Marcelo Pogolotti, su tiempo y razones
Cuando observamos y analizamos la situación geopolítica actual, no podemos dejar de preguntamos cómo es posible que volvamos a estar en un pasado presente que solo sabe proyectarse hacia el futuro inmediato desde el enfrentamiento y la unipolaridad. A casi ocho décadas de la derrota del régimen nazi en la segunda guerra mundial y a menos de tres del supuesto fin de la Guerra Fría, la humanidad parece olvidar —mejor digamos que vuelve a caer en una situación de crisis social, económica, humanitaria y política que bien puede desembocar en un nuevo conflicto bélico a escala mundial.
La obra del pintor cubano Marcelo Pogolotti (1902-1988) se enmarcó en un contexto histórico parecido al mencionado, pues se formó y se expresó en una sociedad europea en crisis, cuya única salida posible entendió encontrarla en el surgimiento del fascismo y el nazismo, y una guerra que ni por asomo tuvo en cuenta la padecida entre 1914 y 1918, salvo como motivación central para la revancha de los perdedores. Todo parece indicar que la especie humana solo acumula experiencia científica y tecnológica, y que una sociedad en crisis no necesariamente genera un arte decadente, tal y como lo pusieron de manifiesto los movimientos de la vanguardia artística europea durante las primeras cuatro décadas del pasado siglo, y, por supuesto, como expresión de esta realidad, la obra de Marcelo Pogolotti.
Nacido en La Habana el 12 de julio de 1902, de padre italiano y madre norteamericana, Marcelo, como todo hijo de familia acomodada, en su juventud estudió ingeniería en los Estados Unidos. Sin embargo, como a todo hijo que el padre le elige la carrera, la estancia en el Norte también le permitió su primera escapada hacia la filosofía y el arte. De regreso a La Habana expone en la Asociación de Pintores y Escultores (1925) y participa en la exposición Arte Nuevo (1927). Encontrada su verdadera vocación, la siguiente escapada sería hacia Europa, centro del arte de vanguardia del período de entreguerras. La experiencia intelectual y artística vivida durante sus estancias en ciudades como París y Turín, entre las más importantes de su trayectoria artística, definirían su forma de ver el mundo a través del arte, a pesar de la conflictiva realidad sociopolítica reinante y los primeros síntomas de invidencia que le aquejan. Sus incursiones en el surrealismo y la abstracción no redundarían en la definición de su quehacer pictórico, aunque sí en su introducción en el entramado visual del vanguardismo. El siguiente paso, su adhesión al movimiento futurista, sería definitorio.
“Una nueva manera de hacer arte de evidente incidencia social”.
Tal elección a favor de este movimiento representativo de la vanguardia italiana puede entenderse a partir de una nueva manera de hacer arte de evidente incidencia social, en nada ajena al sentir revolucionario que a lo mejor de su generación le sembró la realidad cubana de los años 20; la misma que por entonces vio en la educación de las clases trabajadoras o en la lucha de clases, o en ambas a la vez, los caminos más rectos para la definitiva conquista de una sociedad más justa. Marcado por esta herencia y experiencia, Pogolotti encontró en los presupuestos ideoestéticos de la línea más radical del futurismo, no solo un respaldo a su interés estético personal, sino también la antítesis del arte oficial en su aspiración hacia lo moderno. Posición, por demás, que tendría su mejor antecedente y respaldo en la carta que el filósofo marxista italiano Antonio Gramsci le hiciera llegar a León Trostki en 1922, donde le comenta: “Antes de la guerra los futuristas eran muy populares entre los trabajadores”. Sin embargo, la realidad sociopolítica hacia la que derivaría el “resurgimiento” italiano llevaría a un artista futurista de la talla de Marinetti al fascismo, y a un cubano de apellido Pogolotti a un arte social no exento de un nacionalismo de impronta universal. ¿Acaso el proletariado y su lucha no tenían también un carácter mundial?
Encontrado el camino, el rostro del arte de Pogolotti será la figuración de una sociedad que lucha por un destino más justo. Y cuando este interés no se explicita como asunto central de la obra, se expresa como revolución del ser; es decir, como imagen visual de toda naturaleza humana que busca la reafirmación de su individualidad en la identidad de su cultura. En consonancia con estos objetivos, los valores cromáticos de sus mensajes pictóricos se asientan en el límite justo que le impone la composición al dibujo, deviniendo la pintura registro de hechos y conceptos en nada evasivos, y sí cargados de una subjetividad de matriz cognitiva de alto nivel estético-comunicativo.
“El rostro del arte de Pogolotti será la figuración de una sociedad que lucha por un destino más justo”.
En 1939, Marcelo Pogolotti regresa a Cuba. A la edad de 37 años su invidencia es total. Si bien tiene que dejar de pintar, no por ello dejó de crear. La nueva situación lo lleva entonces a la escritura, imagen de la voz, a partir de la cual expresará toda su sapiencia y experiencia con la misma “larga visión” con que lo había hecho en la pintura.
En este otro perfil de su quehacer creador, es imprescindible citar a su hija Graziella, sin cuya asistencia y complementariedad de pensamiento e ideales sería inimaginable la obra escrita del padre. A 120 años del natalicio de Marcelo Pogolotti, su ejemplo y trayectoria artística no solo están presentes como un legado invaluable en Graziella, sino también en la consanguinidad de una forma de ver y expresarse que son únicas y eternas entre nosotros.