La primera vez que vi cantar a Pablo Milanés fue en la televisión, allá por 1964, años más, meses menos. Lo hacía con el cuarteto Los Bucaneros; estaba en su etapa de “filinero” y el número en cuestión era Estás lejos. Tendría yo quince años y algunas frases se me quedaron. No pocas veces mascullé, con desafinación, su letra: Estás lejos y creo ver / tu figura ya por doquier. / Me atormenta solo pensar / que me puedas abandonar… Algo tenían ya esa voz y esa manera de interpretar que me avisaban del advenimiento de una sensibilidad nueva, aun cuando la letra no fuera muy diferente de la de cualquier otra canción de la época y yo no supiera ni jota de música.
Fui desde entonces uno de sus fans más leales: Canción de un festival, de César Portillo de la Luz; Debí llorar, de Piloto y Vera; La puerta, de Luis Demetrio; Franqueza, de Consuelo Velázquez; Tú no sospechas, de Martha Valdés; Novia mía, de José Antonio Méndez, y muchos otros boleros y canciones, dichos en los más diversos espacios hallaron, en la generosidad de su acariciadora voz, el coloquio perfecto.
Cuando lo vio cantar Tú, mi desengaño, acompañado solo por su guitarra en el cabaret Venecia de la Santa Clara de los tempranísimos sesenta, un gran poeta y amigo mío, por entonces cazador de muchachas de cabaret y fustigador de cursilerías, me afirmó con énfasis inesperado: “Oye, ese mulatico va a llegar lejos”. Hasta las coristas, con sus medias de malla zurcidas y sus retozones maquillajes, salieron del camerino a verlo y beberse, lacrimoso, el rímel. Yo no estaba allí, pero me lo contaron de buena tinta: Cuando siento que tu imagen se me esfuma / mi tristeza ya la logro disipar, / y es que era tu figura la causante de mi mal… ¿El nacimiento de una estrella? De eso nada. La estrella relucía ya en el centro de la noche, pero en provincias las estrellas siempre nos regalan su destello un poco más tarde.
Claro, lo que vino después lo supera todo. Cuando vi el Noticiero Icaic Latinoamericano donde Pablo —Silvio y Noel a su lado— cantó Su nombre puede ponerse en verso (dedicada al poeta Ho Chi Minh), y Yo vi la sangre de un niño brotar (en Casa de las Américas, ¿quizá en 1968?), supe que se había producido el giro que incorporaría otras intenciones y otro sentido a sus piezas, a su proyección, a su espíritu.
Quien me tienda la mano al pasar comparte mi suerte contribuyó como pocas, junto a otras de la época, a moverme el centro de gravedad del planeta: Era el perfecto aburrido fragor / de una búsqueda al centro del sol / quemando mi muerte / (…) / Ahora, junto al cielo me voy a quedar, / quien me tienda la mano al pasar / comparte mi suerte. Adiós a lo trillado, bienvenidas la metáfora feliz, la filosofía aguda, el moldeado de la Patria con arcilla luminosa.
“(…) Nos tendiste tu mano al pasar. Adiós, que aquí te quedas, porque de ti tenemos interés en saberlo todo”.
Más o menos por esa época le presté mayor atención a Mis 22 años —aunque era de 1965— donde la guajira invade la canción a la altura de Mi tristeza la sepultaré / el dolor del brazo de ella siempre irá,y de esa forma nos espantó lo sombrío existencial con el toque de refrescante y juguetona ironía encima del gravísimo tema de la propia muerte. El son, la guaracha, el bolero, la musicalización de la poesía, todo entraría en su obra para dejarnos uno de los catálogos más versátiles de la nueva trova cubana, acaso su más melodiosa voz. Pero, ¡por Dios!, que nadie se moleste por lo rotundo de mi juicio. Es solo el criterio de un melómano consternado por la pérdida de quien lo viene acompañando, musicalmente, desde que por primera vez lo vio en su primer televisor: un Súper V. Crosley —que el nuestro no fue ruso—.
El alma cubana está en esa voz. Unos versos de Roberto Fernández Retamar dedicados el Bárbaro del Ritmo me auxilian con este dolor porque, a partir de hoy, cuesta saber que esa voz que está en el disco “ya es la voz de nadie”. Que nadie lo dude: su grandeza interpretativa, unida al sobrio genio comunicacional con que proyectó su imagen, está a la altura de lo que antes nos bendijo desde la voz del Beny, aunque la respectiva gestualidad difiera.
Oye uno: Donde te encontré, donde tú me hallaste / la noche es de estrellas, la luna es de mar (compuesta a cuatro manos con Silvio Rodríguez) y casi puede hasta prescindir de Veinte poemas de amor y una canción desesperada para enamorar a la más inalcanzable. Y eso que es una canción a la Patria, entonces cortejada, enamorada y conquistada con la conquista de la más alta poesía.
Perdimos físicamente a Pablo Milanés y, no por cierta, es totalmente real esta pérdida. Seguiremos pensando en ti, querido Pablo. Tendremos eternamente tu voz y tus canciones. Nos tendiste tu mano al pasar. Adiós, que aquí te quedas, porque de ti tenemos interés en saberlo todo.