Ernesto Vega: Fiel a sus tradiciones y más allá
28/7/2020
Le tengo un cariño especial al clarinete, aunque no sepa tocarlo. Y escucharlo me seduce, y a ratos, me enciende o me sucumbe. Le sigo la pista a quienes en Cuba hicieron de ese instrumento su camino, y aunque no soy conocedora profunda de la obra de los foráneos, claro que algunos nombres no se pueden ignorar, por su impronta en la evolución musical de este en diversos géneros, como es el caso del jazz.
Cuando hace años, alrededor de ocho o nueve, descubrí el disco Venir al mundo (Premio Cubadisco 2009), de Ernesto Vega, me sucedió justamente eso. Fue agradable al oído, fue chispeante y a ratos, enternecedor. Tuvo invitados renombrados, amigos a fin de cuentas: Harold López-Nussa, Alfredito Rodríguez, Diana Fuentes, el Cuarteto de Cuerdas del conservatorio Amadeo Roldán, Yaroldy Abreu, Delvis Ponce y Alejandro Vargas, y al querer investigar, pude descubrir entonces a ese muchacho que, inspirado en Benny Goodman y otros defensores internacionales del instrumento, anhelaba posicionar su sabiduría en el terreno del jazz, y hacerlo con cubanía en medio de la contemporaneidad, aun cuando haya decidido residir en Estados Unidos.
“No se puede ignorar el pasado, la historia musical que se ha contado anteriormente, para saber lo que se quiere hacer ahora y después. Siempre Cuba es una fuente de inspiración. Trato de nutrirme de todo cuanto se ha hecho y estoy al tanto del quehacer de los músicos de mi generación, residentes en el país o no, porque la música cubana, sea de cualquier género, posee una energía muy singular, muy interesante y profunda, que hace que músicos como yo, que tratamos de hacer con humildad y sinceridad lo que queremos, no puedan desprenderse de ella”, me dice ahora, cuando el pretexto para contactarlo fue la petición de su más reciente álbum Tradition & Beyond.
¿Reconoces un jazz cubano, propiamente dicho?
Más que eso, reconozco una evolución intensa a partir del legado de músicos como Chano Pozo, Frank Grillo (Machito), Mario Bauzá, Chico O’ Farrill, quienes emigraron a Nueva York y desplegaron el Afrocuban Jazz en Estados Unidos. Ellos abrieron las puertas para las generaciones venideras.
Veo el jazz en Cuba como una evolución de eso, más que como un estilo nuevo. Cuando se tocan géneros cubanos como el chachachá, el danzón, el mambo, y se improvisa sobre esos géneros, la gente piensa que es jazz cubano. Pero lo veo como ese jazz afrocubano, como una extensión de esa evolución, de ese proceso cultural.
La música cubana se distingue fácilmente entre todas en el mundo por la rítmica, el sonido, la herencia de la contradanza de Francia… Miremos a Manuel Saumell, a Ignacio Cervantes, ellos son pilares de ese llamado jazz cubano, ¿por qué no? Y es tan amplia y diversa la cultura en Cuba, y la musical sobre todo, que ese país, esa pequeña isla, tiene una significación similar a Brasil o al propio Estados Unidos en cuanto a sus aportes a la cultura universal.
La música cubana en general es muy apreciada en Estados Unidos, por ejemplo, incluso por quienes no son músicos. Las nuevas generaciones, gracias a la tecnología y sus plataformas de difusión, conocen más. Muchos jóvenes en las escuelas saben lo que pasa en Cuba, su talento, su nivel, y eso ayuda mucho. Cuba es un manantial de artistas, siempre sobresalen unos por encima de otros por su manera de crear; pero sin dudas, es un país en el que, como se dice, debajo de una piedra te encuentras un gran talento. Hay mucho potencial y originalidad en Cuba.
Lo bueno es que cada cual tiene su visión de lo que quiere mostrar con su música y eso genera diversidad. Es importante. Quizás se ha perdido un poco el rescate de lo pasado, es lo que me preocupa de los jóvenes. Si eres saxofonista, tienes que mirar a Charlie Parker, a John Coltrane…; si eres clarinetista, tienes que chequear a Artie Shaw, a Benny Goodman, a Buddy DeFranco… Pero en general, por ejemplo, cuando sigo a músicos de mi generación como Harold Lopez-Nussa, Gastón Joya, Dayramir González, Alfredo Rodríguez, Abel Marcel, Roberto Fonseca, Mayquel González, y otros, me alegra encontrar ese interés por hacer que la música cubana siga creciendo. No veo estancamiento, como algunos opinan, al contrario.
Y valoro mucho a músicos como Bobby Carcassés, perteneciente a otra generación pero que siempre le ha tendido la mano a los más jóvenes, siempre ha brindado su apoyo. No es común.
El jazz, en Cuba, que gane más espacios, que se mantengan los concursos Jojazz, que son vitales porque hacen que los jóvenes muestren sus cualidades. Deseo que la difusión se mantenga en un estándar competitivo y que el reguetón no se robe toda la atención en los medios de comunicación, los restaurantes…, como ha pasado en otros escenarios.
¿Y tu historia musical particular?
La salud del clarinete en el jazz, por ejemplo, no puedo decir que sea excelente como sucede con otros instrumentos, pero se han mantenido el rigor, el nivel y la calidad, y eso me motiva.
El clarinete es muy importante en la historia del jazz. Muchos han contribuido a ese proceso y tuvo un valor extraordinario en las big band, y sobre todo en el swing, que fue su época de esplendor en la música de Estados Unidos, porque se escuchaba y se bailaba. Después vino la transición al bebop, y la trompeta y el saxofón ganaron mayor protagonismo.
No hay tantos clarinetistas como saxofonistas, digamos, pero los establecidos como Paquito D’Rivera, Don Byron, Anat Cohen, mi amigo Evan Christopher, que toca con un clarinete del siglo XIX para rescatar la sonoridad de los años 20 y 30 del siglo XX, en fin… Cada cual con su concepto, con su línea. Muchos clarinetistas contemporáneos, como Eddie Daniels, que ha marcado un antes y un después. En Cuba, Javier Zalba, Joaquín Sosa, Janio Abreu, Alejandro Calzadilla, y otros. Es un instrumento que despliega mucha creatividad.
Yo toco en varias orquestas clarinete, saxofón y flauta. He debido diversificar la familia de los instrumentos de viento, pero le soy fiel al clarinete.
Y claro, es difícil olvidar que Ernesto Camilo Vega no persigue la fama, que privilegia desarrollar una carrera y luego darse a conocer, que va dando pasos contundentes, poco a poco, pero así mejor.
Poco tiempo después de ser padre por segunda vez, y en plena pandemia, es que sostenemos este diálogo y reitero que su tercer disco fue la razón principal para tenerlo y escucharlo yo.
Nueve temas: “Camino al Prado” (dedicado a Bola de Nieve), “Guajira Joropo”, “My good friend” (dedicado a Ignacio Hernández), “One for Emiliano” (dedicado a Emiliano Salvador), “Regálame un danzón”, “My Cuban soul” (dedicado a Paquito D’Rivera), “Un bolero con sentimiento”, “Querido New Orleans”, “Sonsito pa’ gozar” (dedicado a su madre) aportan, según él, una visión más cubana que sus proyectos anteriores, y abarcan ritmos afrocubanos, guajira, danzón, son, bolero hasta el latin jazz. Compartieron con él en esta grabación (la primera desde que reside en Estados Unidos) Harold López-Nussa y Alejandro Falcón en el piano, Gastón Joya en el bajo, Ruy Adrián López-Nussa en la batería y Edgar Martínez en las congas…
Con notas discográficas a cargo del Premio Grammy Arturo O’Farrill, es este álbum el que sugiero escuchar. No solo por la música que trae, que hibrida identidad y modernidad, y lo que puede despertar, sino porque a quienes son fieles a sus principios y motivaciones, estén donde estén, se les debe (al menos) admirar.