Luis Barbería y Figaro’s Jazz Club: ¿Quién da más?
Cuando en materia de música da la impresión de que el mundo va a lo peor que uno puede imaginarse, de repente Luis Barbería se aparece con un proyecto que le impregna otro aire al panorama sonoro cubano. Parecería que cuanto él ha hecho durante casi 35 años de carrera ha sido una suerte de entrenamiento, de preparación para el proyecto que hoy acomete y al que le ha dado como nombre el de Figaro’s Jazz Club y con el que justamente hace el tipo de trabajo artístico que siempre ha disfrutado.
Conozco a Luis Alberto desde los lejanos tiempos de la peña de 13 y 8, en aquella memorable tertulia de finales de los ochenta y que solía terminar con temas como “Edificio” o “Padre nuestro que estás en la Isla”. Aunque ha transcurrido el tiempo, en mi memoria conservo el recuerdo sonoro de la etapa en que solía presentarse acompañado por Magilee Álvarez, notable cantante pero que hasta hoy no ha sido favorecida por la suerte, si al fin y al cabo la misma existe.
Cuando gracias a Gema y Pavel se realizó el disco Habana Oculta, para muchos fue una sorpresa escuchar los dos temas de Barbería incluidos en el fonograma, es decir, “Guaguancó para Daniela” y “Conga”. La historia posterior es harto conocida, así que no hablaré de ella. Solo me parece oportuno comentar que uno de los trabajos de Luis Alberto más interesantes durante su etapa de residir en España pero que aquí apenas circulase, fue el dúo denominado Blanco y Negro, conformado por él junto a Andy Villalón y que como formación registró una muy atractiva maqueta.
De los discos grabados como figura frontal por este pinareño, que no estudió música sino artes plásticas, tampoco he de comentar nada, pues en su momento los he reseñado. Quiero centrarme en su propuesta actual, la que lleva adelante con Figaro’s Jazz Club, un proyecto afincado en Cienfuegos.
“…me llama la atención la recepción que públicos diferentes hacen de la propuesta. Esa aceptación generalizada responde a la alegría y energía positiva que emana del repertorio de Figaro’s Jazz Club..”
Recuerdo que cuando hace unos años supimos que por obra y gracia del amor Barbería se iba a vivir a la Perla del Sur, una amistad común me dijo: “Ahora sí el Barbero se volvió loco, eso de irse de La Habana a otra provincia es enterrarse”. Le respondí que tal vez, pero que a lo mejor no, porque nadie sabe lo que nos tiene deparado la vida. Y justo así fue. Ocurre que aunque se repite hasta el cansancio lo del fatalismo geográfico, hay más de una experiencia de gente que ubicada en eso que suelen llamar “el interior del país”, consigue trascender con su obra las fronteras del territorio nacional. Piénsese, por poner un ejemplo, en lo alcanzado por el Septeto Santiaguero.
Como que Barbería vive inmerso en un sacerdocio musical, ya radicado en Cienfuegos, además de laborar como productor de varios fonogramas, se dio a la tarea de organizar a un grupo de instrumentistas que andaban desperdigados y que en no pocos casos mataban su tiempo como hacedores de sopa. Como suele ocurrir, de inicio no hubo mucho apoyo institucional, con excepción de la Asociación Hermanos Saíz (AHS), que brindó el espacio para los ensayos de la banda y confió en ellos.
He podido asistir a varias presentaciones de este proyecto de Barbería y me llama la atención la recepción que públicos diferentes hacen de la propuesta. Esa aceptación generalizada responde a la alegría y energía positiva que emana del repertorio de Figaro’s Jazz Club y que como agrupación encaja dentro de lo que se conoce como una Jam Band, en una suerte de Snarky Puppy a lo cubano. La apuesta por hacer jazz desde una perspectiva híbrida y que echa mano a disímiles elementos musicales, los aproxima a lo registrado por gentes como la Dave Matthews Band.
De tal suerte, aquí Barbería renuncia al clásico protagonismo de un cantautor respaldado por un grupo, para componer temas en los que su voz es un instrumento más de la agrupación. Esto se aprecia en cortes como el contagioso “Camino a Mississippi” o en la balada “Figaros feeling”, hermosa pieza de aire ochentero y que en el argot popular clasificaría como “una pastilla”.
No falta en lo interpretado por Figaro’s Jazz Club un tema en la línea compositiva desarrollada hace años por Luis Alberto, dentro de lo que la musicóloga estadounidense Susan Thomas y yo gustamos nombrar “neo filin”.
En sentido general, me resulta llamativa la concepción de las orquestaciones de los cortes del repertorio, en el que las líneas melódicas de los temas predominantemente se interpretan a unísono por la cuerda de metales, en ocasiones complementadas por el canto del propio Barbería, con lo cual la pieza cobra aún más fuerza. Esto se aprecia en ejemplos como “Luz al final”, “Surco en re” o en “Sin atajos”, que dicho sea de paso me hace evocar al grupo Chicago en su época dorada entre fines de los sesenta e inicios de los setenta.
No falta en lo interpretado por Figaro’s Jazz Club un tema en la línea compositiva desarrollada hace años por Luis Alberto, dentro de lo que la musicóloga estadounidense Susan Thomas y yo gustamos nombrar “neo filin”. Es el caso de “Luces que enamoran”, donde Barbería pone de manifiesto sus potencialidades vocales, esas por las que tiempo atrás integró la nómina de los músicos acompañantes de Ketama.
La intención de hacer una propuesta jazzística que sea digerible no solo por el público especializado sino también por audiencias más amplias, se nota en que los solos de los instrumentos al improvisar suelen ser bastante breves. Igualmente, el deseo de proyectarse a partir de los códigos de la música negra estadounidense (funk, soul, r&b) y que por momentos nos transporta a un contexto como el de New Orleans (buena muestra de ello es el corte “Enajenado”), no impide que lo cubano también esté presente en esta rica mixtura sonora, como se verifica al escuchar una pieza como “De golpe”.
Me parece importante resaltar que en un momento muy complejo para la música que se hace en Cuba, el trabajo de Luis Barbería y Figaro’s Jazz Club viene a demostrar que cuando se quiere se puede y corrobora algo que él expresara en su canción “Como soy cubano”, interpretada con sus hermanos de Habana Abierta y donde afirma: “como soy cubano te mezclo/ este funky blues con guaguancó”, para dejar claro que lo cubano ha de ser patente de corso, carta de libertad, en lugar de cadena perpetua.
Tomado de El Caimán Barbudo.