Memorias teatrales de Retamar
23/6/2020
Una obra creada para la escena fue objeto de atención fundamental para Roberto Fernández Retamar: el drama de Shakespeare, La tempestad, inspirador de su emblemático ensayo Caliban, ese penetrante examen acerca de la identidad nuestramericana, subversivo de la fuente. Y, como intelectual orgánico y de sólida formación que fue, de buen grado vivió experiencias como espectador teatral. Puedo dar fe de esa disposición en casi las últimas tres décadas, a partir de su siempre fiel apoyo —emparejado con su compañera de siempre, Adelaida de Juan— en decenas de montajes de las obras participantes en varias ediciones de la Temporada de Teatro Latinoamericano y Caribeño Mayo Teatral, organizada por la Casa de las Américas. En mayo del 2018, ya sin su esposa, fue acompañado por su hija Laidi a la Sala Tito Junco, para entregar el Premio El Gallo de La Habana en manos de la teatrista puertorriqueña Rosa Luisa Márquez —alumna dilecta de Boal—, al final de la presentación de Hij@s de la Bernarda. Esa fue, probablemente, su última visita al teatro.
En sentido inverso, quizás el vínculo más importante de Roberto Fernández Retamar como irradiador hacia el teatro haya ocurrido de manera involuntaria, cuando su vasta sapiencia, la agudeza de su mirada a la cultura y a la sociedad latinoamericanas, hizo que uno de sus más grandes textos, precisamente el ensayo Caliban, además de ser un obligado referente de estudio para cualquier interesado en el pensamiento latinoamericano, fuera impulso decisivo para más de un artista de la escena empeñado en defender una creación descolonizadora.
Un creador escénico y pensador de talla mundial, el brasileño Augusto Boal, escribió su obra La tempestad, versión del original de Shakespeare bajo el influjo de Caliban. Escrita en Argentina durante el exilio político del creador del Teatro del Oprimido, Boal envió su obra al poeta y ensayista cubano el 23 de mayo de 1974, desde Buenos Aires, junto con una carta en la cual le expresaba cuánto había tomado en cuenta su ensayo. La misiva dice así:
Querido Roberto,
Finalmente te escribo para mandarte una copia de La tempestad. Tu libro me fascinó mucho, y desde que regresé de Cuba tenía la idea de hacer la obra:[1] primero, una traducción sin cambiar nada y cambiarlo todo en el espectáculo. Después pasé a pensar en escribir una obra mía que fuera una especie de rectificación de la de Shakespeare. Decidí hacer una obra mía, y en febrero la escribí. Invité a Manduka, hijo del poeta Thiago de Mello, para que hiciera la música, y casi ya la tiene terminada. Es hermosa, y te mandaré una cinta así que la tenga entera grabada. Pienso en montar La tempestad inmediatamente. Hasta hoy, más de diez teatros han rehusado alquilar sus salas para esta obra, porque la consideran demasiado política… Aquí no hay censura oficializada como en Brasil, por ejemplo, pero hay mucha autocensura, y mucha censura económica. Pero encontré un local viejo, cerca del mercado del Abasto, donde se molía café hasta hace unos años atrás, y parece que lo vamos a alquilar. Igualmente parece que una señora va a poner la plata necesaria para el montaje y en ese caso estrenaríamos alrededor del día 1ro. de julio. Espero que tengamos suerte y que el espectáculo camine. Estamos todos muy entusiasmados, con muchas ganas de trabajar. Ojalá pudieras ver este espectáculo que tanto te debe a ti y a tu libro.[2]
Por su parte, Cecilia Boal declaró que, en una de las visitas de Augusto a Cuba, “Retamar le hizo el reto de escribir La tempestad desde el punto de vista de Calibán […] le dijo: ‘¿por qué no haces una adaptación?’”.[3]
Lamentablemente, la obra no pudo ser estrenada en vida de su autor, hasta que en 2015 el grupo brasileño Ói Nóis Aqui Traveiz emprendió su montaje y estudió, a fondo, tanto el texto teatral como las ideas de Retamar. En noviembre de 2015 en visita a la Terreira da Tribo, sede de la agrupación en Porto Alegre, pude constatar el empeño de los artistas durante el proceso de creación, y fui sometida a numerosas interrogantes sobre las ideas contenidas en el texto en relación con la cultura cubana.
Sé también cuánto significó para el poeta y ensayista una figura como Bertolt Brecht, el “escriba de piezas” que incorporó productivamente a la escena las leyes de la dialéctica materialista. Cuando en 1998 dedicamos al dramaturgo, poeta y pensador alemán parte de un dosier conmemorativo de su centenario —y del de Lorca— en la revista Conjunto, no encontramos pórtico mejor que el poema “Aquí”, que Roberto nos cedió gustoso. Lo reproduzco íntegro, para disfrute del lector; firmado entre Berlín y La Habana, diez años antes, luego de una visita especial a la casa de Chausseestrasse.
Aquí vivió Brecht
Aquí está la máscara del mal
Sobre la que hizo aquel poema
Aquí está la estufa que le dio calor
Aquí están los tomos de Lenin
Intensamente anotados
Y los libros prohibidos
Aquí está la mesa donde escribía
Y desde la cual miraba el cementerio
En que iba a ser enterrado
Aquí está el cuadro chino del hombre
que duda
Coronando su cuarto de dormir
Aquí recibía a los amigos
Aquí pensaba
Aquí discutía
Aquí sufría
Aquí proyectaba cosas mejores
Aquí por algún lado
Está el mensaje que me dejara
Y que busco y busco sin encontrar
O acaso he recibido ya
Aquí vivió Brecht.
Otro momento teatral para recordar a Roberto Fernández Retamar, fue la brillante interpretación que realizara la actriz argentina Graciela Duffau de su poema “Y Fernández”, dedicado por el intelectual a su padre. Durante el XI Festival de Teatro de La Habana, en octubre de 2005, la actriz trajo al evento su unipersonal Los niños nos miran —dirigido por su compañero Hugo Urquijo a partir de la teatralización de Beatriz Matar de los libros Los niños nos cuentan y Los niños nos miran, que contiene testimonios recogidos por la psicóloga social argentina Juana Rottemberg—, hermoso collage de reflexiones desde la madurez o la vejez cargadas de ternura.
En Cuba, Graciela Duffau decidió cerrar todas las funciones con el poema de Retamar. Yo asistí a la primera de ellas y me admiró el buen decir y sentir de la actriz al apropiarse de unas palabras que, según confesara públicamente, el poeta les había regalado y nunca habían dejado de acompañarla. Él mismo pudo verla al día siguiente en la Sala del Museo de Bellas Artes y la emoción recíproca llegó al clímax.
Por esos instantes, que lo asocian con fugaces imágenes teatrales, también Roberto Fernández Retamar permanece en nuestra memoria.