“En un poema, ¿dónde se está?”, se preguntaba el poeta francés Bernard Nöel. A lo que, de súbito, se respondía: se está sobre un territorio que ha recogido las huellas de un acontecimiento. Me gusta pensar que el poema es como un acontecimiento natural. El acontecimiento provoca una fuerza natural. Como una tormenta. Eso igualmente ha percibido Alpidio Alonso al considerar la poesía como un símbolo natural creador, padre del universo, emblema protector de los hombres, como se deriva del título y el contenido de su libro Tótem.[1] Pues en él asistimos a la exposición de la idea de la búsqueda de la poesía como escritura de lo inapresable, la poesía como posible e imposible encarnación de la realidad, la poesía como sueño y poder vibrante, y como elemento de la naturaleza que comparte todas sus cualidades: movimiento, flujo, constancia, huida:
III
Arduos pliegos que consumo
en dejar la realidad;
huidiza, la verdad
se me escapa como el humo.
(p. 19)
VI
Anda el poema entre tantas
que es pájaro en los sentidos
y es otoño en las gargantas.
(p. 20)
Estos poemas, pertenecientes al primer acápite del libro, titulado “Hojas del ansioso noviembre”, constituyen un consciente homenaje a los Versos sencillos de José Martí, y a la poética vibrante y luminosa de nuestro mayor poeta. Y nos preguntamos: ¿Se puede cantar el mundo magno de otro poeta y a la vez dar señales del propio? Parece que sí, y lo prueba este preciso homenaje que Alpidio Alonso le hace a Martí. Porque el poeta es un espíritu cercano al de Martí, no es solo cuestión de intertextualidades. Es como la trasposición de un ideal, de un ideario a otro poeta que se abraza desde la conciencia y la inconsciencia. Y de repente, de juegos y ramificaciones, surge un eco sin renunciar curiosamente al perfil propio:
XI
(…)
¿Nada? Y en el gran derroche
de las voces, ¿infinita
sienten mi voz, pequeñita
alzarse frente a la noche?
(p. 21)[2]
Se contempla a la naturaleza desde un anhelo místico, y se describe el proceso sin fin de la escritura de lo inapresable en estrofas de dos versos expositivos y dos conclusivos, como en Versos sencillos, y como se expone en la poesía de formación martiana donde el poeta comenzó a utilizar esta peculiaridad de la estrofa campoamorina. En ellos, y en algunos poemas correspondientes a otras secciones del libro,[3] es apreciable la idea del versus uni, que corrobora que el hombre es el universo y un ser irrepetible a la vez, donde se trenzan lo uno y lo diverso,[4] la unidad en la diversidad, y de los contrarios:
XVII
Voy de la simiente al fruto,
de la noche al mediodía,
del cordero a la jauría
Y de lo eterno al minuto.
(p. 23)
Y este homenaje a la estrofa “Yo vengo de todas partes, / Y hacia todas partes voy: / Arte soy entre las artes, / Y en los montes, montes soy”:
XX
Yo vengo de algún lugar
en la humana lejanía;
yo vengo de donde un día
nadie me pudo encontrar.
(p. 24)
El autor sabe que el dolor es condición natural del poeta y fundamento de la forja de un espíritu, que permite dotar a la vida de un sentido trascendente, y que es el fundamento insustituible para la creación artística.
Se defiende la poesía desde vigores éticos donde el dolor es parte consustancial de la naturaleza, como en la poética martiana: se nos presenta al verso, y como extensión a la poesía, como fruto, cetro y superación del dolor:
VII
Mis palabras ya no ceden
a otro brillo —otra belleza—
que el que la naturaleza
y mi dolor les conceden.
VIII
Cual si el dolor fuera encanto
a los cantares que escribo,
ya de cantar me cohíbo,
que, de cantar, penas canto.[5]
(p. 20)
La idea del verso, de la obra poética, como fruto del dolor y como alivio a él, del dolor como fuerza creativa, es el principio perteneciente a la poética martiana, a tal punto de considerarse parte esencial de la misma, que singulariza al autor de Versos libres, y lo diferencia de los asertos que sobre el dolor elucubró la poesía romántica, y es importante tanto en su filosofía de vida como en su teoría literaria. Alpidio lo retoma en dos circunscritas estrofas de esta primera parte del poemario porque sabe que el dolor es condición natural del poeta y fundamento de la forja de un espíritu, que permite dotar a la vida de un sentido trascendente, y el fundamento insustituible para la creación artística. El dolor es necesario para la vida y constituye un vehículo para la posible bondad de los hombres, porque los capacita para el conocimiento del mundo y de los seres humanos, al decir de Ada Teja; pues además de su carácter fructificante el dolor es un pilar de doble jerarquía, por un lado moral, y por el otro estética, recordando el aserto de Schulman. El abrazo – homenaje a la poética martiana también alcanza el hecho de reconocer a la poesía como expresión de lo subjetivo permanente —noción sin dudas moderna en Martí, donde la examina como lenguaje en el que prevalecen la trascendencia y la singularidad, y donde se encuentra el mayor componente irracional, y por tanto la máxima individualidad creadora— y al poeta como un elegido de Dios:
XI
¿Oye alguien mi canción?
¿Se escucha acaso el rugido
que lanzo contra el olvido
como ingenua maldición?
¿Llega mi mala versión,
mi estampido, su reproche?
¿Nada? Y en el gran derroche
de las voces, ¿infinita
sienten mi voz, pequeñita
alzarse frente a la noche?
(p. 21)
Se explican cualidades de su verso en varios de estos poemas que cultivan la redondilla, la cuarteta y la décima, y se frecuenta el motivo de la luz y el fuego como metáforas y esencias de lo mejor del hombre que albergan su cualidad efímera:
XV
¿Qué esbeltez no condecora
el fuego? ¿Qué disentir
porta la llama en su ir
y venir, mientras devora
su propia lumbre? ¿Qué implora,
inconforme de su hartazgo?
¿Qué ademán, qué oscuro rasgo
que descifrarle no sé,
traza la hoguera que fue
la ceniza donde yazgo?
(pp. 22- 23)
Se enarbolan en esta sección y también en el resto del poemario, todas las metáforas para llegar a la muerte, atributos permanentes del destino de los humanos, como del carácter efímero, transitorio de la existencia, igual que en su libro Idas,[6] y la peculiar de la “enredadera”, que atesora el carácter de la naturaleza, del flujo vital, de carácter incesante, anónimo y efímero del universo:
XIX
Y soy un poco los hombres,
y el mar, y la primavera.
Renazco en la enredadera
donde se pierden los nombres.
XX
Yo vengo de algún lugar
en la humana lejanía;
yo vengo de donde un día
nadie me pudo encontrar.
(p. 24)
Continúan los diálogos con reflexiones, sentencias y conjeturas sobre la muerte en el resto de los poemas alumbrando el carácter finito de la existencia, y lo lúdico del verso y la estrofa rimada. Porque el carácter efímero de la existencia, que en sí mismo glorifica la vida como la muerte, cuyo tránsito es el dolor, es el tema de Tótem, y el poeta lo deja entrever incluso hasta en sus exergos.[7] “Si la primera parte —del libro— fue el arcoíris del sentimiento, esta lo es de la reflexión; cada gota de versos es condensación, pero no júbilo, sino que se ejerce una suerte de susto ante la muerte, un susto que resigna el ala, que deja caer sutilísima una queja por aquellos manriqueños ríos que van a dar a la mar o por la machadiana idea de que ‘lo nuestro es pasar’”.[8] Estos cantos ingeniosos a la muerte se van a quedar viviendo en el polvo enamorado de Quevedo:
IX
De tus ojos que no vemos
el color solemne y puro
tiene que ser de seguro
como el agua que bebemos:
¡tanta vida y no la vemos!,
¡tanto que a vivir convida!
Vive, muerte, convencida
que conmigo, aunque al final
venzas, con todo y tu mal,
te irás de mi amor herida.
(p. 47)
La brevedad y contundencia de estos textos nos recuerdan la idea de Stevens de que un poema es al mismo tiempo el centro y la circunferencia del conocimiento.
Notas:
[1] Alpidio Alonso Grau, Tótem. Ediciones Cubanas, Artex S.A, La Habana, 2022. Se trata de un bellísimo cuaderno con ilustraciones. Los magistrales dibujos de José Luis Fariñas encontraron el lugar ideal para levantarse y ser un libro sobrio y hermoso. No aquel tiempo en que ilustraba cualquier libro, lo que volvió corriente en la mirada de todo su refinamiento.
[2] Yo he puesto la mano osada,
De horror y júbilo, yerta,
Sobre la estrella apagada
Que cayó junto a mi puerta.
(José Martí)
[3] Hermosa cosmovisión brinda el siguiente correspondiente a la sección “Trovas del iluminado”:
II
La palmera
quiere
toda la pradera.
(p. 31)
[4] La concepción de lo analógico como principio estético fundamental en la proyección de su pensamiento tiene una de sus primeras bases dentro de los Cuadernos de apuntes en el siguiente precepto filosófico que observa del mundo: “Lo común es la síntesis de lo vario, y a lo Uno han de ir la síntesis de todo lo común: todo se simplifica al ascender”. Y su centro en el citado parlamento que aparece recogido en el Cuaderno 9: “Para mí, la palabra Universo explica el Universo: Versus uni: lo vario en lo uno”. José Martí. Obras Completas, Tomo 21, Editora Nacional de Cuba, La Habana, 1975, pp 48, 52 y 255.
[5] “[…] De la desdicha
Más que de la ventura nace el verso.
[…]
El dolor es la fuerza: la hermosura
Perfecta es el dolor […]
Abre el espanto claridades magníficas,
El gozo
Corrompe el alma,
Y el dolor la eleva!”
“Marzo”. Versos libres. Poesía Completa, Edición Crítica, Editorial Letras Cubanas, 1985, La Habana, pp. 132 – 133.
[6] Alpidio Alonso Grau. Idas. Editorial Unión, La Habana, 2012.
[7] “Y esas que un día entretejí —canciones
saturadas de turbio venusino
perfume ocasional—, breve episodio
fueron, y gloria efímera.
León de Greiff
“Todo poema con el tiempo, es una elegía”.
Jorge Luis Borges
[8] Virgilio López Lemus: “Tótem, de Alpidio Alonso Grau”. La Jiribilla, 4 de noviembre de 2022