Martí, Fidel y la nación cubana
José Martí, Apóstol de la independencia de Cuba, nacido en La Habana el 28 de enero de 1853, nos dejó una obra intelectual muy prolífica en la cual destaca como idea cimera el concepto de Cuba como nación libre e independiente. Para finales del siglo XIX Cuba era todavía una colonia española que destacaba por la producción masiva de un alimento estratégico: el azúcar. Al mismo tiempo, para los españoles Cuba, y La Habana en particular, representaban un vínculo afectivo muy fuerte con el mundo hispanoamericano, lo cual se expresaba popularmente a través del hermoso género musical de las habaneras, que relataban y exaltaban la nostalgia del viajero por un paraíso perdido: “Cuando salí de La Habana, válgame Dios, (…) que se vino tras de mí, que sí, señor”.
Sentir a Martí es comprender lo que significa aquella nostalgia por La Habana y por Cuba. Su peregrinar por el Caribe y Estados Unidos tuvo como motivación central el amor por su patria libre, su gente y su cultura, pero ese amor no era un sentimiento puramente afectivo, sino que estaba cimentado en la necesidad de desarrollar la educación como un programa revolucionario que sirviese de fundamento a la nación cubana. Ya en Nueva York, entre los años 1891 y 1892, había organizado cursos para los niños de las familias de trabajadores, acerca de filosofía, literatura y artes oratorias, como manera de contribuir a su formación humanística y de prepararlos —como él mismo decía— para la vida. Su visión del proceso educativo estaba muy cercana a la de nuestro Simón Rodríguez, maestro de El Libertador Simón Bolívar, autor de aquella famosa frase: “Moral y luces son nuestras primeras necesidades”.
La vinculación bolivariana y martiana con el espíritu revolucionario del Comandante Fidel se expresa muy claramente en su proyecto de convertir a Cuba en una potencia educativa, científica y cultural. Hasta inicios de la Revolución Cubana la educación era vista por los distintos gobiernos latinoamericanos como una inversión en políticas públicas que ayudaban a resolver algunos problemas concretos vinculados a la pobreza, tales como el analfabetismo; en tanto la ignorancia y la pobreza eran la causa del atraso de los pueblos. Sin embargo, la educación era vista solo como sinónimo de instrucción y de transmisión de conocimientos, sin tomar en consideración su importancia como formación integral y liberadora, que debía comenzar desde la escuela primaria.
Fue esa visión martiana la que de seguro motivó que en Cuba la Revolución iniciase muy tempranamente la campaña popular para erradicar el analfabetismo. Esta meta colectiva de la Revolución mostró que esa lucha no se refería a un problema simple que debía ser tratado solo por el Estado mediante políticas públicas, sino un problema que todos los cubanos estaban obligados a resolver para encaminarse hacia el éxito del proceso revolucionario. En Venezuela y otros países este ejemplo motivó al Comandante Chávez para organizar una campaña similar contra el analfabetismo, la Misión Robinson, que contó con la asesoría de expertos cubanos en la implementación —de hecho— del método cubano “Yo sí puedo”. De esta manera, naciones como Venezuela y Bolivia pasaron en un corto plazo a ser países revolucionarios libres del analfabetismo, en ruta hacia el socialismo.
Enseñar a la gente a leer y escribir, como expresó una vez en Venezuela el Comandante Fidel, es solo una parte del fundamental proceso educativo que debe iniciar una revolución socialista. Las personas deben leer libros que contribuyan a la formación de aquel precepto martiano de que para ser libre había también que ser culto. Ello permitirá generar la conciencia del cambio necesario hacia una sociedad nueva, socialista.
Quizás nuestras experiencias en La Habana puedan ilustrar estas palabras. Un hermoso suceso nos ocurrió en 1993, durante uno de nuestros viajes a la isla. En una oportunidad fuimos a una importante librería en busca de obras sobre historia medieval para nuestros cursos universitarios. Una señora, con aspecto de ama de casa humilde, nos guió en las estanterías para conseguir los autores que requeríamos. Curiosos le preguntamos cómo conocía ella los autores sobre el tema, a lo cual nos respondió: “Yo soy doctora en Historia. Me gusta estudiar para acrecentar mis conocimientos, pero me dedico principalmente a mi casa y a mi familia”.
En otra ocasión conocimos una profesora de Filosofía con dos doctorados en universidades de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), quien nos confió que era la octava hija de una familia campesina analfabeta. Nos dijo: “Antes de la Revolución, yo estaba destinada a ser una mujer como mi madre, ignorante y llena de hijos. Cuando llegó la Revolución pude comenzar a estudiar hasta llegar a ser lo que soy ahora”. Ello muestra que la influencia de las ideas martianas en la educación, la ciencia y la cultura en Cuba ha convertido a estas en componentes necesarios en la formación revolucionaria.
Quizás el ejemplo más hermoso, en nuestra opinión, de la influencia del pensamiento martiano, es el extraordinario desarrollo de las ciencias médicas cubanas. Prueba de ello ha sido la creación de la brigada internacionalista Henry Reeve, profundamente merecedora del Nobel de la Paz; y los batallones de médicos dispersos por los distintos continentes para cuidar la salud de las personas, generalmente en sectores menos favorecidos desde el punto de vista económico. La filosofía de la medicina cubana representa un profundo cambio cultural, establece el énfasis en la medicina preventiva que va de la mano con la distribución gratuita de medicinas diseñadas y fabricadas en Cuba. Ello, en un país bloqueado por el imperialismo norteamericano, revela el profundo sentido ético y humanista que las ideas martianas imprimieron en el imaginario de Fidel y de los líderes de la Revolución, quienes concibieron y pusieron en práctica los proyectos médicos concretos de la Revolución Cubana a nivel interno e internacional.
La ciencia cubana, con su desarrollo notable y liberador, parte del plan renovador del Comandante Fidel, inspirado en el pensamiento filosófico martiano. La investigación científica cubana, particularmente en el área médica, ha sido capaz de innovar en el diseño y producción de fármacos para el tratamiento de diversas dolencias, como el caso actual de las vacunas contra la COVID-19. El bloqueo impuesto por el imperialismo norteamericano, lejos de detener su avance, ha estimulado el desarrollo científico cubano, puesto por la Revolución al servicio de los pueblos de la tierra, como había deseado el Apóstol Martí.
Muchas gracias por el aporte y la información proporcionada.