Monólogo de un revistero, volviendo sobre sus pasos (II)
Nacida como expresión de la organización de los escritores y artistas cubanos, La gaceta de Cuba ha tenido que articular un diálogo entre intereses diversos sobre la base de una política cultural definida desde la Revolución y modulada por la constante renovación que impone la práctica cotidiana y las demandas del tiempo que transcurre. “Al resumir las reuniones de la Biblioteca Nacional con sus Palabras a los intelectuales, Fidel se hizo cargo de la diversidad de puntos de vista dentro de la Revolución. Se propuso sentar las bases para el logro del consenso necesario. En agosto de 1961 la fundación de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) reconocía en su directiva la pluralidad de tendencias y de generaciones; para cumplir ese propósito la institución albergaría su editorial y sus revistas culturales, Unión y La gaceta de Cuba. Estas últimas recogieron buena parte de las polémicas que prosiguieron a lo largo de una década signada también por la lucha contra el sectarismo”.[1]
Un ejemplo de esto es, del reciente e imprescindible título de Iván Giroud aquí citado, el capítulo “Selección de lecturas sobre cine en Cuba (1948-1964)”, donde se registra una docena de asientos de valiosos textos aparecidos en La gaceta… en el bienio 1963-1964, a tenor de los debates sobre el cine en la lsla y sus contextos correspondientes. Basta mencionar desde el primero debido a Julio García Espinosa, “Vivir bajo la lluvia” —que años después daría título a la compilación post mortem de su papelería dispersa, organizada por su viuda Lola Calviño—, hasta los de otros importantes protagonistas en las polémicas de la época como Alfredo Guevara, Edith García Buchaca, Jorge Fraga, Tomás Gutiérrez Alea o Sergio Benvenuto. En otro momento de su prólogo Graziella Pogolotti comenta cómo nos resultan “útiles, aunque permeados de subjetividad, los testimonios de quienes vivieron los conflictos de esos años [y que] revelan una arista del clima epocal”. Y más adelante llama la atención sobre el hecho de que “urge también analizar las revistas que devinieron expresiones constitutivas de una plataforma ideológica”, entre otras como “La gaceta de Cuba, junto a las que se han mantenido bajo el auspicio de la Uneac”.[2]
Consecuente con ese perfil, la publicación retoma en los últimos lustros del siglo XX esas claves programáticas de sus orígenes, tanto en su carácter —según el término acuñado por el ensayista Arturo Azuela— de “revista institucional”, como en la vocación inclusiva enunciada en su primer editorial, que no hace más que replicar a Fidel en sus Palabras a los intelectuales cuando expresa: “Nosotros creemos que los escritores y artistas deben tener todos oportunidad de manifestarse; nosotros creemos deben tener un magazine cultural amplio, al que todos tengan acceso. (…) La Revolución puede poner esos recursos, no en manos de un grupo: la Revolución puede y debe poner esos recursos de manera que puedan ser ampliamente utilizados por todos los escritores y artistas”.[3]
“La publicación retoma en los últimos lustros del siglo XX esas claves programáticas de sus orígenes”
Durante los 90, debido al colapso más crítico del llamado Período Especial, apenas había publicaciones seriadas o de otro tipo, y la ausencia de otras alternativas editoriales nos llevaba a tener muchos más trabajos que los que podíamos incluir. En esos momentos publicamos algunos textos o polémicas más cercanas al terreno de las ciencias sociales y al pensamiento político que al del arte y la literatura, una bifurcación que, en el fondo, resulta más bien morfológica, porque la cultura no es sino una, y en Cuba ambas cosas han estado siempre bastante imbricadas; esa característica está presente en la apuesta discursiva de cada editor.
La gaceta… fue el caldo de cultivo para la remodelación de la revista Temas hacia su perfil actual. Entre los escritos a los que me refiero está “Mirar a Cuba”, del futuro director de Temas, el ensayista Rafael Hernández, que suscitó polémicas posteriores e incluso fue uno de los muchos llamados de atención sobre la necesidad de recuperar nuestras revistas de ciencias sociales y de pensamiento sociocultural. Es decir, durante el primer quinquenio de los 90 a La gaceta… le correspondió ampliar su perspectiva y cubrir determinadas áreas del conocimiento como las relacionadas con las ciencias sociales, más allá de los presupuestos editoriales para los que había sido concebida en su última época. Pero esta ampliación del espectro de su perfil, aunque de momento coyuntural, redundó en una comunicación más dinámica con ese público potencial, y ambiciosamente ideal, al que aspira toda publicación.
Cada revista, aunque el editor no se lo haya propuesto, tiene su dramaturgia. No es casualidad que un estudiante de periodismo desarrollara su tesis de licenciatura sobre La gaceta… de 1992 a 1995. ¿Por qué escogió esa etapa? Pues indiscutiblemente los números que se publicaban en ese momento tenían particularidades, singularidades, necesidades y reclamos que cambiaron, evolucionaron, pero no desaparecieron. Esto se relaciona con lo que debatimos sobre qué se publica en cada proyecto editorial.[4]
El reconocer a los escritores e intelectuales cubanos que viven fuera del país, en cualquier punto del orbe, no solo en Estados Unidos o España, la llamada diáspora cultural cubana —que suma exilio, emigración, o simple nomadismo, propio del mundo en que vivimos—, fue desde principios de los años 90 un eje fundamental de nuestro perfil editorial.[5] Desde 1992, cuando empezamos a sistematizar este empeño y dejó de ser algo aislado o coyuntural, hasta ahora, suman cerca de mil los asientos que hay de bibliografía activa y pasiva de la cultura cubana de la diáspora aparecidos en nuestras páginas en un lapsus de poco menos de tres décadas.
Creo que cualquier publicación cultural —o por lo menos esa ha sido nuestra intención— tiene que estar alerta a los llamados márgenes o silencios en la cultura. A qué me refiero: hablamos de los escritores de la diáspora, pero igual nos referimos a los artistas e intelectuales del interior del país, por un atávico “fatalismo geográfico” la mayoría de las veces olvidados; y decididamente tenemos que hablar también, frente a posturas de larga data más o menos solapadas o vergonzantes, de la presencia de la mujer; del negro; del discurso homoerótico; de generaciones más nuevas; de distintas representaciones; aunque está claro que una revista se asocia a un grupo determinado, que muchas veces puede tener una impronta generacional. En nuestro caso en el equipo editorial y de diseño, con afinidades y diferencias naturales, se han reunido para bien dos o tres promociones de creadores.
Cuando antes hablaba de los silencios, me refería también a aquellos que padecen los intelectuales y artistas importantes que por moda o prejuicios de nuevo tipo a veces son olvidados, y a lo que también puede funcionar como lecturas políticas tendenciosas y arbitrariamente excluyentes, exclusiones que pueden ocurrir bajo cualquier signo. Lo que es la heterodoxia de hoy puede ser la ortodoxia de mañana. Un gran poeta como Nicolás Guillén —por cierto, nuestro fundador— en un momento determinado pasó del canon más estereotipado al olvido más ramplón, como también ocurrió, por otras lecturas y otros prejuicios, con autores como Gastón Baquero o Eugenio Florit. Pero no estoy hablando solo de lecturas intransigentes que pudieran manifestarse bajo un signo ideológico. Por ejemplo, el año 2008 fue el centenario de Emilio Ballagas, y afortunadamente se tuvo presente, pagando una deuda indiscutible. Es uno de nuestros grandes poetas, y tal vez por un juicio de negación de espacios y responsabilidades (dicen que la memoria en el trópico es muy ligera, porque no sabemos divulgar o salvaguardar nuestros valores culturales emblemáticos), creo que Emilio Ballagas —como Regino Pedroso, Regino Boti, Félix Pita Rodríguez o Soler Puig— no tuvo o sigue sin tener la suficiente divulgación en nuestro país. Otros ejemplos podrían encontrarse en la música, la pintura o el teatro, donde se hace notar la lamentable ausencia de jerarquías culturales, valores reales que sobrepasan las modas, e incluso el pretendido canon y academia.
En el caso de otras figuras, también nos enfrentamos al silencio y al olvido, sobre todo por la desidia y la arbitrariedad que generan las modas y anti-modas. Por eso hemos tratado, desde nuestra perspectiva y posibilidades reales, de darle a algunas de ellas una mayor visibilidad. Un ejemplo es el narrador Miguel Collazo, que por su carácter protagonizó una “vidita entre los márgenes y estancias”, y tuvo un desenlace trágico, acorde con la angustia que atravesaba su obra. Fue un escritor de una singularidad herética que marcó con su influencia a los más jóvenes. No mereció el Premio Nacional de Literatura, ni otros premios, ni fue jurado de moda, ni objeto de homenajes, y aunque todo el mundo coincide en su admiración, pueden pasar años sin que se publique nada sobre él.
“Lo que es la heterodoxia de hoy puede ser la ortodoxia de mañana”
Igualmente el día de mañana el tema de la diversidad de nuestras revistas nos va a seguir acompañando. Creo que la intención de que tengamos una mayor diversidad será para beneficio de todos. Mantenerse vivo como publicación, ser el mismo e ir cambiando es fundamental. El mañana de nuestras revistas culturales está muy asociado al mañana de nuestra cultura y nuestra sociedad. Siempre pienso que un tiempo futuro será mejor en todo sentido, y lo que hacen las revistas de cultura cubana en general puede, como “el rasguño en la piedra” lezamiano, contribuir a ello y dejar el testimonio de una época.
Durante años aspiramos a que La gaceta… respondiera a aquello que Pedro Henríquez Ureña llamó “un grupo en alta tensión intelectual”. En la tradición cubana las revistas y suplementos culturales desde sus inicios en el xix, aunque numerosos y diversos, en su gran mayoría tuvieron una existencia breve, como dan fe, entre otros, los acuciosos estudios de Bachiller y Morales y Ambrosio Fornet. Las seis décadas que cumplirá La gaceta de Cuba el venidero año, incluyendo más de un lamentable paréntesis, como lo padeció en el llamado período especial, o como el que afronta en las circunstancias actuales, asociado al soporte de papel y la sensible contracción de nuestra industria poligráfica, crea nuevos desafíos, como el de retomar lo mejor de su legado. Aquel del que nos sentimos orgullosos, y que Pocho Fornet, editor, crítico, hombre de la literatura y del cine, muy cercano a esta publicación por varios caminos y razones, tal vez resumió mejor que nadie cuando apuntó: “Te confieso que abro cada Gaceta a ver por dónde viene, si es por la vía de la literatura, si es por la vía de la música, si es por la vía de una colaboración especial, si es por la vía de una crítica o una reseña crítica que realmente resulte sorprendente, pero nunca cae en la rutina ni en la expresión simplemente tradicional, predecible del tema que está tratando”.[6]
En el examen de sus lectores potenciales, y ambiciosamente ideales, siempre nos reconoceremos, pues como subraya con su proverbial lucidez la doctora Pogolotti, ese interlocutor es nuestra razón de ser, apostando por que sigan acompañándola el día de mañana, pues “identificados con ella, sus destinatarios se agrupan en círculos concéntricos de profesionales de la cultura, de intelectuales en el más amplio sentido del término y de estudiantes en constante relevo generacional”. Evocando que la revista “ha sembrado inquietudes y atravesado pequeños huracanes. Ha removido prejuicios y tabúes, por eso ha participado activamente en la modelación del presente y habrá de constituir, sin dudas, fuente documental indispensable para el investigador del futuro”.[7]