Cuando Eduardo Manet (Santiago de Cuba, 1930) comenzó a publicar críticas de cine en el periódico Granma en 1966, no venía a transitar por un terreno ajeno ni recién descubierto. Seis años atrás, la revista Cine Cubano acogía sus textos. De una plataforma no tan popular por especializada, él se adentraba en una más pública y recurrente. El ejercicio del criterio estuvo ahora mediado por una menor extensión y por el acomodo del contenido. No subestimar al lector, sino considerarlo fue su propósito.
¿Para qué un realizador, dramaturgo y narrador insistía en escribir críticas de cine? ¿Tanteaba por aquel entonces varias profesiones? Puede ser. Pero, a todas luces, Manet figuraba como un ejemplar raro por llevar a un tiempo realización propia y análisis de obras ajenas. A su modo, también se inscribía en la hornada de directores que antes fueron críticos de cine como François Truffaut o Peter Bogdanovich.
Analizadas en su época e incluso hoy, sus críticas de cine aparecidas en el suplemento Granma y recogidas en El espejo pintado (Editorial Oriente, 2017) y antes, las publicadas en Cine Cubano, que en este momento aparecen en Con ojos de espectador. Críticas y ensayos de Eduardo Manet (Ediciones Icaic, 2018) revelan en primer lugar a un conocedor del séptimo arte también preciso y agudo. Luego, afirman una pluma exquisita y atractiva por encima de intérpretes de cine más posicionados por años y hasta oficio como Mario Rodríguez Alemán.
Con estas dos compilaciones de Carlos Espinosa Domínguez (re)descubrimos a un crítico de cine a la altura —y no es una apreciación caprichosa— de Guillermo Cabrera Infante, G. Caín. Bastaría comparar los criterios sobre películas vistas por ambos como por ejemplo De repente en el verano. Son apreciables las sagacidades interpretativas y el cuidado del lenguaje, aun cuando estuvieran en desacuerdo con el resultado de la adaptación de Joseph L. Mankiewicz de la obra de Tennessee Williams.
El espejo pintado y Con Ojos de espectador corroboran que el cine puede prolongarse gracias a la recepción, escritura y lectura. Obviar un discurso crítico que esclarece y, sobre todo, provoca atender el audiovisual del pasado es imperdonable. Atemoriza cuanto no hemos visto por ser esclavos de las reiteraciones audiovisuales contemporáneas. Asimismo, preocupa que detrás de la obstinación visual no se atine nada de análisis.
¿Qué nos hemos perdido como espectadores? ¿De dónde proceden determinados guiños e influencias? ¿Qué preferencias tiene quien escribe sobre cine y en cuáles códigos del mismo se centra cuando comparte su visión de la obra apreciada? Estas son algunas de las preguntas que el lector espera queden respondidas cuando acude a un repertorio textual de valía.
El espejo pintado y Con Ojos de espectador corroboran que el cine puede prolongarse gracias a la recepción, escritura y lectura. Obviar un discurso crítico que esclarece y, sobre todo, provoca atender el audiovisual del pasado es imperdonable.
Al colaborar para un periódico como Granma, Manet tuvo bien claro para quién tenía que escribir: una suerte de lectores diversos, los cuales han precisado siempre estar al tanto de los datos sobre el acontecimiento fílmico. No podía faltar en sus textos el promocionar una obra, lo que no implicaba renunciar a la provocación de los lectores. La cuestión era y es estimularlos mediante la reflexión en torno a uno o más aspectos cinematográficos. Con menos cuartillas que las escritas para un espacio especializado, el principal diario del país le exigía disimular sus emociones en virtud de sus valoraciones. La revista Cine Cubano por su parte le concedió la libertad de extensión discursiva, la manera y el tono ensayísticos.
Manet vierte el contenido justo de una generalidad (la Historia, lo consabido entre la frase popular y lo verificable… hasta la apreciación personal) en aras de configurar ese continente estético y artístico que constituye una película. Adviértanse los inicios de sus críticas y, su afán constante de argumentar después de afirmar.
Por la inconstancia y divorcio de ritmos, tonos y estilos cuando no de fragmentos técnicos y artísticos dispersos durante el avance de una historia; por actores mal dirigidos; suma superflua de detalles; el no aprovechamiento de los códigos cinematográficos en las películas analizadas, se nos presentan, por ausencia, las atenciones plurales del cinéfilo Eduardo Manet como crítico de cine, quien aspira en todo momento a exponer o sugerir qué significa la nueva realización en el cine del autor comentado y cómo esta se integra en su época.
Ante la tendencia de la mera información o de la valoración sin mucho análisis; ante la presencia de una crítica más postfílmica y teórica que se apoya en otros campos del saber, dígase la Historia, la sociología, la política, la sociedad en general, vinculada además a la sintomática de la escuela del maestro David Bordwell, Manet representa al crítico de cine centrado en lo que la película es. Sin embargo, en algunos de los textos escritos para Cine Cubano sugiere propuestas de lo que la obra audiovisual pudiera haber sido.
Manet representa al crítico de cine centrado en lo que la película es. Sin embargo, en algunos de los textos escritos para Cine Cubano sugiere propuestas de lo que la obra audiovisual pudiera haber sido.
De Manet vale resaltar la calidad de su escritura, acaso por todas esas lecturas de fondo que él ponía a disposición a la hora de erigir sus críticas cinematográficas. Fue lector de Cervantes, Faulkner y Proust. También de la Generación del 98 y la narrativa latinoamericana. De ahí el constante balance que es capaz de hacer con la cinematografía de un mismo director, cuando no establece esas comparaciones agradecidas con otros colegas de profesión. Los críticos jóvenes necesitamos ver más cine para lograr esas confrontaciones entre filmes y poéticas autorales. Eduardo Manet muestra cómo hacerlo sin declarados ni sugeridos didactismos, incluso cuando opta por ser directo no descuida la elegancia. En “Juan Quinquín y sus aventuras (Después del estreno)” despliega un criterio harto vigente:
Ya sabemos que nuestra crítica es inepta en ocasiones, frívola casi siempre, paternalista en más de una oportunidad; ya sabemos que mientras casi nadie escribe críticas o ensayos sobre filosofía, literatura, artes decorativas, todo el mundo piensa poseer las condiciones necesarias en un crítico cinematográfico.
Como crítico y ensayista, Manet gusta y busca la belleza de una frase, pero no es dado a perder una buena idea. No por gusto tiende a conceptualizar algunos recursos cinematográficos sin evidenciar el uso de la norma más corriente, o sea, un diccionario de terminología según el código en cuestión. Para ello se apoya en la narración. A fin de explicar un detalle cinematográfico o detenerse en una referencia extraestética, describe con tono sardónico. Ante las críticas ávidas de recordarnos la sinopsis y que pecan de spoiler, cuenta más la motivación del espectador para que establezca asociaciones e interprete por iniciativa propia. Con esta intención escribía Manet.
De Manet vale resaltar la calidad de su escritura, acaso por todas esas lecturas de fondo que él ponía a disposición a la hora de erigir sus críticas cinematográficas.
Pudiera uno preguntarse: ¿Cuál era el método de Manet? Léase “El corazón de una madre” (n.39, febrero 1967) donde él sugiere su proyección premarxista, si bien ya en “Rencor al pasado” (n.12, julio 1963), de Tony Richardson, había declarado: “El marxismo-leninismo es una filosofía y un método científico que debe ser empleado por todo aquel que se llame marxista a la hora de realizar una labor artística… o de escribir una crítica”. Sin embargo, a decir verdad, Manet no pertenece como crítico a quienes prefirieron el entusiasmo y tributo ideológicos a los reparos centrados en los valores técnico-formales o artísticos de las películas.
Ante un comentario, una reseña o crítica de cine, el público lector suele tomar dos caminos anticipados. Si ha visto la película, su posición inmediata será la de confrontar sus criterios mientras va leyendo los del enjuiciador. Por una suma de argumentos más que de valoración del otro podrá obtener un cómplice, cuando no una alarma por conformidad o desacuerdo, respectivamente. Se admitiría haberse cumplido además el estimular al cinéfilo con postura crítica, quien pudo imaginarse coescribiendo el texto. Ahora, por leer el juicio intimidante y exagerado; tal vez parco y provocador por más aciertos que equivocaciones o viceversa, queda el espectador frente a la incertidumbre de si vale de veras aventurarse a ver una obra.
Ante las críticas ávidas de recordarnos la sinopsis y que pecan de spoiler, cuenta más la motivación del espectador para que establezca asociaciones e interprete por iniciativa propia. Con esta intención escribía Manet.
Algunos objetivos primordiales y de considerar se manifiestan en Con ojos de espectador... En primer lugar: salvar la obra de un crítico de estimación por lenguaje y conocimiento multicultural. Y desde sus primeras páginas, se promocionarán unas cinematografías que ya van siendo, por desgracia, solo del conocimiento de investigadores, algunos críticos y especialistas de cine.
El lector/espectador inconforme no evita la película por el examen ajeno. De todos modos, decide prestar atención. Allá va entonces a encontrar y a encontrarse en y por el cine. Sin embargo, quizá fue avivado por la generosidad escritural de un dramaturgo, cineasta y novelista. No temamos entonces reconocer a Eduardo Manet como uno de los mejores críticos de cine cubanos de todos los tiempos.