Mirón de la realidad y de las gentes que lo rodean, Roberto Fabelo es un hombre culto, sencillo, carismático, sincero y apasionado amante de su familia y de su profesión. Siempre está “pincel en mano” —confiesa que se dedica mañana, tarde y noche a la creación—, se sirve de las figuras y de las circunstancias existenciales de sus semejantes para expresar esas ideas fantasiosas y emociones artísticas que después nos cautivan. 

“Roberto Fabelo es un hombre culto, sencillo, carismático, sincero y apasionado amante de su familia y de su profesión”.

Inicialmente no voy a referirme a la obra del Premio Nacional de Artes Plásticas 2004, sino al Roberto Fabelo Pérez de familia campesina y humilde; al que nació un 28 de enero de 1950 asistido por su abuela como partera, entre la pobreza de los campos cubanos en la época de la seudo-república, en medio de un monte  (cuyo nombre recuerda como La Finca) en la periferia de Guáimaro; al que siendo un niño se lanzó por un barranco y por poco se ahoga en el río La Palma —“que ya no es un río”, dice—; y al que no posee fotos de su infancia “porque fuimos marginales y la única que tengo, fue pagada a plazo…”.

Por esos motivos quiero compartir con nuestros lectores algunos momentos de la vida de este artista, también acreedor de la admiración del pueblo, el cual lo reconoce como el más popular de los pintores cubanos.

S/T. De la serie Un poco de nosotros, acuarela sobre cartulina (153×112), Roberto Fabelo, 2008.

Con arcilla y panales de abejas moldeaba figuras

“De Guáimaro recuerdo las ferias ganaderas y los típicos juegos de la niñez. Hacía corrales en los que metía botellas de diferentes colores, las cuales representaban distintos animales. Con arcilla y panales de abejas moldeaba figuras de arañas, alacranes y otros arácnidos e insectos con los que asustaba a mi abuela. Esa fue mi primera forma de crear.

“Así transcurrieron mis primeros siete años de vida. En 1957 nos fuimos a vivir a la capital, a La Habana, en la calle Campanario, entre San Lázaro y Malecón. Allí me cayó encima un tanque galvanizado que tenía adentro una taza de inodoro; por poco me mata. Se le soltó a un señor y me causó varias fracturas. En ese edificio conocí a uno de los asesinos más despreciables que ha tenido Cuba: Salas Cañizares. Llegó para hacer un registro. Mi abuelo estaba pintando una cama y por poco se desmaya del susto cuando vio al esbirro, pues allí se conspiraba contra el gobierno de Batista y existía una cédula del Partido Socialista. Por suerte, no sucedió nada”.

Rememoró las recurrentes visitas de los barcos norteamericanos de guerra al Puerto de La Habana, hecho que reveló la extraordinaria imaginación del futuro artista: “Al verlos pasar me parecían colas de perros extendidas. Después, en enero de 1959, desde ese mismo sitio presencié la entrada triunfal del Ejército Rebelde”.

“Animalia”. Escultura en bronce (75x55x55 cm.), 2009.

De su estancia en el viejo edificio de Centro Habana, también recuerda los boleros que se difundían desde la vitrola del bar de la esquina. “Aún puedo memorizar los temas que, a todo volumen, ponía el dueño, un chivato que adulaba a los policías que iban allí en sus perseguidoras para limpiarlas de la sangre de los revolucionarios que asesinaban”.

La primera caja de lápices de colores

A inicios del año 1960 el niño Fabelo todavía se encontraba en la capital. “Tenía entonces diez años. Hubo una feria para recaudar fondos para la Reforma Agraria y mi padre me llevó para que hiciera retratos de las gentes. A pesar de nuestra extrema pobreza, ese dinero fue totalmente destinado para esa causa. Fue la primera vez que me pusieron delante una caja de lápices de colores”.

“Viaje en el país de Lezama. Óleo sobre lienzo, 2010.

“Nos fuimos para Lebisa, en Mayarí”

Pocos meses después, la familia se instaló en el Oriente de la Isla: “Nos fuimos para Lebisa, en Mayarí. Primero vivimos en un barrio muy pobre, a orillas del río. Mi padre fue como albañil. Yo continué moldeando figuras en barro o cera, y comencé a hacer mis primeros dibujos en las losas de cemento, en la acera, en el pizarrón de la escuela…”.

Aquellos primeros ejercicios pictóricos dejaron en el pequeño trascendentales inquietudes artísticas. “También influyeron otras experiencias, como las pinturas primitivistas que realizaba un viejo mulato canoso, sordo y mudo, que andaba por el caserío haciendo murales bucólicos, muy llamativos”.

“La naturaleza suaviza la actitud ante la vida y nos prepara para enfrentar la necesidad de vivir en contextos duros”.

Su contacto con la naturaleza, con la flora y la fauna y con las gentes del campo continuaron en Lebisa. “Volví a mis travesuras por los ríos y las pocetas. Estuve ahogándome muchas otras veces… Son experiencias inolvidables, como las maldades que nos hacíamos cuando ordeñábamos a las vacas que encontrábamos en medio del potrero para tomar leche fresca… Tenía un perro que me ayudaba a cazar codornices. Usábamos tira-piedras hechas de recámaras de bicicletas con horquetas de guayaba… La crueldad infantil formaba parte de las diversiones típicas de los niños del campo.  Matar una torcaza era una proeza. Y ver a una muchacha bañándose en el río, era una alucinación tormentosa para un adolescente de once o doce años”.

“Caldosa III”, dibujo sobre cazuela (38x47x35 cm.), 2015.

Los guateques campesinos en la Loma de Mandinga

Entre aquellas vivencias, Fabelo —que hoy es un ecologista de primera línea, “incapaz de matar una cucaracha”—, recuerda los guateques campesinos en la Loma de Mandinga, cerca de la Sierra Cristal. “Salíamos del pueblo e íbamos sumando gentes de todas partes. Así nos divertíamos. La época menos pobre de mi padre fue cuando tuvo un par de gallos y los ponía a pelear. Levantamos un poco, pero se murieron muy pronto. Mis padres nunca tuvieron la oportunidad de ir a un restaurante o a un cabaret. Sus vidas, como la de todos los marginados, se consumió luchando en la hoguera de la historia”.

“Delicatessen”, escultura de aluminio y acero, 2015.

Esa relación con la naturaleza lo enseñó a reconocer plantas, pájaros, animales. “La naturaleza suaviza la actitud ante la vida y nos prepara para enfrentar la necesidad de vivir en contextos duros”.

En 1963, la familia regresó a La Habana. “Entonces vivíamos en la Calle Reina 315. Éramos seis personas agregadas en casa de una tía, con mi papá enfermo. Este fue mi primer gran encuentro con la capital, porque ya era más maduro y tenía más conciencia de mis actos. Mi padre tenía que mantener a los cinco hermanos. Yo era el mayor”.

“Algunos de los primeros temas en sus dibujos estaban relacionados con la historia de Cuba”.

En medio de la efervescencia de una urbe con “extraordinaria mezcla social”, Fabelo se interesó por aprender a dibujar. “Entre los 12 y los 14 años me dediqué casi por entero a dibujar y a copiar libros, hasta que ingresé en un círculo de interés de artes plásticas en el Palacio de Pioneros que entonces se encontraba donde hoy está el Edificio de Arte Universal del Museo de Bellas Artes. Visitaba museos y, en la escuela, me ocupaba de actualizar los murales…”.

“Llegué a la casa con mis dos primeros salarios…”

Después de algunas intrascendentales incursiones como deportista, en 1967 matriculó en la Escuela Nacional de Arte. “Me presenté con mis dibujos y aprobé. Mi padre, que veía en mí la esperanza de sacar de la pobreza a la familia, me apoyaba y confiaba en mí. Esto, unido a mis experiencias en Guáimaro y Lebisa, donde pasamos muchas necesidades, me forjaron y me dieron aptitud ante la vida”.

Con el pintor, escultor, dibujante y muralista colombiano Fernando Botero. Zúrich, 2001.

En 1972 Fabelo concluyó sus estudios medios en la enseñanza artística y se fue a cumplir el servicio social en Matanzas. “Llegué a la casa con mis dos primeros salarios y se los puse a mi padre encima de la mesita de la sala. Le dije: Viejo, cumplí. Y me respondió: No, aún falta que me ayudes a criar y a encaminar a tus hermanos”.

Uno tras otro, dentro y fuera de la Isla, sucedían los premios y los éxitos artísticos. Algunos de los primeros temas en sus dibujos estaban relacionados con la historia de Cuba: el exilio martiano, los mambises, los cortes de cañas… “Era la realización de un vicio, el de dibujar. Los hacía en pequeñas cartulinas o en un block. Dibujaba en una mesita, muy incómodo, pero así edifiqué la imagen de toda mi obra, es decir sobre la base del dibujo”.

En honor al dibujo abundó: “A partir del dibujo comencé a abordar el mundo. Debo de hacerle justicia al dibujo que fue el que me ayudó a comer”.

Concluida su misión en Matanzas, Fabelo retornó a la capital para continuar estudios en el Instituto Superior de Arte y ejercer como profesor de grabado en la Academia de Artes San Alejandro. 

“…he tenido una activa participación en el proceso revolucionario como la que han tenido otros miles. Mucha gente se ha sacrificado por esta revolución y han terminado sus vidas de una manera humilde, silenciosa, digna. Por eso tengo una relación muy responsable con mi país”.

“Crecer entre una familia humilde y campesina, me dio la posibilidad de tener una formación humanista, la cual está en correspondencia con la esencia de nuestro proceso revolucionario que, con sus defectos y virtudes, es eminentemente humanista, de respeto a los demás, de humildad”, subrayó el artista.

Sobre el programa nacional de enseñanza artística, del cual surgió, dijo: “Las escuelas de arte en Cuba nacieron en 1963 y puedo asegurarte que desde entonces es uno de los mejores sistemas del mundo”.

Fabelo se autorreconoce como un hombre sencillo: “he tenido una activa participación en el proceso revolucionario como la que han tenido otros miles. Mucha gente se ha sacrificado por esta revolución y han terminado sus vidas de una manera humilde, silenciosa, digna. Por eso tengo una relación muy responsable con mi país”.

Junto al Doctor Eusebio Leal Spengler, Historiador de la Ciudad de La Habana, en el estudio del artista. La Habana, 2009.

“Nací y crecí ayudado por muchas personas”

Preocupado por no cometer excesos o acciones que dañen su salud o la de su familia —hace años dejó de fumar y el café y el alcohol son “licencias de ocasión”— dice que las “circunstancias por las que ha tenido que atravesar en la vida han sido muy difíciles. Y nunca han dejado de serlo. Aprecio los valores humanos y creo en la diferencia que se ejerce desde la realización individual”.

Sobre la comunicación con sus admiradores dijo: “Hago lo posible porque aquel que necesita, aunque sea una mirada, o una palabra, la tenga. Nací y crecí ayudado por muchas personas, y no se puede ser ingrato”.

Apasionado enamorado de su esposa Suyú, también artista de la plástica a la que conoció en San Alejandro, cuando él era profesor y ella estudiante; y de sus hijos Gabriel y Roberto, encaminados también en la pintura y el dibujo, vocación que lo tiene fascinado; Fabelo se siente un hombre realizado. Tengo una familia hermosa, que es la vida misma, en ella radica gran parte de mi éxito”.

“ … para Fabelo la sociedad y la naturaleza constituyen renovada fuente de inspiración, de la que se nutre este artista, que con visión crítica narra la (su) contemporaneidad mediante una pintura teatral y culta, casi caricaturesca, extraída de las gentes que le rodean, en cuyos ‘rostros está todo el escenario de sus historias’”.

Admirador del mar y sus caracolas, y del fantasioso jardín de su casa; en el que Suyú ha hecho colocar cerca de veinte piezas de baño (bidet) con coloridas plantas ornamentales que rodean el ranchón cobijado con guano en el que atiende a sus invitados, el artista confiesa que le gustaría “tener otra vida” y que, si volviera a nacer, quisiera ser pintor otra vez. “Por ahora —subrayó— quisiera dedicarme más a pintar, y a cuidar de mi familia”.

Memorias de andares, entre amores y místicas visiones…

Creador de una obra intensa y esencial que, por demás, tiene mucho que ver con la ética martiana y con la lírica interpretación de la existencia humana, con las ideas y los sentimientos; para Fabelo la sociedad y la naturaleza constituyen renovada fuente de inspiración, de la que se nutre este artista que con visión crítica narra la (su) contemporaneidad mediante una pintura teatral y culta, casi caricaturesca, extraída de las gentes que le rodean, en cuyos “rostros está todo el escenario de sus historias”.

“Después de haber impartido una conferencia en la Universidad de Salamanca en el año 1994, con el profesor José Luis López-Aranguren Jiménez, uno de los filósofos y ensayistas españoles más influyentes del siglo XX.

Su obra nace desde lo más profundo de su pasado, para erigirse en plena realización de fábulas y quimeras, insertadas dentro de la adversa inmensidad de este tiempo, amén de una narración que, en última instancia, deviene análisis y crítica social, que toma como punto de partida la observación de todo lo que sucede a su alrededor: los hombres, las mujeres, los niños, los ancianos, las plantas, los animales, los caracoles, el mar, las comidas, los vestuarios y “todas las cosas que pueblan este raro mundo”, me dijo en una ocasión.

De entre ese universo conforma sus discursos de carácter dramático y expresionista, cuyos personajes van entretejiendo una estructura arquitectónica sobre la sociedad, atrapada en el lienzo, la cartulina, la madera, el metal…

Con Abel Prieto y Rafael Acosta durante la entrega del Premio Nacional de Artes Plásticas.

El quehacer de Fabelo, viene a alegrarnos y a hacernos sufrir, a través de ese poder casi sobrenatural que posee este artífice para ver a su alrededor un poco “más allá”, de actuar como prestidigitador de cuanto acontece en su medio, encantando rostros, figuras y objetos para trasladarlos al dibujo, la pintura o la escultura; lo cual le atribuye a su obra un carácter esencialmente enigmático, original y fantasioso.

Cuando admiramos sus piezas sentimos una especie de alquimia espiritual. Extraño acercamiento a las profundidades de esas almas que pueblan sus proyecciones oníricas, figuraciones concebidas con una óptica de la belleza menos amable y sosegada que las de la realidad. Entonces nos damos cuenta de que está jugando con nuestra psiquis, poniendo a prueba la capacidad intelectual del observador que debe descubrir en cada propuesta artística la esencialidad de lo sensible, de interpretar la fugacidad de la vida en la intensidad de un instante, como si se propusiera inmortalizar las más diversas expresiones y experiencias dignificadas en metafóricas imágenes.

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