Más ungüento de la Magdalena
24/8/2017
Con argamasa de nardos macerados —dice una tradición— María de Magdala curó las heridas que abrieron al Cristo los clavos de la cruz. La mezcla cerró las llagas con rapidez divina; su prodigiosa eficacia transformó la pomada en duradera metáfora en muchas de las tierras que —al decir de Rubén Darío— aún rezan a Jesucristo y hablan español: ¡Qué no curará el ungüento de la Magdalena!
“El libro tiene padres, padrinos y cómplices, casi todos villareños”. Foto: ACN
Tal título ha servido a Ricardo Riverón Rojas para nombrar una recopilación de joviales saberes, disparates y experiencias, sobre todo de gente villareña, referidos a curaciones de males físicos… y a veces del alma. Ahora, cerca de una nueva edición del libro, La Jiribilla pregunta y Riverón contesta:
El Ungüento de la Magdalena funciona como título porque sostiene la tesis de que el buen humor lo cura todo, y que el cubano ríe hasta de su propio dolor. En verdad se acoge a una característica de nuestro carácter: esa de ungir con risa todos los acontecimientos de nuestra vida. Si tenemos un humor negro excelente, ¿por qué no tener uno, digamos que verde, relacionado con las curas populares?
La idea no salió de una vez. En 1977, Samuel Feijóo planeaba dedicar un dossier de Signos a la medicina popular y yo recopilé muchos remedios en el Central Carmita. No se publicó ese número de la revista y las recetas quedaron, de mi puño y letra, escritas a lápiz, en poder de René Batista Moreno. Cuando ya no me acordaba de eso, un buen día de 1997, se me apareció René con aquellos papeles y me sorprendí al identificar mi caligrafía y los nombres de mis vecinos y amigos al pie de los testimonios. Lo que más me sorprendió fue que en aquellos textos lo más importante no era la terapéutica en sí, sino la anécdota humorística que las sustentaba. Ahí mismo surgió la idea del libro sobre la presencia del humor en esas prácticas. Diez años de recopilación hicieron posible que en 2007 el proyecto del libro ganara el Premio Memoria, del Centro Pablo de la Torriente Brau, y al año siguiente, saliera la primera edición.
Los villareños —la antigua provincia de Las Villas comprendía hasta 1976, las actuales Villa Clara, Cienfuegos y Sancti Spíritus—, en general son conscientes y algo orgullosos de su modo de ser, zumbón, dicharachero, imaginativo. No es que la gente de otras partes de Cuba sea “pesada”, desde luego. Sin embargo, algunos sostienen que, en el carácter de la población del centro, existe un “extrahumorístico”, en especial en los guajiros. ¿Cuánto tiene que ver el modo de ser villareño con esta recolección de simpatías?
El libro tiene padres, padrinos y cómplices, casi todos villareños. Feijóo aporta la artillería mayor, con ese universo recopilativo suyo, inabarcable, amparado solo en la investigación de campo y la recreación del habla popular; ya puso una brújula gigante en el camino de quien desee trabajar esa línea. Si Samuel es el padre, José Seoane Gallo es una especie de hermano díscolo; su texto El folclor médico de Cuba viene a ser otra cara, quizás la más importante, de estas problemáticas: la que se refiere a la terapéutica, no por ello carente de humor; es un libro que debía reeditarse, porque su aporte antropológico es monumental, y no creo que muchos lo recuerden.
René Batista Moreno es el padrino de El ungüento…; el que guardó los apuntes y me los devolvió en el momento preciso, cuando ya mi madurez me permitía apreciar lo verdadero y lo valedero del esfuerzo. También me ayudó mucho: me dio coordenadas donde hallar testimoniantes, y hasta me cedió testimonios. Dicen algunos amigos que lo de Las Villas es lo máximo: bastaría solo la colección de nombretes que pude visibilizar en El Ungüento… para darles la razón. Pero la verdad es que esa tradición del choteo, del decir sabichoso del guajiro, de la musicalidad y belleza de muchos neologismos que por acá son palabra común, en boca de personajes que parecen de ficción, quizás sea una herencia que, bien aprovechada, nos regale todavía muchas páginas divertidas, salidas de muchas otras manos.
“…para el dolor en los huesos haya fricciones curativas de luz brillante…”. Foto: Internet
El ungüento de la Magdalena ha transitado con fortuna; es de los títulos cubanos que “se venden como pan caliente”, aseguran los libreros. Sus presentaciones (suele decirse “lanzamientos”, con cierto matiz deportivo), por diversas ciudades del país, han sido especialmente concurridas. La segunda edición, ampliada, bajo el sello de la editorial Oriente, en 2011, agotó muy pronto sus cinco mil ejemplares. Lo mismo había ocurrido con la tirada inicial, del Centro Pablo, que contó con dos mil copias. En 2018 la editorial Ácana publicará la tercera, con nuevas páginas y algunas revisiones.
En lo personal puedo decirte que el trabajo de redacción, más que arduo, fue la gozadera misma. No sabía que dentro de mí vivía ese ser capaz de disfrutar con esas historias, esos ambientes, esos parlamentos. Porque, como comprenderás, hay un trabajo de redacción que, respetando la oralidad, persigue un ritmo, un tono, una organización del contenido. Te puedo asegurar que escribí como si me estuvieran dictando. O mejor, como si yo fuera una grabadora que copiaba, con fidelidad, aquellos discursos llenos de sabor y de situaciones insólitas, graciosas por eso mismo. Ninguno de mis libros los he escrito con mayor placer, con tanto deleite. Terminaba una historia y tenía que parar para reírme. Ojalá hubiera podido acompañar cada relato con una foto del testimoniante. Tengo grabaciones de muchos relatos, porque hubo un momento en que ya dispuse de tecnología. Muchas veces las oigo como quien oye un disco de Benny Moré, y es maravillosa la fe de vida que esas voces le dan a mi labor. Lamentablemente, yo solo disponía de la palabra escrita, pero traté de hacerlo bien.
Cada edición de El Ungüento… incluye relatos nuevos. Esta edición de La Jiribilla presenta algunas de esas ampliaciones, que hasta ahora no han llegado a la imprenta. Riverón asegura que, desde que el libro existe, hay personas que lo abordan en la calle, e incluso, van hasta su casa para aportar sus testimonios. Así las cosas, preguntamos, para finalizar: ¿Podría ser este un volumen infinito?
Creo que, si no me propongo parar, cortar en seco, o que circunstancias ajenas a mi voluntad me detengan, esto no se acabará nunca: todos los días me van a llegar nuevos relatos. Ya para la tercera edición no solo incorporé, sino que retiré los que me parecían menos graciosos, o reiterativos; entonces, como el libro ya no solo crecerá, sino que también se depurará, pues bienvenida la obligación de seguir.