Mañungo: qué bueno fuera
2/8/2017
I
Rafael Ortiz fue un excelente compositor de guarachas, rumbas y boleros-sones que ha comenzado a integrar la extensa nómina de olvidados de la música popular cubana, o está en trámite de formar parte de esta. No hace mucho leí una entrevista a José Luis Cortés “El Tosco” en la cual encontré esta línea —que reproduzco, no de manera exacta, sí en su sentido espeluznante—: “Si seguimos como vamos en unos cinco años nadie sabrá quién era Juan Formell”. A primera lectura me pareció exagerada, luego no: se trata de un urgente llamado de alerta. La desmemoria gana terreno día tras día, por todas partes. No hay que dejar que alcance a Rafael Ortiz.
Toda su vida le acompañó el apodo “Mañungo”, de resonancia guajira y cariñosa; quizás vino con él desde Cienfuegos, donde nació el 20 de junio de 1908. En sus últimos años en el Septeto Nacional, los músicos más jóvenes del grupo lo llamaban “Mañunguito”. En las páginas de El Caimán Barbudo, en abril de 1990 —número 269—, mantuvo una lúcida y algo melancólica charla con el poeta Emilio García Montiel en la que recorrió parte de su vida en la música. Había momentos en que se quedaba en blanco, me contaba entonces Emilio. Apenas cuatro años después Ortiz se despediría de este mundo.
Rafael Mañungo Ortiz, excelente compositor de la música popular cubana. Fotos: Cortesía del autor
Antes de llegar a La Habana hacia 1930 y conseguir trabajo en la orquesta de un cabaret de nombre aterrador —El Infierno, situado, me han dicho, en la calle Galiano—, formó parte de orquestas de baile y sextetos de sones cienfuegueros, entre ellos uno llamado Ron San Carlos.
Se vinculó con soneros orientales que andaban por La Habana, como el tresero Mozo Borgellá, quien dirigía el septeto Típico Santiaguero, luego llamado Cauto con el cual, una década más tarde, cantó Benny Moré. Por esos días se incorporó a un grupo llamado Los Criollitos y tocó la guitarra en el famoso Septeto Habanero (se supone que suplía temporalmente a Guillermo Castillo, guitarrista y director del Habanero hasta 1934). Aunque Ortiz, además, cantaba.
En 1931 se unió al septeto La Clave Oriental que actuaba en el Montmartre, cabaret que auspiciaba también una orquesta de planta para tocar danzones y “música americana”. Al año siguiente el septeto adoptó el nombre del centro nocturno y partió hacia Chicago en 1933 para tomar parte de la Feria-Exposición Un Siglo de Progreso, con el Septeto Nacional de Ignacio Piñeiro, que había sido enviado por el gobierno cubano para representar al país.
En la Discografía Cubana de Cristóbal Díaz Ayala aparecen consignadas ocho grabaciones del Septeto Montmartre, realizadas en Cuba en 13 de agosto de 1933, que fueron rechazadas por la casa discográfica y no fueron editadas. La relación incluye tres sones con la firma de Rafael Ortiz: “Linda besa”, “Lamento de mi guitarra” y “Falsa promesa”. Los cinco números restantes pertenecen a otros tres integrantes del septeto: Manuel Poveda, cantante y maracas; Arsenio Gross, voz segunda y claves; y Rosendo Castañeda, bongó y timbal. Completaban el Montmartre: Ernesto Rizo, tres; Víctor Cruz, contrabajo y Rafael Ortiz, voz prima, guitarra y director.
A su regreso a Cuba, continúa por una temporada en la guitarra, el canto y la dirección del septeto del cabaret Montmartre, al tiempo que consigue un contrato para trabajar como cantante en la orquesta de Armando Valdespí con la cual actúa en el Casino Nacional y en el Summer Casino. Allí estrecha amistad con Miguelito Valdés.
II
Las primeras composiciones de Rafael Ortiz llevadas al disco comercial, fueron “El plato roto”, guaracha de letra bastante ladina, también conocida como “El platico de Ofelia”, y el bolero-son “Muy junto al corazón”, por la orquesta Casino de la Playa con su cantante estrella Miguelito Valdés para RCA Victor. La primera fue grabada en noviembre de 1938 y “Muy junto al corazón” —que muchos años después conocería una estupenda interpretación por la orquesta Aragón con Pepe Olmo—, en octubre de 1940. Ambas grabaciones tienen en común que Miguelito menciona en ellas a Rafael Ortiz, con nombre y apellido, algo inusual en el mundo fonográfico; en “El plato roto”, lo hace en una de las improvisaciones y en “Muy junto al corazón”, al inicio, en la introducción instrumental de la pieza.
Uno de los acontecimientos internacionales de la música popular cubana en el umbral de 1940 fue la conga (de salón) “Una, dos y tres”, que es un perfecto retintín para arrollar en un cabaret, en fila, tomados por la cintura y levantando los pies más o menos rítmicamente. En Estados Unidos la tocaron con frecuencia varias agrupaciones de baile —entre ellas Oscar de la Rosa y su orquesta del cabaret La Conga ([1]) en 1938—, y otros grupos de música latina; incluso la Marimba Panamericana, de Guatemala, llevó al disco la dichosa conguita en Nueva York. Posiblemente sea la composición más conocida y menos esmerada de cuantas compuso Ortiz. Así es la vida. Qué paso más chévere se instaló en el habla cotidiana. Hay quien la considera un clásico.
Como la situación económica de los músicos nunca (o rara vez) es holgada, es preciso aceptar varios trabajos, por eso Mañungo actuaba con orquestas y grupos sin abandonar su faena con Valdespí en el Casino Nacional. A partir de 1939 trabajó con Arcaño y sus Maravillas (incluso grabó con esta orquesta en 1940), y pasó también por las agrupaciones de Ernesto Muñoz, Luis Carrillo, el quinteto Tomé y —como contrabajista— entró al Conjunto Lírico Gloria Matancera con el cual, durante los años 40, como guitarrista y cantante, actuó en varios países de América Latina y ciudades de Estados Unidos.
El conjunto Gloria Matancera comenzó a grabar composiciones de Ortiz en 1941, casi siempre guarachas —“Hasta el gato”, “Se aleja el lechón”, “Rapindey”, “Ratón de velorio”, “Qué grande eres” — y algún que otro bolero, como “Maldito padecer”. Hasta bien entrados los años 50 permaneció tocando y cantando en el conjunto que contaba con la voz prima de Florencio Hernández “Carusito”, junto a quien había trabajado, muchos años atrás, en el Septeto Favorito.
En 1947 la orquesta Casino de la Playa llevó al disco otra guaracha de Mañungo, con Orlando Guerra “Cascarita”: “Hasta cuándo”, que ese mismo año grabó Benny Moré con el conjunto de Humberto Cané, en México, como son montuno. Al año siguiente Arsenio Rodríguez y su conjunto pone en disco “El tabernero”, uno de los nombres que ha recibido “Dame un trago, tabernero”, muestra auténtica de bolerón de bares y cantinas, recorrido de arriba abajo por una desesperanzada filosofía que nutre no solo letras de boleros “de victrola”, también muchas líneas de guaguancó:
Dame un trago, tabernero
que me quiero emborrachar,
pues nada vale el dinero
ni la vida ante un pesar.
Quiero ahogar en el licor, oh dolor,
tabernero, esta tortura tan cruel
que sufro por la traición de amor
que me hizo esa perjura mujer.
Tabernero, por favor, ¿cuál de los dos
es más cruel: el licor devastador
o el engaño de mujer?
Raúl Planas con la banda Kubavana y Abelardo Barroso con la Gloria Matancera grabaron este bolero entre 1957 y 1958, y Carlos Embale, años después (ca.1979), con un conjunto todos estrellas dirigido por el trompetista Jorge Varona con arreglos y piano de Rubén González. Planas y Embale interpretaban, con las mismas agrupaciones otro bolero de Ortiz, desengañado y victrolero: “No me pidas” (Madre, no me pidas que la quiera / aunque de dolor me muera / no quiero su salvación…).
Embale también grabó “Dulce habanera”, (Cuando te ven en la rumba / habanera, dicen todos ¡qué linda viene! / Contigo quieren bailar / para saborear el son que Cuba tiene…) que Celia Cruz cantaba con Willie Colón a inicios de los 80, pieza que a menudo, equivocadamente, se atribuye a Ignacio Piñeiro.
III
Cuando se reagrupó el Septeto Nacional, Mañungo fue uno de los colaboradores decisivos que tuvo Odilio Urfé, entonces al frente del Seminario de la Música Popular, no solo para recomponer el grupo de Piñeiro, también rescatar algunas agrupaciones que, como los coros de clave y de guaguancó, habían desaparecido. En grabaciones que se hicieron de septetos fugazmente rescatados —Favorito, Boloña—, participó en la guitarra y los coros junto a algunos antiguos integrantes, entre ellos, su amigo Carusito.
Alternó por varios años sus trabajos en la Gloria Matancera y en el Nacional, pero cuando a inicios de los años sesenta el septeto se estabilizó en su personal y sus actuaciones, apoyado por nuevas leyes de protección del patrimonio cultural y artístico, decidió quedarse con Ignacio. A esas alturas, aunque Piñero decía la última palabra, la dirección musical estaba a cargo de Ortiz.
Para el Septeto Nacional, Mañungo fue uno de los colaboradores decisivos.
Todas las grabaciones que realizaron a partir de 1957 fueron obras de Piñeiro, hasta que en 1963 se publicó un disco sencillo con un bolero son de Mañungo: “Conciencia fría”, la primera pieza suya —con letra de Julio Blanco Leonard— que grabó el Septeto Nacional. En la otra cara contiene “Yo también la tumbé”, de Manuel Poveda, cuya letra, nacida a partir de las movilizaciones hacia las primeras Zafras del Pueblo, contrastaba decididamente con el viejo son de Ignacio, que mucho en su día habían tocado los sextetos Occidente y Habanero: Yo no tumbo caña / que la tumbe el viento.
Al calor de la propaganda de la zafra azucarera y de la emulación entre colectivos obreros, Mañungo compone un son que interpretó el Nacional e incluso ganó premio en uno de los festivales de aquellos días: “El carretero emulando”. En 1969, poco antes de su fallecimiento, Ignacio Piñeiro recibió el Diploma-Trofeo Saco de Azúcar, como reconocimiento del Ministerio del Azúcar por las actuaciones de su agrupación en distintos centrales del país[[2]].
Tras la partida de Piñeiro, la obra de Ortiz comenzó a hacerse cada vez más presente en el repertorio del Nacional: “Un mensaje de amor”, “Cuatro paredes”, “El palomo”, “Amor de loca juventud”, “Blanca Nieves”, “Todo en conjunto”, “María Antonieta llegó”, “Sol de verdad”, entre otras, fueron grabadas por Joseíto Núñez y por Carlos Embale en distintos acoples de larga duración del septeto por espacio de una década. En el lapso en que Embale dirigió su grupo de guaguancó interpretaba, entre otras rumbas de Mañungo, “¿Por qué me guardas rencor?”, y Héctor Téllez, cantaba un bolero suyo que ya había grabado el Nacional: “Tú mi afinidad”.
IV
En 1978 el Septeto Nacional alcanzó simpática e inesperada popularidad con “El final no llegará”, (Joven ha de ser quien lo quiera ser por su propia voluntad, dice en una frase conclusiva), con música de Rafael Ortiz y letra de Eugenio Pedraza Ginori, que servía de tema de sintonía para un programa de televisión —Yo también soy joven—, bolero-son que en 1993 será grabado por Celeste Mendoza con el grupo Sierra Maestra.
Pedraza Ginori escribió la letra para otra música compuesta por Rafael Ortiz que a partir de 1980 se hizo popular en toda Cuba y provocó que los veteranos soneros del Nacional aparecieran con frecuencia en los medios de difusión. Se trata de “La vida es una semana” que aludía también al paso inexorable del tiempo y al recuento de una larga existencia, pero desde una perspectiva jovial. Cuenta Pedraza Ginori que procuró introducir ciertos giros y palabras —ya en desuso en la canción— para aproximarse al aliento de boleros y sones de décadas atrás.
Tuve mis instantes de caricia y frenesí,
dulces regocijos de placer.
Tuve mis quebrantos, mi alegría y mi sufrir:
bien vale un llanto comprender la realidad.
De remembranzas no es bueno vivir,
pues lo pasado ya es pasado
y los recuerdos nos dicen al fin
que la experiencia es una amiga fiel.
Tales elementos “antañones” dotan al número de un contraste textual inteligente y fluido cuando enfrenta al estribillo, francamente coloquial, ideado por Ginori: Sábado triste, domingo feliz: la vida es una semana. / Hay que vivirla con ganas, hay que aprenderla a vivir. La música de Ortiz, con una línea melódica clara y hermosa enlaza con delicada eficiencia las partes del número, que pocos hubieran podido cantar con el poderío y la convicción que transmite Carlos Embale en una de las interpretaciones ejemplares de su carrera[[3]].
Cuando el Septeto en pleno se entregaba al montuno Sábado triste, domingo feliz, la vida es una semana… emergía el clarín de la voz de Embale con esta cuarteta cordial: ¡Mañungo, mañungo, qué bueno fuera / que sin perder tu experiencia / un milagro de la ciencia / joven de nuevo te hiciera!
Recuerdo que, en la televisión, con su guitarra, el elegante Mañungo sonreía entonces, seriamente, bajo su línea de bigote, entornaba los ojos y asentía con un movimiento de cabeza que apenas se podía percibir.
Track 1 La vida es una semana. (1983) Septeto Nacional
Track 2 Dame un trago Tabernero. (1957) Abelardo Barroso
Track 3 Muy junto al corazón. (1940) Orquesta Casino de la Playa