Más allá del juego: las parrandas de Remedios
26/12/2018
Cinco de la tarde del 24 de diciembre de 2018. Las personas se agolpan en las esquinas de la plaza Isabel II de Remedios (hoy parque Martí), escenario que atesora 200 años de diálogo cultural y competencia fraterna entre dos barrios: San Salvador y El Carmen. Unos marchan con el logotipo de un gallo; otros levantan una globa (símbolo del Carmen) o un gavilán. Todos visten de rojo o de carmelita. Ese día, visitantes de Cuba y del mundo llegan a la ciudad y toman partido por uno u otro contendiente.
Antigua plaza de Isabel II, e Iglesia Parroquial Mayor de San Juan Bautista. Fotos: Internet
Las parrandas funcionan como un reloj suizo: tienen sus ritmos y pautas, convenciones que se aprenden sobre la marcha y que conforman una de las tradiciones más autóctonas del continente latinoamericano. Fruto de la fusión entre las culturas de la cuenca caribeña, estas fiestas merecieron los reconocimientos de Patrimonio de la Humanidad de la Nación Cubana en los años 2013 y 2018, respectivamente. Su trascendencia está dada por la universalidad con que los sueños familiares, las aspiraciones de barrio y las iniciativas artesanas se elevan a la categoría de arte culto durante una noche al año.
Junto al trabajo de plaza del barrio San Salvador (al norte de la plaza) puedo ver los motivos de la navidad cristiana, temática a la que está dedicada la pieza y que fue causa del surgimiento de las parrandas, allá por 1822, en la desaparecida ermita de San Salvador de Horta, donde hoy se halla la nave de trabajo de dicho barrio. Su título, “El arbolito del siglo XXI”, alude a otro trabajo de plaza, “El arbolito” (1959), del cual se dice que es el más lindo de la historia.
Al otro lado del parque está el barrio del Carmen, con su trabajo inmenso y repleto de luces denominado “Las crónicas de Narnia”, el cual promete una noche de ensueños. Ambas piezas se iluminaron a partir de las 9:00 p.m. del 24 de diciembre, hasta las 7:00 a.m. del día 25. El momento del encendido funciona casi como una conversación entre dos viejos enemigos que, hipócritamente, se dan la mano antes de cada competencia, en el lanzamiento de los fuegos artificiales, lo cual se conoce como “saludos”.
Las carrozas, ubicadas en los extremos norte y sur, recrean dos cuentos de hadas de la literatura universal: “La Bella y la Bestia”, por el barrio San Salvador, y “La Reina de las Nieves”, por El Carmen. Se trata de dos motivos que muestran a las parrandas como ese fenómeno donde los relatos se vuelven a narrar a partir de cánones muy originales. Allí lo universal se torna particular.
Ya a la altura de las 5:00 p.m., se anuncia la salida de El Carmen, con su “saludo” al barrio contrario. Un grupo armado de fuegos artificiales y música popular da la vuelta a la plaza, mientras enarbola sus banderas carmelitas con la globa y el gavilán. Se dirige hacia el territorio del bando enemigo y, entre jaranas, le desea suerte. Luego el cielo se llena de infinitos voladores con pitos y pequeños paracaídas de colores. Uno de esos artefactos, el que lleve la insignia del barrio, está premiado con un regalo de parte de la directiva carmelita. Para animar la retirada de los sureños, el trabajo de plaza de dicho bando enciende algunas piezas de luz.
Desde el norte se escucha el cantío del gallo. Este año no se esperaba que San Salvador lanzara muchos fuegos artificiales, pues tuvieron problemas con la planificación de la pirotecnia. Sin embargo, la bandera roja con el gallo blanco se levanta desafiante, y detrás va el pueblo cantando las rumbas de su bando. Al llegar al centro de la plaza, saludan al contrario con miles de ramilletes de voladores y palenques a mano. En breve le contestan al gavilán con el mismo lenguaje de siempre, con lucimiento y “guapería”, pues la directiva bisoña de San Salvador ha debido venir de menos a más.
El gallo, símbolo del barrio de San Salvador.
Ambas salidas estuvieron a la altura de lo esperado. Los fanáticos sansaríes y carmelitas acordaron un empate momentáneo hasta la noche, momento en que la tregua se rompe con el encendido de los trabajos de plaza. Allí, en el medio del escenario, ambos equipos de electricistas comenzaron a competir, pieza a pieza, por secciones, para ver quién resultaba merecedor de los aplausos del pueblo. San Salvador le respondió al Carmen, iluminó su guirnalda navideña, y los del bando carmelita ripostaron con las piezas mayores de su trabajo de plaza, entre ellas la cúpula y las secciones centrales. Unos vitorean al gallo y otros al gavilán, no se sabe bien quién gana, no hay jurados.
En medio de acaloradas discusiones, se rompen las hostilidades. El Carmen, que por orden de sucesión debe salir primero este año, irrumpe con palenques de colores y paracaídas, llenando el cielo de miles de matices. Los parciales recorren la plaza con desafiante toque de tambor. Se nota que el ambiente está “picado”. Mientras, los sansaríes esperan en su cuartel general detrás de la Iglesia del Buenviaje, donde planifican cómo será su segunda salida de la noche.
San Salvador contesta con una arremetida similar, demostrando que ellos también tienen con qué dar la batalla. Salen con su gallo en alto, coreando que ellos “ni se rinden ni se venden”. Por su parte, los artilleros de dicho bando se colocan en el área de tiro y disciplinadamente hacen uso del parque del que disponen: morteros de bomba, ramilletes de luces y tableros de voladores variados. Una pieza se enciende en la zona limítrofe con el barrio del Carmen, y surgen discusiones acaloradas entre los fanáticos y algunos banderazos, pero nada grave: los parranderos saben que se trata de un juego, por muy serio que parezca.
Dos veces más, sansaríes y carmelitas se suceden en la plaza con iniciativas desafiantes, hasta que a las 3:00 a.m. comienza el paseo de las carrozas. La del Carmen recorre majestuosamente la calle. Entre la admiración de parciales y contrarios, todos reconocen la labor de electricistas, decoradores, atrecistas y vestuaristas, mientras se oyen las notas de la leyenda en el audio de la plaza. “¡Viva El Carmen!”, dice el locutor con voz en off, y el pueblo lanza por encima de la carroza sus sombreros. La banda carmelita y la polca de dicho barrio suenan, como mismo lo hizo hace casi 200 años en igual sitio. Pareciera un mito que revive.
El gavilán, símbolo del barrio del Carmen. Foto: Periódico Vanguardia
Cuando parece que el triunfo carmelita ha sido rotundo, los guerrilleros sansaríes tocan su trompeta, con el famoso “tatiratira” de dicho barrio. La carroza se enciende y la bandera roja se trepa encima de un tractor. Comienza a llover, pero el desfile no se detiene. El pueblo va delante y detrás, y la música llena el espacio. Paso a paso va evolucionando la leyenda, junto con el transcurso de la comitiva, hasta que en la esquina, justo al lado del trabajo de plaza, la carroza se enciende totalmente. Entonces, los mismos parciales del barrio tiran de ella hasta que dobla y se sitúa delante del contrario.
Las banderas vuelven a chocar. Hay desafíos que suben de tono. Unos agitan su camiseta con el gallo, mientras que otros ya preparan la nueva arremetida de palenques. Dos salidas más, de forma sucesiva, llenan de voladores el cielo de Remedios. La llovizna nos cae encima y los visitantes toman los autobuses para marcharse a sus pueblos de origen. En la plaza se queda San Salvador, quien con su bandera barre las callejuelas sucias de pólvora y papel quemado. Los carmelitas han puesto ya su insignia sobre el trabajo de plaza en señal de triunfo. Los sansaríes hacen lo mismo.
Opiniones divididas recorren la ciudad: unos dicen que ganó su barrio; otros dicen que venció el suyo. Todos tararean las rumbas y polcas de sus bandos. Las parrandas han sido un éxito, no en balde ambas banderas ondean sobre la plaza. Triunfaron los dos barrios al sostener una de las tradiciones más originales y masivas del mundo. Durante los días siguientes se hablará de las parrandas, luego se pasará a la planificación de las fiestas del 2019, donde todos, remedianos y visitantes, buscarán una eterna revancha.
No se sabe aún si las parrandas son un mito o una fiesta popular. Quienes las hemos apreciado tantas veces, nos perdemos en las eras imaginarias de este juego que, muy en serio, se propone otra vida más allá de sí mismo.