Los peloteros mambises (I)

Félix Julio Alfonso López
25/2/2021

Para el coronel René González Barrios,

pelotero y mambí del siglo XXI.

 

 

Un puñado ilustre de peloteros cubanos del siglo XIX abrazaron la causa independentista, ya fuera como conspiradores, laborantes o como soldados y jefes del Ejército Libertador en la guerra de 1895. Emilio Sabourín y del Villares fue quizás el más conocido de todos ellos y el paradigma del jugador de pelota anticolonialista, pero no es el único, también lo fueron Carlos Maciá, Alfredo Arango, Ricardo Martínez, Ramón Hernández, Ramiro Mazorra, Víctor Planas, Francisco Alday, Pedro y Leopoldo Matos, Enrique y Nicanor Ovares, Ignacio, Nilo y Ubaldo Alomá Ciarlos, Alejo Casimajov Hernández, Juan José López del Campillo, Orfilio Esteban Lombard, Gustavo Aróstegui, Manuel y José Dolores Amieva, Eduardo Machado y Ricardo Cabaleiro.

Carlos Maciá, el más importante de los jugadores de pelota habaneros que se incorporó a la guerra de 1895.
Fotos: Cortesía del autor

 

Es un hecho que existió suspicacia del poder colonial español contra el béisbol, tanto por su origen estadounidense como por el talante democrático que representó en el discurso contracultural de los jóvenes criollos, lo que ha quedado registrado en varios argumentos, como el del primer historiador del béisbol, el pelotero almendarista Wenceslao Gálvez, que afirma que en Cárdenas “un agente de la autoridad, creyendo haber descubierto una conspiración, sorprendió un plano del terreno que tenían los organizadores, pretendiendo que dicho plano pertenecía a la estrategia militar separatista. Afortunadamente un superior había visitado los Estados Unidos y disipó el error del personaje”.[1] Asimismo, en Cárdenas un diario integrista publicó una gacetilla acusando al club Anacaona de Remedios de sociedad antiespañola, por el nombre indígena de dicha sociedad.[2] Incluso un elemento como el color de los trajes también fue objeto de sospecha, como en el caso del club Habana, originalmente azul y blanco en su vestimenta y al que “los intransigentes exaltados le pusieron la proa (…) primero por su procedencia y después porque el azul y el blanco era el emblema de la bandera separatista”.[3]

Aunque los ejemplos expuestos de la desconfianza colonialista hacia el juego de pelota pudieran parecer algo exagerados, no cabe duda de que su simbología era claramente antiespañola, y de igual modo se recogen informaciones de su utilización como fachada para realizar tareas conspirativas. De este último cariz es el testimonio de la relación entre el músico Miguel Faílde con el doctor José Dolores Amieva, quien alcanzaría los grados de coronel en la guerra de 1895, y otros laborantes matanceros, quienes:

A fin de ocultar las verdaderas actividades a que se dedicaban, se reunían pretextando fiestas, bailes, juegos de pelota y hasta ritos religiosos. Así, los lunes se reunían en el Palmar de Junco para jugar a la pelota tres teams: “La Liebre”, “El Gato” y “El Ratón”, constituidos por uno o dos profesionales de la pelota cada uno y el resto por particulares, por lo general complotados, que una vez terminado el juego iban a comer y a divertirse en alguna casa determinada.[4]

También en esta dirección destaca el parecer del expelotero y médico Juan Antiga, quien sostiene lo siguiente:

Hubo un tiempo en nuestro país que la simple demostración de amor y simpatía a los ejercicios físicos que nos venían del Norte se tomó como desafección a la madre patria o tendencia invencible a la anexión, y lo ratificaban con su oposición y desconfianza las autoridades coloniales, que con certero instinto y sagacidad probada se percataban de los móviles inmediatos, de los peligros futuros que tales ejercicios pudieran determinar a una juventud, a la que se le cerraban todas las puertas, exceptuando las del cielo y las de la cárcel.[5]

Pelotero almendarista Wenceslao Gálvez.
 

Según Antiga, el béisbol actuó como un catalizador emocional en la sociedad cubana, que respaldó el sentimiento patriótico con su influencia “sobre las multitudes enardecidas por la contemplación de las nobles luchas en pro del triunfo de un emblema, un color, la sonrisa de una mujer, el aplauso de un público partidario, preparadas por aquella hermosa propaganda a través de un país cansado ya de ser esclavo”, y agrega que:

Así se explica también cómo llegó a los campos de la revolución aquel brillante contingente de peloteros, procedentes de todas las clases sociales, que rindieron tan buena cuenta en el balance de los heroísmos sin número, unos cayendo en ruda pelea frente al enemigo, otros regresando cargados de laureles y vanagloriándose de su origen, como si se hubieran formado de una cepa de nobleza autóctona que acreditara con la leyenda la importancia de la hazaña, y otros, a la orilla de sus pueblos nativos, sacrificados por infames y criminales, dejando estela gloriosa de su colaboración en la gran causa de sus amores y nombre imperecedero entre sus conciudadanos, que aun los lloran, comentando sus insuperables scores.[6]

Para Antiga, el más notable ejemplo de un pelotero que puso su pasión deportiva al servicio del patriotismo fue Emilio Sabourín y del Villar, y ya en la República propuso que se le erigiera un monumento donde lo acompañarían los nombres de todos los beisbolistas que marcharon a la manigua: “muchos de ellos impulsados por su prédica, que allí probaron con la donación de sus vidas el temple de su alma, forjadas al calor de las prácticas para los juegos y de las frases estimulantes y entusiastas de los maestros directores”.[7] El propio Antiga, aunque no se incorporó a las filas mambisas en la manigua, actuó como correo de Martí en varias ocasiones llevando mensajes a la Isla, y según sus palabras: “la sugestión de sus palabras determinaron más que otras causas mi modesta actuación revolucionaria”.[8]

Sabourín nació en La Habana el 2 de septiembre de 1853, hijo del ingeniero francés Claudio Esteban Sabourín y la cubana Emilia del Villar. Como muchos miembros de su generación se educó en los Estados Unidos, graduándose de comercio en Washington. Regresó a Cuba en 1868, trabajó como agente aduanero y estuvo entre los fundadores del Habana BBC. Como jugador participó en siete campeonatos oficiales entre 1878 y 1887. También dirigió este conjunto y se proclamó campeón en las temporadas de 1888-89, 1889-90 y 1891-92. Además de buen jugador y director, fue apreciado como árbitro. Su estilo de dirección se caracterizaba por la disciplina, la inteligencia y el rigor en los entrenamientos, aunque mantenía fraternales relaciones con los jugadores. Sus ideas políticas favorables a la independencia se formaron desde su juventud, pues sus padres y familiares fueron laborantes durante la Guerra Grande. Ya en su madurez, relata Antiga: “Sabourín (…) tenía como una idea fija: la ilusión de la independencia de Cuba (…) su conversación giraba siempre alrededor de ese tema, demostrándonos que la necesidad del ejercicio físico y de la educación moral era las únicas bases para lograrlo”.[9] Fue un activo conspirador en los inicios de la revolución del 95 y según algunos biógrafos, una de sus acciones más arriesgadas fue brindarle albergue en su casa, sede del club Habana, al general José Lacret Morlot, quien había llegado a la ciudad escondido en la carbonera de un vapor estadounidense.[10]

Una vez iniciada la contienda, desplegó una intensa labor de acopio de municiones y armamento para enviarlos al campo de batalla. De acuerdo a los documentos del juicio celebrado en 1896, varias personas, incluido Sabourín, sustraían municiones de la pirotecnia militar a través de dos mecánicos del lugar, por lo que se les acusó de “hurto como medio necesario para cometer el más grave de auxilio a la rebelión, cuya pena debe aplicarse en su mayor extremo”.[11]

La condena impuesta, revocada la sentencia capital del Consejo de Guerra, fue de veinte años en la colonia penitenciaria de Ceuta. En el presidio africano, Sabourín compartió los rigores del encierro con Juan Gualberto Gómez, quien dejó un emocionado testimonio de la entereza y gallardía del antiguo beisbolista. Minado su cuerpo por una pulmonía doble, falleció el 5 de julio de 1897 quien, al decir de Juan Gualberto: “Había amado entrañablemente, y casi por igual, estas tres cosas: el Base Ball, su familia y su patria”.[12]

El más importante de los jugadores de pelota habaneros que se incorporó a la guerra de 1895 fue Carlos Maciá Padrón, pero entre sus pariguales estuvieron también Ramón Hernández y Alfredo Arango, compañeros y amigos de Carlos en las filas almendaristas y miembros de los jóvenes tacos que se reunían en la Acera del Louvre. Su incorporación a la Revolución de 1895 se produjo como miembro de la primera expedición del vapor Three Friends, que bajo el mando del coronel Enrique Collazo desembarcó por Varadero, Matanzas, el 19 de marzo de 1896. Estuvo bajo las órdenes de varios jefes como los generales José Lacret Morlot, Juan Delgado y Lope Recio. Entre los cargos que desempeñó en la manigua estuvo el de jefe de los asuntos jurídicos en el Estado Mayor de la 1ª División del 5º Cuerpo de Ejército. Fue herido en combate en una ocasión. Terminó la guerra con los grados de coronel y se licenció el 24 de agosto de 1898.[13]

Ramón Hernández.
 

Ramón Hernández participó en nueve temporadas de la Liga General de Base Ball de la Isla de Cuba con el Almendares. También actuó como árbitro de la Liga, a partir de la temporada de 1885. Justo Carrillo lo llamaba “el joven viejo”, y añade: “fue valiente en la guerra y es, como eran también sus compañeros, caballeroso y correcto en la paz”.[14] Alfredo Arango tuvo una vida deportiva corta, apenas dos años con el club Almendares en las temporadas de 1885-86 y 1886-87. Fue un excelente bateador y buen fildeador. Como ejemplo de su identificación con la causa independentista, El Fígaro del 7 de abril de 1895 ponía, al lado de la imagen de José Martí, una fotografía de Alfredo Arango, considerado uno de los dirigentes de la insurrección. Desde marzo Arango se había levantado en armas en Aguada de Pasajeros, y poco tiempo después su partida fue dispersada y hecho prisionero. Desterrado a España, escapó a Estados Unidos, donde sobrevivió al naufragio del vapor J. W. Hawkins en enero de 1896. Semanas más tarde embarcó en la expedición del vapor Bermuda bajo las órdenes del general Calixto García, que desembarcó por Baracoa en marzo de 1896. Fue ayudante de campo de García desde mayo de 1896 hasta el fin de la guerra. Terminó con los grados de coronel y se licenció el 24 de agosto de 1898.[15]

 

Notas:
[1] Wenceslao Gálvez, El Base Ball en Cuba. Historia del Base Ball en la Isla de Cuba, sin retratos de los principales jugadores y personas más caracterizadas en el juego citado, ni de ninguna otra. Habana, Imprenta Mercantil de los Herederos de Santiago S. Spencer, 1889, p. 88.
[2] Ídem, p. 95.
[3] Ibídem.
[4] Osvaldo Castillo Faílde, Miguel Faílde, creador musical del danzón, Habana, Editora del Consejo Nacional de Cultura, 1964, p. 49.
[5] Juan Antiga, “Los precursores del Sport”, Escritos políticos y sociales III, Madrid, Talleres Espasa-Calpe, S. A., 1931, p. 213.
[6] Ídem, p. 215.
[7] Ídem, p. 216.
[8] Juan Antiga, “Cómo conocí a José Martí”, op. cit., p. 244.
[9] Ídem, p. 227.
[10] Emilio Roig de Leuchsenring, “Homenaje nacional a Emilio Sabourín y del Villar, esclarecido libertador y deportista”, Carteles, La Habana, 24 de mayo de 1953, pp. 64-66
[11] “Cuaderno por rebelión contra José de la Rosa, Enrique Dolé, José Nicolás Guerrero, Manuel Guerrero, Julián Álvarez, José Fonticola, Antonio Capablanca y Emilio Sabourín del Villar”, Archivo Nacional de Cuba, Asuntos Políticos, leg. 91, no. 38.
[12] Emilio Roig de Leuchsenring, op. cit, p. 65.
[13] Diccionario enciclopédico de historia militar de Cuba. Primera parte (1510-1898). Tomo I. Biografías, La Habana, Ediciones Verde Olivo, 2004, p. 234.
[14] Justo Carrilllo Morales, Expediciones cubanas, Habana, Imprenta y Papelería de Rambla, Bouza y Ca., 1930, p. 183.
[15] Diccionario enciclopédico de historia militar de Cuba. Primera parte (1510-1898). Tomo I. Biografías, La Habana, Ediciones Verde Olivo, 2004, p. 38.