiéndose de las empresas o de los ejércitos— adquiere una nueva dimensión, la cual es ciertamente menos material y tangible, pero más profunda y amplia. El neoimperialismo inocula caballos de Troya en nuestras mentes.[3] Esto no significa que se acaben las guerras de conquista ni el saqueo; quiere decir que, en las nuevas condiciones, el reparto territorial y económico del mundo puede transcurrir a través del cultural. Mucho de empresa y mucho de ejército hay en los monopolios de la información, que son verdaderas empresas militares o auténticos ejércitos empresariales. El principio neoimperialista es básico: quien controla las mentes controla los territorios y los mercados.
Los cuatro elementos señalados —el capital global con su correspondiente oligarquía, los monopolios de la información, la exportación de ideas y el reparto cultural del mundo— constituyen mutaciones de la estructura económica del imperialismo clásico. Aunque siga siendo esencialmente válido, el libro de Lenin se ha puesto viejo: el imperialismo ha mutado, y es fundamental adecuar su concepto a las nuevas circunstancias.
Elneoimperialismoes la época histórica en la que una oligarquía global, que es la encarnación del capital homónimo, exporta su ideología a través de los monopolios de la información para repartirse el mundo culturalmente.[4] Es el imperialismo maduro, cuya existencia puede verificarse desde mediados del siglo XX y cuyo arquetipo es Estados Unidos de América. Pero, como no por nuevo el neoimperialismo deja de ser imperialismo, vale la pena preguntarse: ¿Qué valor puede tener el pensamiento antiimperialista martiano —sobre todo el expresado en el ensayo “Nuestra América”[5]— en el actual contexto neoimperialista? ¿Cuántas de sus advertencias, hechas cuando el imperialismo nacía, conservan su validez hoy, que alcanza su plenitud? Del mismo modo, podríamos preguntarnos a la inversa: ¿Cómo impacta este nuevo escenario histórico en aquel ensayo que los cubanos seguimos teniendo, con razón, como un texto de cabecera?
Los riesgos son varios. Leer un ensayo, al margen de las circunstancias que lo alentaron, sería un craso error. El texto, en su contexto. “Nuestra América” es resumen y plataforma, porque condensa un aprendizaje y proyecta una acción. Por otro lado, enfocar un fenómeno nuevo como el neoimperialismo a partir de un texto que caló sus esencias puede ser, más que atrevido, tentador.
Además, está el riesgo del dogma, que dicta acríticamente la frase martiana y desconfía del enfoque que ensaya otras aristas. Rumiar a Martí no es martiano. Sus Obras Completas están ahí, como un poema inmenso que ha de tomarse como pie forzado, no como catecismo. Más vale llevar a Martí vivo en el corazón que muerto en los labios. Limitar nuestra capacidad crítica sería poner en duda nuestra cultura, y —como decía Retamar— “poner en duda nuestra cultura es poner en duda nuestra propia existencia”.[6]
“Más vale llevar a Martí vivo en el corazón que muerto en los labios”.
A priori diré que el ensayo “Nuestra América” sigue siendo válido porque subraya principios que, lejos de atenuarse, se han acentuado en las condiciones actuales: la necesidad de la unidad de los pueblos, el valor de las ideas, así como la naturalidad y la creatividad del pensamiento, aunque en cada uno de ellos distinguimos, hoy, matices diferentes, debido al cambio de contexto histórico. Sea como sea, el imperativo es insoslayable: a nuevo imperialismo ajeno, nueva América nuestra.
- La unidad de los pueblos versus la oligarquía global
Todo ser es una unidad. Si ante el imperialismo naciente Martí consideró necesaria la unión de los pueblos del río Bravo a la Patagonia,[7] hoy, que las tres formas del capital confluyen en un solo haz, esa unión, más que necesaria, es vital.
El problema de América sigue siendo que, de un lado, están los Estados Unidos del Norte, y del otro, los pueblos desunidos del Sur. Estados Unidos es menos fuerte que nuestra América, pero es más poderoso, porque, aunque le falta talla, está mejor articulado. Somos relaciones, no cosas. Divididos estamos por intereses mezquinos de burguesías nacionales miopes o por disputas históricas que alimentan la ambición y la acción solapada del enemigo común. Ya lo decía Martí, tres años después de publicada “Nuestra América”: “De nuestra sociología se sabe poco, y de esas leyes, tan precisas como esta otra: los pueblos de América son más libres y prósperos a medida que más se apartan de los Estados Unidos”.[8]
En este continente no habrá equilibrio económico, social o político mientras no se contrapese el poder de los Estados Unidos de América con la unión de los pueblos americanos. Y esa unión debería colocar en el sitial de honor a una Asamblea de Pueblos Originarios, que incluya desde los inuits[9] y los aleutianos, pasando por los piaroas y los yanomamis, hasta los guaraníes y los mapuches. Ancha reunión entre dos estrechos, el de Bering y el de Magallanes. ¿Podrán superar estos pueblos originarios las barreras idiomáticas o aquellas que se derivan de las nuevas divisiones nacionales? De hacerlo, imaginémonos, ¿qué habrán de contarse esos hermanos?, ¿qué raíces y cosmovisiones compartirán? La América original, a pesar de su diversidad, era una sola. Los imperios azteca, maya e inca sojuzgaron a tribus menores pero, aun así, todos compartían ciertas características comunes. Si somos un arcoíris de pueblos, ¿por qué no podemos ser un continente de luz? Porque el capital que une a los burgueses separa a los pueblos.[10]
“América es la humanidad hecha continente”.
América es, geográficamente, un símbolo: va de polo a polo, con el Ecuador a la cintura, como una cicatriz que empata a Oriente y Occidente, y evita que el planeta se fracture de Norte a Sur.[11] Probablemente el suelo americano haya sido el último sitio conquistado por las huestes trashumantes que salieron, hace miles de años, del África por el cuerno etíope; atravesaron el Oriente Medio, se bifurcaron hacia Europa y Asia y, por el vasto mar o por la exigua tierra, llegaron aquí. América es la humanidad hecha continente. Es la síntesis humana viva, porque aquí —como sugiere Carpentier en Los pasos perdidos— conviven todas las eras del hombre, desde el ser primitivo que habita las intrincadas selvas amazónicas hasta el ser posmoderno que desanda las flamantes ciudades sudamericanas.[12] Por tanto, la unidad no solo nos es vital frente al enemigo común, es consustancial a nuestro origen, a nuestra realidad y a nuestra misión histórica. Somos lo diverso unido: somos un universo. América es mestizaje de ethnos, fusión de culturas, síntesis de ideas, complejidad de caracteres. El problema es querer, saber y poder equilibrar sus componentes en función del objetivo común. He ahí una asignatura pendiente, a pesar de tantos esfuerzos políticos de hombres de la talla de Bolívar, Martí, el Che, Fidel y Chávez.
2. El valor de las ideas versus los monopolios de la información
La unidad del ser rima con la unidad de pensamiento. Unidad, no uniformidad. Martí supo del empuje del monopolio, cuya metáfora es quizás el tan llevado y traído “gigante de las botas de siete leguas”,[13] que aparece en el “Pulgarcito” de Perrault. Pero supo a su vez que el mayor enemigo de un gigante no es, como supone el sentido común, otro gigante, sino un microbio. Contra la fuerza bruta, la inteligencia: tal es el mensaje de “Meñique” para los niños y niñas, y de “Nuestra América” para las mujeres y hombres. Los monopolios de la información, hoy, son aún más complicados, porque pelean cuerpo a cuerpo y mente a mente. El neoimperialismo amenaza con armas de destrucción masiva a la vez que encandila con armas de distracción masiva. Su guerra mayor es de pensamiento, y a pensamiento hay que ganarle.
Justamente la idea martiana que engloba a los pueblos del Bravo a la Patagonia es la de “nuestra América”. He ahí un concepto que comprende a una comunidad humana de orígenes semejantes, constitución similar, lengua común española (aunque el Caribe hable inglés, francés y holandés, y Brasil, portugués), problemas afines y destino único. Decir “nuestra América” no es poner un mote ni imponer una utopía; es componer una unidad, disponer un propósito, proponer un camino, reponer una esperanza. Este concepto no es un conjunto de palabras cosidas al azar: es una estrategia y una táctica, es decir, una línea virtual que enlaza lo que fuimos con lo que queremos ser, mediante el zigzag que somos.
3. La naturalidad versus la exportación de ideas
El continente nuestramericano en sí solo será continente para sí, esto es, autoconsciente, si se arma de un pensamiento original. Las ideas importadas son vencidas por las naturales, sobre todo si se ponen en formas relativas, afirmaba Martí. La clave del enigma americano la tiene el libro americano.
El día que el comunismo indígena se entrelace con el de Marx, se juntarán en un solo paisaje el dulce rocío de la mañana y el rojo encendido de la tarde. El día que comprendamos que tanto la dialéctica de los griegos como los hexagramas del I Ching y los caminos de Orula del oráculo de Ifá se fundan en la serie binaria, que constituye la base matemática del sofisticado universo digital, ese día será evidente que “no hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza”.[14]
“Las ideas importadas son vencidas por las naturales”.
El día que este maravilloso continente, resumen de Oriente y Occidente, consiga fundirse en uno solo, podremos parafrasear al gran Huidobro y afirmar que nuestros puntos cardinales son tres: Norte y Sur, es decir, América.
4. La creatividad versus el reparto cultural del mundo
Puesto que América es el continente síntesis, síntesis ha de ser el pensamiento americano. Mestizaje, fusión, complejidad. Los latinoamericanos no somos una cabeza calenturienta produciendo mezclas artificiales de laboratorio: somos la mezcla original cobrando conciencia de sí misma en la historia. Ser natural es crear. Ante el calco servil que nos rebaja, la creación heroica que nos levanta. Ante el Tío Sam que nos desprecia, el gran Amauta que camina al futuro sin olvidar su pasado. Ante la idea importada, la definición concisa y nuestra: “gobernante, en un pueblo nuevo, quiere decir creador”, “conocer es resolver”, “estrategia es política”, “crítica es salud”, “pensar es servir”.
Movamos el punto de encaje: el problema de América no es el panamericanismo, sino el americano sin pan (Mella); no es la idiosincrasia, sino el indio sin cracia (Mariátegui); no es la enajenación, sino la nación ajena (Roque Dalton).
Hay peligros para nuestra América: los hay que brotan de sí misma, los hay que le vienen de afuera. Y en esos mismos peligros hemos de hallar la materia prima para fabricar nuestras fortalezas. En nuestras tierras, por ejemplo, las débiles burguesías nacionales reniegan de sus pueblos y se deslumbran con las luces de Estados Unidos y de Europa. Por eso su dinero, la educación de sus hijos, su futuro, todo lo invierten allá. Su cuerpo nace aquí, pero su cabeza vive allá. Explotados al cuadrado por las burguesías nacionales y por los monopolios extranjeros, los pueblos tienden al cambio social y se inclinan a la izquierda. Solo los detiene la maquinaria represiva del poder judicial: la policía, los tribunales, las cárceles, el ejército. Burguesía débil, pueblo irreverente, ejército fuerte. Por eso, a contrapelo de la teoría política, en nuestra América el ejército no es el brazo militar del Estado, sino que el Estado es el brazo civil del ejército. Con razón, Galeano hablaba de “dictacracias” y “democraduras”. No es de extrañar entonces que nuestra historia posterior a la colonia parezca una ristra de tiranías, salpicada aquí o allá de alguna que otra república, ni que incluso la izquierda triunfante, para consolidarse en el poder y sobrevivir a los sabotajes y ataques imperialistas, tenga que ponerse el uniforme militar.
Vista así, la revolución nuestramericana no afronta la disyuntiva de mandar un campamento o de fundar un pueblo,[15] que son antípodas previsibles, sino el dilema realmente complejo de fundar un pueblo en las condiciones de un campamento. Ese es precisamente el contexto que nos impone el imperialismo, que hace todo lo visible y lo invisible por evitar y destruir cualquier proyecto patriótico en América. En la política, lo real sigue siendo lo que no se ve. Pero, repito, unidad no es uniformidad. Un sistema político vertical, estructurado a la manera del “ordeno y mando”, choca contra un sistema social horizontal, como el socialismo, que se afana en repartir equitativamente la riqueza de la nación. Se pueden uniformar los cuerpos, mas no los pensamientos. No olvidemos los temores de Martí en torno al socialismo.[16]
Ya en 1961 Carpentier advertía del peligro que implicaba cierto nuestramericanismo en boga, mezclado con el mito de la latinidad y la hispanidad de nuestros pueblos,[17] a la vez que insistía en que lo que nos unía de veras era la existencia de los mismos problemas en nuestras tierras.
El espíritu de nuestros pueblos también es peculiar. Lo que, en Europa a inicios del siglo XX, se denominó surrealismo, en América es el realismo del Sur. En esta categoría caben lo que Carpentier llamaba “real maravilloso”[18] y lo que otros denominan “realismo mágico”, que se parecen, pero no son lo mismo.[19] ¿Qué es la manida fórmula surrealista del paraguas y la máquina de coser haciendo el amor sobre una mesa de disecciones[20] comparada con el “me he sentado a caminar”[21] o el “subes a acompañarme a estar solo”[22] del enigmagnético Vallejo? ¿Cuán novedosa es la técnica europea del collage aquí, donde la realidad misma es un collage? Allá las personas fabrican síntesis, aquí las síntesis encarnan en las personas.[23] Los estudios antropológicos de Darcy Ribeiro describen con objetividad al mismo sujeto que nuestra narrativa descubre en sus ficciones. Nuestra poesía, cual caracol nocturno en un rectángulo de agua,[24] permuta en imagen las cifras del enigma americano.
Hasta la teología cristiana es original en nuestras tierras. Teólogos de la liberación como el genial franciscano Leonardo Boff enseñaron que la iglesia es una dualidad histórica entre el carisma, que vive para el ideal, y el poder, que vive del ideal. Más que eso, crearon las comunidades eclesiales de base para que la gente humilde aprendiera a defender sus derechos ciudadanos. Por eso fueron acusados de “marxistas” por la Congregación para la Doctrina de la Fe, del Vaticano. Y es que, en América, la religión no solo es opio, también es café.[25]
En política jamás debe perderse el Norte, mucho menos si este apunta al peligro mayor. El enemigo histórico de nuestra América es la oligarquía —ahora global— que gobierna los Estados Unidos, porque se opone, ante todo, a que seamos independientes y unidos. Es un formidable enemigo de clase y nacional aunque también tiene sus vulnerabilidades.[26] Por consiguiente, en América el eje de conflicto internacional clave no es el Este-Oeste, sino el Norte-Sur. Aquí no se trata tanto de ser capitalista o socialista, sino de ser centro o periferia, aunque la diferencia de sistema agudiza esta contradicción. El Norte no nos desprecia porque estemos al Este o al Oeste, nos desprecia porque somos el Sur.
“Eso ha de ser el futuro: una sociedad humanizada, humanizante y humanista”.
Pero no se supera al neoimperialismo —esto es, al capitalismo más avanzado que conocemos— con su antítesis, sino con su síntesis: hay que tragárselo vivo. Un modelo alternativo a su propuesta ideológica no puede detenerse en su negación. Si destruimos la base económica creada por el capital, es probable que retornemos a formas afines al feudalismo o incluso más atrasadas. Hay que absorber todo lo que en el mundo del capital implique desarrollo de las fuerzas productivas: la tecnología, los servicios, el confort, etc., y rechazar todo lo que destruya la naturaleza, explote al hombre y corrompa su espiritualidad. Eso ha de ser el futuro: una sociedad humanizada, humanizante y humanista, esto es, tecnológicamente desarrollada y sostenible, socialmente justa y libre, espiritualmente rica y agradable. Si la revolución en América desaprovecha los avances del capital y aplasta totalmente a la burguesía nacional, menospreciando su segmento patriótico, se estancará económicamente. Los pueblos se levantan con todos y para el bien de todos: “Si la república no abre los brazos a todos y adelanta con todos, muere la república”.[27] Obviamente esto significa que la política revolucionaria ha de actuar con la sagacidad suficiente para construir la hegemonía (no solo la dictadura) de los trabajadores. No olvidemos que, en cuanto a la teoría del Estado, Gramsci completa y enriquece a Marx. El poder legítimo descansa en el consenso, no en la imposición. Gobernar es más dirigir que mandar. Quien está arriba, manda; quien va adelante, dirige. Un partido revolucionario es vanguardia, no élite. Pero para eso el partido ha de ser un fractal de la nación; la nación, un fractal del continente; y el continente, un fractal de la humanidad.
Incluso en la naturaleza la simbiosis ha ayudado más a la evolución de las especies que la lucha por la existencia. Hoy se afirma, no sin cierta razón, que el origen de la vida no puede explicarse mediante la teoría de Darwin. Es lógico, pues se trata del salto de la materia inanimada a la animada, no de cambios cuantitativos, casi imperceptibles, lentos y graduales. Pero si el origen de la vida no puede explicarse sin una teoría de la revolución, la revolución misma solo tiene sentido si se concibe y realiza en función de la vida. No hay revolución sin amor. El revolucionario, como decía el Che, es el escalón superior de la especie humana, pero lo es, como también decía él, si está movido por profundos sentimientos de amor. Ya que naturalmente no vemos el mundo como es, sino como somos; veamos mestizamente nuestro mundo mestizo. Pensemos más allá de las tradicionales oposiciones, más allá de los esquemas gastados y ajenos. Seamos know-how y poesía, no poesía o know-how. Juntemos, pues, trincheras de ideas y trincheras de piedras, como decía Mella en sus glosas al pensamiento martiano, porque desde ambas nos atacan y con ambas nos defendemos. Estudiemos al dedillo la historia de los incas acá y la de los arcontes de Grecia, porque a las dos heredamos. Asumamos la política como estrategia y como táctica, porque aquella fija el horizonte y esta traza el camino. Que nuestra tesis no sea la antítesis, sino la síntesis. Crear es sintetizar. América está en el mundo como geografía y cultura, lo mismo que el mundo está en América como origen y destino. Si el Asia quedó en la mirada y el cabello de nuestros aborígenes, si Europa perduró en el habla y la arquitectura de los conquistadores, si África pervivió en las creencias y las artes de los esclavos, es porque el mundo entero está en nuestras raíces. Si nuestras artes y nuestras ciencias tienen valor universal, es porque al mundo entero se abren nuestras ramas, colmadas de frutos y flores. Cumpliendo el ciclo del árbol, América viene del mundo y hacia él va, pero el tronco ha de seguir siendo de nuestras repúblicas. ¿Dijeron que éramos el Nuevo Mundo? ¡Pues dijeron mal: somos un mundo nuevo![28]
En el universo —desde las partículas elementales hasta las galaxias, desde las bacterias hasta el hombre— luchan dos tendencias opuestas: la entropía, que descompone y caotiza, y la complejidad, que compone y ordena. Digamos que la entropía diversifica lo único, mientras que la complejidad unifica lo diverso, y ambas hacen el todo. Dejando a la termodinámica el asunto entrópico, puede decirse que la complejización es la tendencia a producir síntesis cada vez más abarcadoras y ricas. El grado máximo de síntesis marca el nivel superior de complejización de un objeto, así como el inicio del agotamiento de sus potencialidades de desarrollo.
En este sentido, puede aventurarse la hipótesis de que el neoimperialismo pudiera significar el máximo grado de desarrollo del capitalismo pues implica el nivel superior de complejización de este sistema socioeconómico.
Esta hipótesis se apoya en el hecho de que las mutaciones del imperialismo clásico indican que el capitalismo ha llegado al grado máximo de síntesis, ya que:
1) El capital global fusiona las tres formas del capital.
2) Los monopolios de la información controlan la oferta y la demanda, es decir, todo el mercado.
3) La exportación de ideas incluye lo material (mercancías y capitales) y lo espiritual (pensamientos).
4) El reparto del mundo se produce en la esfera real (territorios y economías) y en la simbólica (culturas).
Pero esto no significa que el capitalismo vaya a colapsar. Los sistemas no se suicidan: se superan. Significa que el tigre, que acechaba acurrucado en cada esquina y entraba sigiloso por la hendija, anda herido de muerte en las entrañas, lo que lo hace aún más peligroso. Ahora es cuando son más pertinentes las advertencias martianas.
El ensayo de Martí es hoy la ley de un continente: en realidad y pensamiento, nuestra América ha de ser una, original y creativa.[29] La unidad nos convertirá en un haz de pueblos, con un origen, una constitución y un destino comunes, frente al poderoso capital global. La idea, que nos nombra y nos define como “nuestra América mestiza”, nos enfrentará al malsano estereotipo del “latino vulgar, borracho, libidinoso y reguetonero” que tratan de imponer los monopolios de la información. La originalidad nos evitará copiar fórmulas ajenas e importar los modelos ideológicos que exporta el neoimperialismo. La creatividad nos bautizará como pueblos conscientes de nosotros mismos y nos salvará de caer, como una presa más, en el reparto cultural del mundo.
“En realidad y pensamiento, nuestra América ha de ser una, original y creativa”.
Fundido ya el hierro doloroso y previa metamorfosis, el grillete que ayer laceró el tobillo del adolescente preso y que luego fue anillo al dedo del proscrito, es hoy la llave que da acceso al enigma americano. Grillete, anillo, llave.
Eso es “Nuestra América” en la actualidad: un antídoto contra el neoimperialismo, una brújula para no perder el rumbo en medio de la confusión y la desidia, el genoma espiritual del hombre americano.
Bibliografía:
Borja, Rodrigo: Enciclopedia de la Política (www.enciclopediadelapolitica.org/megafusiones/).
Carpentier, Alejo: Ensayos, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1984.
——————: El reino de este mundo, Fundación Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, Caracas, 2005.
Fernández Retamar, Roberto: Para el perfil definitivo del hombre, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1995.
Lezama Lima, José: Tratados en La Habana, Obras Completas de José Lezama Lima, Editorial Letras Cubanas, 2009.
Martí Pérez, José: Obras Completas, t. 28, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1973.
——————: Obras Completas (tomos 6, 7, 10, 15, 19 y 21), Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975.
——————: Epistolario (tomos 1 y 4), Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1993.
Marx, Carlos y Federico Engels: Sobre la religión, Editora Política, La Habana, 1963.
Padura Fuentes, Leonardo: Un camino de medio siglo: Alejo Carpentier y la narrativa de lo real maravilloso, Ediciones Cubanas, Artex, La Habana, 2016.
Ramonet, Ignacio: Propagandas silenciosas. Masas, televisión, cine, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 2001.
Reyes, Alfonso: Última Tule y otros ensayos, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1991.
Vallejo, César: Obra poética completa, Colección Literatura latinoamericana, Fondo Editorial Casa de las Américas, La Habana, 2003.
Vázquez Pérez, Marlene: De surtidor y forja: la escritura de José Martí como proceso cultural, Editorial Capiro, Villa Clara, 2019.
Notas:
[1] “Calibán”, en Para el perfil definitivo del hombre, pp. 144-145.
[2] Cfr. Rodrigo Borja, Enciclopedia de la Política (www.enciclopediadelapolitica.org/megafusiones/). Las megafusiones son “procesos de integración de las empresas privadas para alcanzar mayor fuerza en el mundo implacablemente competitivo de la posguerra fría” y tienen lugar en todas las esferas de la economía (la producción de alimentos, de medicamentos, de libros, de electricidad, en los bancos, en la aviación, etc.), pero sobre todo en los medios de comunicación. Howard H. Frederick, de la Universidad de Berkeley, pronostica que, en el siglo XXI, entre cinco y diez transnacionales gobernarán la mayor parte de las estaciones de radio y televisión, los periódicos y las revistas, los libros y las películas, así como las redes de datos. Según Borja, las megafusiones son un producto de la globalización, tesis que no parece correcta. Un examen mesurado y sereno de esta cuestión revelará que, en realidad, ocurre a la inversa: la globalización capitalista es la consecuencia del capital global, que es el prototipo de la megafusión. Ya decía Marx que a menudo en la economía las cosas aparecían invertidas.
[3] Sin mencionar al neoimperialismo, la frase es original de Ignacio Ramonet, y dice así: “Estados Unidos llena nuestros sueños con una serie de héroes, caballos de Troya del opresor en la intimidad de nuestros cerebros” (Propagandas silenciosas, p. 22).
[4] Estos cuatro rasgos estructurales del neoimperialismo sirven de base a otros tantos de carácter superestructural, que son las guerras en 3D, el empirismo comunicativo, la hegemonía política y la globalización capitalista. Me limito a mencionarlos al margen porque rebasan el objetivo de este ensayo. El lector interesado puede consultar mi ensayo “El neoimperialismo. Del libro de Lenin a la espiral de Tatlin”, publicado por La Jiribilla en 2019.
[5] Publicado el 1ro. de enero de 1891 en La Revista Ilustrada de Nueva York y reproducido el 30 en El Partido Liberal, de México (Obras Completas, 1975, t. 6). La Revista Ilustrada de Nueva York era propiedad de un panameño, circulaba entre los emigrados hispanoparlantes de la ciudad norteamericana y tenía alcance continental (cfr. Marlene Vázquez Pérez, “Ni siervos futuros ni aldeanos deslumbrados: diálogo, descolonización y antirracismo en ‘Nuestra América’, de José Martí”, en De surtidor y forja: la escritura de José Martí como proceso cultural). La profesora Ana Cairo, con razón, considera “Nuestra América” como “una obra maestra de la ensayística” que trasciende incluso al siglo XXI.
[6] “Calibán”, en Para el perfil definitivo del hombre, p. 128.
[7] “Todo nuestro anhelo está en poner alma a alma y mano a mano los pueblos de nuestra América Latina. (…) Pensar es prever. Es necesario ir acercando lo que ha de acabar por estar junto. Si no, crecerán odios; se estará sin defensa apropiada para los colosales peligros, y se vivirá en perpetua e infame batalla entre hermanos por apetito de tierras”. “Agrupamiento de los pueblos de América”, La América, Nueva York, octubre de 1883, t. 7, p. 325).
[8] “Las guerras civiles en Sudamérica”, Obras Completas, 1975, t.6, pp. 26-27.
[9] Los inuits, que antes eran llamados despectivamente esquimales (“hombres que comen carne cruda”), ocupan el norte de Canadá y Groenlandia. Muchos olvidan que esta última es parte de América. Aunque sea territorio danés, Groenlandia no está en Europa.
[10] En 1928, Mariátegui escribió: “Hispanoamérica, Latinoamérica, o como se prefiera, no encontrará su unidad en el orden burgués. Ese orden nos divide, forzosamente, en pequeños nacionalismos. Los únicos que trabajamos por la comunidad de esos pueblos somos, en verdad, los revolucionarios. A Norteamérica sajona toca coronar y cerrar la civilización capitalista. Pero el porvenir de América Latina es socialista”. (Citado por Alejo Carpentier en “Literatura y conciencia política en América Latina”, Ensayos, p. 59).
[11] Dicen con razón los científicos que los dinosaurios desaparecieron por un meteorito que cayó en Yucatán. Pero hay una leyenda más amable que sostiene que esta desgracia significó también un beneficio. Por entonces, cuentan, solo existía Eurasiáfrica. Al caer el meteorito, el planeta estuvo a punto de abrirse en dos como una naranja. Entonces los enormes lagartos que sobrevivieron al impacto, se asomaron al abismo y, presintiendo que de todas formas iban a morir, formaron una cadena continental, de polo a polo, y allí murieron, abrazados como hermanos, formando un costurón inmenso. Con el tiempo, sobre sus huesos se acumuló la tierra, crecieron las plantas y nuevos animales se arrastraron, corrieron y volaron. Así se extinguieron, dignamente, los dinosaurios; así surgió América.
[12] “América —sostiene Carpentier— es el único continente en que el hombre de hoy, del siglo XX, puede vivir con hombres situados en distintas épocas que se remontan hasta el neolítico y que le son contemporáneos” (“Un camino de medio siglo”, Ensayos, p. 103).
[13] En “Cartas de Martí”, La Nación, Buenos Aires, 26 de octubre de 1884, dice: “El monopolio está sentado, como un gigante implacable, a la puerta de todos los pobres. Todo aquello en que se puede emprender está en manos de corporaciones invencibles, formadas por la asociación de capitales desocupados a cuyo influjo y resistencia no puede esperar sobreponerse el humilde industrial que empeña la batalla con su energía inútil y unos cuantos millares de pesos. El monopolio es un gigante negro. El rayo tiene suspendido sobre la cabeza. Los truenos le están zumbando en los oídos. Debajo de los pies le arden volcanes. La tiranía acorralada en lo político reaparece en lo comercial. Este país industrial tiene un tirano industrial”. (Obras Completas, t. 10, pp. 84-85).
[14] “Nuestra América”, Obras Completas, 1975, t. 6, p. 17.
[15] Recuérdese la carta de Martí a Máximo Gómez en la que le dice: “Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento”, fechada en Nueva York, el 20 de octubre de 1884, Epistolario, t.1, p. 280.
[16] Martí, a lo largo de su vida, anotó sus opiniones sobre el socialismo. Algunas de ellas, fechas mediante, son las siguientes:
- La solución socialista ha nacido de los males europeos y nada tiene que curar en la selva del Amazonas (s/f, cfr. “Un viaje a Venezuela”, traducción del francés, Obras Completas, t. 19, p. 160).
- El Estado socialista puede terminar siendo corrompido y tiránico, de manera que el hombre pasará de ser esclavo de los capitalistas a ser esclavo de los funcionarios (1884, cfr. “Herbert Spencer”, Obras Completas, t. 15, pp. 387-392).
- Existen varias teorías acerca del socialismo, aunque todas coinciden en la socialización de los medios de producción y la tierra (1894, cfr. Cuadernos de apuntes, Obras Completas, t. 21, p. 386).
- La idea socialista tiene dos peligros: las lecturas extranjerizantes, confusas e incompletas y la soberbia de los ambiciosos de poder, que se encumbran fingiendo defender a los desamparados (carta a Fermín Valdés Domínguez, fechada en mayo de 1894, en Nueva York, Epistolario, t. 4, pp. 128-129).
No obstante, quien pretenda reducir el pensamiento martiano a una desestimación total o a una asunción acrítica del ideal socialista debería recordar que las verdades esenciales, como decía Lao Tsé, suelen ser paradójicas. El mismo Martí que, preocupado por los probables abusos del Estado socialista, lamenta: “¡Mal va un pueblo de gente oficinista!” (“Herbert Spencer”, p. 391), ocupado en superar las evidentes injusticias del Estado capitalista, afirma: “Nosotros diríamos a la política: ¡Yerra, pero consuela! Que el que consuela, nunca yerra” (Ídem, p. 392).
[17] “Ni el nuestramericanismo astutamente explotador de citas de Bolívar, de Rivadavia, de un Martí leído a retazos —nuestramericanismo que aún parece creer en la posibilidad de un istmo de Corinto donde acamparan los ‘marines’ del Canal de Panamá—, ni el mito de una latinidad, de una hispanidad que ninguna falta nos hace para entender cabalmente el Quijote, vendrán a resolver nuestros problemas agrarios, políticos, sociales” (Alejo Carpentier, “Literatura y conciencia política en América Latina”, Ensayos, p. 56).
[18] “¿Pero qué es la historia de América toda —sostiene Carpentier— sino una crónica de lo real maravilloso?” (Prólogo a El reino de este mundo, p. 16; “De lo real maravilloso americano”, Ensayos, p. 79).
[19] “¿Qué es lo real maravilloso? A mi juicio, lo real maravilloso, entendido como la existencia de una realidad-real americana, distinta de la realidad-otra de los surrealistas y distinta, a la vez, en su asimilación estética y conceptual, de la realidad-mágica creada por la visión prelógica del mundo de una buena parte de los moradores de Nuestra América es, sobre cualquier otra valoración ontológica, gnoseológica o artística, una noción teórica y una traducción estética de una realidad americana realizadas (noción y traducción poética) desde la perspectiva lógica y advertida de un intelectual profundamente interesado en establecer una definición identificadora y original de las peculiaridades del continente frente a la cultura y la historia occidental en que se inscribe. Pero, al estar sometidas (noción y traducción) a un proceso de constante evolución y enriquecimiento, resulta imposible definirlas de una sola vez, como ha sucedido con tanta frecuencia. (…) Esta multiplicidad de connotaciones aplicadas a un mismo concepto reafirma la idea de su carácter de proceso y la necesidad de su análisis diacrónico” (Leonardo Padura, Un camino de medio siglo: Alejo Carpentier y la narrativa de lo real maravilloso, pp. 183-184). Más adelante Padura propone estudiar la evolución de lo real maravilloso a través de cuatro estados o momentos: 1) antecedentes, 2) formulación y reafirmación, 3) épica contextual y 4) lo insólito cotidiano (Ídem, p. 185).
[20] La frase es de Lautréamont: “Belleza del encuentro fortuito de un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa de disecciones” y la cita Carpentier en “Un camino de medio siglo”, Ensayos, p. 98.
[21] “XV”, Trilce.
[22] “De disturbio en disturbio…”, Poemas humanos.
[23] Carpentier relaciona esta característica de nuestro continente con lo que él denomina “barroco”, el cual, según explica, es una constante humana, no un estilo histórico como el románico o el gótico; tiende a la expansión y quiebra todos los límites, como si tuviese horror al vacío; y carece de un eje central y simetría. “¿Y por qué es América Latina la tierra de elección del barroco? —se pregunta el cubano. Porque toda simbiosis, todo mestizaje, engendra un barroquismo. El barroquismo americano se acrece con la criolledad, con el sentido del criollo, con la conciencia que cobra el hombre americano. (…) La conciencia de ser otra cosa, de ser una cosa nueva, de ser una simbiosis, de ser un criollo; y el espíritu criollo de por sí es un espíritu barroco” (“Lo barroco y lo real maravilloso”, Ensayos, p. 119). A pesar de la solidez de la poética carpenteriana y de mi devoción por su obra, creo necesario apuntar que existe una diferencia fundamental entre la síntesis y el barroco, distinción que no parece muy clara en su argumento. Ante todo, el barroco se coloca al inicio del proceso, cual yuxtaposición de elementos diversos que no necesariamente se mezclan sino que coexisten; mientras que la síntesis está al final del proceso, como reunión, como mezcla, como resultado. Además, los elementos coexistentes en el barroco no se polarizan forzosamente; los de la síntesis sí, ya que forman un par dialéctico. El barroco es profusión de elementos; la síntesis, fusión de opuestos. Se parecen, pero no son lo mismo.
[24] Se alude, obviamente, a la bellísima definición lezamiana: “¿La poesía? Un caracol nocturno en un rectángulo de agua” (“Playas del árbol”, Tratados en La Habana, Obras Completas de José Lezama Lima, p. 116).
[25] La frase de Marx es la siguiente: “El sufrimiento religioso es, por una parte, la expresión del sufrimiento real y, por la otra, la protesta contra el sufrimiento real. La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, así como el espíritu de una situación carente de espíritu. Es el opio del pueblo” (“Contribución a la crítica de la Filosofía del Derecho, de Hegel”, en Sobre la religión, p. 38). La mutilación de este párrafo, reducido a su última oración, ha dado lugar a interpretaciones perniciosas, que han convertido toda su riqueza y complejidad en una caricatura. Se olvida que, desde la primera oración, Marx parte de un concepto contradictorio: la religión expresa el sufrimiento real y protesta contra él; es suspiro del oprimido y es corazón y espíritu de un mundo que carece de ambos. Por tanto, la religión es pasiva y activa al mismo tiempo. De haber sido consecuente con este enfoque dialéctico, Marx —que por entonces tendría unos 27 años— debió decir: la religión es opio pero también café. Los medios no son más que eso: medios; los fines los pone el hombre, según sus principios. Al menos en este punto, la teología de la liberación latinoamericana es más dialéctica que el propio Marx.
[26] Estados Unidos no está en el Trópico, pero es un país entrópico. Como dice Martí: “En los Estados Unidos, en vez de apretarse las causas de unión, aflojan; en vez de resolverse los problemas de la humanidad, se reproducen; en vez de amalgamarse en la política nacional las localidades, la dividen y la enconan; en vez de robustecerse la democracia y salvarse del odio y la miseria de las monarquías, se corrompe y aminora la democracia, y renacen, amenazantes, el odio y la miseria” (“La verdad sobre los Estados Unidos”, Patria, Nueva York, 23 de marzo de 1894, Obras Completas, t. 28, p. 292).
[27] “Nuestra América”, Obras Completas, t. 6, p.21.
[28] En páginas que desbordan belleza y pulcritud, Alfonso Reyes reconoce que, antes de ser encontrada por los navegantes, América fue creada por los humanistas y poetas. “América —nos dice— es una Utopía” (“Última Tule”, en Última Tule y otros ensayos, p. 225).
[29] “Por eso vivimos aquí —afirmaba Martí—, orgullosos de nuestra América, para servirla y honrarla. No vivimos, no, como siervos futuros ni como aldeanos deslumbrados, sino con la determinación y la capacidad de contribuir a que se la estime por sus méritos, y se la respete por sus sacrificios” (“Madre América”, discurso pronunciado en la velada artístico-literaria de la Sociedad Literaria Hispanoamericana, el 19 de diciembre de 1889, a la que asistieron los delegados a la Conferencia Internacional Americana, Obras Completas, t. 6, p.140).
Va bien (dialécticamente) encaminado, aunque se encasquilla en el dualismo de Empédocles. ¿Las mercancías y los capitales son solo materiales? ¿Los pensamientos son solo ideales abstracciones? ¿Los símbolos y culturas no son tan reales como las ekoterras