A punto de iniciarse los  Juegos Olímpicos de París 2024 y de hacer realidad la Ciudad Luz su tercer compromiso como sede de unos juegos estivales —aun cuando haya pasado justamente un siglo desde los últimos que acogieron— proponemos a los lectores hacer justicia a quienes fueron los primeros atletas olímpicos cubanos y rogamos observe que aludimos a “atletas”, es decir, competidores en las disciplinas de campo y pista, por lo que no incluimos al multicampeón olímpico de esgrima y gloria de Cuba Ramón Fonst.

El primero de tales atletas se nombró Félix “El Andarín” Carvajal, hoy día nimbado por la leyenda. De oficio cartero, El Andarín se propuso competir en las III Olimpíadas de San Luis, en 1904. Lo primero que hizo fue costearse el pasaje hasta la distante ciudad del estado de Missouri, adonde arribó exhausto. A la línea de arrancada de la carrera de maratón, la más exigente de las pruebas y que no se realizó en la mañana, se presentó con los pantalones recortados sobre la rodilla, calzado en mal estado y con el semblante desencajado por las muchas horas sin probar alimento. No era propiamente la mejor imagen de un deportista, y menos la de un corredor de fondo.

Félix “El Andarín” Carvajal, hoy día nimbado por la leyenda.

A la dureza de la prueba —42 kilómetros— incorporaron los organizadores otras pruebas adicionales: buen calor, ondulaciones del terreno y hasta áreas carentes de adecuada pavimentación. El cubano no se amilanó, dejó atrás kilómetros sin cesar y encabezó buena parte de la carrera. Confiado en la ventaja y tentado por el hambre, se desvió para tomar unas manzanas verdes que devoró entusiasmado. El resultado no se hizo esperar. Los cólicos le demudaron el rostro y más de una vez abandonó la ruta para evacuar el vientre. Al incorporarse, ya tres corredores lo superaban. Félix el Andarín Carvajal entró cuarto a la meta. De haberse sido justos se le hubiera clasificado oficialmente como tercero y medallista de bronce, pues uno de los maratonistas que lo antecedió fue sostenido por los hombros los últimos metros para que cruzara la meta, lo cual implicaba su descalificación, mas esto no sucedió. Fue no obstante, el campeón de la tenacidad y la vergüenza, aun cuando regresara sin la medalla.

Veinticuatro años después, en las IX Olimpíadas de Ámsterdam 1928, un cubano, único representante y abanderado, nos hizo soñar. Se trató de José Pepe Barrientos, sobrenombrado “el relámpago del Caribe”, quien por entonces era uno de los mejores corredores de cien metros planos del mundo, con tiempos de nivel internacional. Barrientos (tan guapo como El Andarín y carente de apoyo oficial alguno) ganó un primer heat eliminatorio pero llegó cuarto en el segundo y fue eliminado.

Un tercer representante olímpico lo fue Rafael Fortún, quien asiste a los XIV Juegos Olímpicos de Londres 1948 y a los XV Juegos Olímpicos de Helsinki 1952. El suyo es otro caso de deportista “heroico”, pues el camagüeyano Fortún es trabajador de Obras Públicas. Son muy dignos sus desempeños olímpicos: alcanza las semifinales en 100 y 200 metros planos en una y otra cita estival y se codea entre los mejores del mundo.

Rafael Fortún, quien alguna vez fuera trabajador de Obras Públicas, llegó a codearse con las más grandes figuras del atletismo mundial.

Nuestra cuarta gran estrella del atletismo internacional es una mujer, Bertha Díaz, La Gacela de Cuba. Fue la primera cubana en unos Juegos Olímpicos: Melbourne 1956, y asistió además a los de Roma 1960. Bertha tuvo una carrera deportiva prolongada y durante más de una década nadie le discutió su condición de mejor deportista cubana. Ganó y perdió ante las mejores vallistas del mundo y en 1963 igualó el record del orbe en los 80 metros con vallas.

Llega el turno de Enrique Figuerola, El Fígaro como la prensa solía llamarle. Fue un corredor sencillamente excepcional. En las Olimpíadas de Roma 60 arribó cuarto a la línea de sentencia en la final 100 metros y en Tokio 64 nos dio la inmensa alegría de conquistar la medalla de plata y condición de subcampeón olímpico de los 100 metros. ¡Cayó con él la primera medalla olímpica del atletismo cubano! ¡Hurra!

Fuera ya del marco temporal de nuestro trabajo, apuntemos que en México 68, el Fígaro ganó una segunda medalla de plata olímpica como integrante del relevo de 4 x 100 metros y que en la misma cita, las damas del 4 x 100 aportaron también un subtítulo olímpico.

A partir de entonces comenzó a escribirse otra historia, esta vez con tintes dorados.