Musas en La Habana
5/1/2017
Esa ceiba de El Templete a la que tantas personas rinden culto, ha sido testigo del paso por la ciudad de unos cuantos famosos de las letras.
Una huella que aún perdura dejó el viajero italiano Giovanni Francesco Gemelli, quien sin ser escritor —en realidad era abogado y con escasos pleitos— se aventuró a escribir un libro memorable: Giro del Mondo, donde relataba sobre sus viajes por “cuenta propia” por el orbe. Casi al final del extenso periplo se detuvo en La Habana de finales de 1697 y comienzos de 1698. Escribió así:
(…) La Habana es una pequeña ciudad con un circuito de media legua, situada en una llanura a 23 grados y 27 minutos de latitud. De figura circular, sus murallas del lado terrestre son pequeñas y bajas, estando el otro lado protegido por el canal. Se cuentan alrededor de cuatro mil personas, tanto españoles como mulatos y negros que habitan en casas de una sola planta. Las mujeres son muy bellas y los hombres de aspecto agradable.
Otra huella significativa la estampó una célebre escritora sueca del siglo XIX, Fredrika Bremer, quien arribó a La Habana el 31 de enero de 1851. Entonces redactó la primera de sus cartas desde Cuba: “Estoy sentada bajo el claro y cálido cielo y las hermosas palmeras de los trópicos; ¡qué bello y qué extraño…! El aire espléndido y delicioso y las altas palmeras son indiscutibles bellezas”.
A Fredrika le maravillaron el clima, las gentes, la vegetación; pero le indignaron la esclavitud y la represión. En otra de sus cartas dejó constancia de ello: “He aspirado una nueva vida en Cuba, pero vivir aquí no podría. ¡Esto solo podría hacerlo donde exista y crezca la libertad!”.
Algo después —en diciembre de 1872— llegó a La Habana en condición de cónsul de Portugal un joven de 27 años nombrado José María Eça de Queiroz, cuya participación resultó determinante en las gestiones para la supresión de la inmigración china procedente de Macao. Su primera preocupación fue poner en conocimiento del gobierno portugués la situación real de servidumbre en que vivían los chinos en Cuba, su carencia total de derechos y los malos tratos que recibían. Aunque Eça de Queiroz no escribió en Cuba ninguna de sus famosas novelas (El primo Basilio, La ilustre Casa de Ramires, La reliquia, El crimen del padre Amaro, Los maias, entre otras), mucho contribuyó para que se tomara conciencia y suprimiera el tráfico inhumano de culíes hacia Cuba, que se practicaba desde la posesión lusitana de Macao.
“Por la mañana llegamos fritos, asados y hervidos al blanco puerto de La Habana, rocosa y edificada…,″ apunta el poeta ruso Vladímir Mayakovski, uno de los casi 600 pasajeros del vapor francés Espagne, que atraca el soleado 4 de julio de 1925, en escala de 24 horas para proseguir al día siguiente hacia Veracruz.
Echa a andar por “entre almacenes, sucias tabernas, bodegas, casas públicas, frutas podridas″. Ningún periodista repara en él, nadie le conoce. Y parece que recorre bastante de la ciudad; al menos eso se colige de las numerosas impresiones que plasma en su diario de viajes, lleno de escenas pintorescas y observaciones.
Cuando retorna al vapor, en la tranquilidad del camarote escribe un poema. Lo intitula “Black and White”, y es una alegoría de la imagen con que él parte del país: la de una sociedad dividida según la raza y la riqueza.
En La Habana
las cosas
son muy claras:
blancos con dólares,
negros sin un cent.
(Versión del poeta y ensayista Ángel Augier)
En cuanto a Federico García Lorca, desembarcó en La Habana el viernes 7 de marzo de 1930, y su estancia se prolongó hasta el 12 de junio. Estaba invitado por la Institución Hispano Cubana de Cultura que, presidida por Don Fernando Ortiz, auspiciaría las conferencias del poeta. Abierto a la comunicación, Federico estrechó amistad con Flor, Dulce María y Enrique Loynaz; con los músicos María Muñoz y Antonio Quevedo; y con los escritores José María Chacón y Calvo, Juan Marinello, José Fernández de Castro y otros.
El 5 de abril escribe a los padres:
Esta isla tiene más bellezas femeninas de tipo original, debido a las gotas de sangre negra que llevan todos los cubanos. Y cuanto más negro, mejor. La mulata es la mujer superior aquí en belleza y en distinción y en delicadeza. Esta isla es un paraíso. Si yo me pierdo, que me busquen en Andalucía o en Cuba.
Nicolás Guillén contaría después:
Ya saben ustedes cómo algunos detalles nimios permanecen agarrados al recuerdo, mientras otros más importantes desaparecen de nuestra mente, borrados por los años. Así, nunca he olvidado que antes de sentarnos a la mesa, la dueña de la casa nos sirvió ron; ron del llamado ‘carta de oro’. Lorca tomó el pequeño vaso y durante mucho tiempo se mantuvo sin apurarlo. Su goce consistía en poner el cristal a la altura de los ojos y mirar a través de la dorada bebida. ‘Esto se llama —decía— ver la vida color de ron…’ Y se burló con mucha gracia y talento del viejo Campoamor.
Luego de conocer el crudo invierno europeo, para Luis Cernuda la llegada a Cuba el 24 de noviembre de 1951 significó algo así como trasponer las puertas del Paraíso, porque aunque también La Habana estaba en invierno, sabemos cuán agradable suele ser la temperatura por estas fechas.
Se hallaba en La Habana gracias a la invitación de José Rodríguez Feo, codirector junto a José Lezama Lima de la revista Orígenes. Cernuda se alojó en el área cosmopolita de la ciudad, en el edificio de las esquinas de 25 y O, en El Vedado, como lo recuerda una tarja allí colocada.
De cómo se sintió en La Habana dejó testimonio en carta de febrero de 1952 a Lezama Lima, donde le dice: “No sé si mis días cubanos van a tener otros ecos en verso, o en prosa. Es probable que sí. Pero en todo caso tienen ecos en mí, y eso es lo que más puedo decir de una tierra o de una persona”.
El 23 de enero de 1953 —con motivo del centenario de José Martí—, Gabriela Mistral arribó a Cuba para rendir homenaje al Apóstol. El 28 de enero, fecha del centenario, pronunció uno de los discursos centrales en el Capitolio: “Este gran señor nos sirve para cualquier época, continúa vigente para el gobierno de nosotros mismos y para el de nuestras patrias y a veces para el de una raza entera”.
La aldeana chilena —así se autodefinió con soberana modestia— no se cansó de leer la obra de José Martí, valorarla y expresar su admiración por ella.
El escritor británico Graham Greene, viejo amigo de Cuba y autor de El agente confidencial, El americano impasible y otros relatos, publicó en 1958 un libro titulado Nuestro hombre en La Habana, parodia de las novelas de espionaje, llevada a la pantalla en 1959, cuando el intelectual se presentó en la capital con un equipo de filmación para el rodaje de la cinta. Preguntado por los periodistas acerca de las razones que lo indujeron a escribir un relato humorístico en momentos tan dramáticos de la situación cubana, respondió: “Mi objetivo no era hablar de Cuba, sino ironizar sobre el servicio secreto. La Habana era meramente un telón de fondo, un accidente. Esto no tenía nada que ver con mis simpatías por Fidel”.
Y llegamos a Ernest Hemingway, amigo sincero de los cubanos, que tuvo residencia en la Isla, donde vivió durante años y desarrolló parte significativa de su obra. Su última estancia comenzó el 4 de noviembre de 1959, cuando llegó acompañado de otro famoso, el torero español Antonio Ordóñez. En el aeropuerto fueron recibidos por numerosos amigos del poblado de San Francisco de Paula, donde tenía (y tiene) su Finca Vigía. Los vecinos le obsequiaron una bandera cubana y preguntado por un periodista, declaró: “Me siento muy feliz de estar nuevamente aquí, porque me considero un cubano más. No he creído ninguna de las informaciones que se publican contra Cuba en el exterior. Simpatizo con el gobierno cubano y con todas nuestras dificultades”, poniendo énfasis en la palabra nuestras.
Al Premio Nobel portugués José Saramago es difícil seguirle la huella en Cuba, porque la visitó en diversas ocasiones. Por última vez lo hizo a partir del 14 de junio de 2005, para la presentación cinco días después de su libro El Evangelio según Jesucristo, que tuvo lugar en el Palacio del Segundo Cabo —sede entonces del Instituto Cubano del Libro—, ante un numerosísimo público que se congregó desde horas antes de su llegada, colmó los alrededores y le hizo autografiar cientos de libros.
Entrevistado aquella tarde, expresó:
Hasta ahora yo sigo escribiendo. Acabo de terminar otra novela y sigo trabajando. El Premio Nobel no me ha bloqueado. Si uno sigue teniendo algo que decir, pues que lo diga; si es mejor que lo de antes, estupendo; si no es tan bueno, pues que siga. Un escritor es como un atleta, que cada vez que salta o corre no tiene que hacer tiempos mejores que los anteriores.
Y aunque muchos otros escritores célebres extranjeros se han detenido en La Habana y dejado su impronta, no olvidemos la máxima: “lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Así que mejor coloquemos el punto final.