Monólogo de un revistero, volviendo sobre sus pasos (I)
“La Gaceta… surgió como le correspondería por su naturaleza misma, con la dinámica de contribuir a animar el clima cultural de una sociedad en plena transformación, donde acciones y contradicciones se multiplicaban”.
Este año se cumplen 60 de la creación de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, fundada en agosto de 1961. Recordemos que ese es el año de la Campaña de Alfabetización —sin dudas el evento cultural más importante no solo de la Revolución, incluso de nuestro siglo XX—; el de la frustrada invasión de Playa Girón; la declaratoria del carácter socialista de la Revolución cubana; y de las Palabras a los intelectuales, antesala de la convocatoria al congreso constituyente de la organización que agruparía a los escritores y artistas del país.
La Gaceta de Cuba surge unos meses después, el 15 de abril de 1962, y en sus páginas se anuncian los primeros títulos de la naciente Ediciones Unión, y la próxima aparición de la publicación del mismo nombre. Tuvo La Gaceta… como primer director al presidente de la flamante institución, el poeta Nicolás Guillén, y como su primer jefe de redacción al narrador y periodista Lisandro Otero. Según testimonio del propio Lisandro, Guillén tuvo que ver con el nombre, como recordatorio de la Gaceta del Caribe,de efímera existencia pues solo dio a conocer entre marzo y diciembre de 1944 diez números, el último de carácter doble que incluía el nueve y el diez. Es significativa la importancia de las firmas que logró convocar, y que en su gran mayoría respondían a grupos de intelectuales de izquierda y fundamentalmente comunistas.
El reconocido escritor evoca aquella etapa seminal de la que fue protagonista:
Nicolás bautizó la nueva publicación en recuerdo de una revista del viejo partido comunista, Gaceta del Caribe, que él había animado en otros tiempos. La revista Unión tendría un carácter académico y formal, en tanto que La Gaceta… debía asumir un talante más ligero. Yo hablaba con los potenciales colaboradores, compilaba textos, preparaba los encabezamientos y los títulos y cuando todo estaba armado se lo presentaba a Nicolás para el visto bueno final. Nunca objetó nada, nunca rectificó ni enmendó nada, pese a que en los primeros números salieron algunos textos desafiantes del dogma del “realismo socialista” que algunos aspiraban a implantar. Seleccionamos la imprenta Úcar, García & Compañía, una de las más profesionales del orbe editorial, la misma donde Lezama Lima componía Orígenes y publicaba sus poemarios. Felito Ayón, viejo amigo de Nicolás, se ocupó del diseño gráfico. Conservo todavía la prueba de plana de la portada del número inicial de La Gaceta de Cuba, firmada por Nicolás, Felito y yo, y los operarios de imprenta que habían intervenido en su confección.
Las expediciones a la imprenta eran una fiesta. Espoleados por el ingenio de Nicolás, su mágico hechizo y su usual buen humor nos congregábamos en torno a las viejas ramas de plomo y discutíamos los cambios de tipografía, el emplazamiento de los artículos, la categoría de los signos. Después, como terminaban casi siempre las faenas junto a Nicolás, coronábamos la jornada celebrando en La Bodeguita del Medio.[1]
A los acontecimientos históricos y culturales del año 61 antes señalados hace mención “Primeras palabras”,[2] nota editorial que se da a conocer en el número inicial. La propuesta de “la aparición de un periódico nacional en cuyas páginas vibre la inquietud de los hombres y mujeres que ejercen la cultura y buscan la belleza”, es en aras de que no esté hecho “por un grupo para un grupo”, ni responda “a capillas o sectas, ni será coto cerrado”, más allá de si se es asociado o no a la organización. Y agrega de manera inclusiva, “bueno es decir que así como es de ancho nuestro criterio en lo político o patriótico, somos en cambio empeñosos por demás en lo que toca al rigor con que ha de juzgarse la calidad estética, tanto en lo ajeno como en lo propio”.
Apenas nacida la revista, tenía varios desafíos: uno era el vacío que dejaba el suplemento literario Lunes de Revolución, porque independientemente de que fuera cuestionado, criticado, que se le señalara su filiación con un grupo determinado —el “cogollito virgiliano”, como decía el mismo Virgilio Piñera—, fue una publicación significativa, incluyendo el espacio de controversias que generó. El tiempo ha demostrado que es muy superior el saldo a favor que las críticas negativas que podemos hacerle a su trayectoria. No es accidental que en el número dos de la nueva propuesta aparezca un artículo del propio Piñera, “Notas sobre la vieja y la nueva generación”, texto que daría lugar de inmediato al debate. No obstante, se reivindicó la presencia en sus páginas de autores sin distingo generacional. En su diseño y en los colaboradores de La Gaceta… de entonces se ve que hay un vaso comunicante con Lunes…,así como de las polémicas de las que tanto se ha hablado, y en los temas —por ejemplo, en una portada los grandes titulares son “26 de julio” y “Faulkner”— se ve lo que se ha dado en llamar “el espíritu de la época”.
Hablamos de unos años 60 en los que estaba la épica de la Revolución a flor de piel. Aquella fue una década fundacional, germinal para todo lo que ha sido la historia de la cultura y las instituciones culturales de las seis décadas transcurridas desde entonces.
Las revistas culturales han sido mayoritariamente, incluyendo las de carácter institucional como la que nos ocupa, una necesidad alternativa.[3] La Gaceta… surgió como le correspondería por su naturaleza misma, con la dinámica de contribuir a animar el clima cultural de una sociedad en plena transformación, donde acciones y contradicciones se multiplicaban; entre escaramuzas ideológicas o preferencias intelectuales cotidianas, nos queda el mosaico, a veces preciso, a veces impreciso, de una época.
En el epistolario de Tomás Gutiérrez Alea,[4] quien fuera miembro de su primer consejo de redacción, sentimos el interés para que a sus corresponsales en el extranjero les llegue La Gaceta…, como muestra de esa voluntad participativa que siempre caracterizó al intelectual orgánico que fue Titón. En su desarrollo en espiral, con avances, retrocesos, generando expectativas, padeciendo censuras o autocensuras, a cada momento siempre nos llega, incluso por omisión, lo que fueron las corrientes y contracorrientes protagónicas.
Entre sus números antológicos en 1970 se le dedicó un monográfico a Lezama Lima; antes se le había dedicado uno a Guillén igual por sus 60 años, y el anterior a ese fue sobre Fernando Ortiz… Evidentemente existía una pluralidad en la voluntad de su política editorial, en aquellos 60 germinales, a la hora de darles protagonismo a las más auténticas jerarquías culturales.
En los años 70, a pesar del contexto del “quinquenio gris” o “decenio negro”, en el número 100 de la revista correspondiente a 1972, como un suplemento de esta, surgió Criterios, que después devendría en una publicación de vanguardia y centro teórico cultural, ejemplar en el ámbito latinoamericano. En números sucesivos de La Gaceta… aparece de manera regular como sección con el nombre de Criterios.
En esa década se publicaron muchos textos que hacían hincapié en temas de estética y estudios culturales, etc. Tal vez haya sido lo más interesante publicado en aquel período, cuando por la densidad de sus artículos le decían, jocosamente, “La Maceta de Cuba”, y alternativamente “La Gaveta…”, pues muchas colaboraciones reposaban de manera indefinida en los muebles de la redacción, sobre todo por su salida irregular, amén de otras cuestiones, muchas en correspondencia con las exclusiones que predominaban. Después, en los 80, con el movimiento pendular propio de la cultura, cuando fue rebautizada como La Nueva Gaceta,pasó a ser “La Gacela de Cuba”, porque era muy light, con un predominio populista y mediático, ajeno a los intereses de su nacimiento. Esa probablemente ha sido su etapa más criticada.
Colaboradora e interlocutora natural de la revista, Graziella Pogolotti sintetiza que en “renovadas etapas sucesivas La Gaceta de Cuba constituye una de las fuentes indispensables para el estudio de los procesos culturales de la Revolución cubana […]. Así, en los tumultuosos años 60, la publicación recogió algunas de las más importantes polémicas culturales de la época. Tomó el pulso a la actualidad con encuestas que rendían cuenta de las tendencias artísticas dominantes en una clara toma de partido a favor de la vanguardia. No permaneció incólume ante el viraje hacia el dogmatismo siguiente. Recobró el aliento renovador al término de los años 80, apegada a una historia que seguimos contando por décadas”.[5]