Y de pronto, allí estaba, en medio de la noche, entre aquel viejo camión y la ceiba del parquecito del pueblo. El camión se veía bonito, recién pintado, y mantenía esa vida propia de las cosas que aún conservan la ilusión de lo que han sido, aunque en su panza ya no lleve ningún proyector de cintas. Pero era el camión, el último de una estirpe de ambulantes que llevó el cine a lugares remotos, por primera vez y muchas veces más.
Delante de mí estaba su chofer, el señor Sedeño, bajo la sombra nocturna de la ceiba, como si quisiera protegerse del sol, aunque fuera de noche. Él también estaba viviendo lo inesperado: una proyección como homenaje, para él y para el carro de su vida. Se mezclaba entre la gente del pueblo, entre los suyos, que le ofrecieron su cariño envuelto en humildes décimas. Yo, absorta, temí no poder cumplir el encargo de presentar la propuesta en pantalla.
Pensaba en la textura del camión, en la mirada del chofer cuando, frente a su casa, subió al vehículo, animado por la artista peruana Sonia Maria Cunliffe Seoane; puso las manos al timón, pero no quiso arrancarlo. Lo había manejado hasta el 2019, cuando se jubiló. El documental que veríamos después, de Octavio Cortázar, nos traería de vuelta el eco de las voces y risas de aquellos espectadores de antaño, el polvo de los caminos, esa mezcla de melancolía y asombro que despierta ver revivir algo que parecía perdido en el pasado.
Anoche, en el humilde pueblito camagüeyano de Lugareño, en pleno apagón, se hizo la luz.
Pronto en Adelante compartiré más sobre este viaje.
El camión del cine móvil de Camagüey formará parte de la obra de Sonia en la Bienal de La Habana.
Tomado del perfil de Facebook de la autora