“La educación de la mujer y la infiltración en su cerebro de las grandes verdades, que en diversos órdenes —morales, sociales o biológicos— se van conquistando en el campo de la ciencia, ha sido el ideal que siempre ha inspirado nuestros actos”.

María Luisa Dolz, quien pronunció estas palabras en 1904, fue educadora de extraordinarios méritos y mujer de variado quehacer, cuya obra formadora se insertó en el ámbito de la cultura nacional de su tiempo y aun de los posteriores.

A finales de 1879, adquirió el colegio Isabel la Católica, de la calle Sol, y estableció allí el suyo, que luego mudó en varias ocasiones, ampliándolo. Al concluir la dominación española le cambió el nombre por el de Colegio María Luisa Dolz, y por él pasaron en condición de profesores Rafael Montoro, Enrique José Varona, Carlos de la Torre, Mercedes Matamoros y otras personalidades.

Enrique José Varona, una de las grandes personalidades que fungiría como profesor en el Colegio María Luisa Dolz.

Graduada de Maestra de Instrucción Primaria Elemental, la educadora prosiguió el camino de su capacitación personal hasta alcanzar los títulos de Bachiller, Licenciado y Doctor en Ciencias Naturales, en 1899, siendo la primera mujer en Cuba que lo consiguió. Aunque hay más. Complementaba estos estudios con los de idiomas inglés, francés, alemán y música, recibidos desde la niñez.

María Luisa criticó el estado de indolencia y atraso en que se encontraba la educación en Cuba. Viajó por Europa, observó el sistema de enseñanza en el Viejo Mundo y regresó con experiencias nuevas. Pero no pretendió injertar ideas extranjeras en suelo patrio, ni coartar el libre desempeño de los niños, “porque no es nuestra tarea formar soldados para un imperio, sino ciudadanos aptos para el pleno ejercicio de todas las libertades en el seno de una república democrática”, como expresó en obvia alusión al sistema de enseñanza teutón de entonces.

Incorporó —fue pionera en ello— la educación física a través de la gimnasia y otros ejercicios destinados a “dar gracia y fuerza”. En su colegio extendió el aprendizaje hasta los niveles de la enseñanza secundaria, por lo que las alumnas egresaban preparadas para aspirar a la carrera de magisterio.

Además, fue una de las primeras y más consistentes representantes del movimiento feminista: “No podemos, no debemos, pues, contentarnos con enseñar a la mujer sus deberes, con disponerla a cumplir los más penosos y amargos, hasta la abnegación y el sacrificio; es necesario también que le demos a conocer sus derechos, y que la impulsemos a defenderlos con noble orgullo cuando la ocasión lo requiera”, proclamaba en 1894.

Azotea del colegio en medio del bullicio del recreo.

Se retiró a la vida privada en 1924, cumplidos los 70 años de edad y falleció cuatro años después, el 27 de mayo de 1928, en su casa de Marianao.

Junto a Gertrudis Gómez de Avellaneda y la benefactora Marta Abreu, conformó la trilogía de mujeres más conocidas por su labor intelectual y social en la Cuba de finales del XIX y los primeros decenios de la república.

Había nacido en La Habana el 4 de octubre de 1854. A 170 años de su nacimiento, desde La Jiribilla rendimos modesto tributo a su memoria.