Desde hace veinte años existe una fraternal y fructífera colaboración entre  la agrupación denominada Amigos Británicos del Ballet Nacional de Cuba  (British Friends of the National Ballet of Cuba), con sede en Londres, y nuestra principal agrupación danzaria, que ha permitido un valioso intercambio, reflejado en ayuda para reparaciones en espacios en la sede de la compañía, como fue el caso del Salón Anton Dolin, donaciones de zapatillas y vestuarios y, de manera especial, el apoyo financiero a prestigiosos coreógrafos que han montado sus obras para el repertorio de la compañía. Esos fueron los casos de la belga-colombiana Annabelle López Ochoa, quien aportara sus obras Celeste (2014) y Oscurio (2016) y los de las británicas Cathy Marston (Próspera, 2018) y Gemma Bond (La hora novena, 2022).

Ahora, para festejar el 20 aniversario de ese intercambio, el coreógrafo y bailarín danés Johann Kobborg da los toques finales a su obra Lucile, que tiene su inspiración en la gran bailarina danesa Lucile Grahn, una de las más célebres figuras del ballet romántico decimonónico.

Para su creación, Kobborg, conocido del público cubano por sus actuaciones en nuestro país en 1998, 2004 y en el 2009, como estrella del Royal Ballet de Londres, ha utilizado un fondo sonoro realizado por Gavin Sutherland, sobre composiciones del compositor francés Jules Massenet, vestuario de Natalia Stewart, diseño de luces de Joey Walls y escenografía del propio coreógrafo.

Según declaró a la prensa, Kobborg no pretende hacer un recuento biográfico de la célebre bailarina, sino tenerla como hilo conductor e inspirador en el amor infeliz de una joven pareja, aunque un personaje llamado Marcos tiene una evidente alusión a Augusto Bournonville, el gran bailarín, coreógrafo y creador de la escuela danesa de ballet, quien jugó un papel fundamental en la vida de la bailarina danesa.

La Primera bailarina y directora del BNC, Viengsay Valdés, protagonista junto a Ányelo Montero. Imágenes: Del autor

El nombre de Lucile Grahn está ligado a la historia del Ballet Nacional de Cuba desde el mismo momento de su fundación, el 28 de octubre de 1948, pues ese día, durante su función inaugural en el Teatro Auditorium, fue revivido su recuerdo durante la escenificación del histórico Pas de quatre, que en 1845 creara Jules Perrot, el célebre coreógrafo francés, en el Teatro de Su Majestad, en Londres, para ella y tres de sus coestrellas contemporáneas durante el esplendor del romanticismo balletístico: María Taglioni, Carlotta Grisi y Fanny Cerrito. Esa noche la bailarina norteamericana Bárbara Fallis, integrante del elenco fundador de la compañía cubana recreó su baile, iniciando una tradición que ha sido continuada por las principales figuras que han asumido el rol en estos 75 años de historia de nuestra principal agrupación danzaria. En 1970, la versión de Alicia Alonso de ese Grand pas de quatre fue merecedora del Premio Estrella de Oro en el VIII Festival Internacional de Danza de París, ocasión en que tuvo a Loipa Araujo en el rol.  

Nacida en Copenhague el 30 de junio de 1819, a los diez años de edad, hizo la Grahn su debut en el Teatro Real, interpretando un papel juvenil en el ballet Donina o Jack el moro brasileño, de Filippo Taglioni.

En 1834, Augusto Bournonville se encargó de pulir la educación y entrenamiento artístico de su alumna, que por entonces contaba solamente quince años de edad. Ese año le proporcionó su debut, ya como una bailarina adulta, en un pas de deux insertado en el afamado ballet La muda de Portici, obra que se conserva íntegra en “La clase del sábado”, que es parte del entretenimiento o método de la escuela danesa.

El maestro se enamoró de ella, descrita como joven, sombría, fascinante y llena de gracia, pero la bailarina, después de un periodo de tolerancia, no correspondió a esos sentimientos, lo que contribuyó a su corta carrera en Dinamarca.

En 1835 interpretó el rol de Astrid en el ballet homónimo de Bournonville y el 28 de noviembre de 1836, en el Teatro Real, en Copenhague, realizaría el estreno de la versión de La sílfide, con música del compositor danés Herman Lovenskjold, creada para ella por Bournonville, quien asumió en esa ocasión el rol de James, el joven escocés.

Se dice que Lucile Grahn era una mujer ambiciosa y Dinamarca le resultaba pequeña a pesar de ser la artista más mimada del público. Por otra parte, deseaba escapar de las formas dictatoriales que en lo personal y artístico le imponía su maestro.

En 1838, con 19 años, se va a la conquista de Europa y debuta en la Ópera de París con el ballet El Carnaval de Venecia y poco después a Alemania, donde cosechó grandes triunfos, especialmente durante sus presentaciones en la ciudad de Hamburgo.

El coreógrafo Johann Kobborg en el salón de ensayos del BNC con los bailarines Gretel Morejón y Ányelo Montero.

Tras la partida de su musa y amante, Bournonville cayó en una extraña rivalidad con ella que se convirtió en un escándalo teatral de la época.

De regreso a Copenhague, actuó por última vez en el Teatro Real en 1839, fecha en que firmó un contrato de tres años con la Ópera de París. Allí alcanzó enorme éxito con La sílfide, en la versión de Filippo Taglioni, enfrentando y equiparándose al recuerdo de María, la célebre hija del coreógrafo, quien por esa época estaba cosechando grandes triunfos en Rusia.

En su etapa en la Ópera (1839-1842) rivalizó con la austríaca Fanny Elssler, otra famosa estrella de la pentarquía del ballet romántico, y posteriormente alcanzó sus mayores éxitos en San Petersburgo y Londres.

Su relación con Perrot fue muy estrecha y en 1845, después del éxito del Pas de quatre también estrenó su ballet Eolina y, en 1846, Catalina o La Hija del bandido donde tuvo al coreógrafo como partenaire.

Entre 1848 y 1849, se vio envuelta en manifestaciones de repudio por sus compatriotas dado su simpatía por Alemania durante la guerra entre ambos países, y en 1856, con sólo 37 años, abandonó la escena y se radicó en Alemania, donde fue muy notable su contribución a la enseñanza en la ciudad de Leipzip, entre 1858-1861, y en la Corte de Múnich desde 1869 hasta 1875.

En Múnich coreografió la bacanal del Tannhauser de Richard Wagner y ayudó al célebre compositor a escenificar otras óperas como El oro del Rhin (1869) y Los maestros cantores (1868).

El 4 de abril de 1907, a los 88 años, Lucile Grahn murió en Múnich, ciudad a la que le legó toda su fortuna y donde una calle aún lleva su nombre.

El estreno de Lucile está programado para el próximo día 6 de julio en la Sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba, en un programa que incluye también el ballet Celeste, y volverá a la escena los días 7, 12, 13 y 14 de ese propio mes.

Una vez más el ballet como puente de arte y amistad.