Hablemos de las magnolias. Flores de árboles longevos, resistentes, bellos. De diversos colores, flores que simbolizan pureza, alegría, inocencia, perseverancia, nobleza, perfección, dignidad, resistencia. ¿Cuántas más similitudes podemos encontrar entre estas flores y las mujeres, cada una con su esencia, su poder, su simbolismo?
Seis magnolias/mujeres nos retan a responder la interrogante. Nos convidan a comprenderlas, a acompañarlas, a sentir sus anhelos y logros. Seis mujeres/magnolias tan distintas entre sí, con vidas tan diferentes y con deseos tan diversos. Seis, mujeres y magnolias, que tejen sororidad en cada aliento, en cada palabra, en cada gesto… a pesar de todo.
¿Sororidad? Sí. Solidaridad infinita, capacidad compartida de apoyarse mutuamente aun cuando existan diferencias, reconocerse valiosas, tenderse la mano, reír con las alegrías ajenas, aportarle la una a la otra. Seis, y toda una sala de teatro llena de mujeres/hombres/flores, absorbiendo sus miradas, sonrisas, gestos, saltos, abrazos.
“¿Sororidad? Sí. Solidaridad infinita, capacidad compartida de apoyarse mutuamente aun cuando existan diferencias…”
La comedia, dramática, no borda la risa fácil, superficial, vacía. Propone reír, sí, pero incita a entrelazarnos con pensamientos femeninos —y no tanto feministas— para entender las conductas que los entresijos de la condición de ser mujer presuponen. Y, ante todo, propone desterrar rivalidades, distancias, diferencias, estereotipos, para abrazar libertades, decisiones, valentías, riesgos.
Eduardo Eimil, director de Teatro Aire Frío, adaptó la obra reconocida de Robert Harling, Magnolias de acero, cuyos referentes aún más reconocidos son los de la película dirigida por Herbert Ross y con un elenco actoral de lujo. En la versión de esta puesta en escena, sabiamente, se hizo acompañar de una mujer/magnolia/actriz, Yaité Ruiz, a quien me hubiera gustado ver en el escenario el día del estreno, aun viéndola en la butaca de la última fila, pendiente de cada detalle.
Oportunamente, Eimil y Yaité no se redujeron a seis mujeres/magnolias/actrices. El elenco se nutre de más, a fin de alternar y de diversificar la mirada, aunque el texto sea el mismo.
A la propia Yaité se le une, y menciono a todas, las actrices Karina Alcina, Gabriela Álvarez, Flora Borrego, Sailín Carbonell, Leidis Díaz, Yazmín Gómez, Rosmery Guillén, Tamara Venereo, Ingrid Lobaina, Danay Cruz, Osmara López, Darianis Palenzuela, Náyade Rivero, Minerva Romero. Los seis nombres últimos corresponden a quienes presentaron la obra en calidad de estreno al público que acudió a la sala Adolfo Llauradó.
Atinada elección, y me refiero al elenco visto, pues los otros deben ser disfrutados en su momento. No hay excesos inservibles, al contrario. Todo fue percibido en su justa medida, logrando que cada personaje se caracterizara de manera natural.
Minerva es la Luisa que muchos conocemos: amargada, solitaria pero plenamente sincera. Annelle llega, en el cuerpo de Darianis, con total ingenuidad e inexperiencia, a convertirse en la persona que muchos hemos instado a seguir adelante, a aprender, a aferrarse a algo. Clara, la Osmara que aplaudiremos siempre, tan dada al sarcasmo y la verdad tajante; Maylín, construida por Náyade, sublime y convincente; Susy, defendida muy bien por Danay, de quien solo temo que sea encasillada siempre en personajes de vis cómica, a partir de su trabajo con Lola Mento y Shellby, la central, en una Ingrid que desborda cada vez el talento que se proponga.
Todas mostraron, desde el salón de una peluquería, los conflictos propios de una mujer/magnolia que van desde la sobreprotección de una madre, hasta la intensa aspiración de serlo sin pensar en los riesgos de determinada condición de salud, hasta la dureza de una viudez, la intolerancia de la soledad interminable o la entrega total del alma y el cuerpo a la fe.
En estos tiempos, como lo fue en la década del 80 durante la presentación del filme y antes, cuando la obra de teatro original abrió el debate, somos las mujeres/magnolias una mezcla inexplicable de nobleza y dureza que nos permite salir airosas de cada circunstancia, mejor si somos apoyadas por nosotras mismas, tan víctimas de una rivalidad desmedida durante tanto tiempo, y en algunos casos, aún hoy.
Con esta puesta en escena, despojémonos de esquemas y tabués e intentemos ver más allá de las palabras dichas. Aceptemos que el salón de una peluquería no es, ni será, un superfluo lugar de ataques hormonales. Es un espacio ganado por todas para trabajar la autoestima, escucharnos y ofrecernos para crecer juntas. Cualquiera se asombraría de cuánto puede suceder en una sesión.
Que se abran nuestros brazos ante estas magnolias/mujeres, quienes fuera de las tablas —estoy segura— también han podido edificar esta hermandad, esta amistad, esta sororidad que sus personajes necesitan. Y asombrémonos de que, tiempo atrás, la obra haya sido escrita por un hombre que —también estoy segura— quiso ir más allá de los arquetipos que mostró.