Concluyó este último domingo en Caracas la segunda edición del Festival Internacional de Teatro Progresista Venezuela 2023 (FITP) con la satisfacción, que siento como propia, de haber superado la cita fundacional de un año atrás.
“En el arte teatral venezolano aprecio un interés por hacer dialogar, sobre las tablas, la historia con el presente, y por discutir acuciantes problemáticas sociales”.
El impacto logrado en 2022 y una intensa comunicación integral, colocaron, desde su apertura, a un público entusiasta a las puertas del evento, en función de reconocerse en las refracciones que, sobre la vida, intenta el teatro.
Dado el insólito volumen de programación, se puede apostar porque el FITP se desdobló en dos festivales, si es justo expresarlo así. Un valioso panorama internacional, que abordaré en una próxima entrega, junto a un gran festival nacional, del que me ocupo ahora, con la presencia de agrupaciones de todos los estados de la amplia geografía del país. Aunque fue imposible abarcar la totalidad, pude ver un grueso segmento de la producción nacional y varios espectáculos visitantes.
En el arte teatral venezolano aprecio un interés por hacer dialogar, sobre las tablas, la historia con el presente, y por discutir acuciantes problemáticas sociales. Con la inclusión, en ambas tendencias, de paisajes temáticos provenientes de culturas étnicas, regionales, barriales y urbanas. A pesar de que los espectáculos acusan desniveles profesionales, resulta en un gran fresco ficcional de una Venezuela real y diversa, mucho más rica que los estereotipados dibujos de la prensa hegemónica mundial.
A nivel técnico-artístico falla en las puestas la integración consecuente y tejida del conjunto de los lenguajes escénicos. Al admirable afán de persistir en hacer teatro en medio de muchas dificultades de distinto origen, falta sumar una visión más elaborada y mejor resuelta de las producciones.
Se podría destacar Mr. Hamlet, de la Compañía Nacional de Teatro, a partir de la deliciosa reescritura del clásico shakesperiano por el gran poeta Aquiles Nazoa (cuya dramaturgia merecemos conocer más en Cuba), que el director Aníbal Grunn conduce, de manera orgánica, hacia la comedia musical de estilo popular y marca propia con el sello del compositor Ignacio Barreto. También Turba, de Eline Figueroa, con Teatro Ceres, puesta de Jericó Montilla, una reivindicación de la lucha de la mujer africana en la genealogía nacional; así como Tierra, cuerpo y leyenda, de José Antonio Millán y dirección de Hialmar Salcedo, una intervención escénica ritual entre componentes míticos y reales en la cultura campesina.
El FITP 2023 resulta un gran fresco ficcional de una Venezuela real y diversa, mucho más rica que los estereotipados dibujos de la prensa hegemónica mundial.
Gran espacio de reconocimiento se consolida en la vilipendiada Venezuela (¡oh, cinismo de este mundo!), un festival con ambiciones “a la antigua”. Un noble encuentro progresista, no comercial, para promover la cultura y el trabajo del arte escénico. Y asomar a un pueblo al mapamundi del teatro.