El capitalismo contemporáneo, como sistema de producción hegemónico, cuenta con la espontánea producción ideológica que implican las relaciones de producción. Pero esta, por sí misma, no es suficiente para garantizar el predominio del sistema por largos períodos de tiempo. La contradicción esencial, que ya apuntara Marx en el lejano siglo XIX, entre el carácter social de la producción y el carácter privado de la apropiación de la riqueza producida va generando también, espontáneamente, la contradicción del proletario con esas relaciones.

En la medida en que se agudizan los niveles de apropiación privada — sumado a las crisis cíclicas del capital y los modelos de desinversión y privatización de lo público que implica el esquema neoliberal—, aumenta el grado de contradicción entre las clases trabajadoras y la clase que detenta el poder en una sociedad determinada.

“El capitalismo desarrolló en el siglo XX una estructura que sería fundamental para su desarrollo posterior: los denominados think tanks o tanques pensantes”.

Como el capital no puede funcionar con otra lógica que no sea la de la apropiación privada del producto del trabajo colectivo, el propio capital debe buscar entonces fórmulas que le permitan controlar, comprender, canalizar y manipular el descontento popular. Fórmulas que, mediante manejos políticos o de otra índole, le den la posibilidad de evitar que las contradicciones entre capital y trabajo lleguen a un punto antagónico. Y también fórmulas que le permitan subvertir, y eventualmente transformar, aquellas propuestas contrahegemónicas que puedan surgir, ya sea en el seno de las sociedades centrales del capitalismo o en los núcleos periféricos.

Para poder cumplir sus objetivos el capitalismo desarrolló en el siglo XX una estructura que sería fundamental para su desarrollo posterior: los denominados think tanks o tanques pensantes.

“Su función real es mucho más abarcadora y tiene un importante vínculo con los intereses dominantes”.

El Oxford Dictionary define a los think tanks como un cuerpo de expertos que proporcionan asesoría e ideas sobre problemas políticos o económicos específicos. Desde luego, su función real es mucho más abarcadora y tiene un importante vínculo con los intereses dominantes.

El desarrollo de estas estructuras viene de la mano del ascenso de la hegemonía norteamericana después de la segunda guerra mundial. En 1945 se crea la que posteriormente se conocería como RAND Corporation (Research and Development), la cual devendría prototipo de esta clase de instituciones en el futuro. Desde su surgimiento, la RAND tuvo fuertes vínculos con el entramado militar y político estadounidense, lo cual determinó el carácter práctico e ideológico de muchas de sus investigaciones hasta el día de hoy.

Pronto los think tanks demostraron ser un elemento importante para la reconstrucción de la hegemonía global de Occidente, agrietada por sucesos como el triunfo de la Revolución Socialista de Octubre en Rusia, la segunda guerra mundial y la revolución china de 1949. Su carácter de centros orientados a la investigación con fines políticos prácticos, su aceptación de premisas básicas del liberalismo, su articulación con los gobiernos y su concatenación los han convertido en una red de estructuras clave.

Desde estos centros de estudio, que se cuentan en decenas de miles, salen muchos de los grandes filósofos, teóricos y científicos del mundo contemporáneo. Su uso eficiente de los medios de comunicación y su articulación les permite presentar sus descubrimientos, en ocasiones de naturaleza marcadamente ideológica, como asépticas verdades científicas, y sus manuales de manipulación política y golpe blando como pura ciencia politológica, lo cual los exonera de los usos que se puedan dar a sus descubrimientos.

“Tras esta vasta red de think tanks corre generoso el dinero de numerosas fundaciones, gobiernos y capitalistas privados”.

Según estadísticas del Índice Global Go to Think Tank, en 2018 en el mundo existían 7815 de estas instituciones; de ellas, alrededor del 51,4 por ciento se hallaba en Estados Unidos y Europa. Conviene resaltar que muchas de las más relevantes en Asia, África y América Latina son en la práctica meras extensiones de sus homólogas europeas o estadounidenses.

Tras esta vasta red de think tanks corre generoso el dinero de numerosas fundaciones, gobiernos y capitalistas privados, aunque muchos eluden declarar con claridad la naturaleza y origen del financiamiento que reciben. El resultado final es una malla de instituciones que sustentan a su vez toda una pléyade de centros de estudio, páginas web, revistas científicas, editoriales, etc., tras cuya aparente diversidad se esconde la homogeneidad de ser herramientas de una estructura de dominación global.

Uno de los objetivos no declarados de esta red de dominación milmillonaria es crear la sensación de que determinados presupuestos están más allá de lo ideológico; son verdades que deben aceptarse sin someterse jamás a crítica. En su amplia caja de resonancia no tiene lugar el pensamiento contrahegemónico y libertario, sino el discurso oportunista liberal repleto de abstracciones que no comprometen a nada.

En su generoso sistema de becas y oportunidades quedan entrampadas generaciones de investigadores que, a cambio de un determinado estatus y nivel de vida, sacrifican por completo cualquier posibilidad de pensamiento crítico. Así, los think tanks no solo producen pensamiento al servicio de la dominación capitalista, sino que además neutralizan cualquier foco que pueda surgir de disidencia en lo académico. Son los guardianes simbólicos de las fronteras. Sus teorías, abonadas con premios y prestigio, van permeando las academias y los académicos tradicionales, y producen generaciones de educandos con una conciencia liberal y mistificada, incapaces de llegar a una crítica radical y transformadora del orden establecido.

“En su generoso sistema de becas y oportunidades quedan entrampadas generaciones de investigadores”.

La red de think tanks combina entonces con sus tareas de naturaleza política las de creación de un ecosistema intelectual para la hegemonía del capitalismo. Su articulación con otros sectores de la dominación simbólica del capital, fundamentalmente con las industrias culturales, ha permitido neutralizar potenciales focos culturales antisistema y llevarlos a posiciones manejables en el seno del mismo. Igual ha pasado con la producción de una izquierda incapaz de oponerse realmente al capital, o con la asimilación de movimientos que luchan por los derechos de las minorías. Así, el racista, machista, homófobo (y un largo etcétera) capitalismo contemporáneo ha logrado autopresentarse como todo lo contrario, y contar en el seno de estos movimientos con furibundos defensores.

Este control hubiera sido mucho más difícil para el sistema si no hubiera contado con la producción intelectual que, desde el criterio de expertos formados en prestigiosos institutos, acabase llevando estos movimientos a posiciones tras cuya aparente libertad se oculta la más completa sujeción.

El mercado de ideas que defienden estas instituciones no es más que la libertad de los ricos y poderosos de comprar discursos y saberes para sustentar posiciones más allá de toda ética, para lavar el rostro a las esencias mismas del sistema. Por eso fallan en denunciar, explicar y proponer soluciones para problemas como el cambio climático, la desigualdad creciente, el hambre o el visible ascenso del fascismo en numerosos países. La solución real de estos problemas implicaría la superación del orden de cosas que los produce. Algo impensable para el modelo de pensamiento domesticado que estos centros sostienen.

Convendría, antes de concluir, hacer énfasis en los riesgos que implica para el sur global, y en particular para Cuba, la asimilación acrítica de la profusión de teorías, filosofías y un prolongado etcétera de productos intelectuales que provienen de estos núcleos ideológicos del capitalismo contemporáneo. No hay que ser alguien demasiado avisado para ver cómo se han impuesto estas nociones y se reproducen profusamente en clases y artículos, sin someterlos al menor ejercicio de la crítica. Estamos produciendo así los asalariados domésticos que el capital necesita. No puede sorprendernos que una generación educada bajo esas teorías tenga una visión en esencia liberal del mundo en que vive.

“Ante las redes de araña del capital, debemos crear nuestras propias redes de resistencia”.

El primer ejercicio de resistencia efectivo contra esta ofensiva articulada que dura ya décadas es articular nosotros también, desde el pensamiento crítico, frentes de resistencia simbólica que nos permitan ir desmontando, una por una, las premisas sobre las cuales se sustenta su discurso ideológico; algo que ya han venido haciendo muchos de los más grandes intelectuales y revolucionarios latinoamericanos, en ocasiones en una casi completa soledad. Ante las redes de araña del capital, debemos crear nuestras propias redes de resistencia.

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