No, Dazra Novak es ella
Dazra Novak llega temprano al estudio de grabación, quizás por eso el productor no la reconoce cuando sale a buscarla. La mujer de los rizos negros lee un libro Premio Calendario y está ahí, recostada en el sofá con las piernas cruzadas. La misma sutil sonrisa de quien deambula por la casona del Centro Onelio desde las esquinas, observándolo todo, con alma de director de teatro armando una escena; de quien presenta su último libro, Niñas en la casa vieja, con palabras sencillas y a la vez sentidas, como si hablara al mejor de los amigos; de quien prefirió utilizar un seudónimo porque ella misma no era lo esencial, lo verdadero estaba en sus historias.
“No queda duda, Dazra Novak es ella”.
Ahora, la señalan y pasan para adentro de la cabina. Quieren tomarle una foto antes de la entrevista: “hagan como si ya estuvieran hablando”, dicen, y ella asume en un juego el papel de entrevistadora. Las preguntas vuelan sin pensarlo. La escritora que antes quiso ser pintora y que se estrena como poeta, podría bien haber sido una genial locutora. Al productor le basta con oír su voz para saber que sí, no queda duda, Dazra Novak es ella.
¿Cuál fue el primer texto que salió bajo el seudónimo de Dazra Novak? ¿Por qué decide adoptar este nombre como artista?
El primer texto que publiqué con ese nombre, “El gran salto o caída libre”, salió en la revista El Cuentero. Es curioso, salió como reseña, porque se inspiraba en un libro de Ahmel Echeverría. Sin embargo, fue un texto que luego coloqué en mi primer libro, Cuerpo reservado (Premio Pinos Nuevos 2007), como cuento. Fue muy extraño que para algunos funcionara como reseña y para otros como ficción.
Dazra Novak surgió de la intención de que nadie supiera quién estaba escribiendo. En un principio no me interesaba ser señalada con el dedo. Quería quedarme en la comodidad del anonimato y publicar con un nombre falso, que los textos solo fueran leídos. De hecho, en los primeros que salieron, yo solía poner diferentes lugares de nacimiento. El que haga esta búsqueda va a encontrar que aparecen lugares como Berlín, Líbano.
También porque sospechaba que luego vendría cierto nivel de exigencia, que en efecto es así, cuando vas avanzando un poco en el camino de la literatura, vas publicando y se va conociendo tu obra, hay una exigencia tácita del lector, de lo que ya ha consumido de tu obra y lo que espera de la siguiente. Es una presión bastante grande y suelo agradecer mucho mi espacio de soledad, de silencio. Es la necesidad de separar a la persona que escribe de la persona que vive y respira, ¿no?
Supongo que también por los temas que siempre he tratado, temas eróticos, que me valieron historias muy locas con algunos lectores que tomaban por cierto todo lo que leían. Por supuesto, como siempre digo, vivimos en Cuba y eso no duró mucho tiempo. Al momento se regó la voz: “no, Dazra Novak es ella”y ya, después eso no se pudo contener.
La mayoría de sus textos tocan el tema del erotismo. ¿Qué retos implica volverse un referente de este género?
El reto principal es que la gente te encasilla y sigue buscando eso todo el tiempo. El ser humano siempre va a tener esa atracción por lo prohibido y, en el terreno erótico, hay tantos tabúes todavía, tantas zonas inexploradas. Entonces, cuando tú te montas sobre este tipo de texto que son descarnados, que narran sin contemplaciones, pues la gente se va con ese escándalo entre comillas, ¿no? y se pierde muchas otras cosas que están por debajo tan o más importantes que el vehículo del erotismo.
Al mismo tiempo es un vehículo que vende, es una buena herramienta. Y, vamos, que también es algo que en mí provoca mucho interés, me resulta muy atractivo tratarlo y tengo que aceptar que esa línea de trabajo es muy fuerte en mí y tratar de hacerla dialogar con las otras cosas que quiero contar. A mí me interesan tantas otras cosas que trato de poner como guiños, como cuñas por debajo. El reto es lograr que todo vaya, que todo fluya y que llegue a algunos lectores por lo menos.
Sus primeros libros Cuerpo reservado y Cuerpo público narran distintas relaciones amorosas, muchas veces incluso en primera persona. ¿Prefiere los ambientes intimistas?
Es mucho más cómodo narrar desde la primera persona. Por un lado, cuando se trata de temas eróticos, por supuesto, hay una complicidad inmediata con el lector. Me gusta mucho la cercanía. Yo suelo decir que a mí me gusta escribir como si escribiera un diario. En un diario tú escribes lo que se supone que más nadie va a leer y estás siendo honesta contigo misma.
No es que el lector conecte en el nivel este, vamos a decirle del chisme, ¿no?, porque la gente tiene mucha curiosidad y siempre va tratando de ver si eso que uno está poniendo en la ficción realmente sucedió en la vida real. No, hablo de cosas que van más allá de eso. Por ejemplo, con Cuerpo Público a mí me pasaron cosas espectaculares. Lo mismo se me acercó gente joven que personas de más de 80 años. Y me decían cosas como: “Me sentí joven de nuevo” o “repasé momentos de mi vida íntima y me hice como un recuento completo de todo lo que he vivido”.
He explotado mucho la primera persona. Ya en esta novela más reciente que ganó el Calvino, utilicé la tercera. No por primera vez, porque hay algunos cuentos cortos donde he utilizado la tercera, pero ya en un proyecto de largo aliento sí, es la primera vez.
Es graduada del séptimo Curso de Técnicas Narrativas del Centro Onelio Jorge Cardoso. Luego fue secretaria del Centro y desde hace dos años es su directora. ¿Qué representa el Onelio en su vida?
Imagínate. Al Centro llegué recién graduada de la universidad, cuando terminaba mi carrera de Historia. Lo único que había disponible ahí era la plaza de secretaria y yo dije “pues, esto mismo” y, muy gustosamente, me sumé al equipo de trabajo.
Había pasado el Curso de Técnicas Narrativas, digamos, un año antes o algo así. A mí me gustó tanto aquel lugar, sentí desde que puse un pie en la Casona de 5ta y 20 que había algo allí que tenía mucho que ver conmigo. Cuando me gradué, dejé de escribir un tiempo, pero sentía que quería estar allí, que quería hacer algo allí. Después me moví a la editorial, empecé a hacer trabajos de corrección y edición, aprendí mucho con Eduardo Heras y con Ernesto Pérez Castillo, que en ese momento era el subdirector. Entonces pasé a la plaza de coordinadora.
A los años, después de haberme ganado dos premios, el Pinos Nuevos y el David, salí por temas económicos. Me hicieron una propuesta de trabajo y fui a trabajar en producción de cine. De ahí salió mi novela Making Off. Fue un mundo que me abrió muchas miradas en el sentido de cómo llegar a hechos algunos proyectos. Dejé la producción, abandoné esa firma, porque no tenía tiempo para escribir y me sentía mal con eso. Luego estuve dando tumbos, haciendo un poco de trabajo freelance, tuve algunas columnas en distintos medios.
Pero, cuando el profe Eduardo Heras León me propuso este regreso y esta gran responsabilidad, que yo tuve que pensar, porque nunca me imaginé que el profe me fuera a dejar a cargo del Centro. Yo sentí que había algo en mí que necesitaba ese lugar de nuevo y, de algún modo, necesitaba también compartir los conocimientos adquiridos. Tenía que hacer algo en la formación de las generaciones que venían después.
Lo asumí, como se dice en buen cubano, tirándome con la guagua andando. He ido probando cosas, he ido confirmando cosas: que me gusta el trabajo allí, que me complace el agradecimiento de los egresados cuando logro impulsar algo de su trabajo y que compartir mi tiempo de creación con el Centro Onelio es algo que me da muchísimo placer, tanto placer como escribir mi propia obra.
Virginia Wolf dijo en 1928, en conferencias en dos universidades femeninas de Cambridge, que “una mujer debe tener dinero y una habitación propia si desea escribir ficción”. En los tiempos actuales, ¿las escritoras continúan necesitando lo mismo?
Por supuesto que sí, todavía seguimos sin la habitación propia. Suerte que han tenido las que han podido lograrlo, pero son pocas. Y sí, hay que tener una habitación propia, eso urge mucho, y hay que tratar de defenderlo y hay que tratar de llegar a ello y hay que tratar de lograr que las mujeres entiendan la necesidad de tener una habitación propia.
Hace unos días se presentó su novela Niñas en la casa vieja. Rogelio Riverón, encargado de la presentación junto a Teresa de Jesús Fernández, expresó que denominarla una novela lésbica o una novela feminista era insuficiente. Si usted tuviera que elegir una denominación para Niñas en la casa vieja, ¿cuál sería?
Eso es difícil, porque Niñas… es muchas cosas. Como decía en la presentación la base del libro son tres grandes dolores: la pérdida de un amor, la pérdida de un bebé y la pérdida de un guía espiritual. Pero, alrededor de eso, hay una narrativa de un momento de mi vida, de algunos años donde yo descubría cosas y experimentaba cosas constantemente. Y es quizás eso, el asombro, la recopilación y el cuestionamiento de la vida, por haber nacido mujer, en el país en que nací, en el momento histórico en que nací. Es un cuestionamiento de todo eso que nos tocó, la herencia histórica y el “a dónde vamos”.
Como decía Teresa, es como si el tiempo no hubiera transcurrido y, a la misma vez, estuviera todo allí al mismo tiempo. Niñas… es como una gran pregunta, ¿a dónde vamos después de todo esto?
Aún no se puede adquirir Chérie, ganadora del premio Ítalo Calvino hace dos años, la novela Niñas en la casa vieja demoró seis años en publicarse luego de escrita. Sin embargo, su más reciente libro de poemas París, Praga, Budapest puede comprarse en Amazon ahora mismo. ¿Cómo afecta esta dificultad para ser publicada en Cuba?
Afecta muchísimo. ¿Cómo decirte? Es completamente desmotivador. Niñas… está escrita hace más de cinco años y Chèrie ya lleva escrita unos dos años más o menos. Estuve esperando por el resultado del concurso, que se tardó un año por el tema de la pandemia. Ya estaba pensando qué hacer con el libro. Las largas esperas son muy dolorosas, muy frustrantes, hay que ser muy fuerte para mantenerse firme y decir no, sí, voy a seguir escribiendo. Encima de eso, la poesía ha estado inédita hasta ahora, porque, por opiniones duras, yo dejé de mostrar mi poesía.
Se me acumularon muchos libros que ya pedían ser publicados. Me hice el regalo de París, Praga, Budapest a mí misma, porque me daba mucho dolor someterlo a concursos para poder ser publicado o a colas editoriales y, además, a juicios de otros que no han leído mi poesía. Fue un acto de total libertad. De lanzarlo y que recorra su camino, encuentre sus propios lectores a los que les guste y que puedan comprarlo.
También es una necesidad, porque el libro una necesita tenerlo en físico, es algo que al autor le hace falta. No se trata de pagos por derecho de autor ni mucho menos, en mi caso no tiene nada que ver con eso. Tiene que ver con tener el libro físico a mano y que tus lectores lo tengan también, que sea accesible al público.
La novela Chèrie se basa en la vida de la pintora cubana Rocío García. ¿Por qué sintió que era una historia necesaria?
Rocío García es una pintora cubana muy reconocida, amiga mía desde hace años, que tiene una historia de vida muy rica. Estamos hablando de una persona que viajó en barco desde Cuba cuando el intercambio de estudiantes con la antigua Unión Soviética, una travesía que duraba un mes. Estuvo siete años estudiando allá en una academia de pintura, regresó y ha sido, por 30 años, profesora de San Alejandro.
Rocío es muy reconocida por su manejo del color, por la pintura que hace, que bebe mucho del cómic, del pop art, que trata los temas de la sexualidad. Muchas veces incluso la encasillan dentro de la pornografía. Ella tuvo la valentía en los años 90 de hacer una exposición con penes erectos en sus cuadros, cuadros de grandes dimensiones, de más de dos metros.
Era un personaje muy atractivo y yo me acerqué tratando de ficcionar y terminé contando su vida desde la niñez: cómo fue su acercamiento a la pintura; su pasión por los cómics, que la tiene desde niña; su visión del mundo, una visión muy particular también; su búsqueda de la belleza; la homosexualidad y el descubrimiento de un amor, que se interrumpió en un momento y encontró 20 años después, cuando pudo ser, porque los estudiantes cuando se graduaban allá, pues, bueno, debían regresar.
También es un recorrido por su obra, entrando en ese mundo de la pintura. ¿Cómo conciben los pintores su obra? ¿Cómo llegan a eso? ¿Cómo es el acto de pintar? ¿Qué es lo que hay dentro de sus cabezas para poder plasmar después en un cuadro? Inquietudes también que, en buena medida, son mías. Antes de escribir, solía dibujar y en algún momento contemplé la posibilidad de entrar en San Alejandro.
“Hay que tener una habitación propia, eso urge mucho, y hay que tratar de defenderlo y hay que tratar de llegar a ello”.
Hay un poco de eso que nunca pude desarrollar. Siempre tuve esa inquietud y entonces por allí también canalicé eso y, por supuesto, acercándome a ella y a toda su clase, al grupo “Nuevos fieras”. Tenía que respetar muchas cosas de la vida de Rocío y, de hecho, tuve que darle el libro después para saber si estaba de acuerdo, porque yo ficcioné muchas zonas, pero la mayoría son reales.
Chèrie es como un cuestionamiento de cuánto uno abandona, de a cuánto uno renuncia por la obra de arte, por la creación, porque en su vida hubo muchas renuncias en este sentido, con tal de ser ella misma, de defender su identidad.
Tomada de El Caimán Barbudo