Por circunstancias estrictamente laborales conocí personalmente al maestro Pompeyo Audivert. Sabía la aureola casi mística que había dejado su estancia anterior en La Habana del año 2005, cuando lo invitó Casa de las Américas. Pompeyo vendría nuevamente a Cuba, a la Sala Covarrubias del Teatro Nacional, para ofrecer un taller los días 28 y 29 de junio y funciones los días 30 del propio mes y el 1 y 2 de julio de 2023. El taller sería Clínica de Actuación “Teatro de la fuerza ausente” y las funciones, Habitación Macbeth, versión para un actor del original de William Shakespeare.
Por los medios y las redes sociales fueron convocados actores y actrices profesionales. Era imprescindible que llegaran a las sesiones del taller después de estudiar el texto El piedrazo en el espejo: teatro de la fuerza ausente, libro donde el maestro expone su manera de concebir el teatro. También se distribuyeron cuarenta poemas de Olga Orozco. Se les solicitaba a los participantes aprenderse algunos versos seleccionados por ellos mismos. Y también, llevar vestuario de otras épocas, ropa antigua o pasada de moda que no se usara en la actualidad.
Pompeyo Audivert demostró maestría absoluta a la hora de pedirle al pupilo, de la procedencia que fuera, lo que necesitaba extraerle para avanzar.
El texto, los poemas y el vestuario, crearon mucha expectativa entre los matriculados en el taller. Esto incluso provocó que algunos lo abandonaran. Los actores y actrices eran de diversas formaciones, algunos egresados de la Universidad de las Artes (ISA), o de la Escuela Nacional de Arte (ENA).
También había instructores de arte y humoristas. Unos muy conocidos, otros no tanto, pero en todos los que asistieron primó el interés por aprender. Pompeyo Audivert por su parte, demostró maestría absoluta a la hora de pedirle al pupilo, de la procedencia que fuera, lo que necesitaba extraerle para avanzar.
Realmente, el conocimiento previo del texto teórico ayuda mucho al buen desempeño de los actores en la Clínica de Actuación. Para algunos fue difícil y solo con el ejercicio práctico fueron aclarándose conceptos. Además, el uso de los vestuarios antiguos solo tenía la intención de dejar el mundo real afuera, como una piel de cotidianidad que se quita y se pone.
Olga Orozco fue una actriz y escritora argentina que nació en 1920 y murió en 1999. Aunque tuvo un desempeño destacable en el teatro de su país, sin dudas, es por su poesía que pasa a la posteridad. Ella es una de las grandes poetas del siglo XX con una marcada filiación surrealista. Publicó mucho y recibió premios; fue querida. Por eso Pompeyo, en algunos momentos, indicaba a los actores que dejaran salir sus versos, para que toda esa espiritualidad no mundana inundara el escenario del taller.
“Vincular lo sagrado a lo poético y lo profano a lo histórico nos revela la naturaleza del propio arte escénico”.
Sobre un cuadrado marcado en el piso, o en una cama, o en una mesa y su silla, los actores improvisan corporalmente. Ellos van de una pauta espacial a otra en solitario o en grupos de a dos o de a tres. Con la palabra o con el toque puntual de su mano, el maestro indica otras pautas y objetivos. Pide el movimiento lento, lentísimo, mantener la dinámica y cambiar de niveles, o viceversa. Se logran situaciones corporales que se marcan y se les añade la palabra, el verso de la poeta o el grito que emerge. Después, sentados alrededor del maestro, lo inundamos a preguntas que siempre responde. Yo noto que las respuestas están en el libro, que al fin aprehendemos.
Estoy acostumbrado a ver este trabajo compositivo en la generación de las obras danzarias. Y lo asimilo como una muestra del teatro total, de la esfericidad escénica. La tensión entre lo sagrado y lo profano a la que dedica un acápite el maestro en su texto, aquí se nos manifiesta a plenitud. Vincular lo sagrado a lo poético y lo profano a lo histórico nos revela la naturaleza del propio arte escénico.
Pompeyo Audivert dice en su libro: “…Esa identidad alterna imprecisable está implicada en la estructura formal del teatro, la estructura misma es una máquina sagrada cargada de presentimientos aún antes de volverse profana, antes de revestirse con alguna apariencia del mundo para desencadenar el pulso sacro-profano del rito teatral…”
La escena toda es esa tensión entre lo sagrado y lo profano. Que el teatro no sea representación o mímesis del mundo circundante no quiere decir que no esté, quiere decir que lo importante no es el reflejo del espejo, sino el modo en que lo rompemos. No obstante, me queda claro que esa ruptura es aparente y cuando ocurre se han multiplicado los reflejos.
“Que el teatro no sea representación o mímesis del mundo circundante no quiere decir que no esté, quiere decir que lo importante no es el reflejo del espejo, sino el modo en que lo rompemos”.
Es la multiplicación de los reflejos lo que posibilita un unipersonal como Habitación Macbeth. Se estrenó el sábado 27 de marzo del 2021 en Buenos Aires con protocolo pandemia, distanciamiento físico y nasobucos o barbijos. Primero con el 30 por ciento de la sala, después con el 50, el 70, y a partir de ahí a sala llena siempre en todos los lugares donde se ha presentado.
Esta obra fue generada en la pandemia, en la habitación de confinamiento. Por eso los personajes residen en un solo cuerpo, el del actor, y por eso es tan difícil precisar en el texto, donde empieza Shakespeare y donde Pompeyo. Es una totalidad que justifica cada premio obtenido.
Habitación Macbeth no es solo una función; es, para todos los que pasamos el taller, el final de la Clínica de Actuación “Teatro de la fuerza ausente”. Cuando terminó la presentación del domingo, esa extraordinaria actriz y tallerista Yaité Ruiz, me dijo: “¡cuántas preguntas quisiera hacerle ahora a Pompeyo!” Yo, cada vez que una función acababa, tenía una sensación muy extraña, algo me afectaba, algo había cambiado en mí. Y estoy seguro de que no es la historia sino la poesía. Lo sagrado que brota del cuerpo teatral en su ciclo ancestral de supervivencia profana.
Tener la posibilidad de darle un abrazo a ese gigante que es Pompeyo Audivert, compartir con el músico Claudio Peña y con la siempre dispuesta Mónica Goizueta, son los grandes privilegios que me ofrece el oficio.