Mente que sí está clara
8/6/2020
La mirada autocrítica, la proclamación de su propia pequeñez (humana al fin) define, a mi modo de ver, una de las mayores grandezas en la poética de Roberto Fernández Retamar. Y no es que desdeñe las excelencias estilísticas, el rigor compositivo, la fortuna metafórica de su amplia obra, sino que en ese viaje hacia el sentido humanitario que toda poesía debe proponer, este elemento define uno de los más visibles ejes ideoestéticos.
El poeta que en “Con la mismas manos” se funde con el constructor y pide una carretilla para aprender “el trabajo elemental de los hombres elementales” y “toma el agua silvestre de los trabajadores” es el mismo que se autoinculpa en “El otro” por su sobrevida, como si fuera un acto doloso frente al martirologio de quienes se inmolaron por la libertad.
Toda la poética de Roberto Fernández Retamar define un viaje hacia la diminución del ego, incluso podríamos decir que en ocasiones toma lugar en la posición de algún perdedor que, con asumir la suerte de los desposeídos, concreta su victoria íntima.
El poema “Querría ser”, del conjunto Que veremos arder, publicado en 1970, deja claro un pequeño repertorio de humildades. La desacralización de la figura del poeta, supuesto ente iluminado, se expresa con notable síntesis en un círculo cerrado:
Este poeta delicado
Querría ser aquel comandante
Que querría ser aquel filósofo
Que querría ser aquel dirigente
Que guarda en una gaveta con llave
En los días en que el poemario antes citado vio la luz, la poesía cubana se deslizaba con entusiasmo por la humildad como norma enunciativa. La reproducción del tono coloquial cercano era una de sus herramientas más socorridas. En América Latina la antipoesía había dado su portazo, casi dos décadas antes, con Nicanor Parra de hombre proa, a la par que Ernesto Cardenal, con sus Epigramas, les ponía los pies en la tierra a todos los poetas. El fenómeno en Cuba contaba con el glorioso antecedente de José Zacarías Tallet, como bien nos hizo notar Helio Orovio. En Retamar ese desplazamiento de los protagonismos resulta absolutamente auténtico y viene de más atrás también; un ejemplo: en Alabanzas, conversaciones, escrito entre 1951 y 1955, podemos encontrarnos estampas como “Los oficios”, que en su fragmento “El zapatero” aporta esta caracterización: “Grueso, seguramente vivo, / Con paso de señor severo / Va por el parque, ondula / Como un barco grave…”[2].
Existen dos textos en Que veremos arder que, según creo, podrían servir como emblemas de algunas desacralizaciones del sujeto lírico no siempre bien llevadas por otros poetas del momento. En “Como a ellos” el poeta se sitúa en los sitios de desventaja condicionados por la fatalidad humana para mirar al mundo de las oportunidades truncas desde esa perspectiva y reducirlas simbólicamente a expensas de la solidaridad y la valentía:
No tenías más que una vez para nacer
Y naciste cojo, tuerto, enano
O un poco tonto
Desde luego que nadie se daría cuenta de que eres cojo
Si te quedaras sentado tranquilo;
Y nadie sabría, tuerto, lo que te pasa,
Poniéndote así, de perfil;
Y quién iba a averiguar que eras enano
Si te limitaras a escribir cartas o a llamar por teléfono;[3]
El texto concluye cuando el poeta nos declara con énfasis laudatorio cómo, haciendo caso omiso de sus limitaciones, estos sujetos actuarán (al menos en las certezas del poeta) con la prestancia de los normales para que todo el mundo sepa “lo que les ha pasado (…) / La única vez que tenían para nacer, // Vaya, como a ellos”.
El otro poema que me interesa comentar someramente es “Cuerpo que no está claro”, porque es quizás en el que más duramente el sujeto lírico se cuestiona (¿o es el sujeto poemático el cuestionado?) para concluir con el acto reivindicativo de la voluntad que se impone a los disfrutes sensoriales porque la guía una causa que lo rebasa. Por tales razones, ese mismo cuerpo que “solloza como un arpa porque no tiene los armoniosos tabacos de antaño”, que “añora menos desorden, algún reposo, mariscos, aves frutas” es el que se deja empuñar por el alma, que «le hace tragarse sus silencios, le cierra la mano huesuda sobre la herramienta (…) le hace trabajar, soñar, esperar”.
No por gusto es el alma quien resuelve el conflicto. El alma que, en verso feliz, hace aterrizar cuando la despoja de su halo intangible y hace suyo el planteamiento donde asegura que es “definitivamente mortal”.
No me cabe duda, Roberto Fernández Retamar es un poeta que supo proyectar anhelos y empatías desde la modestia de los anhelos comunes. En su texto “Desagravio” queda el testimonio elocuente de esa toma de posición:
No te vas a arrepentir. No tienes de qué arrepentirte.
Decidiste quedarte junto a los que no tenían letras ni distinciones ni
amigos poderosos.
(…)
Solo aspiras, al igual que la muchacha médica que se va a África, a
seguir sirviendo,
Aunque duelan tus servicios como duele el escalpelo
En la carne del cuerpo que va a salvar.
No aspiras a más gloria que esa, y luego aspiras al olvido
Que venturosamente ya se te está concediendo.[4]
En esta fecha en que conmemoramos los 90 años del natalicio de este inmenso intelectual nacido en nuestra Patria, con modestia, le corrijo la plana: nunca le concederemos el olvido, Maestro.