No hay ningún griego que no conozca a Mikis Theodorakis, decía una colega francesa en su columna sobre música al dar cuenta del fallecimiento del compositor el segundo día de septiembre, a los 96 años de edad, en su residencia ateniense.
Diría más, no hay en el mundo persona culta, sensible, amante de la paz y la justicia que no haya tenido en su vida algún contacto o referencia de Mikis Theodorakis. Menos aquellos a los que llegó su poderoso aliento espiritual, y que lo seguirán recibiendo cada vez que escuchen una obra suya.
Para los cubanos fue un amigo. En nuestra defensa, porque lo entendió así, se pronunció más de una vez. Confesó haber vivido el 20 de junio de 2008 un momento feliz al recibir en Atenas la Distinción por la Cultura Nacional. Entonces dijo: “Creo que no hace falta repetir cuánto yo admiro y quiero a Cuba, a su pueblo y a su maravilloso líder, mi caro amigo Fidel Castro”.
El Primer Secretario del Comité Central del Partido y Presidente de la República de Cuba, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, lamentó el deceso del compositor: “Mikis Theodorakis ha muerto y el mundo acompaña el luto de Grecia por uno de los grandes músicos de todos los tiempos. También lo llora Cuba que contó siempre con su solidaridad militante. Suene el Canto General en su memoria”.
Aquí sonó esa magna obra durante su visita en 1981, cuando dirigió el estreno cubano, en el teatro Karl Marx, de su oratorio sobre textos del chileno Pablo Neruda, acontecimiento que cobraría una dimensión mucho más vasta al ser interpretado en la Plaza de la Catedral, por músicos griegos y cubanos y un coro de 150 voces.
Por esos días declaró a la prensa cubana: “Toda música posee por sí misma valores, pero si ayuda a que se comprenda por qué es necesario luchar por la emancipación del hombre, la música es mucho más completa”.
“Mi música —recordó— siempre ha sido la primera en entrar en la cárcel y la última en salir. Hubo jóvenes en los tiempos de los coroneles (dictadura fascista que oprimió al pueblo griego entre 1967 y 1974) que fueron condenados a diez años de prisión solamente por silbar mis canciones. Nunca una canción ha sido tan caramente pagada”.
Es que fue él uno de los primeros políticos e intelectuales de izquierda en ser arrestados por la junta militar. Indultado un año después, debido a la presión de la ciudadanía y la solidaridad internacional, participó en la creación del Frente Patriótico Clandestino, lo que provocó otra detención y la prohibición de sus obras. Nunca dejó de estar activo en la arena política griega, como en los recientes años de la crisis económica generada por los bancos europeos y el desgobierno helénico.
Theodorakis pasó de la militancia a la gestión política directa, luego de que Grigoris Lambrakis, legislador de izquierda y amigo del compositor, fuera asesinado durante una manifestación por la paz en 1963 por fuerzas paramilitares. La película Z, de Costa Gavras, a la que puso música, se basa precisamente en este hecho.
El músico había nacido el 29 de julio de 1925 en la isla de Quíos, en la parte oriental del mar Egeo. De adolescente empezó a escribir poesía y música, pero al estallar la Segunda Guerra Mundial tuvo que interrumpir su vocación. Capturado por su participación en la resistencia antifascista, lo confinaron en el tristemente célebre famoso campo de “reeducación” de la isla de Makronissos, donde fue golpeado y torturado, lo cual generó a lo largo de su vida problemas respiratorios. En una ocasión, fue enterrado vivo y dejado a su suerte.
“Mikis Theodorakis ha muerto y el mundo acompaña el luto de Grecia por uno de los grandes músicos de todos los tiempos”.
En 1954 obtiene una beca para estudiar en París, donde se inscribe en el conservatorio y estudia Análisis Musical bajo la dirección de Olivier Messiaen, y Dirección de Orquesta con Eugène Bigot. En 1957 obtiene el primer premio del Festival de Música de Moscú por su “Suite no. 1 para piano y orquesta”. Al mismo tiempo escribe diversas piezas sinfónicas y de cámara y Darius Milhaud le propone para el premio de Mejor compositor europeo. En 1960 regresa a Grecia, donde se ve fuertemente influido por la música folclórica de su país.
La producción de Theodorakis resultó pródiga y de un nivel sostenido en todos los géneros y formas, desde la música sinfónica hasta la canción popular, pasando por la ópera y, obviamente, las bandas sonoras que le ganaron fama mundial. Pero si de emociones perfectamente transmitidas se trata, quizás la más acabada muestra sea La balada de Mauthausen, ciclo de cuatro arias con letras basadas en poemas del griego Iakovos Kambanellis, sobreviviente del campo de concentración homónimo en Austria. En mayo de 1988 tuvo lugar el estreno en el aquel mismo sitio, dirigida por el propio Theodorakis y cantada por Maria Farandouri en griego, Elinor Moav en hebreo y Gisela May en alemán. Esta obra ha sido descrita como una de las piezas más hermosas jamás escritas en el siglo pasado.
El crítico español Jaume Collel definió la obra del griego en los siguientes términos: “Quizá la imagen que quede de Theodorakis sea la de un compositor de combate, pero sus principios artísticos son sólidos. Consideró que la base de la música es la danza, el ritmo y la armonía, pero pensó que no hay nada que hacer sin inspirarse en la canción popular, porque la génesis está en la melodía, lo demás es tan solo construcción. Él es el dios que le faltaba a la mitología”.