Notas por Juan Carlos
28/10/2016
El cadáver de un rey flota en el pasto
Juan Carlos Flores
¿Un poeta es el mensajero de los dioses, o de los hombres? ¿La poesía es una piedra, o una pedrada? ¿Las palabras marcan el principio o el final de los caminos?
Son las preguntas para alguien que, en el exilio de sí, regresa a sí mismo: un lugar con arboledas, un poeta extraño e imprescindible. Es el ojo en la mirilla, el dedo en el gatillo, el proyectil y, al mismo tiempo, suele ser el que sobrevive al disparo. O no. Poeta al borde del abismo, o en el abismo mismo.
Foto: Internet
Juan Carlos Flores nació en La Habana el 29 de octubre de 1962. Vivió en Alamar, al este, de donde salía pocas veces, y fue considerado por muchos como un poeta de culto, sin duda alguna, uno de los más reconocidos de su generación. Publicó el cuaderno Los pájaros escritos, que mereciera el premio David y el de la Crítica Literaria, otorgado por el Instituto Cubano del Libro; Distintos modos de cavar un túnel, Premio UNEAC, y El Contragolpe (y otros poemas horizontales). Tiene publicada, además, una antología personal: Un hombre de la clase muerta.
Sus textos han aparecido en numerosas antologías, dentro y fuera del país, en todos los formatos posibles. Se trata, además, de un poeta que experimentó de manera diversa con otras artes como la fotografía, la pintura, el video y el performance.
Fue fundador en 1998 de Zona Franca, un proyecto alternativo de escritura y artes con base en Alamar; y en 2009 presentó un material audiovisual con una treintena de sus poemas.
Muchos recuerdan con especial nostalgia dos de sus últimas presentaciones en público auspiciadas por el Instituto Cubano del Libro: en la Biblioteca Rubén Martínez Villena y en el Centro Cultural Dulce María Loynaz; donde estuvo acompañado, en ambos casos, por otros importantes poetas y un público ávido por disfrutar de sus originales recitales de poesía.
La obra de Juan Carlos Flores tiene ante sí los inescrutables destinos de la página en negro. Él descuartiza poco a poco la luz que le inunda. Nos mira fijo a los ojos y delata sus premoniciones:
…Exiliado de mí, si pudiera regresar a algún sitio, me gustaría regresar a mí mismo, lugar con arboledas. Ni comida, ni ropa, ni enseres domésticos, ni paquete turístico, ni citación judicial. Hoy que me llamo Pessoa, mi nostalgia es la botella cuyo contenido era leche a la puerta dejada. Exiliado de mí, si pudiera regresar a algún sitio, me gustaría regresar a mí mismo, lugar con arboledas.
Se tratará, por siempre, de un poeta de culto entre el gremio. Un poeta inquietante y transgresor, original y despojado de toda pose intelectual y ficticia. Un poeta presto al golpe o, más bien, al contragolpe, con el filo rasposo de sus versos.
Suele haber desgarramientos en ellos, ironía y enfrentamiento, desnudez y experimentación; pero siempre advertimos que rezuman la sapiencia del largo proceso de la creación. Y sobre todas las cosas: la autenticidad.
Juan Carlos Flores deja profundas trazas en la literatura cubana, huellas por donde quiera que hollaran sus plantas. Disemina fragmentos de sí mismo, restos que denuncian su destino. Manchado de tinta, el mandil se le descubre, cargados los bolsillos con esquirlas de azogue para observar, desde su atalaya, el mundo.
En él las reverberaciones de sus soliloquios recantan una y otra vez. Como si no hubiéramos entendido, nos vuelve a meter por los ojos lo que ya magníficamente dijo. Y nos alerta: “las cosas no son siempre lo que parecen”. Sus poemas tienen los ojos de la mugre, la gripe de los desposeídos, pero, sobre todo, tienen la carne de la verdad.
Son poemas o reencarnaciones como escritas por las manos de remotos poetas, muertos y desconocidos. Tienen el poder del símbolo quebrantahuesos. Son punzones a los pechos de ese aire raro que sobrevuela los horizontes.
Poeta como un país más allá del túnel, cavado de mil maneras distintas. Repartidor de desolaciones, de agonías, de piedras y pedradas. Su palabra puede demoler las fronteras de los abismos. Voz armada de silencio, de upercut, de caos. Sin recato ni miedos desde el sacerdocio en el que vivió sumergido.
¿Un poeta es el mensajero de los dioses, o de los hombres? ¿La poesía es una piedra, o una pedrada? ¿Las palabras marcan el principio o el final de los caminos? Son también las preguntas para los que quedamos de este lado del fino hilo imaginario que nos separa de tan oscuros lares.
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