Pedro de Oraá (La Habana, 1931) es un hombre de la cultura cubana. Primero fue conocido como poeta (El instante cernido, 1953), y luego mayoritariamente aceptado por entendidos y críticos de artes visuales como uno de los más altos exponente del concretismo en Cuba, variante de la abstracción que irrumpe en nuestro país por los años cincuenta del pasado siglo. Pero hay más: ha sostenido a lo largo de los años una feraz labor como diseñador gráfico y como crítico de arte; también a él se deben algunas memorables traducciones de poetas búlgaros al español.
No voy a cometer la tontería de señalar en cuál actividad Pedro se ha desenvuelto con más felices resultados. Eso lo dirá “el implacable”. Sin embargo, pienso que aún no se le ha reconocido del todo, y que ya es hora de que ese socarrón “maestro” con que nos saludamos los cubanos, sea dicho seriamente en su presencia.
En 2015 se le concedió el Premio Nacional de Artes Plásticas, galardón a la obra de toda una vida. Ahora haría falta una cuidada reedición de su obra literaria, conformada por más de una decena de títulos.
Pedro es hermano del poeta Francisco de Oraá (Premio Nacional de Literatura de 1994) y del diseñador gráfico Rolando de Oraá. También es tío del artista Flavio Garciandía. Aprovechando la ocasión de que el Museo Nacional de Bellas Artes abrió sus puertas para la exposición Abstractivos, compartimos con nuestros lectores este intercambio con un ser al que le ha sido negado el mal gusto: todo su trabajo destila refinamiento, meticulosidad, equilibrio.
¿Cómo explicas el hecho de que la tuya haya sido una familia de artistas?
He buscado las causas de esta “hermandad peculiar” en nuestra genealogía inmediata sin hallar respuestas convincentes, salvo que mi madre, ama de casa, escribía versos y los ocultaba, quizá por considerarlo una manifestación vergonzosa; y mi padre era sastre, noble oficio que, a fin de cuentas, clasifica como arte sartorial. Lo inexplicable está en el hecho lamentable de la separación de Francisco, con dos hermanas nuestras, del núcleo familiar, enviados a vivir al poblado de Caibarién junto a los tíos paternos, pues el único salario que nos cobijaba bajo techo no era suficiente para sostener seis hijos. De tal modo, Francisco se crió en esa especie de destierro y la escisión emocional de parte de los suyos lo marcó para siempre. A pesar de gravitar sostenida distancia entre nosotros, ¿qué misterio genético nos identificaría por afines inquietudes?
¿Podrías fijar el punto en que descubres la poesía, en cualquiera de sus formas?
En un principio la poesía se nos muestra como una energía inefable y la intuimos en cosas y sucesos que, por su presencia, dejan de ser ordinarios. Pero a veces se enrarece cuando queremos descifrarla con la inteligencia.
¿Qué surgió primero, el poeta o el artista visual? Si te vieras forzado a elegir una de las dos actividades para su ejercicio exclusivo, ¿cuál sería?
Ante tal disyuntiva, tengo la solución pertinente: las convertiría en un híbrido, contentivo de sus materias nada antagónicas, algo así como la escritura eminentemente gráfica de la llamada poesía concreta –recordemos que la intelección de la poesía escrita es una práctica visual. No habría mejor elección: en mí, pintura y poesía emergieron en estado de reciprocidad.
¿Cómo era ser poeta cubano en la década de los cincuenta del pasado siglo?
Ser poeta en una época que se tornaba convulsiva parecería de una gratuidad imperdonable. Nuestra generación, sin embargo, interpretó la realidad en sus planos más hostiles y complejos. Ahí están los testimonios de la mayoría de sus miembros. El concepto de responsabilidad como ser social por añadidura, fue esencial en la experiencia adquirida desde el difícil rol del poeta.
¿Cómo y cuándo publicaste tu primer texto literario?
Mis poemas tempranos aparecieron en varios números de la revista Orígenes, gracias a la atención de mi contertulio en el cafetín Las Antillas, Agustín Pí, afiliado silencioso al grupo origenista, que se los entregó a José Rodríguez Feo, coeditor de la publicación con Lezama Lima. Verme en las páginas de esa revista literaria cubana, cuyo prestigio en Latinoamérica tuvo un alcance indiscutible, significó un estímulo para seguir y superarme.
Preséntanos al joven Pedro de Oraá. ¿Queda algo de él en ti?
Creo haber cambiado muy poco a través de los años. Pero las contingencias de la vida actual me hacen olvidar con frecuencia al sujeto que fui y que otro ha querido siempre ser…
¿Qué piensas de la tradición poética cubana? ¿Te sientes parte de esta? ¿Hubieras preferido ser un poeta de “otro lugar”?
¿Siglo XIX…? ¿Y siglo XX? No se puede eludir una determinada dependencia con la tradición establecida: aunque lo refutaras en voz alta, ya perteneces a ella inconscientemente. Y perteneces también por fatalidad geográfica a tu lecho natal. Esos poetas que escriben en francés o inglés, a espaldas de su raíz hispánica, parecen residir en tierra de ninguna parte.
A la distancia, ¿qué opinas del Grupo Orígenes? ¿Crees que se ha entendido en toda su dimensión la obra y la personalidad de Lezama?
Cuando Cintio Vitier publica en 1948 su antología Diez Poetas Cubanos, habían transcurrido cuatro años de la aparición de la revista Orígenes, pero aquella recopilación de los supuestos integrantes del grupo homónimo, a pesar de la pluralidad de voces sin una convergencia de miradas y estilos unánime, sirvió para fraguar la imagen y corporeidad presumibles en la definición de grupo. Y señalo esta insuficiencia de un patrón identitario, pues no todos observaban la retórica insuperable de Lezama. Es a él a quien se debe esa magnífica convicción de que la Poesía juega un papel fundacional en la Historia: la magnitud de esa idea sí pudo instrumentarse como impulsión unitaria de grupo.
Para entender la obra de Lezama en todo su alcance, hay que arrumbar su característica resistencia y no disponemos a un tiempo de las siete llaves…
Entre los poetas que has conocido, ¿a cuáles has admirado más? ¿Cuáles te llamaron más la atención por sus personalidades?
¿Conocidos por su escritura o por su persona? A Martí; por supuesto, a Lezama; de otras latitudes y siempre actuales, a Vallejo, el Neruda de Residencia en la tierra; a Saint John Perse; al remoto Yunus Emre… Y detesto profundamente (perdónenme los origenistas) la persona de Juan Ramón Jiménez.
Imaginemos un equipo de béisbol todos estrellas. Nombra la novena y su orden al bate. ¿Quién sería el pitcher, quién sería el mánager? Dado que incluyeras a Julián del Casal, ¿en cuál base o posición del campo lo pondrías?
Fui pésimo de muchacho en el béisbol. Dispénsenme la confección del equipo: no me da la cabeza para cubrir este irrisorio estrellato de literatos; eso sí, a Casal lo remitiría permanentemente al bull pen: nunca vería la bola, ni caída al terreno.
Una vez escuché decir a un crítico que la llamada Generación del 50 era muy coral, que resultaba difícil distinguir una voz de otra. ¿Qué piensas de esa afirmación? ¿Cómo rebatirías ese argumento?
En verdad ese crítico no ha leído la poesía de la Generación del 50. Si algo la caracteriza es su disparidad.
¿Dónde estaba, qué hacía Pedro de Oraá el 1ro de enero de 1959?
En la multitud, con el alba. Loló [1], su hija y yo nos lanzamos a la calle, enarbolando la bandera del 26 que teníamos a recaudo… Pensé que las vidas de todos reaccionarían en un vuelco drástico de nuestros destinos.
¿Crees que el poeta ocupa el lugar que le corresponde en la sociedad cubana actual?
El poeta es la época y la sociedad que ocupa. Sin ser un oráculo, puede ver más adelante que su prójimo. No siempre la sociedad lo ve a él.
En un ejercicio de abstracción y reduccionismo, examinemos someramente a esa construcción que llamamos “el cubano”. ¿Qué cualidad positiva exaltarías de ese arquetipo? ¿Cuál es el rasgo que más rechazas?
Para ser, “el cubano” es “lo cubano” y —digámoslo con el aserto de Vitier— lo cubano está haciéndose —rehaciéndose— constantemente. Es la interacción entre realidad o existencia social e individuo lo que lo determina. ¿Acaso su movilidad es regresiva cuando no progresiva? Deploro la vulgaridad galopante que hoy lo ensombrece. En su afán entrañable de libertad, halla su claridad.
¿Qué es la patria? ¿Hace falta la patria? ¿Te consideras patriota?
País, estado, nación, patria (en este orden)… El concepto de patria está supeditado a una noción dinámica y se invoca en emergencia de amenaza a su integridad territorial por fuerzas foráneas —o internas—, accionando los resortes emotivos del sentido de pertenencia. Eso la hace necesaria. A veces se convoca para fines de contingencia que no constituyen puntalmente su salvaguarda. ¿Se es patriota por convicción? Creo serlo por naturaleza.
¿Para ser poeta hace falta lucidez?
Sí, pero no la lucidez de la razón, sino la distinta de la poesía: la iluminación (para Rimbaud sería la frecuencia de la revelación).
¿La visión poética del mundo acompaña o pesa?
La visión poética del mundo gravita, pero no pesa; acompaña, pero no permanece: también la prosa del mundo ocupa en nosotros un lugar.
¿Tienes una definición personal de poesía?
Es indefinible porque es inasible: “Ah, que tú escapes…”
Has vivido una existencia larga y fértil. ¿Cuál ha sido tu más dolorosa equivocación?
No apartar a tiempo los fantasmas de la timidez.
¿Cuál el más notable de tus aciertos?
Desoír los diez mandamientos y cumplir otros tres: el árbol, el hijo, el libro.
¿Los poetas son seres complicados? ¿Por qué?
Complejos, complicados. El universo lo es…