Michael Myers, un gringo ajeno a la vida guarachera
31/10/2018
En octubre, en cualquier ciudad del mundo, comienza la venta de artilugios terroríficos, en especial disfraces: se trata del conocido Halloween anglosajón que ha perdido su significado original. La fiesta se justifica a partir de la tradición, pero se ha extendido mediante los mecanismos del mercado. El día 31 de dicho mes llueven los estrenos de películas sobre muertos, las fiestas en los establecimientos, la apertura de parques y recorridos temáticos, incluso el uso de tradiciones locales recicladas.
El origen de la película Halloween nos remonta al de la celebración, 2000 años atrás,
en las naciones celtas hoy desaparecidas. Fotos: Internet
Este año, en los países de América Latina, por ejemplo, se lanzará otro blockbuster de la saga Halloween, donde Michael Myers, el conocido sicópata de la máscara, saldrá a matar a diestra y siniestra sin que medie ninguna explicación. La cinta costó 10 millones de dólares y, se sabe, no puede esperarse otra cosa que el éxito, a pesar de que las entregas de este bodrio, desde 1978, apenas difieren en trama.
Halloween nos habla de un asesino cuya fascinación es la sangre gratuita, mata desde pequeño y aparece en los días de la fiesta de los muertos, con lo cual se justifica el uso de su estrambótico traje. El origen de la película nos remonta al de la celebración, 2000 años atrás, en las naciones celtas hoy desaparecidas, donde los druidas señalaban el traspaso de año con el 31 de octubre, frontera que confundía el mundo de los muertos con el de los vivos. Myers, por tanto, viene siendo una esencia maligna y metafísica que traspasa los umbrales del más allá.
La fiesta se resignificó mediante el uso de la cultura popular, en un proceso de hibridación de identidades que ha sido descrito por el académico Néstor García Canclini. De suceso pagano celta, devino en Día de Todos los Santos católicos. Luego, con las emigraciones irlandesas del siglo XIX debido a las hambrunas, Halloween pasó a Estados Unidos. La globalización se encargó de hacer el resto.
¿Es perjudicial para las culturas locales? Depende de cómo se mire: una simple festividad de muertos no hace daño, pero si tenemos en cuenta las cifras de compraventa, el hecho no es tan inocente. Halloween no se internacionaliza para que todos disfruten de una fiesta, sino para construir un mercado al cual exportar productos. Por otro lado, tradiciones locales como el Día de los Muertos en México, se han hibridado con elementos del modo anglosajón, sin que ya no podamos distinguir dónde termina una cultura popular y empieza un mercado inducido.
Celebración del Día de los Muertos en México
Halloween en los Estados Unidos genera ingresos de entre 8 y 10 mil millones de dólares cada año; a mayor consumo más ganancia para las empresas comercializadoras. Sin caer en retoricismos, la cultura popular puesta en función de la maquinaria publicitaria es un viejo procedimiento. Se trata de la fiesta del consumismo, con trajes cada vez más reales y terroríficos y, claro, más caros. En un mundo donde lo anglosajón es “cool”, cualquier cosa que hagan al norte del Río Bravo será acogida por los locales como motivo de imitación. Procedimiento donde participan tanto el cine como la televisión, las cadenas de tiendas internacionales y las sucursales allende el globo terráqueo.
Lo peligroso está en creer que solo gastando dinero —el conocido adagio de “dulce o truco”— se disfruta y que, a más despilfarro, mayor placer. También en la pérdida de valores locales ligados a la identidad, los cuales empoderan a los países, sobre todo del Tercer Mundo. El Día de los Muertos en México se remonta a la tradición azteca; era, por tanto, un fuerte pilar de resistencia al poderío colonial que intentó barrer un imperio autóctono. Ahora la mezcla del norte con el sur, de lo anglosajón y lo indígena, hacen de la festividad un híbrido donde no se discierne lo identitario.
Una tradición ritual como Halloween devino en un mecanismo de trueque. Si hace 2000 años los druidas intercambiaban sacrificios humanos con los poderes del más allá, la resignificación sitúa el mecanismo en los dólares que van y vienen. La erosión para las culturas particulares está en que, al hibridarse, se hacen dependientes del mercado externo y, a la vez, entregan parte de su poder simbólico. Canclini, seguidor de la Escuela de Frankfurt, habla acerca del carácter inevitable de las culturas híbridas, ya que la globalidad es la manera en que el humano existe hoy.
La vieja saga de Halloween no es el único estreno que contribuye al éxito de la festividad en América Latina, sino el uso de estrategias de mercadeo combinadas o no, coordinadas o no, que responde a las leyes de oferta y demanda.
En 1978, año de salida de la primera entrega del sicópata Michael Myers, Halloween aún no se había globalizado como festividad y Estados Unidos sufría una fuerte crisis interna de valores: era el traspaso de la administración Carter a la de Reagan. Una nación golpeada por la paranoia anticomunista, la Guerra de Vietnam y el desengaño. De pronto aparece el asesino de la máscara como la encarnación de toda esa furia, una frustración sin rostro que se vengaba del universo a través de la muerte de inocentes. La cinta prendió en el mundo entero, muchos temieron a Myers y la festividad de Halloween pasó a ser esa etapa del año mistificada por el terror de Hollywood.
El amplio horizonte de la cultura popular mundial está unido a la cultura de masas del mercado y el cine. Así, surgió la figura del asesino serial, especie de quintaesencia malévola cuya explicación es inútil determinar, noción que, unida a la vieja frontera entre vivos y muertos que se pierde por esos días de octubre, completa el cuadro de cualquier Halloween. El infierno anda suelto y hay que sacarle ganancias, a pesar de las críticas de la Iglesia Católica que, como institución, se niega a reconocer la legitimidad de una fiesta del paganismo.
El amplio horizonte de la cultura popular mundial está unido a la cultura de masas del mercado y el cine
Canclini habla de hibridación de culturas y globalidad del mercado, pero más allá de eso, en el ámbito doméstico debemos anotar sucesos en torno a Halloween. Los cubanos no escapamos a la fascinación por lo norteamericano, y como tal asumimos muchos de los usos del norte de manera acrítica. Si bien la alusión al mundo de los muertos tiene en nuestra cultura popular un fuerte arraigo, está lejos de la tradición celta; por tanto, celebrar Halloween no ha sido otra cosa, hasta ahora, que un plagio.
En las salidas de personas disfrazadas a las calles cubanas, predominan los trajes importados sobre personajes ajenos, así como cierto tono mercantil y elitista alejado de la verdadera cultura popular autóctona. El fuerte impacto del cine, de cintas como el propio Halloween, hace de los desfiles, aún escasos, acontecimientos para quienes se sienten cómodos imitando lo anglosajón.
Lejos de las trochas afrocubanas, de ritmos pegajosos, donde sí hay una alusión propia al mundo de los muertos (las religiones yoruba y el palo mayombe), el Halloween cubano se sitúa en las ciudades de mayor densidad poblacional y desarrollo económico, sobre todo aquellas con más turismo. Tiene que ver con la presencia en esas urbes de las tribus urbanas —otro fenómeno de hibridación cultural—, las cuales le hacen un culto a todo suceso gótico venido del mundo anglosajón.
Quienes celebran Halloween en Cuba aún no reciben, no obstante, el impacto mercantil que sus pares en América. Los habitantes del archipiélago socialista intentan casi conscientemente reproducir un ambiente “yuma”, sin que esto signifique, hasta ahora, una renuncia a los valores de la tradición local. Está sembrado el germen del mercado, pero falta el abono de la penetración cultural. El poder creciente de lo audiovisual y de Internet podría globalizar más la conciencia del cubano y tornarlo poroso a las influencias de la hibridación de culturas. Ese es un escenario posible.
Hasta ahora, salir en un descapotable por las calles de Santa Clara, con disfraces y bulla, no pasa de ser una simple imitación del cine, un éxito más de la cinta lanzada en el año 1978. Está a resguardo la cultura de los muertos, la que estudió Lydia Cabrera. Michael Myers, el enmascarado, sigue siendo para nosotros un gringo cualquiera, ajeno al sol cotidiano y a la vida guarachera de nuestra cultura popular.