Memoria titiritera de los adoquines de La Habana
17/8/2017
Dícese que los titiriteros ambulantes ya andaban de recorrido por la isla de Cuba, desde el remoto siglo XVIII. Sobre todo por La Habana, ciudad con el mayor florecimiento económico del país, según opinan nuestros más acuciosos historiadores. Hasta las populosas villas de Trinidad y Santiago de Cuba llegaron los artistas del retablo. Se especula también que vinieron atraídos por las riquezas provenientes de la conquista y colonización de América. En el transcurso del siglo XIX, la prensa publicó interesantes comentarios sobre teatros mecánicos y la existencia de unos simpáticos muñequitos descoyuntados.
Los zapaticos de rosa. Teatro de las Estaciones. Foto: Sonia Almaguer
Me encanta la idea de una Habana decimonónica, espectadora de las habilidades de los titiriteros juglares, apostados lo mismo en una céntrica calle que en una plaza pública, realizando su arte y pasando luego el sombrero para recoger algunas monedas que le garantizaran el sustento. Bien que podría haber sido el niño José Martí, nacido en enero de 1853, en el Nº 41 de la calle Paula, cerca de la Muralla de La Habana, uno de aquellos infantes asombrados y divertidos con la gracia de los títeres de funda, ahora llamados de guante, o de hilos, conocidos en la actualidad como marionetas. Tal vez esta idea sea solo una ensoñación mía, impulsado por la celebración de la 1ra Jornada Habana Titiritera: figuras entre adoquines, que transcurrió entre el 7 y el 13 de agosto del presente año, con el auspicio del Teatro La Proa, en coordinación con las instituciones que apoyan el teatro en nuestra principal urbe, junto a la Oficina del Historiador de la Ciudad y la Asociación Hermanos Saíz, entre otros apoyos imprescindibles.
Que yo recuerde, desde el verano de 1994, cuando tuvo lugar en la capital el evento llamado Memoria Viva de Teatro para Niños, organizado por el Consejo Nacional de Artes Escénicas, de conjunto con el Centro de Teatro y Danza de Ciudad de La Habana, que tuvo espacios en la Casa de la Comedia, la Casa de San Ignacio y Obrapía, y la Plaza de Armas, no había vivido la zona antigua de la Villa de San Cristóbal, una festividad nacional a lo grande, con grupos de varias provincias, homenajes, exposiciones, talleres, publicaciones y espectáculos en las salas y las calles, para niños y adultos. De aquella fecha a hoy, los contextos sociales, económicos y artísticos de las principales compañías del país, fundadas entre 1961 y 1963, han cambiado de manera sustancial y es que el tiempo pasa, la vida y el mundo adquieren nuevos matices y vivencias en todos los órdenes.
Valiosísima ha sido la idea, entre otras desarrolladas en el amplio programa del evento, de evocar y reconocer en esta 1ra Jornada Habana Titiritera… la creación de los guiñoles provinciales, por lo que significaron y aún representan para la joven historia del teatro para niños y de títeres cubano. Pujante en aquella Memoria Viva… estuvo el Guiñol de Santiago, con tres espectáculos (Agüe el Pavo Real y las guineas reinas, Los chichiricús de la charca y Bibí); algunos de los directores artísticos de entonces, como Rafael Meléndez y José Ramón Pardo, ya no nos acompañan. El Guiñol de Camagüey dijo presente con dos clásicos de su repertorio histórico (Balada para un pollito Pito y El conejito descontento, ambas dirigidas por Mario Guerrero, aún activo). El Guiñol de Santa Clara asistió con La bicicleta azul, del recordado Iván Jiménez. El Guiñol de Pinar del Río, a través del desaparecido grupo Caballito Blanco, presentó El caballo de hierro y Caballito Blanco, bajo las órdenes de Yulki Cary y Carlos Piñera. El Teatro Nacional de Guiñol, en uno de sus mejores momentos, presentaba un cuerpo de nueve títulos (Pluff el fantasmita, La historia del muy noble caballero Don Chicote Mula Manca y de su fiel compañero Ze Chupanza, Los tres pichones, Viaje a las Galaxias, La cucarachita Martina, La nana, Redoblante y Meñique, La lechuza ambiciosa y Fábula del Insomnio), de los desparecidos Roberto Fernández, Ignacio Gutierrez, Xiomara Palacio y Raúl Guerra, a los que se sumaron el activísimo Armando Morales y Raúl Martín, un joven director en aquel momento, que no volvió a incursionar en la especialidad escénica para los más pequeños. El Guiñol de Matanzas, renombrado desde finales de los años 60 como Teatro Papalote, presentó tres obras del inquieto director, dramaturgo y diseñador René Fernández ( Romance del Papalote que quería llegar a la Luna, Los Ibeyis y el Diablo y Okín, pájaro que no vive en jaula), Premio Nacional de Teatro 2007.
De estas agrupaciones emblemáticas solo Teatro Papalote y el Teatro Nacional de Guiñol, en circunstancias diferentes a las de 1994, estuvieron presentes en la programación de la 1ra Jornada Habana Titiritera. Los títeres habaneros, representados en Memoria Viva… con 12 agrupaciones, dijeron presente ahora con 11 compañías (el mencionado Teatro Nacional de Guiñol, Teatro de Muñecos Okantomí, Títeres La Tintalla, Adalett y sus títeres, Teatro Viajero, La Salamandra, Teatro de Títeres El Arca, Cristeli, Polichinela de La Habana, Girasol, y Teatro La Proa) de entre las 38 que integran en la actualidad el catálogo de colectivos capitalinos de teatro para niños y de títeres. Fue un repaso por montajes clásicos, reposiciones y estrenos, a los que se sumaron conjuntos de Santa Clara (Teatro Escambray), Cienfuegos (Guiñol Cañabrava), Matanzas (Teatro Papalote y Teatro de Las Estaciones) y Pinar del Río (Titirivida y Alas Teatro), más Creati, de Mérida, México; la Casa de Títeres Fábula, del mismo estado mexicano y La negra María, de Chile.
Las puestas en escena fueron un claro muestrario de por dónde van los tiros en cierta zona de los predios titiriteros nacionales, no muy diferente de las zonas que estuvieron ausentes. Atendiendo a los comentarios generales y a los muy personales míos, hubo de todo: caminos ascendentes, asentados y descendentes a nivel creativo. Nuevos rostros junto a rostros consagrados, más otros a media senda entre el crecimiento y la madurez. Trabajos reveladores y otros sobrevalorados por encima de sus verdaderos alcances. Montajes en franco período de proceso hacia algún destino, medianías, sorpresas agradables y una vez más descuidos advertidos en las especialidades de diseño, actuación, animación, música, dramaturgia y dirección artística. Nada que una curaduría más acuciosa no pueda resolver, junto a ejercicios de superación y conocimientos que el evento asumió, y que espero positivamente arroje resultados a corto o a largo plazo, como suele suceder en estas lides.
De las dos exposiciones anunciadas me gustaría hacer hincapié en la labor de necesario rescate conseguido por el equipo de investigación de Teatro El Arca, mediante la exposición La huerta de Extramuros o de donde vienen los titiriteros, un valiosísimo acercamiento a un periodo de tiempo en que, tras la creación de la Primera Escuela Nacional de Teatro Infantil, en 1969, bajo la dirección de Julio Cordero y Bebo Ruíz, surgieron colectivos como el Teatro Infantil y Juvenil de Plaza, el Joven Teatro de Marianao, El Galpón, Ismaelillo y Anaquillé, entre otros.
Mucho y bueno hubo en esta cruzada titeril capitalina que deberá sopesar, tras esta primera vez, los soles y bemoles de un proyecto valedero por varias y justas razones. Una sugerencia muy particular es revisar el nombre de la convocatoria, en mi criterio un tanto reiterativo en su concepto lingüístico. Decidir así si anuncian la próxima celebración de la 2da Jornada Habana Titiritera o la Jornada Figuras entre adoquines. A mí me complace más la primera, pero la decisión final queda en manos de un equipo tan empeñado como valiente, tan soñador como concreto y decidido en sus intenciones.
El teatro para niños y de títeres nacional precisa más de encuentros, intercambios y diálogos abiertos entre creadores de aquí y de allá, bisoños y experimentados, frente un público ávido de teatro y expectante ante los resultados de nuestros grupos, que de competitividades y lizas preñadas de criterios subjetivos. Esta 1ra Jornada Habana Titiritera: figuras entre adoquines, fue fiesta familiar y conciliábulo entre colegas. Estoy seguro que José Martí, desde su alma luminosa y amante del “teatro Guiñol, donde hablan los muñecos, y el policía se lleva preso al ladrón, y el hombre bueno le da un coscorrón al hombre malo” [1], fue el ángel tutelar del verano titiritero, que desde hacía muchos años se merecía La Habana.