En este año 2018, Salvador Juan de la Cruz Wood Fonseca, Cepillo, mi padre, arribará el 24 de noviembre, a sus 90 años de vida. El impacto del tiempo lo ha dejado con limitaciones para realizar su vida, pero sus ideas y recuerdos permanecen, como aquí se exponen, con inigualable valor y con el sabor de su personalidad. Valga entonces este intento de “salvar” sus memorias sobre la labor artística que inició desde su adolescencia en su natal Santiago de Cuba.
Es decir, que yo no sé cómo tú podrás recopilar todos estos datos sueltos e informales, no debidamente estructurados… no sé cómo tú harás porque yo me enredo de recuerdos…
Como “las penas que a mí me matan”.
Sí… como la canción… “se agolpan unas a otras y por eso no me matan”.
Lo que hace que esto sea una conversación entre un padre respuesta y un hijo pregunta:
Habían transcurrido 24 años desde la aparición de la radio en Cuba cuando, con 18 años, junto a un amigo igual de joven, actor y santiaguero, Manolo Fernández, llegaban a La Habana por primera vez.
Así es… 6 de octubre de 1946… veníamos con la ilusión de trabajar en la radio como actores.
¿Recuerdas las primeras impresiones de la ciudad?
Me impresionaron, porque no había en Santiago, los anuncios lumínicos. En la Manzana de Gómez estaba el de una trusa: era una muchacha con su trusa que se lanzaba al agua, era muy bueno, lindo, bien hecho… Otra cosa era el aire acondicionado: tú cogías por Prado desde Neptuno hasta Malecón, caminando por el lado derecho ibas disfrutando las atmósferas de los aires acondicionados.
En la casa de huéspedes donde alquilamos Manolito y yo, frente al hotel New York, nos daban una cama, y al otro día tenías que devolverla en buen estado, porque si no había que pagarla y estaba la policía en combinación afuera esperando… pero tenías que acostarte con la ropa puesta, y si te descuidabas, al despertar tenías que pedir ropa prestada para poder salir a la calle porque los ladrones sabían quitarte la ropa sin que te dieras cuenta y te desnudaban mientras dormías… y tú, acabado de llegar de Santiago con la cabeza llena de ilusiones, de momento encontrarte todas esas cosas, te decías: “coño creo que me equivoqué… nosotros no teníamos que venir a buscar nada aquí”.
Pero teníamos la esperanza de encontrar a Juan Carlos Romero, santiaguero, amigo y actor ya establecido en La Habana, para que nos ayudara a conseguir trabajo.
Debías tener una presencia decente, y el traje era muy común y necesario, sobre todo en el ambiente de la Radio.
Lo primero que conseguimos por nuestra cuenta fue trabajar esporádicamente de “bolero de turno”, así le decían a los que les caía un personaje de casualidad y tenías que hacerlo y salir bien, eso lo hacíamos en Unión Radio, que era de Gaspar Pumarejo. Él creó esta emisora al salirse de CMQ, donde fue jefe de programación. Allí éramos “bolos”.
Juan Carlos vivía por la fábrica de chorizos El Miño, donde nos recibió con el aprecio de siempre y por él nos hicieron una prueba en la RHC Cadena Azul, la única emisora de alcance nacional de entonces, cuyo dueño era Amado Trinidad Velazco, de la familia de los Trinidad, de Ranchuelo, en Villa Clara, fabricantes del cigarro Trinidad y hermanos. Y resulta que cuando termina la prueba nos llaman para firmar el contrato, era Jorge Luis Nieto, el locutor, el que en ese momento dirigía esa parte administrativa de la RHC. Y llegó la hora del nombre. A Manolito le preguntaron el suyo. Él era Manuel Fernández Linares, y Alvariño (Jesús Alvariño, locutor, actor, director…) le dice:
—El Manuel Fernández no sirve, porque eso da gallego, da bodeguero… sin embargo el Linares…
En esos días había sido víctima en el ruedo un torero muy famoso, que era de apellido Linares…
—Me gusta el Linares porque ese apellido tiene prestigio en este momento… y a Linares le suena bien Rafael… sí: Rafael Linares.
Y a Manolito le daba lo mismo ocho que ochenta… porque era un contrato de 120 pesos mensuales… jamás habíamos soñado nosotros tener un contrato en la RHC Cadena Azul, y menos con esa cantidad… Él sí mantuvo ese nombre artístico toda la vida.
Y entonces a mí me registran el nombre y el apellido, imagínate, un Wood…
—No, no, no… ese es un apellido que no lo va a entender la gente, y cuando te escriban, si te escriben algún día, son capaces de poner Wong porque da chino…
—No, yo no tengo ningún chino…
—No, pero suena, y aquí no podemos usar apellidos que se confundan… ¿Ese Wood proviene de Leonardo Wood, el interventor norteamericano?
—No, yo no soy descendiente de Leonardo Wood…
—Leonardo está bien… pero el apellido es el problema… pensemos… Wood es madera, pero busquemos una madera fuerte: caoba, nopal, roble… me gusta el roble. Entonces queda: Leonardo Robles.
Bien, un contrato de 120 pesos exclusivo. Eso fue un cambio de patrimonio sin discusión.
¿Y el Cepillo?
Ese me lo puso Juan Carlos Romero, que le ponía nombrete a todo el mundo. Me lo puso porque yo tengo un pelo rebelde y se pone como un cepillo cuando me lo corto bajito.
Y empezaron a llegar las cartas de los oyentes en un programa que creó Amado Trinidad Velazco titulado Las voces nuevas, éramos todos artistas nuevos . Allí recuerdo a Consuelo Vidal, a quien también le habían cambiado el nombre… y estaba Raúl Selis, Carlos Paulín, que ya era una figura reconocida, Manolito, convertido en Rafael Linares… Luego se integró tu madre Yolanda Pujols, que era mi novia. De esa época inicial de la radio en la capital creo que solo estamos presentes hoy Gina Cabrera, Georgina Almanza, Carmen Solar, Rosa Fornés y yo: el hijo de Matilde.
El director que más recuerdo es Jesús Alvariño, porque no era director de cabina. Entonces en el estudio radial, para programas dramatizados, había el salón de trabajo radial, con sus micrófonos y sus elementos de efectos, de puertas que se abren y se cierran lo mismo del hogar que de automóviles, de cascos de caballos, pisadas de zapatos de todo tipo…, instrumentos de los operadores de efectos. Algo que yo hice en Santiago, entre tantas cosas de la radio, pero aquí formaban un grupo y tenían un “colegio”, no porque dieran clases, era un título institucional que le daba prestigio y categoría al trabajador de esa rama: “no, yo soy del colegio de locutores, o yo soy del colegio de operadores”. Para los actores no existía una escuela, existía una competencia, y en esa competencia, el más vivo era el que le ganaba al más bobo.
Casi siempre nos daban el libreto el mismo día, pero no era una lectura a primera vista, porque siempre se hacían los ensayos con el director y el elenco. Nunca olvido un programa en el que aparecieron Enrique Santisteban y Eloísa Álvarez Guedes, qué grandes artistas y que bellas personas. Allí conocí también a Juan José Castellanos, el mejor narrador radial de Cuba. Era un tipo con mucho prestigio. La mayoría tenía automóvil, y las discusiones frecuentes eran sobre las piezas y las marcas: Chevrolet, Studebakers, Buick y los Pontiac.
Había un señor, Juan Vicente Salgado, que era actor y además garrotero, un prestamista, entonces él sabía lo que iba a ganar cada cual, y sobre esa base hacía los préstamos, era muy normal eso de los préstamos, era un submundo del ambiente radial, un pugilato de compra y venta subterránea de cualquier cosa… entonces yo, que venía de la nada, igual que Manolito, caer en ese mundo que te aprisiona y te compromete… y tú mismo te vas metiendo en la porquería esa… era muy sorprendente.
En esta emisora nacional invertían y eran dueñas de espacios, programas y comerciales, algunas firmas muy poderosas que se hacían la competencia entre ellas mismas, como la de Ramoncito Crusellas, que organizaba los programas Crusellas, ahí estaba Rosendo Rosell, el marido de Alba Marina, que era también compositor de música popular y la orquesta Aragón le grabó algunos números, recuerdo el titulado Caimitillo y marañón. Otra firma era la Gravi, Carballido Rey era el ideólogo. Sabatés era una firma potente, tenía el espacio Los tres Villalobos, dirigido y protagonizado por Jesús Alvariño, con Juan Mola en la cabina. Mola nació con apellido Mula, pero en la radio eso es un absurdo y le pusieron Mola. Alvariño interpretaba el Machito, Rolando Leiva era Miguelón, este personaje cantaba cosas campesinas, y Ernesto Galindo interpretaba a Rodolfo. Galindo era una personalidad en la radio cubana, él era también protagonista de La novela del aire.
Así fue como empezó la mayoría de nosotros…
Sin embargo, de ese grupo de compañeros yo era sindicalista. Fui el primer secretario general del sindicato que hubo en todo Oriente. Me interesaba conocer a los dirigentes de los trabajadores para estar más en contacto con el ambiente artístico desde el punto de vista sindical, y eso me costó varios problemas, porque no se veía muy bien al sindicato, o al tipo que quería representarlo…“no, no, no, el sindicato pa’llá, pa’llá”. A los contratantes no les interesaban las relaciones con el sindicato, porque había que pagar una cuota para ser miembro. La que yo recuerdo era el dos y medio por ciento, mira tú que cifra esa…
Yo fui delegado sindical del cabaret Tropicana, que era el más importante de aquel momento, y mi función era, supuestamente, defender la situación de los artista. Primero que fuera contratados, que tuvieran esa seguridad y que se cumpliera el contrato por parte del que adquiría el nombre de patrón, y el sindicato me pagaba un por ciento por eso.
Había una agencia que representaba a los actores, pero era defensora, no de los artistas ni de los trabajadores, sino de lo que cualquiera de ellos pudiera aportarle a su capital.
Y en esos inicios en la Radio, ¿de quiénes aprendiste más?
Te puedo decir que de todos, porque yo aprendí observando, pero en esa época de los años 50 destaco a Jesús Alvariño como la persona de la que más aprendí. Él no tenía escuela, era muy ligado a los norteamericanos, su mundo de desarrollo lo veía con las empresas norteamericanas, gran actor cómico, él era “Pedro, el polaco”, de solo oírle ya te daba risa, nutría el espectáculo con actores buenos; cada uno aportaba su especialidad cómica, y el resultado era una gran comedia radial.
En el dramatizado, los mejores eran Enrique Santisteban, Juan José Castellanos, María de los Ángeles Santana y Gina Cabrera, no solo en lo dramático, sino en lo humorístico también. Las grandes estrellas eran muy completas.
Buscando información sobre Leopoldo Fernández y su Tremenda Corte encontré éste excelente artículo que he disfrutado mucho. Además de algún modo confirma lo que se cuenta aquí en México aunque no de manera rotunda que muchos de los pioneros de la radio y televisión mexicanas vinieron de Cuba. Saludos fraternos desde México y gracias por compartir éste excelente artículo.