Al estudiar la extensa historiografía producida sobre la guerra del 95, entre otros aspectos de aquella gesta que demandan mayores indagaciones y acercamientos, se encuentra lo relacionado con la cultura artística generada por esta revolución, tan relevante como sus épicas batallas, los magnos sucesos políticos, y el pensamiento político-militar de sus principales protagonistas.   

Los historiadores no podemos ignorar que esta cultura artística llamada muy justamente “mambisa” reflejó los fundamentos políticos e históricos de aquellos acontecimientos. Todas las creaciones artísticas y literarias, generadas dentro y fuera de los campos insurrectos, en las que se depositaron las aspiraciones y sueños de los cubanos y cubanas por alcanzar la independencia, ahondaron la ideología de la revolución y legitimaron un futuro independiente por conquistar, trascendiendo mucho más allá en el tiempo para inspirar a nuevas generaciones de revolucionarios cubanos.  

Para las autoridades y dueños de esclavos la palabra “mambí” era una palabra peyorativa e injuriosa, que utilizaban para designar a los que se oponían a la opresión y se rebelaban contra la esclavitud. Por ello se les llamó “mambises” a los insurrectos cubanos. Sin embargo, por una de esas paradojas de la historia, debido al heroísmo derrochado durante tres décadas por el Ejército Libertador, aquel término despectivo se convirtió con el paso del tiempo en título de gloria.   

“Para las autoridades y dueños de esclavos la palabra ‘mambí’ era una palabra peyorativa e injuriosa (…)”.

El clarín en la llamada Guerra de los Diez Años convocó a muchos profesionales, escritores poetas y músicos. Desde los inicios y hasta el final de la insurrección compusieron ensayos, testimonios, cuentos, poemas, leyes a favor de una educación popular, himnos y canciones. La composición musical se privilegió con los aportes de importantes músicos entre los cuales se destaca Perucho Figueredo, quien el 20 de octubre de 1868, en las calles del Bayamo recién liberado, cantó junto al pueblo La Bayamesa que devendría himno nacional de la República de Cuba. La jornada dio lugar, casi un siglo más tarde, a la consagración de esa fecha como Día de la Cultura Cubana.   

Como sucedió con La Bayamesa, de Céspedes, Castillo y Fornaris, hoy catalogada entre los temas antológicos de la trova cubana, durante la Guerra del 95, algunas canciones cambiaron los versos originales y surgieron otros exaltando la proeza del Ejército Libertador; y se cantaban en la manigua redentora acompañando a los insurgentes con el tiple o una guitarra. Este fue el caso de la habanera “Tú”.  

En 1892, en la casa habanera de la patriota Marta Abreu, el joven Eduardo Sánchez de Fuentes, desconocido entonces, interpretó al piano una pieza de gran belleza. Cuando terminó la interpretación, una joven asistente a la velada le preguntó al pianista cómo se llamaba la música que había gustado a todos. Reflexionando un instante y con el deseo de dedicarle una fina cortesía a la muchacha, le contestó: “Pues se llama Tú…” Poco después, su hermano Fernando puso letra a la que se convertiría en una de las más conocidas habaneras.  

En unas pocas notas musicales concentró Sánchez de Fuentes el mensaje lírico de una generación que se preparaba para el deber y el sacrificio, porque en la letra dice: “Cuba eres tú…”, y tú era la patria que se anhelaba libertar. De modo que cuando estalló la Guerra del 95, la lírica canción devino canto épico, de amor y de esperanza para los independentistas. Por aquel “Cuba eres tú…”, la mujer aludida fue identificada como la Patria.

“En unas pocas notas musicales concentró Sánchez de Fuentes el mensaje lírico de una generación que se preparaba para el deber y el sacrificio (…)”.

Marchaba la columna invasora por los campos camagüeyanos el 15 de noviembre de 1895 cuando el general Antonio Maceo dio órdenes de detener la marcha en una finca que las avanzadas habían descubierto. Para muchos veteranos de la Guerra de los Diez Años el lugar era todo un símbolo. Estaban en presencia de la finca La Matilde propiedad de José Ramón Simoni, el padre de Amalia Simoni, el gran amor de Ignacio Agramonte. Con premura de gente agotada se organizaba el improvisado campamento cuando un mambí descubre que en una de las ventanas de la casa un militar hispano había escrito ofensivos versos para la independencia de la patria. Hasta hacía poco había sido sede de un cuartel colonial, abandonado apresuradamente ante la presencia de la columna invasora. Se solicitó del joven comandante camagüeyano Enrique Loynaz del Castillo, valiente, sensible y exaltado, una respuesta inmediata. Allí brotó el verbo cortante como filo de machete. Enterado el general Maceo, luego de escuchar los versos dio orden de convertirlos en un himno de combate que acompañara a la columna invasora. Fue así como el entonces comandante Loynaz del Castillo, con la ayuda del capitán Dositeo Aguilera, jefe de la pequeña banda del Ejército Invasor, completaron la melodía en el pentagrama. Al siguiente día el Ejército Invasor tenía un himno, con el cual recorrería su trayecto hasta Mantua, en Pinar del Río, donde dos meses después culminó la gran hazaña militar y política de esa contienda.   

Dositeo Aguilera recibió la ayuda de sus músicos, gran parte de los cuales provenían de la orquesta Hermanos Avilés, fundada el 16 de octubre de 1882, en Holguín, antigua provincia de Oriente, por lo que es hoy considerada la más antigua de música popular bailable de Cuba y América Latina. Al inicio de la Guerra de Independencia de 1895, casi todos los miembros de la orquesta estaban incorporados a la Banda de Música del Ejército Invasor, bajo la dirección de Manuel Dositeo Aguilera quien, junto a Jesús Avilés Urbina, orquestó el Himno invasor, compuesto por Enrique Loynaz del Castillo.   

Pero también el vicepresidente del primer Consejo de Gobierno, el Mayor General Bartolomé Masó, compuso un segundo himno, menos conocido, en dos estrofas dedicado al 24 de febrero, que tituló “Resurrección”, y en cuya letra, de profundo fervor patriótico,  se alude a las guerras emancipadoras de los pueblos que constituían lo que Martí llamó “Nuestra América”.   

Por su parte, decimistas y repentistas cantaron a la naturaleza cubana, a la patria y sus héroes, a la nostalgia por la amada, el dolor de la madre ausente, la proeza de un general mambí, la historia de un soldado desconocido, a los mitos y leyendas que iba forjando el independentismo.  

“(…) decimistas y repentistas cantaron a la naturaleza cubana, a la patria y sus héroes (…)”.

Desde el inicio de la guerra, el 24 de febrero de 1895, obreros, artesanos y campesinos partieron hacia la manigua portando los instrumentos musicales con que acostumbraban alegrar sus vidas en tiempos de paz. En el Ejército Libertador, estos sectores hallaron espacios de sociabilidad que les permitieron expresarse a favor de la independencia de Cuba.  

Cabe señalar que las actividades recreativas llevadas a cabo en la cotidianidad mambisa no solo sobrevivieron mediante la palabra impresa. Un fotógrafo de la época también captó imágenes sobre la vida musical de la “manigua”. La fotografía, conservada en el Archivo Nacional de Cuba, revela a los integrantes de la tropa del general Avelino Rosas, militar colombiano y amigo cercano de Antonio Maceo que se unió a la causa independentista en la Guerra del 95. Al centro de la foto se encuentra un soldado, que —lejos de sostener un arma entre las manos, como muchos de sus compañeros— se muestra en posición de tañer una guitarra. Es posible que el fotógrafo, antes de pedir a los combatientes que posaran, hubiera interrumpido la interpretación de una pieza musical o el festejo de una canturía.  

Tales testimonios conducen a pensar que estas prácticas culturales estaban presentes en la vida cotidiana de los campamentos. La Guerra del 95 y, específicamente, la Invasión a Occidente brindaron un escenario único para que decenas de improvisadores, la mayoría desconocidos, se dieran a conocer ante grandes auditorios. Es un hecho que la Invasión hizo posible los intercambios poéticos entre decimistas de todas las provincias de la Isla, y funcionó como una aguerrida gira artística en medio de operaciones militares, de cantores orientales, camagüeyanos y villareños que, en su trayecto hacia el occidente de la Isla, actuaban ante multitudes. Al terminarse la guerra, muchos de ellos tuvieron que vivir de la décima para no morirse de hambre.[1]

Insertar chapeaux: “(…) las actividades recreativas llevadas a cabo en la cotidianidad mambisa no solo sobrevivieron mediante la palabra impresa”.

Estrofas cantadas en los campamentos sobreviven aún en la memoria de familias de la Sierra del Rosario, importante teatro de operaciones de la Campaña de Pinar del Río, y ello se debió no solo a la transmisión oral de estos relatos patrióticos cuando los combatientes retornaron a sus lugares de origen, sino a la presencia de pobladores simpatizantes de la causa independentista, que se acercaron a los campamentos mambises para brindar apoyo, y durante su estancia, presenciaron las controversias entre los miembros de la tropa, y en ocasiones, también participaron, componiendo décimas que llenaban de ánimo y orgullo a los invasores, escenas que sobrevivieron gracias a la pluma de testigos como José Miró Argenter.

El papel sicológico que desempañaban estas interpretaciones en el Ejército Libertador llegó incluso a ser percibido por el bando enemigo. Un oficial español hacía referencia al asunto, al señalar las diferentes pertenencias incautadas a los insurrectos, entre ellas una guitarra: “[…] el asistente de mi amigo el capitán de caballería García Benítez, descolgóse en casa ayer con una máquina de coser y una guitarra cogida a los insurrectos. Está visto, progresamos. El aliento que dan todas esas peripecias al soldado es imposible de describir; van ya a la batalla como a una fiesta”.[2]

Para adentrarse en este mundo poco explorado, resulta interesante el estudio “La cultura en el Mayor General José Maceo”, escrito por el historiador santiaguero Ismael Sarmiento, quien puede considerarse uno de los autores que más ha estudiado el ámbito musical mambí. Por una parte, esta investigación destaca el apoyo de El León de Oriente a las actividades festivas, entre las que sobresalen los bailes y, seguramente, las canturías, aunque no se menciona ningún caso sobre la interpretación de décimas en su campamento. También aporta una invaluable información sobre la relación entre el general y la banda de música de su Estado Mayor.  

“Estrofas cantadas en los campamentos sobreviven aún en la memoria de familias de la Sierra del Rosario (…)”.

Para José Maceo, sus músicos eran sagrados. Se cuenta que, en un combate, un jefe intermedio colocó a la banda en un lugar de peligro. El general José rectificó de inmediato la orden. Con su tartamudeo característico, dijo a su subordinado:  

—Sepa usted que los músicos son aquí insustituibles. Si a usted lo matan, yo tengo con quien reemplazarlo de inmediato. Si me matan a mí, ocurriría lo mismo con solo correr el escalafón. Pero si muere uno de los componentes de la banda, ¿con quién y cómo vamos a reemplazarlo?

Los músicos de esa agrupación, ya finalizada la Guerra de Independencia, formaron parte de la banda municipal de Santiago de Cuba y, en esa nueva etapa, estuvieron también bajo la dirección del maestro Rafael Inciarte, que ya los había dirigido en la manigua.

Es preciso decir que fueron muchos los trovadores que se destacaron en las luchas independentistas; por solo mencionar algunos: Juan Ferrer, Simón Nápoles, Pepe Sánchez, Fermín Castillo, Benito Lacret, Rafael Ortega, Bernabé Ferrer, Antonio Torres, José Prior, Sindo Garay (quien tuvo el enorme privilegio de conocer y estrechar la mano de José Martí y de Fidel Castro), Eulalio Limonta, Emiliano Blez. Muchos de ellos escribieron canciones encendidas de franca intención patriótica.   

Quizás poco conocido dentro de nuestra historia musical, el trovador Ramón Ibonet Hechevarría, durante la campaña invasora siempre llevó a su espalda la guitarra, junto a sus armas y la bandera cubana, pues fue abanderado del Ejército Libertador. El Capitán Ramón Ibonet cayó combatiendo en la batalla de Tumbas de Estorino, en Pinar del Río, el 27 de septiembre de 1986, abrazado a la enseña nacional.  

“(…) fueron muchos los trovadores que se destacaron en las luchas independentistas (…)”.

Es un hecho que, José Martí, organizador y alma de la guerra del 95, gustaba mucho de la música, y particularmente de la música popular. En versos que dedica a su madre durante su primer destierro, nostálgico recuerda el “cantar de los sencillos cubanos y felices labradores”,[3] en clara alusión a la música campesina, y en una carta a su hermana Amelia de 1883 dice que al enterarse de la noticia de su boda había cantado un poco.[4] Pero, ¿qué pudo haber cantado Martí y cuál fue la música popular de su preferencia? María Mantilla, recordaba que a él le gustaba tararear una guaracha cubana (El negro bueno), que coincidentemente era la que se cantaba en el teatro Villanueva el día que fue asaltado por una turba de voluntarios españoles.                                                 

Es presumible que debió haberle impactado escuchar el danzón “La Leonora”, dedicado a  su madre, Leonor Pérez, en la velada que en su honor se celebró el 26 de diciembre de 1887,[5] como también debió provocarle gran alegría escuchar en una velada durante su primera visita a tierras de Quisqueya un merengue dominicano de genuina cepa criolla (La Juangomera), además de piezas muy entrañables para él como “La borinqueña”, danza típica de Puerto Rico cuya partitura publicó en Patria.  

Cuando José Martí comienza los trabajos de organización de la guerra necesaria, convoca a muchos afamados artistas, como Guillermo Tomás y Ana Aguado, y a músicos aficionados para amenizar con su arte los actos políticos de la emigración, en los cuales se exhortaba a la unión de los cubanos, y se recordaba con fervorosa devoción las glorias pasadas. Pero las fiestas organizadas por los tabaqueros en su día de descanso no tenían solo el objeto de recaudar fondos, sino también proporcionaban momentos de esparcimiento sano en que “Algún danzón, recién salido de quien sabe dónde”,[6] según expresión del propio Martí, podía remover sentimientos y nostalgias a un pueblo con un especial sentido musical. Para el más universal de los cubanos, tenía una especial importancia cultivar la espiritualidad de sus conciudadanos en esa República que soñara fundar y donde el arte y la literatura tendrían un lugar prominente.  

Pero lo que pocos conocen es que el organizador de la guerra necesaria, según tradición oral, fue el letrista de una canción muy popular entre los emigrados cubanos en Tampa, Cayo Hueso, Jacksonville, Ibor City y otros lugares de la Florida, quienes la bautizaron como “La canción del Delegado”, haciendo alusión al cargo del Apóstol en el Partido Revolucionario Cubano, fundado en 1892.  

A principios de la década de los 90 del siglo XIX, Martí vivía inmerso en una vorágine debido a su incansable peregrinar con fines de organización y propaganda revolucionaria por las comunidades norteamericanas donde se asentaban grupos importantes de la emigración cubana. En medio de ello encontró el tiempo para acceder a un pedido del tabaquero aficionado a la música Benito O’Hallorans, de Ybor City, de que le dedicara unos versos para él musicalizarlos. Esta canción, llamada “El proscrito”, fue estrenada en el Liceo de Tampa en 1893 en presencia de Martí y fue cantada por una niña llamada María Granados, quien a su regreso a Cuba continuaría interpretándola hasta el final de sus días. Según se conoce no se transcribió esta canción en vida de la cantante y solo la tradición oral hizo el milagro de que llegara hasta nosotros.  

“(…) pocos conocen es que el organizador de la guerra necesaria, según tradición oral, fue el letrista de una canción muy popular entre los emigrados (…) de la Florida”.

María, quien desarrolló una carrera como cantante hasta muy avanzada edad, conservaba una cálida voz, una lucidez y un dinamismo excepcionales. Incluso tuvo una fugaz aparición en el filme cubano Las 12 sillas, de Tomás Gutiérrez Alea, algo que quizás muchos no recuerden. A ella debemos la salvaguarda de esa canción que siempre interpretaba en las actividades patrióticas y fechas señaladas y, al final de su vida, sobre todo en la afamada peña de Alfredo González Suazo, Sirike, en su taller del Cerro.  

Esta intérprete fallece el 29 de enero de 1971, y durante su sepelio, a manera de despedida, Nené Enrizo la toca en su guitarra. El profundo conocedor de la trova Lino Betancourt, al darse cuenta de que esta pieza podía perderse, logra que días después Enrizo la ejecutara ante el músico Hilario González, quien la llevó a la partitura que actualmente atesora el Museo Nacional de la Música.  

La letra de la canción no aparece recogida en compilación alguna de su poesía, ni en las diferentes ediciones de sus Obras Completas, ni en la Edición Crítica que desarrolla el Centro de Estudios Martianos. Está pendiente su autentificación definitiva por especialistas de la obra literaria y específicamente de la poesía de nuestro Héroe Nacional. He aquí los versos: Cuando proscrito en extranjero suelo/ la dulce patria de mi amor soñé/ su luz buscaba en el azul del cielo/ y allí su nombre refulgente hallé./ Perpetuo soñador que no concibo/ el bien ansiado que entre sueños vi./ Siempre dulce esperanza va conmigo,/ allí estará en mi tumba junto a mí./   

El género que escogió O’Hallorans fue la criolla, muy común en Cuba a finales del siglo XIX, género de la canción cubana hoy lamentablemente olvidado y casi desconocido. Resulta curioso que, entre tantos emigrados y sobre todo tabaqueros, no haya una referencia al compositor de este tema, el cual no está mencionado en sus obras completas ni en los 167 números de Patria que se editaron en vida de Martí y donde se reflejaba mucha de la membresía de los clubes revolucionarios, en documentos del PRC o en la exquisita y abarcadora sección En Casa de ese periódico.  

“La cultura mambisa ha brindado a la Revolución Cubana que triunfó el 1ro. de enero de 1959, todo un universo de ideas políticas y sociales (…)”.

En el año 2005, después de que durante mucho tiempo tras la muerte de María Granados se deja de interpretar “El proscrito”, es solo gracias al ya desaparecido Dr. Salvador Arias con su sugerente libro Martí y la Música que esta pieza musical vuelve a la palestra y resonó entonces nuevamente en las voces del joven trovador Rubén Moro y su Grupo Kora, grabada para una trilogía de audiovisuales producidos por Mundo Latino con el coauspicio del Centro de Estudios Martianos, en marzo del 2013. Incluida en el Álbum Con olor a manigua, Premio Especial en el Cubadisco 2015, con una hermosa interpretación de la Maestra Digna Guerra y el trovador Eduardo Sosa, también fue presentada en el programa La Pupila Asombrada e interpretada por Pepe Ordaz.

Como en tantas otras zonas de la vida y la creación del Apóstol, los personajes y acontecimientos acerca de “El proscrito” no han estado exentos de polémica, y aún falta mucho por investigar en ese noble afán de conocer toda la verdad en torno a esta canción pionera en la musicalización de sus versos, los únicos escritos expresamente para convertirse en canción y que reflejan todo el dolor y la nostalgia de un expatriado que, como nos dijera en sus versos sencillos: “Yo quiero cuando me muera,/ sin patria, pero sin amo/ tener en mi losa un ramo/ de flores,—y una bandera”.  

La cultura mambisa ha brindado a la Revolución Cubana que triunfó el 1ro. de enero de 1959, todo un universo de ideas políticas y sociales que sostiene decisivamente su hegemonía cultural, sustentada no únicamente en las ideas políticas y el discurso ideológico, sino en el sistema de relaciones sociales que estructura la sociedad, a través del sentido nacional de patria y país. Las Revoluciones del 68 y el 95 nos han transmitido la necesidad histórica de liberación nacional y revolución social como esencia de nuestro actual proyecto político y, aún hoy, nos convidan a defender y a amar a nuestra “isla infinita”, según la definición poética del Maestro Cintio Vitier.  

La validez de las prácticas poético-musicales en nuestras guerras de independencia, muchas veces obviadas por los historiadores, fueron factores esenciales de pertenencia nacional e identidad política. En carta escrita a la niña María Mantilla desde alta mar, el 2 de febrero de 1895,  Martí define la música de su preferencia: “A mi vuelta sabré si me has querido, por la música útil y fina que hayas aprendido para entonces: música que exprese y sienta, no hueca y aparatosa: música en que se vea un pueblo, o todo un hombre, y hombre nuevo y superior”.[7]

Resurrección

Bartolomé Masó
Compatriotas, un pueblo oprimido
o que dócil se deja oprimir
no debió nunca haber existido
o no debe jamás existir.
Ha llegado el momento supremo
que nos llama de nuevo a la lid,
y llegado ese caso supremo
es forzoso vencer o morir.
Nada extraño venimos haciendo,
que ya Cuba diez años luchó,
y no hay pueblo que pueda, queriendo
no salirse del yugo opresor.
Las antiguas colonias lucharon
y lucharon con tanto fervor,
tan tenaces, que al cabo lograron
desasirse del yugo español.
¿Es luchar sin piedad nuestra suerte?
Pues luchar y luchar sin piedad;
que luchando, si viene la muerte,
es muy dulce por la libertad.
¡Cuántos héroes por ella murieron;
cuántos héroes que hay que imitar;
si no hacemos lo que ellos hicieron
Cuba libre jamás se verá.
Cuba libre es la frase sonora
que resuena en los campos doquier,
Cuba libre será desde ahora,
Cuba libre por fin ha de ser.
ese grito es el grito de guerra,
ese grito es el grito de paz:
cuanto en Cuba de noble se encierra
no responda a otro grito jamás.
Ya en el mundo no caben tiranos,
de los pueblos baldón y terror:
mientras haya, uno solo, cubanos,
guerra, guerra demanda el honor!

Septiembre de 1896.



Notas:

[1] Jaddiel Díaz Frene. “Música popular y nacionalismo en los campamentos insurgentes. Cuba (1895-1898)”, en: Revista Historia Critica, no. 57, Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Historia, Colombia.

[2] Jaddiel Díaz Frene. La guitarra, la imprenta y la nación: Una historia de Cuba desde la memoria popular (1892-1902). Colegio de México, Ciudad México, 2020.  

[3] José Martí, “Mi madre,―el débil resplandor te baña”, Obras Completas. Edición Crítica, t. 16, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2007, p. 26.

[4] José Martí, Obras Completas, t. 20, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1991, p. 307.

[5] Adys Cupull y González Froilán. Creciente agonía, Editorial “José Martí”, La Habana, 2007, pp. 228, 230.

[6] José Martí. “El Domingo para la Patria”, Patria, Nueva York, 10 de abril de 1893. En: Obras Completas, Editorial de Ciencias Sociales, 1991, p. 69.  

[7] Ibídem, t. 20, p. 213.