El origen de las enriquecedoras relaciones históricas y culturales entre Cuba y México proviene de una larga data; basta el ejemplo de que en 2020 se celebren cinco siglos de que, llegado un año antes con su expedición desde las playas cubanas, Hernán Cortés fundara Villa Rica de la Vera Cruz. Recordemos que Veracruz siempre se ha identificado con la Isla, desde el intercambio emigratorio que empezó con los hombres de Cortés, pasando por la arquitectura del castillo de San Juan de Ulúa, hasta la práctica cadenciosa del danzón o el deleite del “buchito” de café en La Parroquia. O que se cumplan los 200 años de que el adolescente santiaguero José María Heredia fuera en nuestra lengua el adelantado del romanticismo con su antológico “En el teocalli de Cholula”, cuya primera versión tendría como título “Fragmentos descriptivos de un poema mexicano”. Heredia, quien muriera en aquellos lares, pasó una parte fundamental de su vida allí, donde se desempeñó como periodista, catedrático, legislador, juez, oidor y fiscal de la Audiencia de México.

“El origen de las enriquecedoras relaciones históricas y culturales entre Cuba y México proviene de una larga data”.
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Entre esos múltiples ejemplos se encuentran el vínculo de patriotas e intelectuales de ambos pueblos en la forja de las respectivas culturas y luchas emancipadoras; la presencia de José Martí, inmortalizada por Diego Rivera en su mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central; la virgen de Guadalupe como patrona del pueblito costero de Cabañas; la muerte de Juventino Rosas en el Surgidero de Batabanó; el gran reportaje y la lección de civismo de Manuel Márquez Sterling con Los últimos días del presidente Madero; Julio Antonio Mella asesinado en la esquina de Abraham González con Morelos; Martín Dihigo propinando “en el abarrotado Parque Deportivo Veracruzano” el primer no hit no run de la pelota profesional azteca; el poeta Fayad Jamís, hijo de Ojocaliente y de Guayos; las Reinas del Trópico y Carlos Monsiváis; Dámaso Pérez Prado y “Qué bonito y sabroso”; los mariachis mestizos caribeños; el guanajuatense Pedro Vargas estrenando un bolero del alquizareño Luis Marquetti; la Lupita de Juan Almeida; la idolatría de los cubanos por Cantinflas y Tin Tan; la de los mexicanos por Trespatines; las peleas de Mantequilla Nápoles; la amistad consecuente de Lázaro Cárdenas y Fidel Castro; “Olmeca”, el último poema de Eliseo Diego, y así hasta nuestros días.

Fundada por Nicolás Guillén y un grupo de intelectuales a principios de los nostálgicos 60 —en abril de 1962—, La Gaceta de Cuba nació como quincenario (después en períodos sucesivos tendría carácter mensual y bimestral) de arte y literatura de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), y en ello colaboraron autores nacionales y extranjeros de distintas tendencias y manifestaciones.

“Fue desde sus inicios reservorio de ese intercambio imprescindible
para describir la cultura cubana y otras afines como la mexicana”.

La revista se propuso desde el principio llegar a lo universal a través de esa reivindicación de la diferencia que nos hace distintos e iguales, parecidos a nuestra época, más allá de las etiquetas generacionales, y fue desde sus inicios reservorio de ese intercambio imprescindible para describir la cultura cubana y otras afines como la mexicana. Ya en el número dos de la publicación, fechado en el mes de mayo de 1962, aparece como referente importante la nota editorial “Libertad para Siqueiros”,[1] con motivo de inaugurarse una exposición de 48 destacados artistas plásticos criollos en solidaridad con el célebre muralista encarcelado. “A los 65 años de vida —una vida gloriosa, grávida de creación—, David Alfaro Siqueiros ha recibido una recompensa singular: las cuatro paredes de una cárcel”, escribiría Guillén en el catálogo de la expo Libertad para Siqueiros,[2] organizada por la UNEAC en la Galería de Arte del Consejo Provincial de Cultura, y en cuya apertura hablara Roberto Fernández Retamar. Ambos intelectuales fueron muy cercanos a México; Nicolás, acompañado siempre por Rosa Portillo —su amor jarocho de toda la vida—, y que perpetuara en “Rosa tú, melancólica”; y Roberto, quien se reconociera discípulo profundo de Alfonso Reyes.

“La revista se propuso desde el principio llegar a lo universal a través de esa reivindicación de la diferencia”.

En la presente compilación reunimos una amplia selección de varias decenas de asientos —escogimos setenta y nueve[3] entre un largo centenar—, que durante más de 55 años han plasmado en nuestra revista los vínculos culturales entre ambos pueblos, ya sea sobre variados temas firmados por una galería muy diversa de 33 creadores mexicanos, o con el abordaje de asuntos referentes al hermano país por 21 intelectuales cubanos y cuatro de otras nacionalidades, a saber: España, Suiza, Colombia y Chile. De ese total de 58 colaboradores, 11 de ellos aparecen en más de una ocasión. Artículos, reseñas críticas, entrevistas, crónicas, cartas, ensayos, testimonios y muestras de narrativa, poesía y teatro arman este volumen heterogéneo, pero orgánico, en cuanto al interés de expresar los vínculos históricos entre ambos pueblos.

En los textos aquí reunidos se hace valedera la voluntad de utilizar la palabra y la imagen en una función cívica, cuyos significados no pueden ser compartimentos estancos de nuestra realidad, sino guías en la necesidad de explorar en esa huella imperecedera que, traducida en comidas, lecturas, formas, sonidos, colores, llamamos cultura, aunque lamentablemente en el mundo en que vivimos ni siquiera las grandes minorías con que soñaba Juan Ramón Jiménez como destinatarios pueden ser partícipes de ese diálogo tan necesario al hombre, y que en la experiencia mexicana, como nos recuerda el fraterno poeta antioqueño Juan Manuel Roca, “es tan fuerte la presencia de México generada por su cine, por sus artes plásticas o su música, que muchos latinoamericanos nos sentimos al llegar a este país, aun si se tratara de un primer viaje, regresando (…) lleno de los olores y los colores de una tierra rumorosa”.

La Gaceta de Cuba ha pretendido ejercer esa responsabilidad en la selección de sus contenidos y autores —que en parte aquí recogemos—, en consonancia armónica con su perfil, a tenor de lo que llamaba el académico “de la región más transparente”, Arturo Azuela, “revista institucional”. Correspondencia institucional que ha querido ser consecuente con ese develar de los márgenes y silencios tan vinculantes entre nuestros pueblos hermanos.

Al hacer un recuento general de los nombres de escritores y artistas aquí incluidos, llama la atención cómo el hispano-mexicano José de la Colina —figura sobresaliente de las letras— es quien más está presente, pues colaboró con regularidad en la revista durante el bienio 1963-1964, sobre todo con reseñas sobre cine universal. Veintidós veces apareció su firma en ese lapso; cifra de la que seleccionamos como muestra representativa diez textos, en su casi totalidad sobre el séptimo arte. Otros nombres significativos se repiten, aunque de forma intermitente y en menor cuantía, como Carlos Fuentes, Federico Álvarez, Efraín Huerta, Gonzalo Celorio, Guillermo Samperio, o los cubanos Loló de la Torriente, Ciro Bianchi y Leonardo Padura, quien fuera durante seis años nuestro jefe de redacción y que igual que Arturo Arango, quien lo ha sido durante más de 25, mucho ha contribuido a estos lazos fraternos. Federico, quien publicara en los primeros años una lectura reveladora sobre la novela de Lisandro Otero, La situación —“Carlos Fuentes, como Lisandro Otero, despliega ante nosotros el cuadro de una burguesía corrompida”—, fue hasta el final de sus días un lector fiel de la revista. Lo recordamos como lo define Elena Poniatowska validando su postura cuestionadora, y el polemista nato que reconoce en Federico: “La cabeza inclinada, los brazos como aspas, discutidor (porque siempre hay una razón para protestar), es parte entrañable de su personalidad universitaria”.[4]

El contexto de los 60, signados por la joven revolución del 59, y sucesivos acontecimientos históricos y culturales en el ámbito regional y universal, establecen las coordenadas de la presencia latinoamericana, y en particular mexicana, en la Isla, a través de instituciones como Casa de las Américas, eventos como el Congreso Cultural de La Habana, o movimientos como la novelística del boom. Sobre la primera comentaría Juan Bañuelos en nuestras páginas, cuando estuvo de jurado: “El premio instituido por Casa de las Américas significa y ha significado, en México, durante (…) años el premio de mayor jerarquía política que se otorga en el continente”.

“El contexto de los 60, signados por la joven revolución del 59, y sucesivos acontecimientos históricos y culturales en el ámbito regional y universal, establecen las coordenadas de la presencia latinoamericana, y en particular mexicana, en la Isla”.

Para mí Eraclio Zepeda fue siempre Pancho Villa, y él era consciente —y padecía— de esta fijación que tercamente compartí, pues se lo recordaba de manera jovial durante las intermitentes veces en que coincidimos en el lapsus de más de 40 años de conocernos. Una breve pero interesante encuesta que aquí publicamos, junto a una de sus piezas narrativas, sirven de botón de muestra de lo que fue su intensa relación con Cuba. Igual pudiera decirse de otros conocidos, como los ya mencionados Federico, Celorio, Bañuelos, Huerta, Samperio, o Rodrigo Moya, Hernán Lara Zavala, Paco Ignacio Taibo II, Andrés Ordóñez, Monique Lemaitre, Juan Villoro, Javier Narváez, entre otros. Algunos particularmente cercanos ya fallecidos, que evocamos en estas páginas con “la memoria misericordiosa de la amistad”, como son los nombres de Eraclio, Federico, Samperio o Monique, junto a, entre otros, los cubanos Eliseo Diego, Fernández Retamar y Orlando Castellanos, y el español Andrés Sorel.

Son varios los llamados en portada que subrayan la visita de reconocidas figuras del país hermano, como la del número correspondiente al ya lejano noviembre-diciembre de 1995, y que contiene en sus páginas, de la 50 a la 55, un pequeño dosier a propósito de la breve escala que efectuara Sergio Pitol en nuestros lares. Él, una de esas personas que, a pesar de su timidez, provocaba afinidades y facilitaba surgimiento de amistades, nos visitó en el tibio preludio del otoño habanero gracias a los buenos oficios de sus compatriotas, los estimados Gonzalo Celorio —quien gusta recordar en homenaje a su madre que “la mitad de sus 80 kilos son cubanos”— y Hernán Lara Zavala, quienes desde la Universidad Nacional Autónoma de México primero, y luego desde el Fondo de Cultura Económica, junto al entusiasta Miguel Díaz Reynoso, por esa época agregado cultural de su país, tanto hicieron durante años por propiciar un generoso intercambio entre las literaturas y las artes mexicanas y cubanas. A ellos tres debemos, entre otros ejemplos, amén de la circulación y presencia de numerosos escritores de la mayor de las Antillas en su tierra, la organización de varios eventos, como el dedicado a Juan Rulfo en coordinación con la Casa de las Américas.[5] Ellos, junto a otros colegas como Héctor Ramírez —igual contribuyente apasionado del tráfico incesante entre ambas comunidades culturales–, bromeaban con que sus visitas frecuentes eran con el manifiesto compromiso de recoger el número más reciente de La Gaceta…

Otros nombres a destacar en ese espíritu solidario son los de Paco Ignacio Taibo II, que tanto favoreció a la divulgación de la llamada novela negra, y que hasta el presente sigue contribuyendo al intercambio literario en general; Rodrigo Moya, con su desprendido proyecto “Un libro para Cuba” y su imprescindible vocación de fotógrafo; el arquitecto Carlos Véjar desde la revista Archipiélago —en cuya fundación estuvimos implicados—, publicación que tanto debe a ambas orillas del Golfo, o el poeta, ensayista y fotógrafo Andrés Ordóñez en sus diferentes roles institucionales. Todos sumándose a esa saludable tradición de vasos comunicantes celebrados por nuestros pueblos durante siglos.

“Hasta hoy es motivo de fraternal polémica el derecho de reconocerse ambas como la cuna del bolero, que es cubano… y es mexicano”.

Debemos reconocer sobre todo al “hermano lennonista” Miguel Díaz Reynoso —hoy embajador en La Habana—, el más entusiasta de todos nosotros, para que llegara a feliz término este libro que pretende contribuir a dar visibilidad —a través de una revista que ha apostado por ser representativa de los escritores y artistas cubanos— a los puentes culturales entre las patrias del son oriental y el son jarocho, y donde hasta hoy es motivo de fraternal polémica el derecho de reconocerse ambas como la cuna del bolero, que es cubano… y es mexicano.


Notas:

* Fragmentos del prólogo al libro México en La Gaceta de Cuba, del cual soy compilador, y que se encuentra en proceso editorial.
[1] Publicado en La Gaceta de Cuba, La Habana, mayo de 1962,  no. 2, p. 14.
[2] Con el mismo nombre se inauguró una exposición previa el 4 de diciembre de 1960 en la galería habanera del Seguro Médico, donde participaron más de 80  pintores, escultores y grabadores. Ambos listados fueron tan sobresalientes en su nutrida convocatoria que, a riesgo de ser injusto, solo mencionaré a algunos artistas representativos que estuvieron en ambas muestras: Acosta León, Adigio Benítez, Hugo Consuegra, Antonia Eiriz, Guido Llinás, Raúl Martínez, Umberto Peña, René Portocarrero, Mariano Rodríguez, Sosabravo y Antonio Vidal. Dos de los participantes en ambos eventos, buenos amigos que me brindaron sus testimonios, son los Premios Nacionales de Artes Plásticas  Lesbia Vent Dumois y Pedro de Oraá. Recordemos que Siqueiros estuvo preso en Lecumberri desde agosto de 1960 hasta julio de 1964.
[3] Incluyen tres registros epistolares, que recogen a su vez a tres autores en cada caso.
[4] Norberto Codina: Luces de situación, Ediciones Loynaz, Pinar del Río, 2018, t. I, p. 103.
[5] Se realizó el encuentro Visiones de Juan Rulfo, dedicado al décimo aniversario de la muerte del gran narrador mexicano. Además de la institución que le sirvió de sede, auspiciaron este encuentro la Universidad Nacional Autónoma de México, la Embajada de México en Cuba, el Ministerio de Cultura y la UNEAC. (…)  Fueron vistos materiales audiovisuales basados en la obra de Rulfo, se realizó una mesa redonda con cuentistas acreedores del premio que lleva su nombre, y sobre todo se expusieron valiosos estudios sobre el autor de Pedro Páramo. Aquí publicamos tres de esos textos, debidos a los escritores mexicanos Gonzalo Celorio, Felipe Garrido y Hernán Lara Zavala”.(Fragmento de nota editorial, La Gaceta de Cuba, n. 6, La Habana, noviembre-diciembre de 1996, p. 21).