Un caballero que toca los libros, que los deposita en tus manos y que también es capaz de escribir uno, es alguien de otra galaxia. Aquí os presento el libro virginal de este caballero, Raudel Sosa Pérez. Es decir, su ángel ―tímido, vibrante― que generosamente comparte con nosotros.

Él ángel que me olvida (Editorial Kañy, Argentina) es un libro que recorre del primer verso al último, una misma voz, sin estridencias. Más que mostrar, asoma. Más que decir, musita. Entreabre la puerta para que penetre un haz de luz, mas prefiere las sombras…

Eres, como la mariposa nocturnaque me visita en la noche

atraída por el brillo de la lámpara;

alocada y efímera, se extravía en la oscuridad

en cuanto apago la luz.

“Más que mostrar, asoma. Más que decir, musita”.

A fuer de sincero debo confesar al autor, y a los que se decidan a leer estas líneas, que llevé el libro conmigo lejos del mundanal, para escuchar la sinfonía de cada verso, para que el atardecer cayera en mí. Este es un libro con esa aura. Es joya rara la ternura ―rarísima― como para que una vez hallada, no nos cobijemos bajo su manto; si bien, libélula al fin, pronto reclamará su reino del aire.

Un ángel tímido y vibrante asoma en el estreno editorial de Raudel Sosa Pérez, este librero de la librería Fayad Jamís.

Él ángel que me olvida se sumerge en los íntimos paisajes y lo hace en puntillas, para no quebrarlos. Su levedad es como la hoja que cae ―su nervadura―, pero ha sostenido antes un árbol contra el viento. El tono poético une las tres partes del volumen, ora desde la revelación contemplativa, ora desde la enunciación epigramática, ora desde el descubrimiento inesperado. La mitología busca asideros en la mítica propia, autorreferencial, estremecedora.

Madre, un héroe sin par arrojó su lanza

que a otro héroe igual segó de pronto,

y atándolo a su carro se fue arrastrándolo en el polvo.

Madre, tuve miedo, aquel cadáver tenía mi rostro.

Tal vez adivinemos en sus páginas “la fatiga de un ala mucho tiempo tensa”, como diría la Loynaz, y un tributo a su atmósfera. Hay un discreto alborozo que se dice con pequeñas palabras, con las de siempre que a la vez son otras, y que se celebra en silencio.

Él ángel que me olvida se sumerge en los íntimos paisajes y lo hace en puntillas, para no quebrarlos”.

Un universo esquivo, resguardado, de insospechada intensidad, se advierte en el envés de cada letra. Hay un afán de aprehender el instante, de tocar lo evanescente, de emerger. Y una manera de pincelar en un botón, de desnudar con un roce, que deviene, acaso, marca de estilo en el volumen.

Vuelvo de horadar en las tinieblas,

de tirar de los sueños, de arrastrarme sobre el polvo

y las ardientes brasas

Él ángel que me olvida es, sobre todo, una anunciación. No he de decir más si os espera la poesía en estos pliegos (y en los que vendrán), la poesía de este muchacho que una tarde encontré bajando la calle Obispo, la calle empedrada, la calle obstinada de Hemingway.

Él ángel que me olvida es, sobre todo, una anunciación”.

Raudel Sosa Pérez (La Habana, 1977), este caballero  “algunas veces azul”,  de “leves soplos” e “infinitas fragancias”, trae a las letras con su primer título, una reafirmación: incluso en estos tiempos desangelados, no hay poesía sin sajaduras, ni hay poeta sin alas.

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