Hoy es un día luminoso para la cultura cubana. Tengo el privilegio de presentar en esta emblemática librería Tuxpan, enclavada en el corazón de La Habana, un conjunto de ensayos de excepcional calidad recogidos en un libro que todo amante del arte y la cultura debe poseer en su biblioteca.

Pero antes de referirnos al libro que hoy nos atañe, me gustaría hablar brevemente de su autor, el Doctor Rafael Acosta de Arriba. Sin dudas estamos hablando de uno de nuestros mejores ensayistas, escritor temerario que nos reta a través de conocimientos que hemos dado por sentados. Y pregunto: ¿Quién no conoce a Carlos Manuel de Céspedes, el iniciador de nuestras luchas independentistas, el Padre de la Patria? Es de suponer que todos. Pero si leemos el último libro publicado por Acosta de Arriba sobre el eminente patriota observaremos la orfandad de nuestras nociones de la historia, aquella que nos toca más de cerca. La obra escrita y el pensamiento de Carlos Manuel de Céspedes son casi desconocidos por la mayoría de los cubanos. Este libro de Rafael Acosta nos convoca a la humildad. Por tal motivo recomiendo enfáticamente la lectura de Los silencios quebrados de San Lorenzo, investigación enjundiosa y al mismo tiempo de grata lectura que nos permitirá conocer a cabalidad la vida y obra de un hombre admirable, Carlos Manuel de Céspedes.

“¿Qué lector cercano a la poesía o al arte no conoce a ese mexicano universal que es Octavio Paz?”

Al referirnos al libro que presentamos hoy, Los signos en mutación, Acosta de Arriba nuevamente desafía nuestra cultura porque, ¿qué lector cercano a la poesía o al arte no conoce a ese mexicano universal que es Octavio Paz? Premio Cervantes en 1981, merecedor del Premio Nobel de Literatura en 1990, Paz es sin dudas uno de los grandes poetas de habla hispana de todas las épocas. Sin embargo, ya en las primeras páginas de este libro queda esclarecida la escasa bibliografía publicada en Cuba sobre este inmenso escritor, orgullo de nuestra América. Sin embargo este pálido reflejo de su literatura en nuestro contexto, inexplicable desde todo punto de vista, no eclipsó el interés del escritor. Por el contrario, su avidez de expandir su conocimiento se hizo mayor hasta fructificar en la publicación que presentamos hoy. Con el libro de Acosta de Arriba se salda una deuda contraída por la intelectualidad cubana con uno de los paradigmas de la lengua castellana.

El doctor Rafael Acosta es, entre otros méritos intelectuales, un sobresaliente historiador. Como tal conoce la importancia de los años juveniles de las grandes figuras como Carlos Manuel de Céspedes u Octavio Paz. Es por eso que nos introduce en los primeros devaneos intelectuales del joven Paz, en su ensayo “Los comienzos de una obsesión”, de imprescindible lectura para comprender mejor los textos que vienen a continuación. Aquí apreciaremos aquellos aspectos iniciales que consolidaría más adelante el eminente escritor mexicano en su madurez. Por ejemplo, refiriéndose a la vida cultural del centro histórico de esa increible urbe que es Ciudad México, un Paz maduro reflexiona sobre sus años juveniles y evoca: “Allí pude ver por primera vez, con horror y pasmo, la escultura precolombina. La admiré sin entenderla: no sabía que cada una de esas piedras era un prodigioso racimo de símbolos. Poco a poco entreví sus enigmas”. Más adelante volveremos sobre esta importante vivencia de Paz.

En este ensayo Acosta de Arriba hace una importante reflexión cuando señala:

Desde sus escritos iniciales, abordó temas y conceptos sobre arte que gradualmente se fueron convirtiendo en obsesión: comprender el fenómeno artístico desde la inspiración de la poesía y la vastedad de la cultura integrada e integradora, utilizando la hibridez del ensayo para remover, explorar y abrir caminos propios al pensamiento especulativo.

Para los interesados en las bellas artes es curioso mencionar cómo el primer acercamiento de Paz fue un apunte sobre el pintor mexicano Juan Soriano. Desde fecha tan temprana señala Rafael Acosta como: “En él se advierte incipientemente uno de los rasgos de su interés por el arte, tratar de encontrar desde la prosa de inspiración poética la esencia de una obra, el núcleo germinativo de la estética de un creador”.

“Con el libro de Acosta de Arriba se salda una deuda contraída por la intelectualidad cubana con uno de los paradigmas de la lengua castellana”. Imagen: Tomada de La Jiribilla

También en los primeros textos del joven Paz existe un pulso entre lo místico religioso y lo político social. Y señala atinadamente el ensayista “es revelador cómo aparece, por vez primera, la estética como problema ético, preocupación que acompañará al escritor hasta el final de su vida”.

Ya por esta época temprana se refiere al surrealismo, movimiento espiritual y artístico que más tarde tendrá una fuerte influencia en su carrera y en su poesía, y al que se incorporará tardíamente en su segunda estancia europea.

Acosta de Arriba hace una valiosa reflexión dirigida al lector, fundamentalmente al lector joven, para evitar la intimidación natural ante uno de los más grandes escritores de nuestra lengua:

Es preciso imaginarse al joven y talentoso poeta aproximándose reverencialmente a los escritores de vanguardia del momento. Este simple ejercicio imaginativo evita ver siempre a Paz desde su posición canónica de Nobel, un clásico viviente nunca necesitado de consejos, regaños o duras críticas en sus iniciales escritos. Es útil situarse ante la imagen del joven advenedizo que ansía el roce con los grandes escritores mexicanos de su tiempo.
A finales de los años treinta ocurrió algo sustancial en la vida de Paz —apunta Acosta de Arriba—, la visita y descubrimiento de Europa, durante su viaje a la España de la Guerra Civil, una experiencia que lo marcó para siempre y le enseñó de manera clara y vital el sentimiento de otredad que las lecturas de poesía le habían insinuado. Pero también le mostró algo de lo cual no pudo sustraerse jamás, experimentar el pulso de la Historia. (…) con toda seguridad, que de esta experiencia hayan brotado los elementos precisos para una pregunta que lo atenazó hasta el final de sus días, y que tuvo cambiantes respuestas según vivencias y coyunturas históricas: ¿Cuáles son los límites de la libertad?
Pregunta que debemos hacernos nosotros mismos. ¿Cuáles son los límites de la libertad?      

Como apreciarán los lectores, cada capítulo es un ensayo. Y cada uno de ellos presenta diversos atractivos para el lector, según sea su inclinación cultural. En mi caso particular el ensayo dedicado a la crítica artística resultó una auténtica revelación. Se titula “Los signos dispersos, mirar el arte desde la inspiración poética”, constituye en sí mismo un texto sobresaliente por más de un motivo. Es una reflexión entre Octavio Paz, otros eminentes pensadores que influyeron en él y las lúcidas meditaciones de Acosta de Arriba. En este caso tendríamos que hablar sobre el concepto del poeta crítico que tan bien se aviene a Paz. Es importante esta consideración porque el joven Paz, tal como señala Acosta de Arriba, gestó paralelamente su poesía y ensayística crítica. El ilustre mexicano daría una definición válida en los tiempos que corren: “en materia de inteligencia lo único inviolable es la libertad de pensar”. Para afirmar en otro de sus ensayos, “En nuestro tiempo creación y crítica son una misma cosa”. En tal sentido Acosta de Arriba da también su consideración al respecto cuando señala: “Un buen crítico puede lograr algo que pertenece, de suyo, a los dominios del arte: devolverle al público la facultad de interrogarse a través de los sentidos o, lo que es lo mismo, pensar con los sentidos”.

El autor y el ensayista en la presentación del libro en la librería Tuxpan, en La Habana. Imagen: Cortesía del autor

Paz, por su parte, realizaría una hermosa reflexion, sólo posible en un poeta tan brillante como él cuando apunta: “ver un cuadro es oírlo: comprender lo que dice. La pintura, que es música, también y sobre todo, es lenguaje”. ¡Cuanta belleza de expresión, cuánta sabiduría encerrada en pocas palabras y que ahora, gracias al autor de este libro, está a nuestra disposición!

Invito al público a leer estos maravillosos ensayos en su conjunto y detenerse en esta sección en la cual Acosta de Arriba comenta sobre la escritura crítica de Paz. Y aquí señalo otro aspecto a destacar y es la erudición del escritor, ya que para escribir estas páginas esclarecedoras del método de creación paciano en su gestación tuvo también que consultar a Federico de Morais, Marta Traba, Juan Acha, Pablo Helguera, Ortega y Gasset, Lezama Lima, López Velarde, Alberto Ruy Sánchez, Damian Bayón y otros notables intelectuales que invito al lector a descubrir por sí mismos.  

En otro momento del referido ensayo el escritor cita a Paz cuando reflexiona: “Me di cuenta que la Modernidad no es la novedad y que, para ser realmente moderno, tenía que regresar al comienzo del comienzo. Y comenta Acosta de Arriba que esta “es sin dudas la clave de sus búsquedas en el arte mexicano, tanto el prehispánico como el moderno”. O sea, Paz no se deja seducir por el esplendor de la Escuela Moderna de Pintura de México, en particular de sus imponentes muralistas y encuentra sus más sobresalientes antecedentes en la cultura originaria de México. Basta una visita al Museo de Antropología de esta ciudad colmada de arte para percibir la grandiosidad de sus esculturas, sin dudas al mismo nivel de las realizadas en el Renacimiento europeo.   

Una observación importante de Acosta de Arriba es sobre la imposibilidad de separar la crítica de arte de Paz de aquellos poemas cuya motivación lírica está centrada en artistas y obras de la plástica. Tal es el caso de Rufino Tamayo, Manuel Álvarez Bravo, Leonora Carrington, Claude Monet, Marcel Duchamp, Robert Rauschenberg, entre otros.

Hay una frase de Paz que nos hace reflexionar a los que en alguna medida practicamos la crítica de arte y la enseñanza académica de la historia del arte, y que nos parece sumamente certera. Cito a Paz cuando afirma: “casi siempre la pintura se adelanta y prefigura las formas que adoptarán más tarde las otras artes”. En estudios recientes sobre la relación entre Amelia Peláez y Lezama Lima se afirma que la primera en asentar en su obra el barroco americano fue la insigne pintora cubana y después lo haría el genial poeta, ensayista y novelista cubano.  

“Un buen crítico puede lograr algo que pertenece, de suyo, a los dominios del arte: devolverle al público la facultad de interrogarse a través de los sentidos o, lo que es lo mismo, pensar con los sentidos”, afirma Acosta de Arriba.

Otro aspecto para reflexionar es cuando Acosta de Arriba nos señala la tesis de Paz sobre la influencia que tuvieron los muralistas en el arte norteamericano de posguerra. Con este razonamiento, Paz conecta el movimiento expresionista de Nueva York con lo mejor y más universal de la Escuela Mexicana de Pintura. Algo que invita a una reflexión detenida del lector sobre la influencia, en determinados momentos de la Historia del Arte, del ultrajado Sur hacia el prepotente Norte.

Un aspecto para polemizar es cuando el ensayista se refiere al mercado afirmando que “La lógica del mercado ha engullido el universo del arte, un mercado donde los bienes de consumo simbólicos, al igual que los materiales, están siendo ofrecidos al mejor postor”. Octavio Paz estuvo siempre muy claro del efecto nefasto de este proceso indetenible. Y sentencia: “El mercado no tiene ni siquiera mal gusto. Es impersonal; es un mecanismo que transforma en objetos a las obras y a los objetos en valores de cambio: los cuadros son acciones, cheques al portador”.

Y concluyo con una afirmación rotunda de Acosta de Arriba sobre la prosa de Octavio Paz:

…los textos de Paz sobre arte son atendibles por muchas razones; primero porque se trata de una mirada que condensa un entramado intelectual cuyos referentes teóricos y filosóficos sobepasan a los que puedan exhibir la mayoría de los profesionales de la crítica de arte. Están escritos exaltando algo tan necesario y, a la vez, difícil de conseguir en materia de literatura como es el placer de la lectura: prosa poética, mirada inspirada, pasión crítica.

Creo que estas palabras pueden servir a su vez de catarsis a los jóvenes críticos de arte cubanos, y por extensión de Latinoamérica, que deben aspirar a beneficiarse de las cualidades de este intelectual excepcional, para México y el mundo, que es Octavio Paz.