Mi desquite: avatares de una vida
18/11/2016
Un hermoso testimonio nos llega de la mano del Centro Pablo, en su colección La memoria. Podría pensarse que todos los testimonios implican algún tipo de belleza, pero en realidad no es así. Los hay desgarradores (No hay que llorar, de Arístides Vega Chapú), existen descripciones de episodios durísimos, crueles, casi imposibles de asimilar (Los años del Plan Cóndor, de Stella Calloni), y claro, hay historias de vida extremadamente graciosas, como la de Groucho Marx (Groucho y yo), que de belleza no tienen nada. La hermosura a la que me refiero tiene que ver con el amor.
Foto: Cortesía Centro Pablo
José Américo Tuero (1914-1987) nos cuenta en Mi desquite los avatares de su vida, o más bien es su hija, María del Pilar (1941, Madrid), a quien debemos la lectura de 230 páginas cargadas de modestia y, como ya dije, de amor. Hijo de emigrantes españoles radicados en Argentina, donde nació, Tuero alcanzó lauros como ciclista, hasta que la combinación de su militancia política y el estallido de la Guerra Civil Española, lo ubicó en el Partido Comunista Español, y más adelante, en el de Cuba.
La descripción de la prisión, las torturas, su condena a muerte, la fuga a través de Portugal, el arribo a una isla del Caribe, no solo estremece, sino que hace visible la condición de fe, casi religiosa, que mantuvo a Tuero a salvo de comprensibles renuncias. Parecería que la definición que el Che brindó en su carta al director del periódico uruguayo Marcha, “Déjeme decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el verdadero revolucionario está guiado por grandes sentimientos de amor”, marcara los pasos de este combatiente irredento.
Habiéndose casado con una extraordinaria mujer, Pilar, miembro de la Unión de Mujeres antifascistas (para la cual redactó lo que el propio Tuero llamó “Contrato matrimonial”, donde, entre otros requisitos, expresa: “Soy comunista militante igual que tú. Seré comunista toda mi vida y te pido lo mismo”, p. 53), encuentra en dicha unión el más férreo apoyo de cuantos necesitó en su atribulada existencia.
Esta mujer, que visitó a su compañero a cuantas prisiones era enviado, llevando consigo a la pequeña hija de ambos, simboliza no solo la resistencia y la fidelidad, sino el amor. Una vez llevada a cabo con éxito la fuga de la última cárcel (sabiéndose condenado a muerte), y refugiado en Cuba, Tuero clamó por reunificarse con Pilar y la niña, María del Pilar. Una vez en suelo cubano es retenido en Triscornia, un lugar de cuarentena para inmigrantes que funcionó desde 1900 hasta 1959 y que era similar al de la isla de Ellis en Nueva York. Por él pasaban todos los emigrantes que llegaban en tercera clase, hasta que eran reclamados por un familiar o conocido, debiendo demostrar, además, que tenían trabajo para poder salir de dicho centro de "cuarentena". Según indican revisiones consultadas, las condiciones de vida y la situación higiénica de dicho campo fueron sumamente deficientes.
El relato de la vida en Cuba, de los vínculos que establece la pareja con revolucionarios cubanos y con personajes de nuestra vida cultural, enriquecen el conocimiento de una época que se inicia en los años 40 y termina en 1987, al morir Tuero. Pilar, su compañera de siempre, muere tres años antes, y es a la hija de ambos a quien debemos Mi desquite, título quizá infeliz, pero que no escamotea en absoluto la intensidad de la narración. El pasaje donde Tuero describe el momento del asesinato de José Antonio, líder de la FEU, abandonado en plena calle el 13 de marzo, está cargado de profunda emoción. Pilar intenta cubrir el cadáver del mártir y los esbirros lo impiden.
María del Pilar Tuero, responsable de esta entrega testimonial, finaliza Mi desquite con una suerte de Epílogo, que de manera conmovedora ella nombra, refiriéndose a la muerte de su padre, “La caída del vencedor” (ahora sí, un buen título): “En el hospital, aturdido por las drogas aplicadas para contrarrestar los dolores, oyó el ruido de un juego de pelota de un radio lejano, confundió el rumor del juego con los ruidos de una muchedumbre en victoria, reaccionó y pidió su ropa, pues los nazis habían sido derrotados y quería salir a festejar” (p. 226)
Una vez más, agradecemos la labor de rescate memorístico que lleva a cabo el Centro Pablo de la Torriente Brau, e instamos al público a esta lectura, sin dudas esperanzadora en términos históricos y también sentimentales. Después de todo, se trata de una historia de amor.