Mujeres pioneras del beisbol en Cuba
Entre las mujeres pioneras en la historia del beisbol cubano, muchísimo menos conocidas que sus pariguales masculinos, destaca esa enigmática señorita que firmaba con el nombre de Elena E., y que en fecha tan temprana como 1881 declaró en las páginas del periódico deportivo Base Ball estar a favor de las prácticas beisboleras pues:
Cuánto habrán de alegrarse de ello las madres y los padres de los jóvenes de esta isla y principalmente de esta capital, pues todos los ratos que el estudio les permite o el trabajo les concede, lo emplean en jugar al base ball, en lugar de entretenerse en otras cosas que lejos de desarrollarlos y favorecerlos, los enervaría o los disiparía. El base ball ha venido a la Isla de Cuba a cumplir la alta misión de hacer de nuestros jóvenes hombres y no muñecos.
Por tal motivo, expresaba su deseo de que “no decayese nunca el entusiasmo que se nota hoy por el base ball y que se planteasen también otros muy saludables e higiénicos que existen en los Estados Unidos”. Y sorprende al final de su artículo con esta declaración feminista: “Cuándo jugaremos las cubanas, si no este juego, otros que hay análogos y que a la par que nos divirtieran nos desarrollaran”.
La investigación realizada sobre el beisbol cubano del siglo XIX no arroja ningún equipo femenino conocido, más allá de los tradicionales y muy importantes roles otorgados a las mujeres como madrinas de los equipos, directoras de honor, socias honorarias y damas de compañía de los peloteros. Y esto a pesar de que, en los Estados Unidos, paradigma para el béisbol cubano en muchos aspectos, ya desde la década de 1890 existían equipos de pelota conformados por mujeres, a las que se llamaba “Bloomers Girls”, en alusión a Amelia Bloomer, diseñadora de un tipo de pantalón con bombachos. Sin embargo, una pesquisa sobre la pelota en la Perla del Sur, debida al profesor e investigador Lesby Domínguez Fonseca, arrojó el hallazgo de un equipo completo formado por mujeres en el año 1900, durante el periodo de la primera intervención estadounidense. Este singular conjunto estaba integrado por señoritas del aristocrático barrio de Punta Gorda, con su capitana Carolina Villapol y las jugadoras Isabel Castaño, las hermanas Nicolasa, Rosalía, Carmen y María Teresa Entenza, Adelina Vilaseca, Angelita e Isabel Trápaga y Olimpia Trujillo.
Muchos años más tarde fue constituida, el 19 de septiembre de 1947, la Organización Deportiva de Béisbol Femenino de la República de Cuba, al calor de la cual alcanzaron notoriedad deportiva y gran visibilidad en los medios de prensa los nombres de mujeres que practicaban beisbol, como son los casos de Isora del Castillo, Eulalia González (“Viyaya”), Mirta Marrero, Gloria Ruiz, Migdalia Pérez, Isabel Álvarez, Luisa Gallegos o Brígida Beiro. De Isora, oriunda de Regla e hija del pelotero amateur Argelio del Castillo, se recuerda su participación como tercera base en un equipo femenino de Chicago en los años de 1949 y 1950, donde se le conocía con el sobrenombre de “Pimienta” y además se estimaban mucho sus cualidades como vocalista. La superdotada “Viyaya”, por su parte, se hizo célebre jugando la primera base contra equipos de hombres; dueña de un inusual coraje y fortaleza física, no admitía que la trataran con inferioridad por su sexo en los diamantes, y le gustaba recordar anécdotas que ponían en entredicho la hombría de sus contrarios, como la de aquellos lanzadores que le pegaban la bola cuando ella les conectaba de hit. En cuanto a Brígida Beiro, comenzó sus prácticas beisboleras en su natal Güira de Melena, estimulada por el conocido mánager amateur Octavio Diviñó, quien trataba de crear un equipo de mujeres en la década de 1940. Su equipo fue bautizado como “Las Águilas” y jugaron en La Tropical, el Gran Stadium del Cerro y en numerosas localidades de provincias.
“Cuándo jugaremos las cubanas, si no este juego, otros que hay análogos y que a la par que nos divirtieran nos desarrollaran”.
La matancera Mirta Marrero estudió en el Instituto Cívico Militar de Ceiba del Agua hasta los 14 años. Allí practicaba muchos deportes, con preferencia por el básquetbol, el béisbol y el softbol. Cuando salió del Colegio en 1944, un tío la llevó a ver uno de los equipos femeninos de pelota que existían en ese momento y allí quedó flechada para siempre por el beisbol. Fue famoso el reportaje que le hiciera Eladio Secades en Bohemia, con el título de: “Créalo, o no: la mujer juega a la pelota mejor que el hombre”, donde el gran maestro del periodismo deportivo y del costumbrismo en la prensa cubana del siglo XX la calificó como “la atracción de la taquilla y la vedette del equipo”.
Durante una visita a La Habana, en el invierno de 1947, de la organización estadounidense de jugadoras de pelota conocida como All American Girls Professional Baseball League, poco después de que los Dodgers de Brooklyns y los Yankees de Nueva York realizaran en la capital cubana juegos de entrenamiento, se cuenta que las jóvenes peloteras, más de 150 pertenecientes a los ocho clubes de aquel circuito, despertaron muchísima más atracción entre los fanáticos habaneros que los equipos de Grandes Ligas, y como resultado de los enfrentamientos con sus similares cubanas, jugadoras locales como Isora del Castillo, Migdalia Pérez, Isabel Álvarez y Mirta Marrero fueron invitadas a realizar entrenamientos en los campos de beisbol de Estados Unidos, con excelentes resultados competitivos. Mirta, por ejemplo, dueña de un temperamento alegre y festivo, se convirtió en una chica muy popular en una liga donde tuvo su temporada más productiva en 1951, cuando compiló un récord de 17-8 con 2.24 de promedio de carreras limpias, en 29 encuentros con el Fort Wayne Daisies.
Por supuesto, la llegada de la mujer a los terrenos de béisbol a mediados del siglo XX no es un fenómeno que concierna solo a la historia del deporte, sino que guarda estrecha relación con las luchas sociales y políticas libradas por las mujeres en el seno de la sociedad cubana durante las primeras décadas republicanas, en pro de demandas como el sufragio, la igualdad de salarios por igual trabajo, el derecho al divorcio y su participación activa en la vida política del país.