Mis indalos me hablan
16/3/2020
Sé que estoy muerto, ¿acaso importa? Lo importante es no morir. Desde la tumba que no tengo, hermana, te pido que hablés de mí. ¿Acaso el azar de un sepulcro hubiera cambiado esta historia?…
El indalo, símbolo de la era neolítica encontrado en Mojácar, el último lugar donde estuvieron los moros en España, es un hombrecito con las piernas abiertas y los brazos extendidos a toda su amplitud sobre los hombros, que sostiene un arco por encima de su cabeza: por eso es también el símbolo de la lluvia, porque es el ser humano sosteniendo el arcoíris.
Indal eccius significa “mensajero de los dioses” en la península ibérica, y el talismán de la suerte se considera un ángel de la guarda, aunque también representa una conexión etérea del hombre con los espíritus y el universo. Dicen que en Mojácar casi todos tienen un indalo colocado a la entrada de sus casas.
Aurora Sánchez afirma que los indalos protegen de los que tienen mal ángel. Cada quien tiene sus indalos, sus guerreros de la buena suerte, y Aurora tiene los suyos: su hijo Iván Ruiz y su hermano Roberto Sánchez son sus ángeles guardianes. Ambos pertenecían al Movimiento Todos por la Patria (MTP), y el 23 de enero de 1989 fueron asesinados y desaparecidos en Argentina, durante el intento de copamiento al cuartel militar de La Tablada, en plena democracia durante el gobierno de Alfonsín.
Aurora es hija y nieta de anarquistas españoles. Nacida en Francia, vivió en Argentina desde muy pequeña, pero se nacionalizó uruguaya en los años 90, cuando junto a su hermano e hijo luchaba con el Frente Sandinista contra la dictadura de Somoza.
Los indalos fue uno de los documentales en competencia del Festival Santiago Álvarez, que se celebró desde el 6 hasta el 12 de marzo en Santiago de Cuba.
Un documental que Aurora va guiando desde la historia de su vida, de su familia, que cuenta además con una serie de testimonios como los de Maira, hija de Aurora y hermana de Iván; Ana Carrión, esposa de Iván; el hijo de Roberto, y otros compañeros de celda y de militancia.
Para una mujer que solo cursó hasta el sexto grado porque sus padres no tenían muchos recursos económicos, según ella por ser descendiente de anarquistas, leer es una obligación y una obsesión, pues así la educaron. Pero escribir el libro anterior al documental y que llamó Los indalos, fue un proceso de catarsis, de desprendimiento y duelo por la pérdida de sus seres queridos.
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“Cuando pierdes a una madre o a un padre eres huérfano, es un proceso natural; pero qué eres cuando pierdes a un hijo, o a un hermano, ni siquiera existe una palabra que defina tal cosa, es totalmente contra natura”.
Estamos sentadas en el lobby de un hotel y Aurora me cuenta cómo no es doloroso para ella hablar de esta historia, por el contrario, significa revivirlos cada vez que conversa sobre ellos, y lo hace casi todo el tiempo. Lleva con ella el cartel que usa en las manifestaciones de protesta por recuperar los restos de su hijo; lo saca y me dice: “¿Ves que guapo es mi hijo?”.
En 2013 le fueron entregados los restos de Roberto, quien le había pedido, la última vez que lo vio, que lo dejaran donde cayera, que él solo viajaba vivo. Y las cenizas del Che Gordo, como le decían, se quedaron en Argentina, esparcidas en la Plaza de Mayo.
Aurora, que también se formó como periodista en la vida, comenzó a escribir su libro en 1995, un día de verano sentada en las arenas del Pacífico, frente a su casa, cuando sintió un escalofrío, un sobresalto y sin ser consciente de lo que hacía, comenzó a escribir palabras que le dictaban sus muertos.
“Soy yo… Estoy en vos, ¿dónde más? Regresé porque extraño nuestras interminables charlas”. Así susurraba en su interior la voz del hermano. Un mes antes de partir, Roberto le dijo: “Vos sabés como es mi oficio, el de guerrillero, quizás nos veamos la semana que viene, o nunca más”.
A seis años de la muerte de Roberto e Iván, volvían a reclamar duelo o a despedir su alma a través del desprendimiento de Aurora.
Es una mujer de 76 años con una enorme sonrisa en el rostro a pesar de tanto dolor, aunque en varios momentos del documental se le ve llorando, sacando su sufrimiento; pero lleva una sonrisa porque sabe que ellos lucharon y murieron por causas que creyeron justas. Lleva una blusa colorida porque dice que si no su hijo le reclama por vestirse demasiado sobria, y entonces lo complace vistiéndose alegre.
Sí, me habla de su hijo como si estuviera vivo. A veces las personas se refugian en algo que va más allá de la pena y el dolor para intentar superarlo. Cada cual lleva el duelo a su manera, y para ella, seguir en la búsqueda de Iván, hablar de él con alegría y con los ojos llenos de luz, es la manera correcta.
Me va leyendo fragmentos del libro, de todo eso que le contaron sus muertos mientras ella los escuchaba, de cómo terminó de escribir sentada con ellos en la Plaza de Mayo, y de cómo se echó a llorar porque al darle fin al texto se estaba desprendiendo y ya no los escucharía más.
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“Con 13 años mi hijo se inscribió en el batallón de reserva, me dijo que no iba a estudiar más porque tenía que luchar”.
Ella, que respetaba las decisiones de su hijo, no titubeó en aceptarla. Cuenta que Iván se le escapaba, que un día se fue a las montañas sin decir nada y sin llevarse nada con él, que tardaría meses en regresar. Un joven de convicción, que creyó en una causa y la defendió, con una dignidad heredada de su familia, de las luchas contra el fascismo, contra las dictaduras.
A 35 años del suceso de La Tablada, aún Aurora busca los restos desaparecidos de su hijo, aunque ya no tiene muchas esperanzas de encontrarlos y solo quiere justicia para quienes lo asesinaron.
Su historia viene de una familia de lucha, una familia de revolucionarios. Sus abuelos españoles eran anarquistas; sus padres, también anarquistas, se conocieron en un campo de concentración nazi del cual escaparon, y se convirtieron en refugiados de la guerra civil española; su hermano, con una historia de militancia, que había estado encarcelado, fue torturado, y a consecuencia de esto tuvo tres paros cardíacos; y su hijo Iván, luchador sandinista, también militante, siguió los pasos de su tío, a quien veía como el Che Guevara.
Ella sigue la lucha, desde el periodismo que ejerció por oficio, desde los libros que escribe, desde la denuncia que continúa con la compañía de su hija Maira, que la apoya en todos sus propósitos, y de los otros amigos y familiares de los desaparecidos junto a su hijo aquel 23 de enero de 1989 en La Tablada.
Sus indalos la protegen, la acompañan en su camino. Aurora va recorriendo el mundo por sus propios medios, con dos herramientas de denuncia que dice casi ninguna persona con familiares desaparecidos tiene: los documentales Somos invencibles y Los indalos, que vimos el último día del Festival y que cuentan la historia de ella y su familia, de su hermano y el hijo que aún busca, con menos esperanzas que al principio, pero con el enorme deseo de hacer justicia por su asesinato.