Más allá de los Corales

Yazmín Bárbara Vázquez Ortiz
18/12/2019

Recién finalizada la contienda del 41 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, bien vale la pena reflexionar sobre las propuestas fílmicas más allá de los premios Coral. Este año la labor curatorial permitió una muestra general caracterizada por una cuidadosa selección filmográfica de las obras en concurso, las galas y los panoramas a partir de un mayor rigor crítico y abierto a las tendencias actuales del quehacer cinematográfico mundial. Tal abanico de posibilidades expresivas dotó al encuentro de un consenso superior entre los cinéfilos de variados gustos, que disfrutaron con beneplácito del quehacer cinematográfico exhibido en las distintas salas de la capital.

41 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.
 

De las concursantes resaltan Blanco en blanco, del joven realizador chileno Theo Court, premio FIPRESCI, quien logra articular una historia muy bien contada sobre las relaciones de poder de un terrateniente omnipotente, el genocidio del pueblo originario de los selknam y el encontronazo de un fotógrafo con el entorno agresivo. La insinuante polaridad “civilización contra barbarie” desempolva quizás la tesis de Rómulo Gallegos expuesta en Doña Bárbara. Este posible referente literario adquiere protagonismo en la medida en que avanza la trama hasta el desencadenamiento final de la brutal cacería indígena. Y en el centro, el hombre enamorado, que desea lograr una foto artística de la apenas adolescente novia del terrateniente, hasta verse arrastrado por las matanzas. A las excelencias del guion se integra la fotografía, ajustada a la atmósfera inquietante a través de tomas que oscilan entre la suavidad cromada de luz del pintor neerlandés Vermeer o la luminosidad del candil del francés La Tour. La actuación de Alfredo Castro, creí que lograría el premio Coral en actuación masculina, resulta convincente y de una conmovedora despersonalización.

Joven cineasta chileno Theo Court, director de Blanco en Blanco.
 

Del lejano mundo asiático se pudo apreciar Parásitos, del realizador surcoreano Bong Joon-ho, verdadera apoteosis posmoderna audiovisual donde se fusiona la tragicomedia, el suspenso y el humor negro con guiños de otras filmografías. Tales componentes, bien adobados, se arman mediante un discurso trepidante, divertido, rocambolesco, donde los enredos y embustes de una familia marginal logran penetrar en casa de rica familia. Por su argumento, recuerda al director norteamericano Joseph Losey quien, en 1963, dirigió en Inglaterra El sirviente. Ambas películas exponen como superobjetivo la voluntad de dominio de quienes viven en la pobreza sobre los adinerados, a partir de las diferencias de clases. De igual modo se aprecian los lejanos ecos violentos del norteamericano Quentin Tarantino con su toque de perversa ironía. Pero, por encima de cualquier posible intertextualidad, Parásitos se disfruta como un gran collage de dinámicas acciones acontecidas sin previo aviso dentro del limitado espacio interior de una casa. Fueron 132 minutos de proyección sin tregua.

Parásitos, del realizador surcoreano Bong Joon-ho.
 

Bacurau, del realizador Kleber Mendoça, es una de la buena muestra traída por los brasileños que solo obtuvo un Coral en el apartado de música original. Diseñada bajo el prisma posmoderno de lo inclasificable, estamos en presencia de una cinta que mezcla la aventura, la intriga, la ciencia ficción, el thriller con el western spaghetti desde una postura que roza con el gore. Como algunos críticos han señalado, se trata de una fábula distópica ubicada en un pueblito lejos de las grandes ciudades. La muerte de su matriarca Carmelita, la llegada abrupta de un político que busca los votos con algunas dádivas y la irrupción de cazadores que disparan a los habitantes con ferocidad hacen de la historia una truculenta visión del presente. Con múltiples aristas semánticas, Bacurau deriva en posturas perturbadoras y caóticas al extremo de insinuarse la imagen metafórica de una sociedad desquiciada. Pero, sobre todo, resalta por la intensidad del relato con toques de realismo mágico e influjos del cinema novo afincado en la estética de la violencia desde una posible postura de sátira política. Como obra coral difícil de clasificar genéricamente, resulta un magistral ejercicio estilístico audiovisual pese a sus posibles irregularidades estructurales.

Y aquellos que buscaron la comedia inteligente, divertida, seguro gozaron con El cuento de las comadrejas, del cineasta argentino Juan José Campanella, quien se alzó con el premio de la popularidad. La trama descansa en cuatro personajes de la tercera edad a quienes los une el pasado como profesionales del cine. El conjunto lo integra una diva desgastada por los años, el esposo actor paralítico, el que fuera director de sus películas y el guionista. La llegada de dos jóvenes desconocidos a la mansión donde viven enclaustrados pone en peligro su tranquilidad, al iniciarse un negocio turbio para despojar de la casona a su propietaria. Las actuaciones, excelentes, y un guion que logra armar el relato desde la perspectiva del ritmo pausado, pero convincente; Campanella demuestra su capacidad audiovisual con diálogos que incitan al espectador, aunque, en contadas ocasiones, este se debilita por reiteraciones innecesarias.

El cuento de las comadrejas, del cineasta argentino Juan José Campanella.
 

En cuanto a los temas expuestos, hay un reiterado abordaje de los conflictos de la juventud contemporánea y las contradicciones interfamiliares surgidas por incomprensiones generacionales. La visión resulta desgarradora, violenta e inmersa en el consumo de estupefacientes y la evasión ante modos de pensar y actuar impulsores de rebeldías. Se aprecia en la alemana Nadar, de Luzie Loose; la colombiana Monos, de Alejandro Landes; la peruana La bronca, de los hermanos Diego y Daniel Vega; la chilena Ema, de Pablo Larraín; las mexicanas Los lobos, de Samuel Kishi; Esto no es Berlín, de Hari Sama; y Chicuarote, de Gael García. Este hacer una cartografía más detallada acerca de las posibles causas que provocan el interés por la juventud quizás obedezca al cambio vertiginoso de sensibilidad que desató el pensamiento posmoderno y que ahora estremece la época contemporánea con sus nuevos códigos de conducta, su inmersión en la era digital y la búsqueda de un mundo más ajustado a sus exigencias, libres de actitudes patriarcales.