Cuando ninguno de nosotros esté aquí, la historia se encargará de separar
lo permanente y fecundo
de lo transitorio y estéril.

Natalia Bolívar Aróstegui

En “Una ventana al mundo afrocubano”, texto que a manera de prólogo presenta Los orishas en Cuba, primer libro publicado por Natalia Bolívar Aróstegui, puede leerse que este es el aporte inicial de la autora “en una sucesión que deseamos larga y fructífera”.

Premonitorias palabras del narrador, ensayista y periodista Reynaldo González quien en esa fecha, en 1990, ya vislumbraba cómo la casi desconocida investigadora de las religiones afrocubanas enriquecería los estudios relacionados con la identidad de la mayor de Las Antillas.

En Los orishas en Cuba —asegura Reynaldo González— se encontrarán “dioses, hombres, animales, astros, elementos de la fauna y la flora, mares, ríos, montañas y espejismos de la mente, (que) comulgan en poesía para estructurar una cosmovisión de las más complejas que se pueda conocer”.

Sería interesante descubrir cómo Natalia Bolívar Aróstegui logró aprehender un fabuloso mundo mágico religioso, conocimiento que le permitió escribir una obra de incuestionable alcance y trascendencia.

Sería injusto, sin embargo, circunscribir los aportes de Natalia Bolívar Aróstegui (La Habana, 1934-2024) solo a ese libro que, a lo largo del tiempo, se ha convertido en una obra de obligada referencia en el panorama de las investigaciones sobre las religiones de origen africano presentes en la isla.

Porque, aunque quizás solo sea información manejada por los especialistas, la investigadora es autora de una amplia bibliografía, sustentada en profundas y acuciosas fuentes documentales y testimoniales, consultadas y analizadas durante varias décadas de ejercicio intelectual.

Luego de Los orishas en Cuba llegarían otros títulos, como autora y coautora, entre ellos Itutu (1992), Mitos y leyendas de las comidas afrocubanas (1993), Opolopo Owo (1995), Orisha Ayé (1996), Cuba: imágenes y relato de un mundo mágico (1997), Ta Makuende Yaya (1998), Cuba Santa (1998)…

Sería interesante conocer el origen de esas investigaciones, descubrir cómo Natalia Bolívar Aróstegui logró aprehender —y aprender— un fabuloso mundo mágico religioso, conocimiento que le permitió escribir una obra de incuestionable alcance y trascendencia.

En numerosas ocasiones contó que, a pesar de pertenecer a una acaudalada familia católica, desde sus primeros años de vida, y gracias a su nana Isabel Cantero, una esclava conga, se interesó en desentrañar la magia, los secretos, los misterios, de la naturaleza.

Luego vendrían sus estudios académicos y su labor como guía técnica de la sala de etnografía afrocubana, en el Museo Nacional, en el Palacio de Bellas Artes, cuando supo compartir su afán por conocer el mundo con su aguerrida entrega a la lucha contra la dictadura batistiana.

En Los Orishas en Cuba ya se vislumbraba cómo las investigaciones de Natalia enriquecerían los estudios relacionados con la identidad cubana.

Fueron esos años de aprendizaje junto a Lydia Cabrera, quien no solo le presentó a su maestro don Fernando Ortiz, sino también le entregó sus propios saberes y la guió en esos insospechados caminos de la investigación que más tarde lograría andar.  

Uno de sus libros, precisamente, está dedicado a la autora de El monte, quien —como se lee en esas páginas, firmadas junto a su hija Natalia del Río Bolívar— “se apasiona, sumergiéndose en la riqueza mística de su mundo interior para recorrer el cálido e intrincado camino de su querida Isla…”.

Lydia Cabrera en su laguna sagrada (2000), que así se titula ese libro, resulta un necesario y oportuno acercamiento, desde la razón y la pasión, al legado de una mujer que, con su sabiduría y entrega, contribuyó a explicar la génesis de la identidad cubana.

Vuelvo a Reynaldo González, quien también tiene a su cargo las palabras de presentación de este libro, tituladas “Acercarnos a Lydia Cabrera”, texto en que afirma que, entre los estudiosos de la cultura cubana, existen varias personalidades que han devenido verdaderos mitos.  

“Dos de ellos —asevera—, que van unidos en el agradecimiento, son Fernando Ortiz y Lydia Cabrera, emparentados en la vida y en las disciplinas a que dedicaron sus esfuerzos, (…) Sus obras resultan legados imprescindibles para conocer elementos de la convivencia y de los entrañables tesoros cubanos”.

Ahora que Natalia Bolívar Aróstegui no está entre nosotros, cuando la historia se encargue de separar lo permanente y fecundo de lo transitorio y estéril, estoy convencido de que, junto a Fernando Ortiz y Lydia Cabrera, ella no dejará de iluminarnos con sus lecciones, saberes, enseñanzas…

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