¿Nos pasan gato por liebre?
15/1/2016
Ley de cine en Cuba: truco o trato se titula la más reciente opinión expuesta por Gustavo Arcos y colocada en las redes desde la plataforma OnCuba, en la cual este se refiere a la última reunión de cineastas que tuvo lugar el 31 de octubre en el Fresa y Chocolate.
En las líneas suscritas por Arcos se respira —con solo asomarse a ellas— un claro apunte a la institucionalidad cubana, invocada esta desde los primeros párrafos como “los fantasmas del dogmatismo” contra los cuales los cineastas cubanos decidieron “encauzar su propia lucha”.
Asimismo se alude a un ambiente previo a la reunión de los cineastas cubanos “bastante sombrío”, junto a “cierta incertidumbre y molestia que acompaña al gremio desde hace años”. Intento situarme sobre las propias sentencias de Arcos para guardar total fidelidad a sus palabras.
Para él el entorno está más espinoso aún, pues asegura que “se reportaban actos de censura contra obras, cineastas o críticos, aumentando la ya de por sí elevada temperatura concerniente a las demandas por una Ley de Cine”.
En su reflexión Arcos alega, además, que “los creadores presentaron un documento que recoge aspectos esenciales de sus peticiones, cuestiones relacionadas con la función del ICAIC en el nuevo escenario, el financiamiento de las obras, la aceptación de las productoras independientes, el patrimonio, la libertad creativa, las formas de otorgar la nacionalidad a una película y el respeto y confianza que debe tener el Estado por la labor de los artistas”.
Reseña, igualmente, que se ofrecieron “diversos criterios de por qué resulta conveniente al gobierno cubano, acabar de suscribir la Ley y conjurar con ello todo el ambiente de irregularidades o malentendidos que acompaña al trabajo de los cineastas”.
Por último suscribe que “el documento fue aprobado por unanimidad y será enviado a las instancias superiores”, así como que “si bien no se trata de una Ley (no le corresponde a los cineastas hacerla) es al menos un punto de partida sólido y argumentado por dónde empezar”.
Entonces un elemento obliga a detenerse en la lectura y repensar de principio a fin todo lo relatado por Arcos: “Roberto Smith, ratificó el apoyo de la institución a las inquietudes y propuestas de sus miembros”. De esta manera “los fantasmas del dogmatismo” invocados en un inicio no son vistos de pronto como aquellos hacia quienes los cineastas cubanos han de “encauzar su propia lucha”; sino que se muestran presentes y comprensivos. El presidente del ICAIC no solo acompaña a sus colegas en un debate abierto y desenfadado, sino que comparte sus preocupaciones, es consciente de ellas, les ratifica su apoyo (que es el de la institución que los representa y escucha), y toma nota y asunto de sus inquietudes y propuestas. La institucionalidad cubana demuestra nuevamente que los cineastas y el pueblo en general puede confiar en ellos, no de manera unidireccional como lo enfoca Arcos en el párrafo que viene, donde en tono de ultimátum es categórico al decir que “los cineastas acaban de ofrecerle nuevamente a la dirección del país, un voto de confianza, una propuesta transparente, una mano tendida al diálogo y la concertación”.
Esta frase, que suena a concesión inmerecida, a “te ofrezco generosamente mi confianza por última vez”, y que parece querer poner en jaque una relación fructífera de diálogo y entendimiento cultivados desde la misma génesis de la Revolución, ¿será verdaderamente el espíritu de “los cineastas” todos?
A la extensión de estas líneas Arcos es aún más inconsecuente y afirma que “al parecer la osadía de tomar la iniciativa y reunirse sin que nadie les dé la orden” a los cineastas “ha de ser castigada”, y llega al centro de su análisis cuando lamenta que los hechos demuestren “que los artistas han ofrecido un Trato y el gobierno les ha devuelto un Truco”. Los hechos hablan de participación, de criterios encontrados, de ideas que van y vienen, de consenso, de apoyo…nunca de anuencias ni ausencias, de silencios y menos aún de desapego o desprendimiento por parte de la institución y su máximo representante. No es esta tampoco una cuestión de “nombres, fechas límite, rostros y nombres”, es una cuestión de humanos que deben entenderse desde un sentir común, desde una lógica de pensamiento y acción que los impulse hacia adelante, aunque no siempre el impulso esté acompañado de la velocidad o prontitud demandada.
Lo que sí resulta llamativo es que Arcos diga que en la cita no se encontraba “nadie de la dirección cultural del país” a quien le tocaría defender y apoyar en todos los espacios a los creadores. Y que “solo el presidente del ICAIC, Roberto Smith, hizo acto de presencia para certificar el apoyo de la institución a las inquietudes y propuestas de sus miembros”. Desconoce así a Smith como miembro activo de la dirección cultural del país, quien además no solo hizo acto de presencia, sino que, como máxima autoridad del gremio, los acompañó, escuchó y apoyó en todo momento.
Certero sí fue Arcos al asegurar que “a la Ley de cine le queda un largo camino aún por recorrer”. Porque así sucede con esta y cualquier otra ley que se proponga; como cualquier otra disposición de tal naturaleza, sus procesos de consulta y evaluación son harto y necesariamente extendidos.
Tampoco es saludable generar en torno a ella un clima de confrontación. Arcos insiste en este objetivo cuando afirma “Los cineastas (…) no son los malvados de esta historia” –y obviamente quedaría este rol para el Estado. ¿Acaso es necesario pensar esta relación en términos de buenos y malos; de conflicto, climax y desenlace? ¿Será este el fin y no el medio al que estén aspirando algunos “defensores” de la Ley de Cine, poner en crisis la relación artistas/instituciones/Estado? Quien se deje contaminar por ese espíritu estará, lamentablemente, dejando “que le pasen gato por liebre” -una frase bastante coloquial en nuestro entorno cubano, que nos debe sonar mejor que el “trick or treat” (“truco o trato”)-, tan ajena a nuestro vocabulario.
A nadie ayuda esta actitud, mucho menos a la pretendida Ley de Cine, en la cual no se puede un espacio infinito donde verter todo lo criticable que nos parezca cabe en él, de una manera infantil e ingenua. La concreción de esta propuesta no debe pasar per se –y a veces parece ser ese el objetivo sumo- por arrojar fuego sobre la institucionalidad cubana, sino por evaluar y contextualizar los hechos y los actos con justeza, partir de la transparencia y el respeto para poder salvar lo verdaderamente inmortal y verdadero: el Arte.